El Cristo de los Congresales es el Verdadero Padre de la Patria Argentina nacida el 9 de Julio de 1816
Muchos piensan
equivocadamente que la Independencia Argentina fue una Revolución en contra de
España, una especia de traición contra nuestra Madre Patria España, contra su
Religión, contra su cultura, su idioma, su tradición. Los hechos históricos y
los verdaderos patriotas, contemporáneos de las gestas patrias, nos dicen lo
contrario. Tanto los hechos del 25 de Mayo de 1810, como los del 9 de Julio de
1816 en Tucumán, demuestran que los patriotas demostraron una nobleza tal que
los argentinos estamos y estaremos orgullosos hasta el fin de nuestros días por
sus actos tan nobles y valientes, pues, como dice Fray Castañeda,
constituyeron, no una revolución, sino, al mismo tiempo que un gesto de lealtad
al Rey de España y a España, un valeroso gesto de autonomía y de asunción de
autogobierno, tal como lo dictaban las leyes de la Madre Patria España de aquel
entonces, hechos que impidieron que estas tierras amadas cayeran en manos de
las garras del usurpador inglés.
El General Don José de
San Martín, declarado Padre de la Patria, había visto preclaramente el peligro
que se cernía sobre la Patria naciente si no se declaraba la Independencia
prontamente en el Congreso de Tucumán -además de la independencia política, San
Martín había declarado expresamente que no se tocase la Religión Católica ,
herencia de la Madre Patria España- pues veía, con claridad profética, cómo los
enemigos de la Patria naciente, tanto internos como externos, querían
repartirse sus despojos e imponer otra religión, otras lenguas, otras
costumbres, aún antes de haber nacido nuestra Patria Argentina y este enemigo
era Inglaterra -y también Francia-, con sus aliados internos, los traidores
liberales criollos.
Para el año1816, era por
lo tanto urgente la declaración de la Independencia, pues los enemigos internos
y externos de la Patria, no habían sido conjurados y estos conspiraban sin
descanso, atentando contra la integridad de la misma, así como los piratas
conspiran para repartirse un botín mal habido. Dice así un autor, desvelando
las intrigas de los infames traidores de la Patria que pretendían entregarla a
los ingleses: “Inaugurado el período de la Asamblea del Año XIII, (1812 a
1815), si bien se decretan fundamentales libertades civiles, los alvearistas,
sujetos a la tutela inglesa, postergan el grito de independencia a fin de no
comprometer sus designios de política internacional antinapoleónica. Es época
de sucesivas misiones diplomáticas ante la Corona Inglesa y sus representantes.
Así, una carta de Alvear, entregada por Manuel José García al representante
británico en Río de Janeiro y al ministro de Relaciones Exteriores de
Inglaterra, suplicaba ignominiosamente: “En estas circunstancias solamente la
generosa nación británica puede poner un remedio eficaz a tantos males,
acogiendo en sus brazos estas provincias que obedecerán a su gobierno y
recibirán sus leyes con el mayor placer...Estas provincias desean pertenecer a
Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo
poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y la buena
fe del pueblo inglés y yo (Alvear, N. del R.) estoy dispuesto a sostener tan
justa solicitud para librarla de los males que la afligen. Es necesario que se
aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y
un jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del
beneplácito del rey y de la Nación” .
Cuando se contemplan
estos infames designios de entrega traicionera de la Patria Argentina a
Inglaterra por parte de Alvear, resalta aún más el patriotismo y la nobleza de
los Patriotas de Mayo de 1810 y de Julio de 1816, pues actuaron en fidelidad a
España y por amor a la Patria Argentina, para no entregarla a los bucaneros
ingleses y a los traidores criollos alvearistas.
Por su parte, el General
Don José de San Martín, consciente de los gravísimos peligros que acechaban a
la Patria, y describiendo a los enemigos internos, los liberales, como “hombres
infernales”, habría de animar, en una carta escrita en abril de 1816 y dirigida
a los congresales reunidos en Tucumán, a dar de una vez el paso decisivo de
declarar la Independencia, es decir, de concretar lo iniciado el providencial y
glorioso 25 de Mayo de 1810, y lo hacía de esta manera: “¡Hasta cuándo
esperaremos a declarar nuestra independencia! ¡No le parece a Usted una cosa
bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último
hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos! ¿Qué nos
falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender
cuando estamos a pupilo? Los enemigos, y con mucha razón, nos tratan de
insurgentes, pues nos declaramos vasallos... ¡Ánimo, que para los hombres de
coraje se han hecho las empresas!” .
Estos dos deseos del
Padre de la Patria –la Declaración de la Independencia y el conservar para la
Patria Naciente la gloriosa Religión Católica- se verían plasmados para dicha
de los argentinos en el Congreso de Tucumán, porque la Independencia de la Nación
Argentina se declaró a los pies del Cristo de los Congresales -un hermoso
Crucifijo tallado en madera policromada del Siglo XVIII donado por los
Franciscanos-, con lo que se puede afirmar con toda veracidad que el nacimiento
y la unidad de la Nación Argentina fueron sellados con la Sangre del Redentor,
Nuestro Señor Jesucristo. No fue una casualidad que el Cristo de los
Congresales presidiera la firma de la Declaración de la Independencia de la
Nación Argentina, ni que 13 de sus congresales fueran sacerdotes: fue Nuestro
Señor quien selló, con la Sangre Preciosísima de su Cruz, tanto el nacimiento
como la unidad de la Nación Argentina.
Anteriormente, en 1810,
el Padre Castañeda se había expresado acerca del origen providencial y divino
de la independencia política –aunque no religiosa ni cultural- de España -por
lo que el Congreso del 9 de Julio de 1816 venía a ser la cristalización del
noble gesto del 25 de Mayo de 1810, tanto de adhesión filial a la corona
española, como al mismo tiempo, de asunción del gobierno autónomo por parte del
pueblo soberano del Virreinato-; por lo tanto, si es como dijo el Padre
Castañeda, que “la obra del 25 de Mayo no fue obra nuestra, sino de Dios” ;
entonces también podemos decir, con toda certeza, que la obra del 9 de Julio de
1816, no fue obra nuestra, no fue obra humana, sino obra divina, fue obra del
Hombre Dios Jesucristo, fue obra del Señor Jesús, Dios Nuestro Señor, porque la
firma de la Independencia se realizó a los pies de su Cruz Sacrosanta: fue el
Cristo de los Congresales Quien presidió el nacimiento de la Nueva Nación
Argentina el 9 de Julio de 1816.
Hoy, cuando la Patria
atraviesa gravísimos momentos, pues se encuentra acechada por quienes buscan
demoler sus cimientos, implementando leyes inicuas -la ley genocida del aborto,
que asesina cruelmente a generaciones enteras de niños argentinos en el vientre
de sus madres- y contrarias a la naturaleza -la antinatural ideología de
género, contraria a la biología, a la medicina y a la ciencia médica-, resulta
imperioso postrarnos ante el Cristo de los Congresales, para que su Sangre
Preciosísima, la misma Sangre que selló el nacimiento y la unidad de nuestra
Nación, se derrame sobre nuestras almas y sobre nuestra Patria, para que nos
perdone nuestros muchos pecados, para que nos purifique y nos santifique y nos
libre de todo mal y nos eleve a todos los argentinos a los más altos grados de
santidad y nos conceda el don de la paz, de la Verdad que nos hace libres, de
la justicia, del bien, de la fraternidad, dones que solo provienen del Ser
trinitario divino y de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Sólo así,
con la Sagrada Cruz de Nuestro Señor, plantada en el corazón de la Patria,
arropada con el Manto celeste y blanco de la Imaculada de Luján y protegida por
el Ángel Custodio de Argentina, Nuestra amada Patria Argentina marchará segura
por el Camino de la Cruz hacia la feliz eternidad en el Reino de los cielos.
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