Nuestra Señora de Malvinas

martes, 21 de junio de 2022

Terroristas subversivos pseudo-mapuches provocan grave atentado contra la Patria en Chubut

 



Ningún trapo infame multicolor, ideado por el sionismo, puede jamás reemplazar nuestra Bandera Nacional, el Manto celeste y blanco de la Inmaculada de Luján. Quienes cometieron este atentado contra la Patria, los subversivos mapuches, deben ser juzgados por alta traición a la Patria Argentina.

lunes, 20 de junio de 2022

La Bandera Argentina es el Manto de la Inmaculada Concepción de Luján

 



Con el rigor histórico que requiere el caso podemos afirmar que la Bandera Nacional Argentina creada por el General Manuel Belgrano, no se originó en los colores del cielo, sino en el Manto de la Inmaculada Virgen de Luján. El General Belgrano era ferviente devoto de la Virgen de Luján y para la creación de la Bandera Nacional tomó los colores del Manto de la Inmaculada de Luján, como un acto de devoción mariana, según los datos del historiador Vicente Sierra[1], quien afirma lo siguiente: “Cuando el rey Carlos III consagró España y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la Virgen principal Patrona de sus reinos, creó también la Orden Real de su nombre, cuyos caballeros recibían, como condecoración, el medallón esmaltado con la imagen azul y blanca de la Inmaculada, pendiente al cuello de una cinta de tres franjas: blanca en el medio, y azules a los costados. El artículo 40 de los estatutos de la Orden, retomados en 1804, dice: ‘Las insignias serán una banda de seda ancha dividida en tres franjas iguales, la del centro blanca y las dos laterales de color azul celeste”[2]. Entonces, como podemos ver, tanto la España Peninsular, como la España de Ultramar –entre ellos, el Virreinato del Río de la Plata-, estaban consagradas a la Virgen y es en su honor por el cual se crea la Orden Real de la Inmaculada, que lleva los colores azul y blanco.

Luego Sierra aporta un dato, tomado a su vez de Bartolomé Mitre: “Mitre dijo que los colores nacionales blanco y azul celeste pudieron ser adoptados ‘en señal de fidelidad al rey de España, Carlos IV, que usaba la banda celeste de la Orden de Carlos III, como puede verse en sus retratos al óleo… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia’. El artículo IV de los estatutos de dicha orden, decretados en 1804, dice: ‘Las insignias… serán una banda de seda ancha dividida en tres fajas iguales, la del centro blanca, y las dos laterales de color azul celeste’. Augusto Fernández Díaz recuerda que, cuando en el último ensayo de gobierno republicano en España, se acordó cambiar la bandera rojo y gualda por otra de tres franjas: rojo, gualda y morado, Miguel de Unamuno, entonces diputado, dijo: ‘…Bandera monárquica podríais acaso llamar a la celeste y blanca de los Borbones de la casa española, cuyos colores son también los de la República Argentina y los de la Purísima Concepción”[3].

Otro antecedente mariano de la Bandera Nacional como signo distintivo de Argentina se encuentra en la Reconquista de Buenos Aires, en donde las tropas patriotas se identifican con los colores del Manto de la Inmaculada Concepción; esta identificación sería el “embrión” de la actual Escarapela Nacional Argentina. Otro historiador, Aníbal Rottjer, dice así: “Si bien la escarapela azul y blanca no se usó en 1810, y sólo aparece al año siguiente, como distintivo de la Sociedad Patriótica, sus colores habían adquirido una especial significación, por haberlos usado los voluntarios que prepararon la Reconquista y que, reunidos en Luján, combatieron luego en la Chacra de Perdriel. Las crónicas de Luján nos hablan del “Real pendón de la Villa de Nuestra Señora”, bordado en 1760 por las monjas catalinas de Buenos Aires. En él había dos escudos: uno con las armas del rey y otro con la imagen de la Pura y Limpia Concepción de María Santísima, singular patrona y fundadora de la villa”. El Cabildo de Luján entregó este estandarte a las tropas de Pueyrredón, “como su mejor contribución para el servicio y la defensa de la Patria”. Después de implorar el auxilio de la Virgen, y usando, como distintivo de reconocimiento, los colores de su imagen, por medio de dos cintas anudadas al cuello, una azul y otra blanca, y que llaman de la medida de la Virgen, porque cada una medía 38 centímetros, que era la altura de la imagen de la Virgen de Luján, los 300 soldados improvisados se lanzan al ataque contra 700 veteranos de Beresford, y mueren en la acción tres argentinos y veinte británicos. Los dispersos se unen más tarde a las fuerzas de Liniers y obtienen, días después, la victoria definitiva, que se atribuyó oficialmente a la intervención de la Virgen María, como consta en las actas del Cabildo de 1806. Estos colores los conservaron los húsares de Pueyrredón en la Defensa, durante las jornadas de julio de 1807”[4].

Como se puede ver claramente, los patriotas argentinos, que se levantan en armas para combatir al invasor inglés, se identifican con los colores celeste y blanco y con la imagen de la Inmaculada Concepción. A tal punto llega la identificación de con la Madre de Dios y con los colores de su manto, que el Coronel Domingo French en una proclama en Luján el 25 de septiembre de 1812, dice así: “¡Soldados! Somos de ahora en adelante el Regimiento de la Virgen. Jurando nuestras banderas os parecerá que besáis su manto. …Al que faltare a su palabra, Dios y la Virgen, por la Patria, se lo demanden”[5].

El historiador Aníbal Rottjer aporta datos relativos a la devoción a la Inmaculada, tanto por parte de los reyes de España como por parte del General Belgrano: “Carlos III, Carlos IV y Fernando VII vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con el camafeo de la Inmaculada, y el manto real lucía estos mismos colores, como puede observarse en los retratos que adornan los salones del escorial y el palacio de Oriente en Madrid, donde se custodian también las condecoraciones con la cruz esmaltada en blanco y celeste. Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las universidades de Salamanca y de Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que Belgrano, al recibirse de abogado, juró “defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las Españas” y que, al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta fundamental de la institución que la ponía “bajo la protección de Dios” y elegía “como Patrona a la Inmaculada Virgen María”, cuyos colores, azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba el frente del edificio”[6].

A su vez, el historiador P. Guillermo Furlong, profundiza en la devoción mariana del General Belgrano y relaciona esta devoción con la creación de la insignia nacional: “…al fundarse el Consulado en 1794, q1uiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de dicha institución monárquica constara de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional, ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las que tuvo en 1794? El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo, confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto’”[7].

El P. Salvaire también da testimonio de la devoción mariana del General Belgrano, en particular a la advocación de la Virgen de Luján, como antecedentes inmediatos a su particular elección de los colores de la Bandera Nacional: “Al emprender la marcha (hacia el Paraguay) pasa (Belgrano) por la Villa de Nuestra Señora de Luján donde se detiene para satisfacer el deseo que le anima de poner su nueva carrera y las grandes empresas que idea su mente, bajo la protección de la milagrosa Virgen de Luján. Manda, al efecto, celebrar en ese Santuario una solemne misa en honor de la Virgen a la que asiste personalmente, a la cabeza del Ejército de su mando, y robusteciendo su corazón con el cumplimiento de este acto religioso, prosigue lleno de fe y de esperanza el camino que le trazara el deber y el honor”[8].

Otro historiador, Eizaguirre, nos ofrece los testimonios de un cabildante de Luján y del hermano de Belgrano, que confirman que la creación de la Bandera Nacional fue un acto de devoción mariana y de amor a la Purísima Concepción de la Virgen: “José Lino Gamboa, antiguo cabildante de Luján, juntamente con Carlos Belgrano, hermano del General, afirmó que: ‘Al dar Belgrano los colores celeste y blanco a la bandera patria, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto por haberse amparado a su Santuario de Luján’”[9].

También afirma lo mismo el citado Aníbal Rottjer: “El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: ‘Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’. Y en este sentido se han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados historiadores”[10].

Recurriendo a hechos históricos y no a meras hipótesis, constatamos cómo los colores de nuestra Enseña Nacional no son sino unan prolongación de los colores del Manto de la Inmaculada Concepción y por esta razón, nuestro Ser Nacional Argentino es, desde su nacimiento, hispano, católico y mariano, profundamente mariano. Parafraseando a Liniers, podemos decir que al ver la Bandera, vemos el Manto de la Inmaculada de Luján, porque la Bandera Nacional Argentina surge del Manto de la Inmaculada Concepción de Luján y así, ser argentinos y ser marianos, ser patriotas y ser hijos de la Virgen, es para nosotros una misma y única cosa.

La Santísima Madre de Dios, la Virgen María, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción es, comprobadamente, la Patrona y Dueña de estas tierras argentinas, ya que nuestra Nación se identifica con los colores de su Manto y es por este motivo que, a Ella, la Virgen de Luján, nuestra Madre del cielo, de quien orgullosos llevamos su Manto, que hemos tomado como Enseña Patria, le suplicamos:

¡Oh Virgen Santísima, Purísima e Inmaculada Concepción, Patrona, Señora y Dueña de la Nación Argentina, ven y con tu Manto celeste y blanco protege a tus hijos argentinos que hoy se encuentran bajo el pesado ataque del Enemigo Dios y de las almas!

Ven, Inmaculada Concepción, cuyo Manto celeste y blanco es Nuestra Enseña Nacional, ven, Madre Nuestra y con el poder divino que la Trinidad Santísima te ha participado, Reconquista para Dios Uno y Trino los corazones de los que habitamos en esta tierra Argentina, que es de Tu propiedad desde antes de nacer.

Ven, Inmaculada Concepción, Virgen Santísima y Purísima, y cubre con tu real insignia, tu Manto celeste y blanco, a las almas de tus atribulados hijos argentinos.

Ven, oh Santa Madre de Dios, Purísima e Inmaculada Virgen de Luján y derriba las banderas paganas y luciferinas que pretenden flamear sobre nuestra Patria y así ensombrecen el horizonte de la Nación, ven, Virgen Santísima y derriba las banderas del dragón y de la bestia -el arcoíris y el trapo rojo- y haz que flameen, en los corazones de los argentinos y en Nuestra amada Patria Argentina, los colores celeste y blanco de tu Manto de Purísima Concepción de Luján.

Ven, oh Aurora que anuncias al Sol de justicia, Cristo Jesús; ven,  oh Estrella Purísima de la mañana, Tú que anuncias la llegada del Rey de reyes y Señor de señores, Tu Hijo Jesucristo, y disipa las espesas sombras que cubren nuestra Patria.

Ven, Virgen Purísima de Luján, aleja de nuestros corazones y de Nuestra Patria a la Serpiente Antigua; cúbrenos a tus hijos argentinos con tu Manto celeste y blanco y condúcenos hacia la Patria celestial, en donde Contigo contemplaremos y adoraremos a Dios Uno y Trino y al Cordero por los siglos sin fin.



[1] Cfr. Sierra, V., Historia de la Argentina, Ediciones Garriga Argentina, Tomo V, 1962, L. III, cap. II.

[2] Cfr. Rottjer, A., El general Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 62.

[3] Cfr. Sierra, o. c.

[4] Cfr. Rottjer, o. c., 61-62.

[5] Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; en P. Salvaire, J. M., Historia de Nuestra Señora de Luján, Tomo II, 1885, 268ss.

[6] Cfr. Rottjer, o. c., 62-63.

[7] Furlong, G., Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires 1974, 35-36.

[8] Salvaire, o. c., 262-263.

[9] Eizaguirre, J. M., La Bandera Argentina, Peuser, Buenos Aires 1900, 43.

[10] Rottjer, ibidem, 66.