Nuestra Señora de Malvinas

martes, 30 de octubre de 2012

Todo en el 25 de Mayo es obra de Dios



“A Ti, Dios, te cantamos”. Así comienza el himno llamado Te Deum, que la Iglesia canta en acción de gracias a Dios en ocasión de fechas patrias.
Cuando una gesta patria logra llevarse a cabo, es justo dar gracias a Dios, porque es Dios quien, con su ayuda, permite que la gesta se concrete.
Sin embargo, en el caso del Veinticinco de Mayo, las cosas son distintas: no es Dios quien, con su ayuda, permite que unos patriotas inspirados por su amor a la patria vean realizados sus ideales y sus esfuerzos: es Dios mismo quien inspira y suscita sentimientos patrióticos en los corazones de hombres nobles y leales, y es Él quien permite que la gesta se lleve a cabo.
Es decir, en el Veinticinco de Mayo, es Dios el autor de la obra y es quien al mismo tiempo interviene para que la gesta se realice y llegue a buen puerto. Esto lo dice un testigo presencial de los hechos de Mayo, el Padre Francisco de Paula Castañeda: “Por nuestra parte, ninguna cosa buena hemos hecho (...) y aún la del 25 de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios[1].
Según el Padre Castañeda, la gesta del Veinticinco de Mayo es obra de Dios, no obra nuestra –“aún la del 25 de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios”-, y su culminación exitosa se debe al mismo Dios, y no a nosotros, que “ninguna cosa buena hemos hecho”.
Todo lo que el Veinticinco de Mayo implica –también su continuación, el Nueve de Julio de 1816-, esto es, la nobleza de los corazones de los patriotas, su lealtad, su amor a la religión y a Jesucristo, el amor a la Madre Patria y a la Patria naciente, se lo debemos a Dios. La gesta pacífica, noble y leal del Veinticinco de Mayo, que es al mismo tiempo proclamación de noble lealtad al Rey encarcelado, Fernando VII, y declaración del inicio de nuestra independencia política, es obra de Dios, y no obra de los hombres. Es por eso que, al revés que en toda gesta patriótica, en donde es Dios quien acompaña y da fuerzas a los patriotas para que logren concretar sus objetivos, en el Veinticinco de Mayo de 1810, Dios no se limita a acompañar y a ayudar a los patriotas, sino que es Él mismo quien inicia la obra y la lleva a su realización, a través de los patriotas de Mayo. Por lo tanto, si en toda gesta patria se debe cantar el Te Deum en acción de gracias, en el Veinticinco de Mayo, debemos, además de cantar el Te Deum, postrarnos ante los altares en acción de gracias por haber recibido del amor de Dios un día sagrado y sublime. Lo dice así el Padre Castañeda: “...en este día, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”.
Todo en el 25 de Mayo es obra de Dios: desde la inspiración de la nobleza de corazón de los patriotas, hasta el hecho mismo del inicio de nuestra independencia política.
“A Ti, Dios Trino te adoramos”. Así debe comenzar nuestro propio himno de acción de gracias, porque según el Padre Castañeda, en el Veinticinco de Mayo no solo no hubo revolución -porque revolución quiere decir traición, asesinato, venganza, injusticia, y nada de esto hubo en la gesta patriótica gestada en el Cabildo de Buenos Aires-, sino que fue una gesta límpida, noble y leal, y por lo mismo es un día tan sublime, tan glorioso, tan augusto, que solo acción de gracias debemos dar a Dios, y el mejor modo de agradecer a Dios por tantas misericordias, es por medio del sacrificio en cruz de su Hijo Jesucristo, la acción de gracias eterna y de valor infinito, la Santa Misa.
Así responde el Padre Castañeda ante la pregunta de qué es el Veinticinco de Mayo y cómo debemos agradecer a Dios por este día: “(...) el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio... (...) el día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre. Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”.


[1] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 382.

domingo, 21 de octubre de 2012

El Combate de Obligado y la nueva lucha por la libertad



         En el Combate de Obligado, los patriotas argentinos tuvieron que luchar física y materialmente contra un enemigo visible, que pretendía, por la sola fuerza de las armas, avasallar y hollar el suelo patrio, profanándolo con su violenta presencia. Los enemigos de la Patria, movidos por la sed de la codicia, atropellando toda razón y justicia, intentaron invadir el suelo patrio, con el objetivo espúreo del comercio y de la ganancia ilícita.
         Los valientes patriotas de la Vuelta de Obligado, amparados en la razón y en el justo derecho a la defensa, movidos por el amor a la Patria y a su Santa Religión Católica, arriesgaron sus vidas para salir en defensa de lo que no puede ser de ninguna manera entregado en manos viles.
         El cristiano debe ver, en esta gloriosa batalla, una figura de lo que es su propia batalla espiritual para salvar el alma: el enemigo al que se enfrenta, no es material y visible, como en Obligado, sino inmaterial e invisible, los tenebrosos “principados de los aires” (cfr. Ef 6, 12); las armas que deben empuñar tampoco son materiales, como sí lo eran en Obligado, sino espirituales: el Rosario, la Santa Misa, la Confesión sacramental, la vida de la gracia; lo que debe defender no es la tierra, sino su alma, de los asaltos y embates del demonio; lo que debe conquistar no es la paz de una ciudad de terrena, sino la paz que nace como de una fuente inagotable, el Cordero de Dios, quien con su luz alumbra a la Jerusalén celestial.
         Al conmemorar una vez más la gesta de Obligado, el católico debe, recordando la valentía de los defensores de la Patria, inspirarse en ellos para librar, armado con las armas de la fe, la Palabra de Dios, el crucifijo y el Santo Rosario, una nueva batalla, mucho más importante que Obligado, la batalla por la Verdad, que es la única que hace verdaderamente libres (cfr. Jn 8, 31-36).