Nuestra Señora de Malvinas
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martes, 9 de julio de 2024

El Cristo de los Congresales es el Verdadero Padre de la Patria Argentina nacida el 9 de Julio de 1816

 



         El Cristo de los Congresales es el Verdadero Padre de la Patria Argentina nacida el 9 de Julio de 1816

Muchos piensan equivocadamente que la Independencia Argentina fue una Revolución en contra de España, una especia de traición contra nuestra Madre Patria España, contra su Religión, contra su cultura, su idioma, su tradición. Los hechos históricos y los verdaderos patriotas, contemporáneos de las gestas patrias, nos dicen lo contrario. Tanto los hechos del 25 de Mayo de 1810, como los del 9 de Julio de 1816 en Tucumán, demuestran que los patriotas demostraron una nobleza tal que los argentinos estamos y estaremos orgullosos hasta el fin de nuestros días por sus actos tan nobles y valientes, pues, como dice Fray Castañeda, constituyeron, no una revolución, sino, al mismo tiempo que un gesto de lealtad al Rey de España y a España, un valeroso gesto de autonomía y de asunción de autogobierno, tal como lo dictaban las leyes de la Madre Patria España de aquel entonces, hechos que impidieron que estas tierras amadas cayeran en manos de las garras del usurpador inglés.

El General Don José de San Martín, declarado Padre de la Patria, había visto preclaramente el peligro que se cernía sobre la Patria naciente si no se declaraba la Independencia prontamente en el Congreso de Tucumán -además de la independencia política, San Martín había declarado expresamente que no se tocase la Religión Católica , herencia de la Madre Patria España- pues veía, con claridad profética, cómo los enemigos de la Patria naciente, tanto internos como externos, querían repartirse sus despojos e imponer otra religión, otras lenguas, otras costumbres, aún antes de haber nacido nuestra Patria Argentina y este enemigo era Inglaterra -y también Francia-, con sus aliados internos, los traidores liberales criollos.

Para el año1816, era por lo tanto urgente la declaración de la Independencia, pues los enemigos internos y externos de la Patria, no habían sido conjurados y estos conspiraban sin descanso, atentando contra la integridad de la misma, así como los piratas conspiran para repartirse un botín mal habido. Dice así un autor, desvelando las intrigas de los infames traidores de la Patria que pretendían entregarla a los ingleses: “Inaugurado el período de la Asamblea del Año XIII, (1812 a 1815), si bien se decretan fundamentales libertades civiles, los alvearistas, sujetos a la tutela inglesa, postergan el grito de independencia a fin de no comprometer sus designios de política internacional antinapoleónica. Es época de sucesivas misiones diplomáticas ante la Corona Inglesa y sus representantes. Así, una carta de Alvear, entregada por Manuel José García al representante británico en Río de Janeiro y al ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra, suplicaba ignominiosamente: “En estas circunstancias solamente la generosa nación británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos estas provincias que obedecerán a su gobierno y recibirán sus leyes con el mayor placer...Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y la buena fe del pueblo inglés y yo (Alvear, N. del R.) estoy dispuesto a sostener tan justa solicitud para librarla de los males que la afligen. Es necesario que se aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del rey y de la Nación” .

Cuando se contemplan estos infames designios de entrega traicionera de la Patria Argentina a Inglaterra por parte de Alvear, resalta aún más el patriotismo y la nobleza de los Patriotas de Mayo de 1810 y de Julio de 1816, pues actuaron en fidelidad a España y por amor a la Patria Argentina, para no entregarla a los bucaneros ingleses y a los traidores criollos alvearistas.

Por su parte, el General Don José de San Martín, consciente de los gravísimos peligros que acechaban a la Patria, y describiendo a los enemigos internos, los liberales, como “hombres infernales”, habría de animar, en una carta escrita en abril de 1816 y dirigida a los congresales reunidos en Tucumán, a dar de una vez el paso decisivo de declarar la Independencia, es decir, de concretar lo iniciado el providencial y glorioso 25 de Mayo de 1810, y lo hacía de esta manera: “¡Hasta cuándo esperaremos a declarar nuestra independencia! ¡No le parece a Usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos! ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos, y con mucha razón, nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos... ¡Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas!” .

Estos dos deseos del Padre de la Patria –la Declaración de la Independencia y el conservar para la Patria Naciente la gloriosa Religión Católica- se verían plasmados para dicha de los argentinos en el Congreso de Tucumán, porque la Independencia de la Nación Argentina se declaró a los pies del Cristo de los Congresales -un hermoso Crucifijo tallado en madera policromada del Siglo XVIII donado por los Franciscanos-, con lo que se puede afirmar con toda veracidad que el nacimiento y la unidad de la Nación Argentina fueron sellados con la Sangre del Redentor, Nuestro Señor Jesucristo. No fue una casualidad que el Cristo de los Congresales presidiera la firma de la Declaración de la Independencia de la Nación Argentina, ni que 13 de sus congresales fueran sacerdotes: fue Nuestro Señor quien selló, con la Sangre Preciosísima de su Cruz, tanto el nacimiento como la unidad de la Nación Argentina.

Anteriormente, en 1810, el Padre Castañeda se había expresado acerca del origen providencial y divino de la independencia política –aunque no religiosa ni cultural- de España -por lo que el Congreso del 9 de Julio de 1816 venía a ser la cristalización del noble gesto del 25 de Mayo de 1810, tanto de adhesión filial a la corona española, como al mismo tiempo, de asunción del gobierno autónomo por parte del pueblo soberano del Virreinato-; por lo tanto, si es como dijo el Padre Castañeda, que “la obra del 25 de Mayo no fue obra nuestra, sino de Dios” ; entonces también podemos decir, con toda certeza, que la obra del 9 de Julio de 1816, no fue obra nuestra, no fue obra humana, sino obra divina, fue obra del Hombre Dios Jesucristo, fue obra del Señor Jesús, Dios Nuestro Señor, porque la firma de la Independencia se realizó a los pies de su Cruz Sacrosanta: fue el Cristo de los Congresales Quien presidió el nacimiento de la Nueva Nación Argentina el 9 de Julio de 1816.

Hoy, cuando la Patria atraviesa gravísimos momentos, pues se encuentra acechada por quienes buscan demoler sus cimientos, implementando leyes inicuas -la ley genocida del aborto, que asesina cruelmente a generaciones enteras de niños argentinos en el vientre de sus madres- y contrarias a la naturaleza -la antinatural ideología de género, contraria a la biología, a la medicina y a la ciencia médica-, resulta imperioso postrarnos ante el Cristo de los Congresales, para que su Sangre Preciosísima, la misma Sangre que selló el nacimiento y la unidad de nuestra Nación, se derrame sobre nuestras almas y sobre nuestra Patria, para que nos perdone nuestros muchos pecados, para que nos purifique y nos santifique y nos libre de todo mal y nos eleve a todos los argentinos a los más altos grados de santidad y nos conceda el don de la paz, de la Verdad que nos hace libres, de la justicia, del bien, de la fraternidad, dones que solo provienen del Ser trinitario divino y de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Sólo así, con la Sagrada Cruz de Nuestro Señor, plantada en el corazón de la Patria, arropada con el Manto celeste y blanco de la Imaculada de Luján y protegida por el Ángel Custodio de Argentina, Nuestra amada Patria Argentina marchará segura por el Camino de la Cruz hacia la feliz eternidad en el Reino de los cielos.

 

lunes, 6 de julio de 2020

El 9 de Julio, Independencia pero no separación


FRANCISCANOS TUCUMAN: RELIQUIAS HISTORICAS: MUEBLES Y CRISTO DE ...

          Como argentinos, el 9 de Julio celebramos el Día de nuestra Independencia. Ahora bien, es necesario recordar las circunstancias en las que esta situación se produjo, para sacar lecciones del pasado que nos permitan comprender el presente y planificar el futuro. Ante todo, fue una independencia que no se produjo como consecuencia de una revolución o de una rebelión contra España: fue una independencia no querida o más bien no planificada como tal por los patriotas criollos, que hasta entonces eran tan españoles como los españoles mismos. La Independencia como tal, es decir, como auto-gobierno de sí mismos, se empezó a gestar en la península, con el apresamiento del rey Fernando VII por parte de las masónicas tropas de Napoleón. La ley en ese entonces determinaba que, ante una situación de acefalía, como la que se estaba provocando a causa de las invasiones francesas a España, las Provincias y Virreynatos de ultramar debían tomar a su cargo el auto-gobierno de sí mismas. Y esta es la razón por la cual Fray Castañeda, patriota franciscano testigo directo de los hechos de Mayo, considera a lo sucedido en Mayo de 1810 como un doble acontecimiento: por un lado, la más fiel y estricta obediencia al rey, porque no hubo sublevación contra su autoridad; por otro lado, el más fiel cumplimiento a la ley y el orden establecidos, que determinaba, como ya lo dijimos, el auto-gobierno de sí mismos desde el momento en que se producía la acefalía. En este sentido, la Independencia del 9 de Julio de 1816 no hay que verla sino como una continuación de los hechos providenciales de Mayo de 1810. Como todo en nuestra historia de Nación recién nacida en el mundo, tanto los hechos de Mayo de 1810, como la Independencia de 1816, hay que considerarlos como hechos providenciales, es decir, como queridos por Dios y no como planificados de antemano por los hombres. En este sentido, estamos de acuerdo nuevamente con Fray Castañeda, quien sostenía que el 25 de Mayo era un “día sagrado” y que debíamos “amanecer postrados ante el altar” eucarístico, dando gracias a Dios por tantos dones recibidos. Uno de estos dones es el que nos hayamos mantenido fieles a la Madre Patria España, combatiendo a sangre y fuego las infames Invasiones Inglesas, invasiones que fueron hechas por la no menos infame Inglaterra, que quería apoderarse de nuestras tierras, de nuestras vidas y de nuestro ser. El que hayamos resistido a estas invasiones y el que no nos hayamos separado nunca de España en cuanto a cultura y religión se trata, se demuestra en el hecho de que en nuestras tierras patrias se habla español y se cree en Jesucristo Dios. Fue precisamente a los pies de Nuestro Señor Crucificado, el llamado “Cristo de los Congresales”, en donde se llevó a cabo la firma de la Independencia. Ahora, ha llegado el momento histórico de reunificarnos con la Madre Patria, aunque esta reunificación no ocurrirá sino de la misma manera en que se produjo la separación: a los pies de Cristo crucificado.

lunes, 8 de julio de 2019

Argentina debe regresar al 9 de Julio de 1816


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          En un mundo globalizado como en el que vivimos, las naciones tienden a unificar su gobierno, su comercio, sus relaciones exteriores, para acomodarse a un no muy lejano gobierno mundial, en el que todas las naciones del mundo se encontrarán bajo su dominio. Sin embargo, este proceso de asimilación global no es inocuo, porque implica, para las naciones, dejar de lado sus orígenes fundacionales, en aras de esta integración global. Lo negativo de este gobierno mundial en ciernes es que se trata de un gobierno tecnocrático, eficientista, en el que solo importan los datos macro y microeconómicos y en donde las personas son dejadas de lado en aras de la eficiencia económica. La integración en un gobierno mundial implica también dejar de lado los nacionalismos y los orígenes fundacionales de las naciones, los cuales son vistos como obstáculos en la integración global. En nuestro caso, no fue por casualidad que la Independencia de la Nación argentina se firmara a los pies de Cristo crucificado, puesto que se aceptaba a la religión católica como la religión de la Nueva Nación que surgía sobre la faz de la tierra.
          La integración global supone, para nuestra Patria, dejar de lado aquello que nos constituyó como Nación y es la creencia en un Dios que se hizo carne y que murió en la Cruz para redimirnos y en una Madre celestial que nos dio su manto celeste y blanco como Bandera Nacional. Integrarnos a un gobierno global significa dejar de lado nuestra religión católica, que es la religión fundante de nuestra Nación. En efecto, el Acta de la Independencia se firmó a los pies del llamado “Cristo de los Congresales”, un crucifijo donado para la ocasión por los franciscanos por lo que podemos decir, con toda razón, que el Acta de la Independencia fue empapada con la Sangre del Redentor Jesucristo.
          Sólo si Argentina vuelve a sus orígenes fundacionales, esto es, la firma del Acta de la Independencia a los pies del crucifijo y sólo si la Nación Argentina se postra ante los pies de Jesús crucificado, cubierta la Nación por el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, será capaz de resistir los embates globalistas y salir airosa de sus pretensiones ateas. De otra manera, si no regresamos a nuestros orígenes fundacionales -Cristo crucificado y la Inmaculada Concepción-, sucumbiremos presa de los globalistas materialistas y ateos que buscan destronar a Dios y su Cristo del corazón de los argentinos.

domingo, 9 de julio de 2017

El Juramento de los Diputados al pie del Cristo de los Congresales el 9 de Julio de 1816, fundamento de nuestra Patria


         En estos días aciagos y oscuros en los que vivimos, en los que nuestra Amada Patria Argentina es acechada continuamente por ideologías extrañas a su Ser Nacional, en donde sus enemigos internos, infiltrados en altos estamentos de la política y desde allí, con leyes inicuas, pretenden pervertir y subvertir el Ser Nacional para reemplazarlos por doctrinas foráneas y dañinas, en donde nuestra Patria se encuentra indefensa frente a sus enemigos externos, al carecer en la práctica de medios de defensa; en donde sus héroes son perseguidos y encarcelados como criminales, mientras que los asaltantes del poder de ayer se parapetan en boletas electorales de hoy; en estos días aciagos y sombríos, decimos, en los que vivimos, es más necesario que nunca mantener, en la mente y en el corazón, la Verdad histórica del Nacimiento de nuestra Patria como Nación independiente y libre, porque en ese nacimiento se encuentran las raíces de nuestro Ser Nacional, y cuanto más fieles seamos a esas raíces, tanto mejor cumpliremos nuestro destino, pero cuanto más infieles seamos, más pronto estaremos condenados a ser gobernados por una runfla de vividores del Estado devenidos en politicastros del siglo XIX, que pretenden robar hasta las fechas patrias, porque convierten los aniversarios patrios en indecorosos, perversos e infames mítines políticos.
         Luego de dicho esto, recordemos brevemente cómo se gestó la Independencia de la Nación Argentina, y al reflexionar sobre los hechos, vemos que el 9 de Julio de 1816 fue una continuación y plasmación de los hechos del 25 de Mayo de 1810, los cuales de ninguna manera pueden ser considerados como “revolución”, desde el momento en que tanto en el 25 de Mayo como en el 9 de Julio, los patriotas argentinos dieron muestras del más alto grado de nobleza –siempre hay excepciones- al impulsar la Independencia Patria movidos, no por el afán de poder, venganza, lucro, sino asumiendo lo que el Derecho de la Madre Patria establecía para sus Provincias de ultramar, esto es, que asumieran por sí mismas el gobierno autónomo, cuando el gobierno central estuviera amenazado de muerte, tal como sucedió en España con la invasión napoleónica. En el ánimo de los patriotas de Mayo y de Julio de 1816, estuvo siempre presente el deseo de auto-gobierno solo por este motivo y es por eso que, a la par que se declaraba la más profunda fidelidad al rey de España, se decretaba, en el mismo momento, la independencia de su gobierno. En ningún momento los patriotas de Mayo y Julio pretendieron renegar, ni de la religión, ni de la cultura, ni del idioma heredados por la Madre Patria; sólo hicieron lo que era el deber de hijos bien nacidos de la Patria hacerlo: asumir el auto-gobierno, ante la acefalía del gobierno central de España. Jamás hubo traición, felonía, golpes de mano, traiciones, ambiciones; detrás de Mayo y de Julio está aquél doble movimiento de fidelidad al rey y a la Madre Patria por un lado, y la asunción del auto-gobierno por otro, lo que hace exclamar a Fray Castañeda que “el 25 de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios” y que “debe amanecer cada 25 como un día sagrado, patrio, sublime, que ha de perpetuar nuestras alegrías”, y que ese día debe amanecer, viéndonos a todos postrados ante el altar de Dios dando gracias a gritos por tantas mercedes y bienes concedidos.
         El carácter noble del movimiento patriota del 25 de Mayo de 1810, se plasma en la fórmula del Juramento de los Diputados del Congreso de Tucumán en 1816, en donde se ratifica, a los pies del Cristo de los Congresales, donde se firmó el Acta de la Independencia, la Fe Católica como columna vertebral de la Nueva Nación Independiente, nacida a los pies del Señor Crucificado y cubierta con el manto celeste y blanco de la Inmaculada Virgen de Luján, Patrona y Dueña de Nuestra Patria Argentina.
         En efecto, en dicha fórmula, refrendada al pie del Cristo de los Congresales –y, por lo tanto, bañada con la Sangre del Cordero-, se lee aquello que constituye el Alma misma de la Patria Argentina. Las crónicas relatan así el magno momento: “Finalizada la ceremonia, se constituyeron todos en la casa del Congreso, donde el ciudadano presidente doctor Pedro Medrano, elegido provisionalmente para estos primeros actos, después de haber emitido juramento en manos del congresista de más edad y en presencia de todo el pueblo, recibió el de sus colegas. La fórmula del juramento sancionada en la ocasión, es claro exponente de las preocupaciones generales. Figuran, primero, la religión; luego, la integridad del territorio; y, en fin, el cumplimiento del propio encargo:
“¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria conservar y defender a la Religión Católica, Apostólica, Romana?”.
“¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria defender el territorio de las Provincias Unidas, promoviendo todos los medios importantes a conservar su integridad contra toda invasión enemiga?”.
“¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria desempeñar fiel y lealmente los deberes anejos al cargo de diputado al Soberano Congreso para el que habéis sido nombrado?”.
“Si así lo hiciereis, Dios os ayude; y si no, os lo demande”.
Hoy, cuando generaciones de politicastros devenidos en auto-proclamados pseudo-próceres, han vaciado a nuestra Patria no solo de sus recursos materiales, sino ante todo de su espíritu nacional, profundamente cristológico y mariano –por lo cual deberían ser denunciados por Dios y por la Patria, por traición a sus juramentos- y cuando se la pretende envenenar con la doctrina pestilente de ideologías socialistas y liberales; hoy, más que nunca, es necesario volver a los fundamentos que firmaron los Congresales y que constituyen la columna vertebral, la mente, el corazón y el alma de Nuestra Patria, la Fe en Nuestro Señor Jesucristo y en su Madre, la Virgen de Luján.

Hoy, más que nunca, la Patria nos urge volver a los fundamentos de su Ser Nacional, la religión Católica, Apostólica y Romana, para que sus hijos, nosotros, que nacimos con la Sangre del Cordero y envueltos en el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción de Luján, seamos capaces de dar la vida por la Restauración de sus fundamentos sobrenaturales y esto significa que nuestra Patria debe ser restaurada en Cristo Jesús, para que Él sea todo en todos; significa que, como Nación y como personas individuales, debemos tener siempre presente, en la mente y en el corazón, que “Jesucristo es Rey y Rey Supremo, y como Rey debe ser honrado. Su pensamiento debe estar en nuestras inteligencias; su moral en nuestras costumbres; su caridad en las instituciones; su justicia en las leyes; su acción en la historia; su culto en la religión; su vida en nuestra vida”, y su Sangre debe cubrirnos de pies a cabeza y debe cubrir cada centímetro cuadrado del territorio Patrio. 

jueves, 7 de julio de 2016

El 9 de Julio de 2016 debe mirar al 9 de Julio de 1816


Cristo de los Congresales de Tucumán.

         Decía Cicerón que “los pueblos que olvidan su historia están obligados a repetirla”. Los argentinos, que hemos vivido, desde el origen mismo de la Nación, una dolorosa historia de enfrentamientos, divisiones, discordias, luchas internas y fratricidas, debemos, si no queremos repetir esta triste historia, volver la vista a dos eventos históricos que dieron origen a nuestra Nación, para empaparnos con el mismo espíritu de los patriotas de la época: el 25 de Mayo de 1810 y el 9 de Julio de 1816, cristalización de los anhelos independentistas de Mayo.
         Según testigos de la época, como Fray Francisco Paula de Castañeda, “la obra del 25 de Mayo no fue obra nuestra, sino de Dios”[1], y lo que obró Dios en ese entonces, por medio de los patriotas de Mayo, fue el germen de lo que se cristalizaría seis años después, en el Congreso de Tucumán: la asunción, por parte de una de las provincias ultramarinas de España, de su auto-gobierno, como muestra no de una revolución y una rebelión contra la Madre Patria, sino como muestra del más leal, filial y noble sentimiento de pertenencia a España, pues esta Nación en germen asumía su auto-control, su autonomía en el gobierno y luego su independencia, conforme al derecho vigente y debido al grave riesgo que suponía el haber sido apresado el rey Fernando VII por parte de las tropas napoleónicas. Así como Mayo no fue una revolución –en el sentido más duro y cruel de esa palabra, en la que están implicados delitos de toda clase, como conspiraciones, homicidios, traiciones-, así también el 9 de Julio de 1816 no fue un renegar de los lazos más profundos que nos unían a la Madre Patria –su religión y su cultura, que fueron las que nos dieron el ser como Nación-, sino solamente cortar el hilo más débil, la dependencia política, en vista de los graves acontecimientos sucedidos en la Península, como consecuencia, entre otras cosas, de la intromisión de potencias extranjeras que pretendían, precisamente, hacer de esta “España ultramarina, hispana, criolla e indígena”, que era nuestra Patria naciente, un coto de caza para su propio provecho.
         Para no repetir los errores del pasado –y también del presente en el que lamentablemente vivimos los argentinos-, constituidos por desencuentros y enfrentamientos crueles y sangrientos, y para construir desde nuestro hoy un futuro de hermandad, el 9 de Julio de 2016 debe mirar al 9 de Julio de 1816 y también al 25 de Mayo de 1810 e impregnarse de su espíritu patriota, que al tiempo que declaraba su nobilísima fidelidad a la Corona de España, se independizaba de esta al considerar, en una lectura adecuada de los acontecimientos históricos, que había llegado la hora de nuestro auto-gobierno independiente, pero sin renegar jamás del más valioso legado de la Madre Patria España: la religión católica y su cultura hispana.
         En nuestros días, nuestra Patria se ve amenazada por peligros gravísimos, de igual o mayor tenor que en su mismo nacimiento. Al mirar hacia atrás, vemos -entre muchos otros- dos grandes dones de Dios para con nuestra Nación: su Bandera, que lleva los colores del manto celeste y blanco de la Virgen de Luján, y el Cristo de los Congresales, que presidió la firma de la Declaración de la Independencia en la Casa Histórica, el 9 de Julio de 1816, quedando así sellada, con la Sangre del Redentor, el nacimiento de Nuestra Nación bajo la Santa Cruz. Es hora de que nuestra amada Patria Argentina vuelva a sus sagrados orígenes que le dieron vida: la Cruz de Jesús y el Manto Inmaculado de María. Si queremos un futuro de paz entre los argentinos -que es la paz de Cristo, la única paz verdadera-, es hora de que nuestro ser nacional argentino vuelva a impregnarse y empaparse con la Sangre de Nuestro Señor y que la Patria vuelva a ser arropada por el Manto celeste y blanco de la Madre de Dios. Es hora de retornar a nuestros orígenes sagrados como Nación independiente y soberana.
        




[1] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.

miércoles, 8 de julio de 2015

El Cristo de los Congresales presidió el nacimiento de la Nueva Nación Argentina el 9 de Julio de 1816


          No se puede celebrar la Independencia de nuestra Patria sin tener en cuenta lo sucedido inmediatamente antes, durante y después del 25 de Mayo de 1810 y sin tener en cuenta, además, el deseo del Padre de la Patria, el General Don José de San Martín, de que se declarara cuanto antes la Independencia en el Congreso de Tucumán –con la expresa indicación de que no se tocase la Religión Católica[1]-, pues veía, con claridad profética, cómo los enemigos de la Patria –los internos y los externos- querían repartirse sus despojos aún antes de haber esta nacido.
Para 1816, urgía declarar la Independencia, pues los enemigos de la Patria, que actuaban desde adentro y desde afuera, no habían sido conjurados, y eran los mismos enemigos que en 1810 pretendían repartirse sus despojos, así como los piratas se reparten entre sí un mal habido botín. Dice así un autor: “Inaugurado el período de la Asamblea del Año XIII, (1812 a 1815), si bien se decretan fundamentales  libertades  civiles,  los alvearistas, sujetos a la tutela inglesa, postergan el grito de independencia a fin de no comprometer sus designios de política internacional antinapoleónica. Es época de sucesivas misiones diplomáticas  ante la Corona Inglesa y sus representantes. Así, una carta de Alvear, entregada por Manuel José García al representante británico en Río de Janeiro y al  ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra, suplicaba ignominiosamente: “En estas circunstancias solamente la generosa nación británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos estas provincias que obedecerán a su gobierno y recibirán sus leyes con el mayor placer...Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y la buena fe del pueblo inglés y  yo estoy dispuesto a sostener tan justa solicitud para librarla de los males que la afligen. Es necesario que se aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan  a los genios díscolos y un jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del rey y de la Nación”[2].
Consciente de los gravísimos peligros que acechaban a la Patria, y declarando a los enemigos internos, los liberales, como “hombres infernales”, el Padre de la Patria, San Martín, animará, en abril de 1816, a los congresales reunidos en Tucumán, a dar el gran paso de declarar la Independencia, es decir, de cristalizar lo comenzado en 1810, de esta manera: “¡Hasta cuándo esperaremos a declarar nuestra independencia! ¡No le parece a Usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos! ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos, y con mucha razón, nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos... ¡Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas!”[3].
Los dos deseos del Padre de la Patria –la Declaración de la Independencia y el mantenimiento de la Religión Católica- se verán colmados con creces en el Congreso de Tucumán, porque la Independencia de la Nación Argentina se declaró a los pies del Cristo de los Congresales, con lo que se puede afirmar, que el nacimiento y la unidad de la Nación Argentina fueron sellados con la Sangre del Redentor, Nuestro Señor Jesucristo. No fue una casualidad que el Cristo de los Congresales presidiera la firma de la Declaración de la Independencia de la Nación Argentina, ni que 13 de sus congresales fueran sacerdotes: Nuestro Señor intervenía en la historia de nuestra Patria naciente, para sellar, con la Sangre de su cruz, tanto el nacimiento como la unidad de la Nación Argentina.
Ya en 1810, el Padre Castañeda se había expresado acerca del origen providencial y divino de la independencia política –aunque no religiosa ni cultural- de España -por lo que el Congreso del 9 de Julio de 1816 venía a ser la cristalización del noble gesto del 25 de Mayo de 1810, de adhesión filial a la corona española, pero al mismo tiempo, de asunción del gobierno autónomo por parte del pueblo soberano del Virreinato-; por lo tanto, si como dijo el Padre Castañeda, “la obra del 25 de Mayo no fue obra nuestra, sino de Dios”[4], también podemos decir que la obra del 9 de Julio de 1816, no fue obra nuestra, sino de Jesucristo, porque la firma de la Independencia se realizó a los pies de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo: fue el Cristo de los Congresales quien presidió el nacimiento de la Nueva Nación Argentina el 9 de Julio de 1816.
Hoy, cuando la Patria atraviesa gravísimos momentos, pues se encuentra acechada por quienes buscan demoler sus cimientos, profanándola a diario con espectáculos soeces e innobles[5] e implementando leyes inicuas[6] y contrarias a la naturaleza[7], degradando sus aniversarios –que, por ser patrios, son sagrados- a mezquinos y extemporáneos mítines políticos, resulta imperioso elevar los ojos y el corazón hacia el Cristo de los Congresales, para que su Sangre, la misma Sangre que selló el nacimiento y la unidad de nuestra Nación, sea la que no solo nos purifique y nos libre de todo mal, sino la que eleve, a todos los argentinos, a los más altos grados de santidad y la que conceda, a nuestra Patria, el don de la paz, de la justicia, del bien, de la verdad, de la fraternidad, dones que solo provienen del Ser trinitario divino.




[1] Meses antes, el 26 de enero de 1816, escribía a Godoy Cruz, congresal de Tucumán, insistiendo en la necesidad de declarar prontamente la independencia; en cambio, con respecto a la forma de gobierno, sólo le preocupa que el sistema adoptado no manifieste “tendencia a destruir Nuestra Religión”. Cfr. Aníbal A. Rottjer, La Masonería en la Argentina y en el mundo, Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires5, 409.
[2] Cfr. Susana Cosettinni de Talvo; http://www.crucedelosandes.com.ar/declaracion.asp
[3] http://www.crucedelosandes.com.ar/declaracion.asp
[4] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[5] Cfr. el innoble espectáculo en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA; cfr. http://www.infobae.com/2015/07/01/1739029-polemica-un-show-sadomasoquista-la-uba; http://www.minutouno.com/notas/1275660-la-embajada-espanola-financio-las-activistas-del-posporno-la-uba.
[6] Guía de Abortos no punibles; cfr. http://www.argentinosalerta.org/content/alerta-rechaza-guia-abortista-de-ministerio-salud; ley de la eutanasia; cfr. http://www.infobae.com/2015/07/07/1740203-la-corte-suprema-reconocio-el-derecho-todo-paciente-decidir-su-muerte-digna
[7] Ley de identidad de género.

martes, 8 de julio de 2014

El Cristo de los Congresales y la firma de la Declaración de la Independencia


         El Cristo de los Congresales y la firma de la Declaración de la Independencia
         Cuando se lee acerca de la historia de la redacción de los documentos oficiales españoles y del Río de la Plata del año 1816, el año de la Independencia de nuestra Nación Argentina, se observa que se colocaban “membretes y escudos para dotar de la mayor solemnidad posible a los procedimientos cuya instrucción y resolución se consideraban extremadamente importantes”[1].
         En el caso del Acta de la Independencia de la Nación Argentina, puesto que se trataba verdaderamente de “una instrucción y una resolución extremadamente importante”, era necesario que fuera el Acta fuera sellada con un sello real, lo cual, paradójicamente, era imposible, porque la Independencia era, precisamente, de la Casa Real de España. Sin embargo, el Acta de Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata lleva un Sello Real, indeleble, invisible a los ojos humanos, y ese Sello Real es la Sangre del Cordero de Dios, porque la Independencia de la Nación Argentina es, según Fray Castañeda, “obra de Dios”[2] y no de los hombres y fue firmada a los pies del “Cristo de los Congresales”, una talla de madera donada por los Franciscanos para la ocasión[3] y que presidió la Jura solemne de la Independencia y posterior firma del Acta.
         Por lo tanto, en estos días oscuros en los que vivimos, días en los que siniestras sombras se mueven detrás de los telones de los acontecimientos históricos, para encaminar no solo a nuestra Nación, sino a la Humanidad entera, por coloridos, espaciosos, bulliciosos, pero falsos caminos que conducen al Abismo eterno, en donde no hay redención, por medio de leyes inicuas que contradicen a la Divina Sabiduría y al Divino Amor, porque son leyes contrarias a la naturaleza humana, debemos los argentinos, al festejar un nuevo Aniversario de nuestra Independencia –mera independencia política y económica, y no cultural ni religiosa de nuestra Madre Patria España-, elevar nuestros ojos hacia el Cristo de los Congresales y, con el espíritu que animó a los Patriotas del 9 de Julio, envueltos en el Manto de la Inmaculada, nuestra Enseña Patria, arrodillados a los pies de Jesús crucificado, implorar piedad, misericordia y luz divina para nuestra amada Patria, para que jamás perdamos el rumbo impreso el Día de nuestro Nacimiento como Nación, Día Feliz querido por el mismo Dios Trino, al decir de los patriotas; pidamos también que, por la Sangre del Cordero, sobre nuestra Patria derramada, todos los argentinos lleguemos, un día, guiados por Santa María, la Madre de Dios, a la Patria Eterna, la Ciudad de la Santísima Trinidad, en el Reino de los cielos.


[1] http://www.minhap.gob.es/Documentacion/Publico/SGT/LOS%20SIMBOLOS%20DE%20LA%20HACIENDA%20PUBLICA/capitulo%20IV.pdf
[2] Guillermo Furlong, Vida y obra de Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 381.
[3] http://franciscanostucuman.blogspot.com.ar/2007/02/reliquias-historicas-muebles-y-cristo.html

lunes, 8 de julio de 2013

El Crucifijo y el Día de la Independencia Nacional

         Decía Marco Tulio Cicerón: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, y Marcelino Menéndez Pelayo: “Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte...”. El olvido y el desconocimiento de la propia historia es, según estos pensadores, sinónimo de fracaso y de muerte para un pueblo. Basados en estos pensamientos, nosotros podríamos parafrasear y decir: “El pueblo que falsifica o reinventa la historia según la ideología de turno, es un pueblo destinado a morir”. Agregamos así una causa más de muerte para un pueblo: la falsificación y la reinvención de la historia según la ideología de turno.
         Para no caer en esta situación, es conveniente entonces, como argentinos y católicos, recordar la historia, tal como fue, para no olvidarla, para no desconocerla, para no falsificarla y para no reinventarla, de modo que los hechos del pasado, contemplados en el presente, iluminen el futuro.
         Es esto lo que tenemos que hacer con el 9 de Julio, Día de nuestra Independencia Nacional, si no queremos ser parte de aquellos pueblos que perdieron el rumbo por olvidar o reinventar su historia.
         Una señal precisa, mediante la cual podemos desentrañar la esencia del 9 de Julio, es el crucifijo que presidió la Sala de la Firma de la Independencia en la Casa Histórica. Desde ese momento, la imagen de Nuestro Señor en la Cruz fue llamada “Cristo de los Congresales”.
         No era un hecho casual, ni una coincidencia, ni un descuido, la presencia del crucifijo: los Congresales, en su totalidad, profesaban la fe Católica, Apostólica, Romana, y querían que la Patria Naciente fuera alumbrada a la luz de la Cruz de Cristo, y por este motivo la imagen de Nuestro Señor en la Cruz presidió la Firma de la Independencia. Con toda razón podemos decir, entonces, que Nuestra Patria nació iluminada por los rayos de un Sol infinitamente más luminoso y radiante que el astro sol, y es Nuestro Señor Jesucristo, porque uno de sus Nombres es el de “Sol de justicia”; con toda razón podemos decir que nuestra Patria nació bañada en la Sangre del Redentor, porque nació al pie de la cruz, y quien se coloca al pie de la cruz, es bañado y teñido por la Sangre que brota de las llagas del Cordero de Dios crucificado; con toda razón podemos decir que nuestra Patria tiene a la Cruz como su origen y su fin, porque el Hombre-Dios que en la Cruz está, es Dios eterno, el alfa y el omega, el Principio y el Fin de todas las cosas, de todos los seres y de todo el universo, visible e invisible, y si nuestra Patria tiene en la Cruz su principio y su fin, nacimiento y su destino eterno, también tiene en la cruz su camino hacia la eternidad, y por eso todo en ella, para ser verdadero, debe llevar el sacrosanto signo de la Cruz; con toda razón podemos decir que nuestra Patria nació mariana, porque si nació al pie de la Cruz, allí se encuentra la Virgen, porque donde está el Hijo está la Madre, y si el Hijo está en la Cruz, la Madre está al pie de la Cruz. Y como prueba de que la Nación Argentina nacía de su Hijo, una vez nacida la Patria, fue la Virgen quien la arropó y acunó entre sus brazos, envolviéndola en su manto celeste y blanco, y ese es el motivo por el cual nuestra Bandera Nacional lleva los mismos colores del Manto de la Inmaculada Concepción.  
         No olvidemos la historia; no olvidemos al Cristo de los Congresales; no olvidemos el glorioso nacimiento de nuestra Patria, al pie de la Cruz y arropada en el Manto de la Virgen; no olvidemos que nada sucede por casualidad, sino que es Dios quien, en su Santísima Voluntad, fue quien dispuso nuestra Independencia, tal como lo sostiene el Padre Castañeda, testigo presencial de los hechos de Mayo, inicio de la Soberanía Nacional: “Por nuestra parte, nada bueno hemos hecho, y ni siquiera el 25 de Mayo (y por lo tanto, el 9 de Julio, N. del R.) es obra nuestra, sino obra de Dios”; no falsifiquemos la Historia nacional, poniendo otros fundamentos que no sea Cristo, crucificado y resucitado.

         Si queremos saber cómo es la Historia real de nuestra Patria, no la historia olvidada, ni desconocida, ni falsificada ni reinventada, contemplemos el misterio del Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo fue nuestro pasado como Nación, desde sus orígenes, contemplemos al Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo debemos vivir el presente de nuestra Patria, contemplemos al Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo debemos construir el futuro de nuestra Patria, contemplemos al Cristo de los Congresales. Y luego de contemplar sus heridas, sus clavos, su corona de espinas, la Sangre Preciosísima que mana de sus llagas y de su Sagrado Corazón traspasado, postrémonos de rodillas ante Nuestro Señor Crucificado, el Cristo de los Congresales, e imploremos su Divina Misericordia.