Nuestra Señora de Malvinas

lunes, 28 de noviembre de 2011

Soberanía y globalización. El ejemplo de los héroes de Vuelta de Obligado



En un mundo dominado por la globalización, en el cual se intenta imponer un pensamiento único -el pensamiento materialista y hedonista, el pensamiento ateo y relativista-, hechos como el Combate de la Vuelta de Obligado son contrarios al modelo de imposición globalizante.

Y los hechos de Obligado son contrarios al modelo del Nuevo Orden porque fueron motivados por principios infinitamente superiores a los de la globalización. En Obligado primaron el amor a la Patria, el amor a la Bandera Nacional, el amor a la tierra, el amor a los compatriotas. Y como todos estos amores están fundados y surgen de un solo amor, el amor a Dios, fue el amor a Dios el que movió a los corazones de los héroes de Obligado.

Por el contrario, el Nuevo Orden Mundial –del cual los agresores franceses e ingleses eran sus preclaros antecesores-, propicia el amor al dinero, como fuente de todos los malos deseos: la rapiña de la tierra y de los bienes ajenos, el desprecio por los nativos del lugar y la violación de la soberanía nacional y territorial.

Hoy nuestra Patria se enfrenta a múltiples amenazas, una más peligrosa que la otra, las cuales intentan demolerla desde sus cimientos, re-escribiendo la historia desde una perspectiva anti-cristiana, materialista, atea y agnóstica.

Hoy a nuestra Patria la intentan invadir –y en gran medida ya lo han hecho- corsarios que, a diferencia de los de antaño, que navegaban en buques, se desplazan por los aires, por las ondas de televisión, de radio, de Internet; hoy la Patria se ve mortalmente amenazada por quienes, desde la falsificación histórica de su pasado, pretenden construir un “relato” ideológico según el cual nuestra Patria no es cristiana, porque no nació a la sombra de la cruz, y tampoco es mariana, porque su Bandera Nacional no se identifica con el Manto de María Inmaculada.

Hoy nuestra Patria se ve amenazada en sus cimientos, porque hay quienes intentan llamar blanco a lo negro y negro a lo blanco, bueno a lo malo y malo a lo bueno: hay quienes intentan hacer pasar la anti-natura por natura, disfrazando a lo perverso con aspecto de bondad; hay quienes intentan hacer creer a los argentinos –a los pocos que todavía no han aceptado esta falsificación del pasado que confunde el presente y enturbia el futuro- que los agresores de ayer, tanto foráneos como nativos, no eran tales en realidad, y por eso merecen ser glorificados con toda la gloria mundana.

Hoy nuestra Patria se ve amenazada en sus cimientos porque por todos los medios posibles, se intenta construir un “relato” ateo, materialista y relativista.

Hoy, como ayer en Obligado, la Patria necesita héroes que, desafiando al pensamiento único, afirmen con todas sus fuerzas que Dios existe, que nuestra Patria es mariana y católica, que el destino de sus miembros es un destino de eternidad, la feliz eternidad en la contemplación de las Tres Divinas Personas.

La fuerza para contrarrestar y vencer al materialismo y relativismo del pensamiento único globalizante, que lleva a la negación de Dios y al hundimiento de la Patria, radica en las palabras del Dueño de la Patria, el Rey de reyes y Señor de señores, Cristo crucificado: “Las fuerzas del infierno no prevalecerán” (cfr. Mc 8, 27-30).

miércoles, 17 de agosto de 2011

El General San Martín y el destino de la Patria






Si no quieren perecer, los integrantes de una Nación deben siempre volver la mirada a sus pro-hombres, a sus próceres, y mucho más cuando esos pro-hombres son considerados "padres de la Patria", como el General Don José de San Martín.
No se trata de una semblanza biográfica, sino de la rememoración de su pensamiento, de su querer, de sus creencias, de su obrar, para tomar de esos lugares la guía, la brújula, el timón que oriente los pasos en el devenir histórico de la Nación, el cual se hace, a medida que pasa el tiempo, cada vez más incierto y oscuro.
La Nación Argentina no es inmune a los vaivenes ideológicos del mundo, que son dos en definitiva: el neo-liberalismo y el comunismo marxista, con sus variantes socialistas. Ambas corrientes de pensamiento, si bien en la superficie aparecen como antagonistas, y si bien ambos buscan, al menos en teoría, la felicidad del hombre, son en realidad la misma cosa, y en vez de procurar la felicidad humana, al ser aplicados sólo traen dolor y pesar, porque el hombre no es un "homo economicus", sino un "homo religioso" por naturaleza, y sólo aquí, en la "re-ligación" con su Creador, encuentra la felicidad máxima y suprema.
Consideramos que nuestra atribulada Nación se encuentra, ya desde hace muchos años, inmersa en esta batalla ideológica, en la que se busca el triunfo, a toda costa, de una u otra ideología, y nos parece que, de seguir así, nos encaminamos hacia un abismo de anarquía, de caos, de violencia y de desintegración nacional.
Bajo estas ideologías, se construyen escuelas, se aumentan los salarios, se busca el esparcimiento del pueblo. Esto en sí mismo no es erróneo; sí lo es el fin al que conducen. Por supuesto que importa la cantidad de escuelas que se construyan; pero hay que ver qué es lo que se enseña en ellas, porque si en ellas se enseñan principios contrarios a la moral natural, entonces la escuela, en vez de construir el país, contribuye a su desintegración. Por supuesto que es importante el aumento de los salarios, pero si estos se usan para alimentar la fiebre consumista, en vez de ser un medio para que el hombre practique la fraternidad, preocupándose por el más necesitado. Por supuesto que el pueblo debe buscar un sano esparcimiento con un ocio sano, necesario para relajar el espíritu y continuar con más fuerzas el duro trabajo con el que se procura el sustento diario, pero si el esparcimiento es un medio para saturar el Domingo, Día de la Resurrección de Jesús, con fútbol, carreras, deportes varios, haciendo olvidar al hombre que debe dedicar este día a Dios, para agradecerle por su Amor, para adorarlo por su inmensa majestad, para pedirle por lo que necesite, entonces el esparcimiento dictado por las ideologías no es más que un instrumento de descristianización y de construcción del ateísmo práctico.
¿Y qué tiene que ver esto en una semblanza del General San Martín?
Como decíamos al principio, para encontrar la brújula que oriente el rumbo, que indique cuál es el norte, es decir, el destino trascendente del país, una Nación debe volver la mirada hacia sus próceres, y el primero de ellos es el General San Martín, porque la grandeza de los pro-hombres, y la claridad de su mirada espiritual, constituyen esta brújula que tan desesperadamente necesitamos en estos oscuros tiempos.
Ahora bien, podría creerse que la grandeza de San Martín reside en su genio militar, pues la empresa de cruzar los Andes con todo un ejército -eso solo es en sí mismo una gran proeza-, y el arriesgar su vida por una empresa noble -la independencia de un país y de un continente entero-, son hechos que hablan por sí solos de la magnificencia de su espíritu.
Sin embargo, no radica aquí la grandeza de nuestro Padre de la Patria. Su grandeza mayor, entre todas, es su fe, su profunda fe católica demostrada, por ejemplo, en el disponer la celebración de la Santa Misa en las acampadas del Ejército, en plena campaña; en el hacer colocar el escapulario de Nuestra Señora del Carmen a toda la tropa; en nombrar a la Madre de Dios "Generala del Ejército de los Andes", en una muestra de devoción mariana similar a la del General Belgrano.
Fue este espíritu de fe, de fe sobrenatural, de creencia en un Dios providente que premia a los buenos y castiga a los malos; fue su convicción en un infierno que espera engullir en sus fauces, para toda la eternidad, a quienes libre y voluntariamente se decidan en contra de Dios y de su Cristo; fue su convicción y su fe firme en Jesucristo, como Redentor de los hombres -murió con un crucifijo en las manos, en la más absoluta pobreza-, lo que le dio al General San Martín la lucidez y claridad mental y espiritual para guiar su vida, la de su familia, la de una Nación entera, a la proeza de la Independencia, de combatir y derrotar a sus enemigos.
Lo que guió a San Martín no fue una ideología política, ni de derecha ni de izquierda; no fue ni el liberalismo ni el comunismo -en germen en la época en el socialismo internacional-, sino su fe católica. Y es aquí en donde los argentinos debemos detenernos y reflexionar, para no seguir equivocando el rumbo, para detenernos en esta alocada carrera hacia el abismo, en el cual finalizaremos en poco tiempo, si la revolución mental y espiritual que implican las ideologías de derecha y de izquierda continúan imperando en los corazones argentinos.
¿Cuál es el mensaje que nos deja la vida extraordinaria del General San Martín? Volver a la Fe católica; confiar en Dios Nuestro Señor Jesucristo, que murió en cruz para salvarnos, para atravesar no ya los picos altísimos de la Cordillera de los Andes para derrotar a un enemigo terreno y ocasional, sino para atravesar el umbral de la muerte, que nos conduzca a las alturas insospechadas de la unión con Dios Uno y Trino; recurrir a la Madre de Dios, para que tome el bastón de mando de nuestras almas, para que sea Ella la Generala que conduzca nuestras vidas, y nos guíe hacia la victoria contra los tres grandes enemigos, el demonio, el mundo y la carne, para que sea Ella la que enarbole, por nosotros, el victorioso estandarte ensangrentado de la cruz de Jesús.
¿Qué nos diría el General San Martín a nosotros, que vivimos en el siglo XXI, si fuéramos parte de su glorioso Ejército? Si fuéramos soldados del General San Martín, nos diría: cree en el Hombre-Dios Jesucristo; recurre a la protección e intercesión de la Madre de Dios; asiste a Misa todos los días, para recibir a Jesús en la Eucaristía; espera confiado el fin de tus días, revestido con su escapulario, el escapulario del Carmen, y así, fortalecido con la Fe en la Santa Iglesia Católica, podrás atravesar el umbral de la muerte en paz para iniciar la feliz eternidad, la comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Santísima Trinidad.



Y así realizaremos la Patria, porque sólo aquí tiene la Patria sentido, porque la Patria no es lugar de despliegue de ideológías anti-humanas; la Patria es una unidad de destino en lo trascendente, y lo trascendente es la salvación del alma y la comunión, por toda la eternidad, con las Tres Divinas Personas. Ser patriota y realizar la Patria es procurar la propia salvación, y la de los demás, y este es el mensaje del General San Martín para nuestros días.

viernes, 15 de julio de 2011

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN DE CUYO PATRONA Y GENERALA DEL EJÉRCITO DE LOS ANDES



NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN DE CUYO
PATRONA Y GENERALA DEL EJÉRCITO DE LOS ANDES
PATRONA DE LA EDUCACIÓN DE MENDOZA
PATRONA DE LA 8º BRIGADA DE MONTAÑA
EL ORIGEN DE LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN: UNA VISIÓN DEL PROFETA ELÍAS
¿Cuál es el origen del nombre “del Carmen”? El nombre “del Carmen” viene de un monte que se encuentra en Tierra Santa, el Monte Carmelo, que significa en hebreo “viña de Dios”. Según el Libro de los Reyes, allí vivió el Profeta Elías con un grupo de jóvenes, dedicados a la oración. Según este libro bíblico, alrededor del año 300 a. J. C., se produjo en toda la región una gran sequía; el Profeta entonces subió a la montaña para pedir lluvia, y cuando estaba en oración, vio a lo lejos una nube luminosa blanca que se acercaba, y a medida que se acercaba, comenzaba a caer el agua de lluvia en abundancia. El hecho físico fue un símbolo de lo que debería suceder después: la nube luminosa es la Virgen que alumbra al Redentor: ayudado por Dios, el profeta Elías comprendió que la visión era un símbolo de la llegada del Salvador esperado –simbolizado por la lluvia-, que nacería de una doncella inmaculada –simbolizada por la nube blanca- para traer a la tierra, agostada por el pecado, la lluvia de la gracia de Dios. La visión del profeta Elías –una nube luminosa de la cual brota agua en abundancia- se hace realidad con el nacimiento virginal de María. Ella es la Nube de luz que derrama la lluvia de la gracia de Dios por medio del nacimiento de su Hijo Jesús. Jesús, el Hombre-Dios, nace de María y con su gracia divina y con el don Espíritu Santo, riega los áridos corazones de los hombres, agostados por la rebelión contra Dios.

LA NUBE LUMINOSA ES LA VIRGEN QUE ALUMBRA AL REDENTOR
A partir de entonces, la pequeña comunidad del Monte Carmelo se dedicó a rezar por la que sería madre del Redentor, comenzando así la devoción a Nuestra Señora del Carmen (o Carmelo). Con la llegada del Redentor, la comunidad se convirtió en un monasterio cristiano que continuó orando siempre a la Virgen María como Nuestra Señora del Monte Carmelo.
Según la tradición católica, la Virgen María, antes de su Asunción, visitó a los monjes y los estimuló a continuar con sus oraciones. Luego vino la pasión y muerte, seguidas de la resurrección y marcha al Cielo de Jesús, y más tarde de su Madre. La comunidad se convirtió en un monasterio cristiano, que continuó orando a la Virgen como Nuestra Señora del Carmelo.
Siglos más tarde, se producen las invasiones musulmanas, y a causa de estas invasiones, los monjes se ven obligados a trasladarse a Europa.

LA VIRGEN DEL CARMEN HACE A SUS HIJOS EL DON DE SU MANTO, EL ESCAPULARIO
La Virgen había visitado el monasterio del Monte Carmelo cuando estaba en Tierra Santa, y lo vuelve a visitar cuando el monasterio se traslada a Europa a causa de las persecuciones. En el siglo XIII, la Virgen María se le apareció a San Simón Stock, quien en ese momento era Superior del convento, como Nuestra Señora del Carmen. El motivo de la aparición, de la venida desde el cielo, era hacer a sus hijos del Carmelo un don inapreciable: su propio manto, el escapulario de la Virgen del Carmen. Según relata el mismo San Simón Stock, se encontraba él en oración, cuando se le aparece la misma Madre de Dios para decirle: “Amadísimo hijo, recibe el escapulario de mi orden para que quien muriese llevándolo piadosamente, no padezca el fuego eterno”. La Virgen María hace el don del escapulario, que significa su manto bendito: quien lo usare en vida y quien muriera con el escapulario, su manto, no padecería el fuego eterno.
El Papa Gregorio XIII declaró verdadera esta aparición después de serios estudios, basándose además en los dones sobrenaturales que recibían los que usaban el escapulario. Esta aparición fue reconocida también por el Papa Juan XXII, que recibió una nueva aparición de la Virgen, en la que prometía sacar del purgatorio el primer sábado después de su muerte a sus devotos.

LA VIRGEN DEL CARMEN EN MENDOZA
La Virgen María no se apareció visiblemente en nuestras tierras, sin embargo, encontró el modo de hacerse presente: llegó con los misioneros españoles bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen. La devoción se había difundido por toda Europa y entre sus devotos, se encontraban santos como San Juan de la Cruz y Santa Teresa; por eso es que llega a estas tierras americanas con los misioneros y los conquistadores, y empieza a ser venerada por los indígenas y criollos desde mediados del siglo XVI.
Ya en el siglo XVIII se encuentra en Mendoza la imagen que hoy veneramos, pues don Pedro de Núñez “caballero de gran fortuna y devoción, donó la imagen y todo lo necesario para el culto de la Virgen del Carmen”, según documentos de la época.
Primero estuvo en el templo de los Padres Jesuitas, y allí se fundó la Cofradía. En 1776, debido a la expulsión de la Orden por obra de la masonería, la imagen fue trasladada a la iglesia de San Francisco. En ese lugar, realizaría grandes milagros a favor de la Patria, y recibiría el reconocimiento agradecido del Padre de la Patria, Don José de San Martín. En el año 1814, el Libertador nombró a la Virgen del Carmen Generala de su Ejército, dando testimonio público de devoción mariana, y superando los respetos humanos de una época en la que el liberalismo masónico había difundido la idea de que “la religión es asunto privado”.
San Martín decidió con su Estado Mayor que la Virgen del Carmen fuera la Protectora del Ejército, según dice el general Espejo en su obra ‘El Paso de los Andes’: “La devoción a la Virgen del Carmen estaba muy arraigada en Cuyo y casi todos los soldados llevaban su escapulario, por eso fue ella la que tuvo preferencia”. El mismo general en su obra describe más adelante la piadosa ceremonia del 5 de enero de 1817, durante la cual San Martín le entrega su bastón de mando después de la victoria de Chacabuco y la nombra Generala. En esa misma ceremonia, hace bendecir también la Bandera de los Andes, “saludada por dianas y la banda con cajas y clarines, mientras rompía una salva de veintiún cañonazos, ante el ejército de gran gala y todo el pueblo de Mendoza”, según crónicas de la época.
Más tarde, después de sus triunfos, entregará el General definitivamente su bastón, dejando una carta en la que agradece la protección de María para con el Ejército de los Andes: “La protección que ha prestado al Ejército de los Andes su Patrona y Generala la Virgen del Carmen son demasiado visibles...”.
Ambas reliquias, el bastón y la carta, se conservan hoy en el Camarín de la Virgen, como testigos del reconocimiento del General San Martín a la intervención milagrosa de la Virgen del Carmen a favor del Ejército patriota. La Virgen del Carmen lleva también la bandera argentina, por el hecho de que es Generala del Ejército Argentino, y además, como testimonio del reconocimiento de la nación argentina a su Protectora. La imagen también está acompañada por las banderas de Perú y Chile, al ser esta advocación Patrona de los dos países vecinos.

LA VIRGEN DEL CARMEN DE CUYO, CORONADA POR EL SANTO PADRE
Por iniciativa de Fray Leonardo Maldonado, el Papa Pío X decretó: “que la Sagrada Imagen de la Virgen María bajo el título del Carmen que se venera en la Iglesia de San Francisco en Mendoza, sea con voto solemne coronada con corona de oro”. Apoyó su resolución en la “Suficiente constancia que existe de la popular veneración de la imagen, de su fama y celebridad como también de las gracias admirables y celestiales, dones concedidos copiosamente por ella”.
La corona, ofrenda de sus devotos, le fue impuesta en una ceremonia el 8 de septiembre de 1911 y es un recuerdo de tal solemnidad que se decretó tal día como Fiesta Patronal de la Provincia y en ese día, desde 1950, es también honrada muy especialmente la Santísima Virgen del Carmen de Cuyo, en las escuelas de Mendoza, como Patrona de la Escuela Primaria, instituida en tal carácter por decisión superior; y de la educación en sus tres niveles por decreto del 30 de septiembre de 1980.
A nuestra Madre, la Virgen María, Nuestra Señora del Monte Carmelo, le encomendamos nuestra Patria y nuestras almas, pidiendo la gracia de vestir piadosamente su manto, el escapulario, en esta vida, para ser revestidos de la gloria de la Trinidad en el cielo.

viernes, 8 de julio de 2011

El 9 de Julio es un día "augusto, soberano, memorable"

Según la tradición oral,
el Acta de Independencia
de las Provincias Unidas
del Río de la Plata
se firmó
el 9 de Julio de 1816,
en una mesa
presidida por esta talla
del Siglo XVIII, llamada
"Cristo de los congresales".


A poco menos de doscientos años de la gesta de su Independencia política, la Argentina parece haber perdido el rumbo y de tal manera, que ya no sabe ni qué celebra, cuando celebra la Independencia.

En la gesta de la Independencia del 9 de Julio, actuaron fuerzas naturales y sobrenaturales –según lo atestigua Fray Castañeda- que lograron romper la dependencia con un sistema político español que sólo acarrearía males para estas tierras, pues estaba unido a la ideología liberal-humanista de la Revolución Francesa, y con esta última, entraría a estas tierras la disolución y la esclavización a oscuros poderes extra-nacionales.

En este sentido, la Declaración de la Independencia significó no simplemente el inicio del auto-gobierno de la nación por parte de gobernantes criollos, sino la preservación de la integridad territorial, cultural, religiosa y espiritual, que eran amenazadas directamente por los vientos revolucionarios y ávidos de las riquezas de estas tierras, por parte de las potencias extranjeras, principalmente, Inglaterra y Francia.

Sin embargo, cuando se leen los diarios, los noticieros, las revistas de actualidad, se habla de todo, menos de la Independencia, de sus causas, de sus consecuencias, de su relación con la actualidad.

En la Argentina de hoy, los actos patrios, que deberían ser momentos de orgulloso recuerdo de las gestas nacionales, entre ellas, la primera de todas, la Independencia nacional, “obra de Dios y no nuestra”, en las palabras de Fray Francisco de Paula Castañeda[1], de agradecimiento a Dios Uno y Trino por el don que la Patria en sí misma significa, y por los innumerables beneficios con que la ha adornado, entre ellos, la Bandera Nacional, que lleva los colores del manto de la Inmaculada de Luján.

Sin embargo, en la Argentina de hoy, nada de esto sucede.

En las vísperas de la fecha patria se habla de todo, menos de los asuntos más graves e importantes para la supervivencia de la misma. Vergonzosamente, se habla de fútbol, como si el triunfo en un simplicísimo partido de fútbol se jugara el destino nacional; se habla de política, como si fueran la política y los políticos por quienes vino a la existencia la Patria, y como si fuera por ellos que subsiste; se habla de deportes, de moda, de frivolidades televisivas -cuando no de basura televisiva-; se habla del clima, de accidentes de tránsito, de noticias policiales, pero no se habla de la Patria, de sus asuntos urgentísimos, y mucho menos se la honra.

Y luego, a los actos patrios se los convierte en vergonzosos mítines proselitistas, en donde el gobernante de turno, esquivando el Te Deum o asistiendo a él, no para adorar y dar gracias a Dios Uno y Trino, y encomendarle los destinos de la Patria, sino para obtener réditos políticos, tanto con su ausencia como con su presencia.

Fray Francisco de Paula Castañeda decía que el 25 de Mayo debía amanecer como un día sagrado, y que ese día, que era un día “augusto, soberano, sagrado”, por venir de Dios, debíamos postrarnos ante los altares, para dar gracias a Dios, porque esa obra no era nuestra, sino suya.

Lo mismo debemos decir del 9 de Julio, pues no es más que la continuación, profundización, afirmación y realización de los nobles ideales criollos del 25 de Mayo.

También el 9 de Julio debe entonces amanecer para nosotros como un día “augusto, soberano, sagrado”, y también debemos postrarnos ante los altares, para dar gracias a Dios Uno y Trino por el don de la Independencia, pero a esta acción de gracias, debemos agregarle una petición: que nos otorgue la luz necesaria para honrar a la Patria como ella se lo merece, para no desvirtuar el Día dedicado a su memoria y a su honor, para tener lucidez y afrontar los graves desafíos y problemas que la acucian día a día, y que la amenazan en su misma subsistencia.

Pero además de agradecer por la Independencia del 9 de Julio, debemos pedir también la ayuda celestial para lograr otra independencia, la independencia no ya de potencias extranjeras que amenazan el territorio, los bienes materiales, y las vidas de los que componen la nación, sino de los poderes oscuros de las tinieblas, y de sectas tenebrosas, que gobiernan en las sombras contra los intereses vitales nacionales y patrios, pero sobre todo contra las almas, buscando su perdición.

Y esa independencia, esa fuerza sagrada que nos libera de las garras del mal, personificado en el ángel caído, sólo viene de la cruz de Jesucristo, por intercesión de la Virgen de Luján.

[1] Cfr. Furlong, G., Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.

lunes, 20 de junio de 2011

La Bandera Argentina es el Manto de la Inmaculada Virgen de Luján



Ven, Purísima Concepción, Señora Dueña de la Argentina, y Defiende a tus hijos de los ataques del maligno, cubriéndolos con tu Manto celeste y blanco.
Ven, Madre nuestra, Reconquista los corazones de los habitantes de esta tierra Argentina, que te pertenece desde sus inicios.
Ven, Virgen Santísima, Inmaculada Concepción, y planta tu real insignia, tu Manto celeste y blanco, en las almas de tus hijos argentinos.
Ven, Madre de Dios, Virgen de Luján, y derriba las banderas idolátricas que ensombrecen el horizonte de la Nación, y enarbola los colores celeste y blanco de tu Manto de Purísima Concepción.
Ven Estrella Purísima de la mañana, Tú que anuncias la llegada del Nuevo Día y del Sol de justicia, Tu Hijo Jesucristo, y disipa las tinieblas que cubren nuestra Patria.
Ven, Virgen Purísima de Luján, defiéndenos del Maligno, cubre a tus hijos con tu Manto celeste y blanco, y condúcenos a la Patria celestial, el seno de Dios Trinidad.
Las banderas nacionales son un reflejo del pensamiento y del sentimiento de un pueblo, pero también representan lo más característico de una nación. En la bandera nacional está representado y simbolizado el ser más auténtico y profundo de toda una nación, y por esto mismo, porque representa al ser nacional, todo el pueblo se siente representado y reflejado en esa bandera. En la bandera nacional se aglutinan y condensan las vivencias más significativas e importantes de la nación, aquellas que dieron origen a su ser nacional, las que forjaron y fraguaron el ser de la nación, en los inicios históricos de la existencia de un pueblo.
Todas las naciones surgieron por un hecho histórico trascendente –o también, por una serie de hechos históricos-, el cual queda plasmado en la insignia nacional, de modo tal que las generaciones sucesivas, al contemplarla, traigan a la memoria la gesta del pasado, de la cual nacieron, y con sus corazones honren y veneren en el presente a la Patria a la que pertenecen, y juren defenderla con sus vidas hasta el fin.
Una bandera nacional, entonces, no es nunca un símbolo vacío, sino un símbolo cargado de riqueza histórica y de valores trascendentes, que despiertan en el hombre sus sentimientos más nobles y profundos.
Muchos han dado sus vidas por sus banderas, no por el lienzo, obviamente, sino porque sus colores y sus figuras representan la génesis, el presente y el futuro del ser nacional, y en ellos están representados elevados valores humanos y los hechos históricos que originaron a la nación.
Así, en la bandera de EE.UU., por ejemplo, “el blanco simboliza su color de piel e inocencia, el rojo sangre y valor, y el azul el cielo, perseverancia y justicia” (…) La bandera de Estados Unidos de América consta de trece barras horizontales, siete rojas y seis blancas, y un rectángulo azul en el cantón con cincuenta estrellas blancas. Las barras representan a las trece colonias originales que se independizaron del Reino Unido y las estrellas a los estados que forman la Unión”[1].
Cuando leemos acerca de la bandera de México, se lee lo siguiente: “El Escudo Nacional de México (…) consiste en un águila real devorando a una serpiente (…) está basado en la leyenda azteca que cuenta cómo su pueblo vagó por cientos de años en el territorio mexicano buscando la señal indicada por sus dioses para fundar la ciudad de Tenochtitlán (la actual Ciudad de México), donde vieran a un águila devorando a una serpiente”[2].
En el primer caso, la bandera destaca las virtudes, además del cielo cosmológico, y están representadas las colonias que iniciaron la independencia; en el segundo caso, una leyenda inmemorial, según la cual los dioses señalarían el lugar de la fundación de la ciudad emblemática de la nación, que debía ser en donde encontraran a un águila devorando una serpiente.
Virtudes humanas en un caso, leyenda mitológica pre-hispana, en el segundo.
En el caso de la Bandera Argentina, no hay nada de esto, sino algo infinitamente más sublime.
Abundantes pruebas historiográficas, demuestran que la Bandera Argentina, creada por el General Manuel Belgrano, lleva los colores del manto de la Inmaculada Virgen de Luján, de quien Belgrano era ferviente devoto.
Como antecedente a la creación mariana de la Bandera Nacional, existen una serie de datos históricos que avalan esta tesis, según el historiador Vicente Sierra[3], de quien tomamos la siguiente recopilación:
“Cuando el rey Carlos III consagró España y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la Virgen principal Patrona de sus reinos; creó también la Orden Real de su nombre, cuyos caballeros recibían, como condecoración, el medallón esmaltado con la imagen azul y blanca de la Inmaculada, pendiente al cuello de una cinta de tres franjas: blanca en el medio, y azules a los costados.
El artículo 40 de los estatutos de la Orden, retomados en 1804, dice: ‘Las insignias serán una banda de seda ancha dividida en tres franjas iguales, la del centro blanca y las dos laterales de color azul celeste”[4].
Según este dato, entonces, ya desde la época del rey Carlos III, tanto España como las Indias, estaban consagradas a la Virgen, en cuyo honor se crea la Orden Real de la Inmaculada, que lleva los colores azul y blanco.
Avanzando un poco más en el tiempo, Sierra trae un dato tomado de Bartolomé Mitre: “Mitre dijo que los colores nacionales blanco y azul celeste pudieron ser adoptados ‘en señal de fidelidad al rey de España, Carlos IV, que usaba la banda celeste de la Orden de Carlos III, como puede verse en sus retratos al óleo… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia’. El artículo IV de los estatutos de dicha orden, decretados en 1804, dice: ‘Las insignias… serán una banda de seda ancha dividida en tres fajas iguales, la del centro blanca, y las dos laterales de color azul celeste’. Augusto Fernández Díaz recuerda que, cuando en el último ensayo de gobierno republicano en España, se acordó cambiar la bandera rojo y gualda por otra de tres franjas: rojo, gualda y morado, Miguel de Unamuno, entonces diputado, dijo: ‘…Bandera monárquica podríais acaso llamar a la celeste y blanca de los Borbones de la casa española, cuyos colores son también los de la República Argentina y los de la Purísima Concepción”[5].
Otro antecedente mariano de la Bandera Nacional como signo distintivo de Argentina, aparece en la Reconquista de Buenos Aires, en donde las tropas patriotas se identifican con la imagen de la Inmaculada Concepción. Dice así otro historiador, Aníbal Rottjer:
“Si bien la escarapela azul y blanca no se usó en 1810, y sólo aparece al año siguiente, como distintivo de la Sociedad Patriótica; sus colores habían adquirido una especial significación, por haberlos usado los voluntarios que prepararon la Reconquista, y que, reunidos en Luján, combatieron luego en la Chacra de Perdriel. Las crónicas de Luján nos hablan del ‘Real pendón de la Villa de Nuestra Señora, bordado en 1760 por las monjas catalinas de Buenos Aires. En él había dos escudos: uno con las armas del rey y otro con la imagen de la Pura y Limpia Concepción de María Santísima, singular patrona y fundadora de la villa’. El Cabildo de Luján entregó este estandarte a las tropas de Pueyrredón, ‘como su mejor contribución para el servicio y la defensa de la Patria’. Después de implorar el auxilio de la Virgen, y usando, como distintivo de reconocimiento, los colores de su imagen, por medio de dos cintas anudadas al cuello, una azul y otra blanca, y que llaman de la medida de la Virgen, porque cada una medía 38 centímetros, que era la altura de la imagen de la Virgen de Luján; los 300 soldados improvisados se lanzan al ataque contra 700 veteranos de Beresford, y mueren en la acción tres argentinos y veinte británicos.
Los dispersos se unen más tarde a las fuerzas de Liniers, y obtienen, días después, la victoria definitiva, que se atribuyó oficialmente a la intervención de la Virgen María, como consta en las actas del Cabildo de 1806.
Estos colores los conservaron los húsares de Pueyrredón en la Defensa, durante las jornadas de julio de 1807”[6].
Como se puede ver claramente, los patriotas argentinos, que se levantan en armas para combatir al invasor inglés, se identifican con los colores celeste y blanco y con la imagen de la Inmaculada Concepción.
Tal es la identificación de con la Madre de Dios, y con los colores de su manto, que el Coronel Domingo French, en una proclama en Luján, el 25 de septiembre de 1812, dice así: “¡Soldados! Somos de ahora en adelante el Regimiento de la Virgen. Jurando nuestras banderas os parecerá que besáis su manto. …Al que faltare a su palabra, Dios y la Virgen, por la Patria, se lo demanden”[7].
Continúa aportando datos históricos Aníbal Rottjer, relativos a los reyes de España, y también al General Belgrano, que muestran la devoción a la Inmaculada Concepción: “Carlos III, Carlos IV y Fernando VII vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con el camafeo de la Inmaculada, y el manto real lucía estos mismos colores, como puede observarse en los retratos que adornan los salones del escorial y el palacio de Oriente en Madrid, donde se custodian también las condecoraciones con la cruz esmaltada en blanco y celeste.
Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las universidades de Salamanca y de Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que Belgrano, al recibirse de abogado, juró ‘defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las Españas’, y que, al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta fundamental de la institución que la ponía ‘bajo la protección de Dios’ y elegía ‘como Patrona a la Inmaculada Virgen María’, cuyos colores, azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba el frente del edificio”[8].
Otro historiador, el P. Guillermo Furlong, profundiza en la devoción mariana del General Belgrano, y la relaciona con la creación de la insignia nacional: “…al fundarse el Consulado en 1794, q1uiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de dicha institución monárquica constara de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional, ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las que tuvo en 1794? El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo, confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto’”[9].
El P. Salvaire también da testimonio de la devoción mariana del General Belgrano, en particular a la advocación de la Virgen de Luján, como antecedentes inmediatos a su particular elección de los colores de la Bandera Nacional: “Al emprender la marcha (hacia el Paraguay) pasa (Belgrano) por la Villa de Nuestra Señora de Luján donde se detiene para satisfacer el deseo que le anima de poner su nueva carrera y las grandes empresas que idea su mente, bajo la protección de la milagrosa Virgen de Luján. Manda, al efecto, celebrar en ese Santuario una solemne misa en honor de la Virgen a la que asiste personalmente, a la cabeza del Ejército de su mando, y robusteciendo su corazón con el cumplimiento de este acto religioso, prosigue lleno de fe y de esperanza el camino que le trazara el deber y el honor”[10].
El historiador Eizaguirre nos brinda los testimonios de un cabildante de Luján, y del hermano de Belgrano, que confirman que la creación de la Bandera Nacional fue un acto de devoción mariana y de amor a la Purísima Concepción de la Virgen: “José Lino Gamboa, antiguo cabildante de Luján, juntamente con Carlos Belgrano, hermano del General, afirmó que: ‘Al dar Belgrano los colores celeste y blanco a la bandera patria, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto por haberse amparado a su Santuario de Luján’”[11].
Por último, en el mismo sentido, Aníbal Rottjer: “El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: ‘Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’. Y en este sentido se han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados historiadores”[12].
De esta manera, vemos cómo nuestra enseña nacional, al llevar los colores de la Inmaculada Concepción, representa mucho más que valores humanos, o que leyendas mitológicas: representa nuestro ser nacional, cristiano y mariano. Al ver la Bandera, vemos el Manto de la Inmaculada de Luján, y así, ser argentinos y ser marianos, ser patriotas y ser hijos de la Virgen, es para nosotros una misma y única cosa.
Debido entonces a que la Virgen María, en su advocación de Inmaculada Concepción, y de Virgen de Luján es, comprobadamente, la Patrona y Dueña de estas tierras argentinas, ya que nuestra Nación se identifica con los colores de su Manto, a Ella, la Virgen de Luján, nuestra Madre del cielo, de quien orgullosos llevamos su Manto, que hemos tomado como enseña Patria, le decimos:
Ven, Purísima Concepción, Señora Dueña de la Argentina, y Defiende a tus hijos de los ataques del maligno, cubriéndolos con tu Manto celeste y blanco.
Ven, Madre nuestra, Reconquista los corazones de los habitantes de esta tierra Argentina, que te pertenece desde sus inicios.
Ven, Virgen Santísima, Inmaculada Concepción, y planta tu real insignia, tu Manto celeste y blanco, en las almas de tus hijos argentinos.
Ven, Madre de Dios, Virgen de Luján, y derriba las banderas idolátricas que ensombrecen el horizonte de la Nación, y enarbola los colores celeste y blanco de tu Manto de Purísima Concepción.
Ven Estrella Purísima de la mañana, Tú que anuncias la llegada del Nuevo Día y del Sol de justicia, Tu Hijo Jesucristo, y disipa las tinieblas que cubren nuestra Patria.
Ven, Virgen Purísima de Luján, defiéndenos del Maligno, cubre a tus hijos con tu Manto celeste y blanco, y condúcenos a la Patria celestial, el seno de Dios Trinidad.



[3] Sierra, V., Historia de la Argentina, Ediciones Garriga Argentina, Tomo V, 1962, L. III, cap. II.
[4] Cfr. Rottjer, A., El general Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 62.
[5] Cfr. Sierra, o. c.
[6] Cfr. Rottjer, o. c., 61-62.
[7] Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; en P. Salvaire, J. M., Historia de Nuestra Señora de Luján, Tomo II, 1885, 268ss.
[8] Cfr. Rottjer, o. c., 62-63.
[9] Furlong, G., Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires 1974, 35-36.
[10] Salvaire, o. c., 262-263.
[11] Eizaguirre, J. M., La Bandera Argentina, Peuser, Buenos Aires 1900, 43.
[12] Rottjer, ibidem, 66.

martes, 14 de junio de 2011

¡Nunca nos rendimos y jamás nos rendiremos: las Malvinas son Argentinas!

Soldados argentinos saludan
a la Bandera Nacional
el 2 de Abril de 1982
en nuestras Islas Malvinas.

El 14 de Junio de 1982, el invasor inglés tomó Puerto Argentino, luego de duros combates con las fuerzas argentinas desplegadas en las Islas.

En un papel firmado por el Comandante de las fuerzas Británicas, General Jeremy Moore, y el General Mario Benjamín Menéndez, Gobernador de las Islas Malvinas, quedó decretado y firmado el alto del fuego.

Pero la sangre de los soldados argentinos que dieron sus vidas por la Patria, sangre que regó el suelo malvinense, sumada a la inapreciable valentía y heroísmo de quienes combatieron, y de quienes estaban dispuestos a hacerlo, dice otra cosa: “¡Nunca nos rendimos y jamás nos rendiremos! ¡Las Islas Malvinas son Argentinas!”.

Sepultados sus cuerpos en el fondo del mar y en la turba de Malvinas, los tripulantes del Belgrano y los heroicos soldados argentinos que murieron por defender a su Patria del agresor, gritan a los hombres, a las naciones y a la historia: “¡Nunca nos rendimos y jamás nos rendiremos! ¡Las Islas Malvinas son Argentinas!”.

Los héroes argentinos descansan con sus cuerpos, en el fondo del mar, o en el suelo de las Islas, pero sus almas están en lo alto, en el cielo, haciendo guardia junto a las estrellas, y desde allí nos repiten, una y otra vez: “¡Nunca nos rendimos y jamás nos rendiremos! ¡Las Islas Malvinas son Argentinas!”.

jueves, 9 de junio de 2011

Homenaje a un héroe de la Patria


El Contraalmirante Carlos Robacio estuvo a cargo del Batallón de Infantería de Marina que continuó combatiendo en las Islas aún después de que la Argentina se rindiera. Fue reconocido como uno de los grandes jefes en batalla.

Durante su participación en la Guerra de 1982, tuvo a su cargo a 700 efectivos de la Marina y a 200 soldados del Ejército en los combates en Monte Tumbledown, Sapper Hill y Monte William.

Aún hoy son recordadas sus tropas porque no pudieron ser derrotadas por los ingleses, y combatieron hasta que se les agotaron las municiones, aún después de la caída de Puerto Argentino y tras recibir la orden de rendición.

Tal fue su intervención en el conflicto armado, que los británicos destacaron en un documental que las fuerzas más difíciles de enfrentar en las Islas fueron las comandadas por Robacio.

Por su desempeño, Robacio fue galardonado con la medalla al Valor en Combate y el propio Batallón de Infantería de Marina 5 fue condecorado por el Congreso, en el año 2002.

Robacio falleció el pasado 29 de mayo en el Hospital Español de Bahía Blanca, luego de 76 años dedicados al servicio de la Patria.

Cuando la oscuridad se abate sobre los hombres, y las tinieblas no permiten distinguir lo bueno de lo malo; cuando ante la vista de tanta iniquidad, el ánimo pareciera sucumbir; cuando el ladrón corre impune por las calles, seguro de que nadie habrá de detenerlo en sus tropelías; cuando la traición a la Patria se enmascara y se oculta detrás de altos puestos políticos y militares; cuando los enemigos de Dios, de la Patria y de los argentinos, son tan numerosos como los granos de arena de una playa; cuando estos mismos enemigos, insolentes, se jactan a cara descubierta de su perversidad, de su felonía, y de su iniquidad; cuando estos enemigos, amparados en la inacción de los buenos, se envalentonan en su osadía y se vuelven cada vez más insolentes contra Dios y la Patria; cuando lo malo es presentado como bueno, y lo bueno como malo; cuando la desviación de la naturaleza es proclamada como “derecho humano”; cuando los enemigos de la Patria, los piratas y bucaneros de siempre, aferran la presa más preciada de la Patria con sus garras de bestia infernal, y parecen estar seguros de su malhabido botín; cuando el Invasor profana, día a día, el suelo sagrado de la Patria, en codiciosa y avara búsqueda de oro de roca y lana de oveja; cuando la Patria gime y llora, desconsolada, viendo que sus hijos se divierten en loco festín, en vez de acudir en su ayuda; cuando la Patria desgarra su corazón, al ver que sus hijos la reemplazan por un estadio y la abandonan por un televisor de plasma, en vez de dedicar sus vidas y su tiempo a rescatarla de sus enemigos, internos y externos; cuando la Patria, nacida de Dios como un preciado don, es sustituida por el internacionalismo mercantilista, que deposita su corazón en el oro; cuando el amor a la Patria es reemplazado por la ideología materialista y hedonista; cuando la Cruz y el Altar, que dieron origen a la Patria, son olvidados y sustituidos por la náusea del neo-paganismo…

…Cuando todo es tinieblas y confusión, aparece el héroe.

El héroe es a la Patria lo que el santo a la Iglesia: una manifestación de su bondad intrínseca, y un resplandecer de su magnífico esplendor. El héroe es el santo que todavía no ha sido canonizado; el santo es el héroe que ha subido un escalón más en la gloria, la gloria del altar, la gloria del cielo. El héroe es el santo secular, y el santo es el héroe glorificado. Uno y otro han dado sus vidas no por un ideal, en el sentido abstracto de la palabra, sino por un ideal concreto, real: el héroe, por la Patria; el santo, por Cristo Dios. El santo, desde su lugar en las estrellas, tiende la mano al héroe, para que éste comparta con él su lugar de honor, y juntos adoren, en la alegre eternidad, al Dios Verdadero, el Dios Uno y Trino.

El héroe es el Jefe de Infantería de Marina Contraalmirante Carlos Robacio -y junto con él, los valerosos soldados argentinos que combatieron hasta el último cartucho. Robacio y sus soldados, orgullo de la Nación, no pensaron jamás en arriar la Bandera Nacional, y nunca conocieron la palabra “rendición”, asombrando a propios y enemigos: “Todos los hombres que lucharon en Malvinas fueron muy valientes y no hay registros en el siglo XX de unidades que hayan sido bombardeadas durante 44 días y hayan combatido durante dos meses, sin relevo”, afirma, orgulloso, el mismo Robacio.

Según sus propias palabras, él era un “hombre con miedo”, que “tenía miedo al cruzar la calle”, como lo tenemos todos los seres humanos: "Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hombre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle”.

Pero ese miedo desaparecía, como el humo al viento, cuando entraba en batalla en Malvinas. Y los que comenzaban a tener miedo eran sus enemigos, como ellos mismos lo afirman, según el testimonio del mismo Robacio, citando una carta del comandante del grupo mercenario conocido como “gurkas” dirigida a él, en la que le afirma que nunca jamás “pasaron tanto miedo” como cuando se enfrentaron a sus tropas.

Pero seríamos injustos, en este humilde homenaje –a él, y en él, a los bravos soldados argentinos que no se rindieron ante el invasor-, si le diéramos todo el crédito a él, y si sólo lo homenajeáramos a él, porque quien le quitó el miedo, y le infundió valentía y coraje, al tiempo que infundía miedo en sus enemigos, era Dios: “No pude tener miedo porque creo que Dios no me dejó tenerlo y la preocupación por mis hombres, su entrega, obviamente, no me podían permitir el privilegio de tener miedo. Además, estábamos convencidos de que peleábamos por lo nuestro".

Carlos Robacio y sus soldados no peleaban por oro, ni por plata; peleaban por “lo nuestro”: la Patria, la Cruz y el Altar.

A Dios le debemos el hecho de que en el horizonte arrasado de la Patria, en medio de los escombros y del humo del incendio, surgiera la figura valerosa, intrépida, majestuosa, del héroe Carlos Robacio, y de sus bravos soldados argentinos, que no se rindieron en las Islas Malvinas.

Este honor, este orgullo santo y patrio, este solaz en medio de la desolación, esta agua fresca de manantial, en medio del desierto más atroz, se lo debemos a Dios, el Dios que suscita héroes y santos, al infundirles de su propia vida, porque Él es el Dios Tres veces Santo, y es el Dios heroico que se encarnó y murió en cruz por nosotros.

Y a Él, entonces, debemos agradecer por tan inmenso don, e implorar y suplicar, pidiéndole a través de Nuestra Señora de Malvinas, y a través del Ángel Arcabucero, el Ángel Custodio de Argentina, que suscite no uno, sino cientos, miles, millones de Carlos Robacio, para que nuestra amada Patria, nacida a la sombra de la Cruz del Redentor, y cobijada en su nacimiento por el Manto Inmaculado de la Inmaculada Virgen de Luján, resplandezca ante los hombres, y sea un anticipo de la Patria celestial.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El 25 de Mayo es un día augusto, soberano, memorable, sagrado



El 25 de Mayo
es un día
augusto, soberano,
memorable, sagrado.
No es un día para pasear
ni divertirse.
Es el día para recordar
a nuestra Patria terrena,
figura
de la Patria celestial.

¿Qué hacer un 25 de Mayo? El 25 de Mayo, tal como se ha hecho costumbre de un tiempo a esta parte, ¿es simplemente un día feriado más? La mayoría lo toma como un día de descanso, como un día para pasear, para hacer deportes, para hablar de política... ¿Qué hacer el 25 de Mayo? ¿Es así, como lo vive la mayoría, un simple día feriado más en el calendario? ¿O, por el contrario, tiene un significado más profundo? ¿Qué relación tiene con mi vida personal? ¿Qué es el Veinticinco de Mayo? ¿Es una obra nuestra, o es una obra de Dios? Si es una obra de Dios, ¿cómo agradecérselo?
Para encontrar respuestas a estas preguntas, debemos remitirnos a los Padres fundadores de la Patria, uno de los cuales es el P. Francisco de Paula Castañeda: por ser un testigo presencial de los hechos de Mayo, y por tener una visión sobrenatural, es un testigo calificado, y su testimonio se prolonga, con toda su veracidad, hasta nuestros días. Dice así el P. Castañeda: “...en este día, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”[1].
¿Qué es? “(...) el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio... (...) el día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre. Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”[2].
¿Es obra nuestra, o de Dios? “Por nuestra parte, ninguna cosa buena hemos hecho (...) y aún la del 25 de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios”[3].
El Veinticinco de Mayo, entonces, no es un día cualquiera, no es un feriado más, no es un día para sólo descansar. Es un día “augusto, soberano, memorable, sagrado”, que amanece sobre nuestros días como un sol que alumbra a nuestra Nación. Es un día grandioso, una obra de Dios, que por ser de Dios, proyecta su luminosidad sobre nuestros días.
¿Cómo agradecer a Dios por un día tan memorable? Nada mejor que con el único sacrificio de alabanza que le es grato, el sacrificio en cruz de nuestro Señor Jesucristo, el mismo de hace dos mil años, renovado sobre el altar. Ofrecemos a Dios Trino el sacrificio del altar en acción de gracias por el Veinticinco de Mayo, por nuestros próceres, por nuestra Patria, por nuestra Bandera –que es el Manto de la Inmaculada Concepción, y no los colores del cielo, como enseña la historiografía liberal-, y por nuestra religión, y en sus manos de Hombre-Dios ponemos nuestras vidas y la vida entera de nuestra Nación.



[1] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[2] Cfr. Castañeda, ibidem.
[3] Cfr. Castañeda, ibidem.