Nuestra Señora de Malvinas

miércoles, 17 de agosto de 2016

El legado espiritual del Padre de la Patria, el General San Martín


         El General San Martín se destacó por sus logros y hazañas exteriores como por ejemplo sus brillantes campañas bélicas que, ideadas por su genio militar estratégico, lograron la independencia[1] de Argentina, Chile y Perú -de hecho, el Cruce de los Andes está considerado como una de las más brillantes maniobras militares de la historia-. Sin embargo, su mayor grandeza proviene no de estas proezas externas, sino de su interior, es decir, de su espíritu noble, honrado, humilde, magnánimo; pocos hombres públicos pueden mostrar mayor grandeza espiritual que San Martín ya que –entre otras cosas-, habiendo alcanzado la máxima gloria militar en las batallas más decisivas, sin embargo no permitió nunca que la soberbia y la vanagloria se apoderen de él, rechazando en todo momento la tentación de asumir la totalidad del poder político y convertirse así en un dictadorzuelo de poca monta. Por el contrario, se conformó con algo mucho más alto y grandioso que una mera fracción de poder temporal y fue el ganar para los pueblos hispanoamericanos la anhelada libertad por la que luchaban[2]. En otras palabras, lejos de ser un hombre sediento de gloria y de poder mundanos, su grandeza moral y espiritual lo llevaba a despreciar la fama y el poder y a anhelar sólo el mayor bien para los pueblos, que en esos momentos históricos eran el auto-gobierno y la independencia.
Por otra parte, y llevado por el amor a su Patria y a sus compatriotas, se rehusó a formar parte de un sistema que dividía en facciones irreconciliables y enemigas entre sí y que llevaba al enfrentamiento entre los argentinos por algo mucho más bajo que la Patria y eran las egoístas y mezquinas cuestiones partidarias. Para San Martín, la Patria era la síntesis y el objetivo superior de todo argentino bien nacido, y era contrario a la división de los argentinos en bandos antagónicos que, según su certera previsión, habría de conducir a la Patria, por medio del enfrentamiento permanente de las facciones artificialmente creadas entre sí, a la antesala de su postración, decadencia y ruina definitiva. Para no participar en esta división cruenta y artificial entre argentinos, es que decidió, movido por la pureza y rectitud de sus principios -en el que el amor a Dios y a la Patria estaban en primer lugar-, el auto-exilio hasta su muerte, ocurrida en Boulogne-Sur-Mer, Francia.
Demostrando entonces su grandeza de espíritu, San Martín decidió retirarse antes de participar de una lucha intestina y fratricida por el poder, desatada entre aquellos hermanos suyos a los que había conducido a la liberación política, considerando al mismo tiempo que había cumplido con su deber de liberar a los pueblos y, como él mismo lo declaró, no tenía intenciones de manchar su sable con la sangre de hermanos.
En febrero de 1824 partió rumbo a Europa, acompañado por su hija Merceditas, que en esa época tenía siete años. Residió un tiempo en Gran Bretaña y de allí se trasladó a Bruselas (Bélgica), donde vivió modestamente ya que su escasa renta apenas le alcanzaba para pagar el colegio de Mercedes. Hacia 1827 se deterioró su salud y su situación económica empeoró sensiblemente. Además de estas penurias económicas, San Martín sufrió también la pena y la nostalgia de verse lejos de su patria[3] y esta nostalgia la sentía entrañablemente, porque amaba a su Patria naciente y amaba a sus compatriotas, los argentinos, sus hermanos.
El cimiento de su gigantesca estatura moral y espiritual estaba dado, en San Martín, por una profunda y fervorosa fe católica, la misma fe en la cual la Patria había nacido y que había heredado de la Madre España. Esta fe se manifestaba públicamente: hacía celebrar la Santa Misa para el Ejército; mandaba imponer el Escapulario de la Virgen del Carmen a los soldados antes de cada batalla; castigaba duramente las blasfemias contra Jesucristo y contra la Religión Católica y, ante todo, era un gran devoto de la Virgen, manifestando esta devoción mariana públicamente al nombrar a Nuestra Señora del Carmen como Generala del Ejército de los Andes, de modo similar a lo que hizo el General Belgrano con la Virgen de la Merced, nombrándola Generala del Ejército Argentino.
Hoy, nuestra Patria afronta graves peligros, pero el más grande de todos, es el de olvidar que nació a los pies de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y arropada en el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján. El General San Martín, con su vida ejemplar y con su amor a Jesús y a la Virgen, nos señala el camino a seguir como Nación, como hijos de nuestra amada Patria Argentina, para precisamente no olvidar nuestros orígenes.
Pobre, aislado voluntariamente de los centros de poder, incapaz de agredir a sus hermanos, amante de Dios y de la Patria hasta dar la vida, he ahí el ejemplo maravilloso del General San Martín, el Padre de la Patria del cual los argentinos estamos orgullosos, al cual los argentinos debemos imitar para que la Patria no sucumba frente a sus enemigos internos y externos, y por el cual tenemos un motivo más para dar gracias a Dios, y es el habernos dado a tan grande hombre, héroe y santo, como Padre de nuestra amada Patria Argentina.




[1] Una independencia de España, hay que decirlo, forzada por las circunstancias, como el apresamiento del rey Fernando VII por parte los franceses y que, por otra parte, fue solo política pero no cultural ni religiosa puesto que conservamos el acervo cultural español y, lo más importante de todo, la religión católica, traída a estas tierras por los Conquistadores españoles.
[2] http://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/san_martin.htm
[3] Cfr. ibidem.