Nuestra Señora de Malvinas

martes, 23 de septiembre de 2014

Nuestra Señora de la Merced


 
El General Belgrano entrega el bastón de mando a Nuestra Señora de la Merced,
luego de la Batalla de Tucumán
(24 de septiembre de 1812)


         El 24 de septiembre de 1812, el General Belgrano obtuvo una contundente victoria en el denominado “Campo de las Carreras”, al derrotar en la Batalla de Tucumán” al ejército realista. Una vez finalizado el combate, reconociendo el General que la victoria no se debía ni a su genio militar –que sí lo tenía- ni a la valentía de sus soldados –que sí lo eran-, sino a la intervención directa y personal de la Madre de Dios, a quien él le había pedido protección y ayuda, le concedió, como reconocimiento público de esta intervención, le otorgó su bastón de mando, nombrándola al mismo tiempo, como “Generala del Ejército Argentino”. Desde ese momento, la Virgen posee ese cargo en el Ejército, y por eso mismo es transportada en una cureña militar los días 24 de septiembre, además de ser escoltada por efectivos uniformados.
         Puesto que los hijos de la Patria están siempre llamados a imitar a sus próceres, también nosotros, los argentinos del siglo XXI, estamos llamados a imitar el gesto mariano del General Belgrano que, lejos de ser un mero impulso humano o un gesto meramente afectivo, se trató de un verdadero acto de devoción mariana, al igual que la creación de la Bandera Nacional, puesto que la creó tomando los colores del manto de la Inmaculada Concepción, como forma de honrarla, y si fue un acto de devoción mariana, entonces fue una gracia, y si fue una gracia, entonces fue una inspiración divina. En otras palabras, fue la misma siempre Virgen María en Persona, la Madre de Dios, la que llevó al General Manuel Belgrano confiarle a Ella el resultado de la batalla, así como fue Ella quien le sugirió, por órdenes del cielo, que nuestra enseña nacional tuviera los colores del manto de la Inmaculada Concepción. El General Belgrano fue dócil a la voz celestial de la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Merced, y le confió el resultado de la batalla y el triunfo contra el circunstancial enemigo, entregándole el bastón de mando del Ejército del Norte, como signo público y visible del reconocimiento de su intervención maternal en favor de las fuerzas patriotas. Además, es sabido que durante la Batalla del Campo de las Carreras, ocurrió el llamado “milagro de las langostas”, una aparición repentina e inexplicable de langostas que, además de contribuir al triunfo de las armas patriotas, ayudó a que el número de bajas de ambos lados fuera sensiblemente menor. Un protagonista y testigo presencial del hecho, así lo relata: “(…) Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los altoperuanos que les hacían la corte. Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques”.
         El mismo testigo presencial, narra así el histórico momento en el que el General Belgrano hace entrega del bastón de mando a la Virgen de la Merced, que a partir de entonces, pasa a llamarse también: “Virgen Generala”: “Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Éramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande. Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era “el sepulcro de la tiranía”. La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad. Había desobedecido al gobierno y se había salido con la suya contra un ejército profesional que lo doblaba en número y experiencia, pero el general no era vulnerable a esos detalles, ni al orgullo ni a la gloria. No se creía la pericia del triunfo. Le anotaba todo el crédito de la hazaña a esa Virgen protectora, y no tenía ni siquiera la precaución de disimularlo ante el gentío”.

         Como decíamos, como hijos de la Patria, estamos llamados a contemplar y a imitar a nuestros próceres, como el General San Martín y el General Belgrano, que por gracia de Dios, fueron católicos, y de modo particular, sobresalieron en su devoción a la Santísima Virgen. Nosotros, no tenemos un ejército a nuestro cargo y tampoco tenemos un bastón de mando para dárselo a la Virgen, y tampoco estamos librando una batalla con armas de fuego, como la librada en el Campo de las Carreras; sin embargo, sí formamos parte de la Iglesia Militante, la Iglesia de Dios, que lucha contra las fuerzas del infierno que buscan nuestra perdición y esa lucha durará hasta el fin de nuestros días; no tenemos un ejército a cargo y por lo tanto no tenemos un bastón de mando para dárselo a la Virgen, pero sí tenemos un alma para salvar y por eso le damos a la Virgen de la Merced, tal como lo hiciera el General Belgrano en el Campo de las Carreras, el bastón de mando de nuestras almas, para que sea Ella, la Victoriosa Virgen Generala, quien nos conduzca, de su mano, triunfantes, sobre nuestros enemigos de la oscuridad, al Reino de su Hijo Jesús, la Jerusalén celestial.

lunes, 18 de agosto de 2014

San Martín, Padre de la Patria católico


         Pocas naciones de la tierra pueden ostentar el hecho de que sus próceres que le dieron origen, sean católicos, como sí lo puede hacer la Nación Argentina, porque San Martín, el Padre de la Patria Argentina, fue católico y católico practicante, y no masón ni integrante de la masonería, tal como muchos pretenden erróneamente atribuírselo. La polémica no es indiferente, porque el masón pertenece a una sociedad secreta prohibida por la Iglesia Católica y por lo tanto, estaría excomulgado ipso facto, mientras que si no es masón, continuaría perteneciendo a la Iglesia, hasta que se demuestre lo contrario.
Existen abundantes pruebas, tomadas tanto desde las mismas filas de la masonería, como de la misma conducta pública de San Martín, que hacen imposible el hecho de que San Martín pertenezca a la masonería, al tiempo que hacen creíble el hecho de que su catolicismo haya sido un catolicismo sincero y veraz y no un catolicismo farisaico o de mera apariencia. Autores de gran valía intelectual, como por ejemplo, el historiador mendocino Enrique Díaz Araujo, sostienen que son los mismos masones quienes niegan que San Martín haya pertenecido alguna vez a la masonería, al tiempo que destacan la conducta de San Martín en el Ejército de los Andes, como el hecho de que mandara a rezar el Santo Rosario y a celebrar la Santa Misa, ambas cosas que no haría nunca un masón que se precie como tal, puesto que significan, el uno, honrar a la Virgen –el Rosario- y la otra, adorar a Dios Uno y Trino –la Santa Misa-, todo lo cual es lo que busca silenciar un masón, debido a sus principios laicistas. En otras palabras, San Martín no podría mandar a hacer públicamente lo que como masón estaría obligado a acallar, ya que se estaría contradiciendo a sí mismo y a sus mandantes de la logia masónica. San Martín, además, impone severas penas en el Ejército de los Andes, a todo aquel que “blasfeme el nombre de Dios”, lo cual también es contradictorio con su supuesta condición masónica. Dice así Díaz Araujo: “Al reglamento del ejército de los Andes en el Plumerillo, le pone una cláusula donde dice que el que blasfeme del nombre de Dios o de su amada Madre, la primera vez se le aplicarán treinta azotes en público, y la segunda vez, se le atravesará la lengua con un fierro caliente, y la tercera, será ejecutado directamente. Esas eran las sanciones que preveía el reglamento militar para el Plumerillo”. Con respecto a la forma de gobierno, continúa Díaz Araujo: “Cuando le pregunta Godoy Cruz qué sistema de gobierno había que adoptar en Tucumán le dice “Cualquiera”; no importaba mucho, pero “Cualquiera que no atente contra nuestra Santa Religión”, que eso es lo que importa.”. Es decir, la conducta pública de San Martín reflejaba una clara defensa de la religión católica, lo cual contrasta con los principios laicistas, liberales y agnósticos de la masonería, que pretende, por todos los medios, quitar la religión católica de la vida pública y, por supuesto, también de la vida privada y de las conciencias de los hombres. Además, hay que recordar que San Martín, al igual que Belgrano, tuvo gestos de devoción marianos de indudable inspiración divina –todo acto de devoción a la Virgen es una gracia de Dios-: Belgrano creó la Bandera Nacional tomando los colores del manto de la Inmaculada Concepción y le donó el bastón de mando a la Virgen de la Merced luego de la Batalla de Tucumán del 24 de Septiembre de 1812, además de hacer rezar la Santa Misa y el Rosario a la tropa y de hacerles imponer el Escapulario de la Virgen del Carmen antes de cada batalla, mientras que San Martín tuvo gestos de devoción marianos idénticos: les hacía rezar el Rosario, les facilitaba la celebración de la Santa Misa con capellanes militares, les hacía imponer el Escapulario del Carmen y, al igual que el General Belgrano, le entregó el bastón de mando a la Virgen, proclamándola Generala del Ejército de los Andes, todo lo cual, no haría un masón, ni en sus peores pesadillas.
La historia misma, y los hechos, verídicos, por lo tanto, se encargan de dar por tierra con las falsificaciones liberales de la historia, para dar paso a la verdad: San Martín, el Padre de la Patria Argentina –al igual que Belgrano, el creador de la Bandera Nacional-, fue católico y no masón, lo cual quiere decir que adoró a Jesucristo, el Hombre-Dios, fue un fiel devoto de la Virgen y que por lo tanto, en su empresa más trascendental, la de ser el Padre de la Patria, encomendada a él por la Divina Providencia, no fue guiado por la siniestra conjura de hombres sin Dios, sino por la luz de la cruz de Jesús; quiere decir, además, que San Martín se dejó llevar -como un niño tomado de la mano de su madre- por la Madre de Dios, a lo largo de toda su vida, pero no solo para cumplir la gesta que lo convertiría en el héroe más grande de Argentina y de América, el Paso de los Andes, sino ante todo, quiere decir que San Martín se dejaría guiar por la Madre de Dios para cumplir la gesta que lo convertiría en algo infinitamente más grande que ser un héroe y es el hecho de ser santo, porque con toda seguridad, San Martín, guiado por la luz de la cruz de Jesús y tomado de la mano de la Madre de Dios, cruzó más allá de la cima de los Andes y llegó más alto que las estrellas: llegó al Reino de los cielos, a la morada del Rey eterno, Jesucristo.
Es por esto que pocas naciones de la tierra tienen el honor de poseer un Padre de la Patria que es, a la vez, héroe y santo, como el General Don José de San Martín. Tener un Padre de la Patria que es héroe y santo es de fundamental importancia para una nación, porque en cierta manera, una nación queda sellada en su origen y así sus integrantes están llamados a imitar al arquetipo. Por gracia de Dios, en el origen de nuestro arquetipo, están la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción de María Santísima, porque Jesús y María fueron quienes iluminaron y guiaron al Padre de la Patria, Don José de San Martín, en el Cruce de los Andes y en el Paso a la Patria Eterna, la Jerusalén celestial, hacia la cual todos nos dirigimos. Tener un Padre de la Patria héroe y santo es un orgullo para todos los argentinos, pero también significa un compromiso, porque significa que estamos llamados a imitarlo en sus virtudes naturales y sobrenaturales, en su amor a la Patria, en su amor a la cruz y en su amor a la Virgen. En esto radica la importancia de saber por qué San Martín nunca fue masón y sí fue, en cambio, un católico practicante, un hijo fiel y devoto de la Santa Iglesia Católica.


martes, 8 de julio de 2014

El Cristo de los Congresales y la firma de la Declaración de la Independencia


         El Cristo de los Congresales y la firma de la Declaración de la Independencia
         Cuando se lee acerca de la historia de la redacción de los documentos oficiales españoles y del Río de la Plata del año 1816, el año de la Independencia de nuestra Nación Argentina, se observa que se colocaban “membretes y escudos para dotar de la mayor solemnidad posible a los procedimientos cuya instrucción y resolución se consideraban extremadamente importantes”[1].
         En el caso del Acta de la Independencia de la Nación Argentina, puesto que se trataba verdaderamente de “una instrucción y una resolución extremadamente importante”, era necesario que fuera el Acta fuera sellada con un sello real, lo cual, paradójicamente, era imposible, porque la Independencia era, precisamente, de la Casa Real de España. Sin embargo, el Acta de Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata lleva un Sello Real, indeleble, invisible a los ojos humanos, y ese Sello Real es la Sangre del Cordero de Dios, porque la Independencia de la Nación Argentina es, según Fray Castañeda, “obra de Dios”[2] y no de los hombres y fue firmada a los pies del “Cristo de los Congresales”, una talla de madera donada por los Franciscanos para la ocasión[3] y que presidió la Jura solemne de la Independencia y posterior firma del Acta.
         Por lo tanto, en estos días oscuros en los que vivimos, días en los que siniestras sombras se mueven detrás de los telones de los acontecimientos históricos, para encaminar no solo a nuestra Nación, sino a la Humanidad entera, por coloridos, espaciosos, bulliciosos, pero falsos caminos que conducen al Abismo eterno, en donde no hay redención, por medio de leyes inicuas que contradicen a la Divina Sabiduría y al Divino Amor, porque son leyes contrarias a la naturaleza humana, debemos los argentinos, al festejar un nuevo Aniversario de nuestra Independencia –mera independencia política y económica, y no cultural ni religiosa de nuestra Madre Patria España-, elevar nuestros ojos hacia el Cristo de los Congresales y, con el espíritu que animó a los Patriotas del 9 de Julio, envueltos en el Manto de la Inmaculada, nuestra Enseña Patria, arrodillados a los pies de Jesús crucificado, implorar piedad, misericordia y luz divina para nuestra amada Patria, para que jamás perdamos el rumbo impreso el Día de nuestro Nacimiento como Nación, Día Feliz querido por el mismo Dios Trino, al decir de los patriotas; pidamos también que, por la Sangre del Cordero, sobre nuestra Patria derramada, todos los argentinos lleguemos, un día, guiados por Santa María, la Madre de Dios, a la Patria Eterna, la Ciudad de la Santísima Trinidad, en el Reino de los cielos.


[1] http://www.minhap.gob.es/Documentacion/Publico/SGT/LOS%20SIMBOLOS%20DE%20LA%20HACIENDA%20PUBLICA/capitulo%20IV.pdf
[2] Guillermo Furlong, Vida y obra de Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 381.
[3] http://franciscanostucuman.blogspot.com.ar/2007/02/reliquias-historicas-muebles-y-cristo.html

viernes, 20 de junio de 2014

El origen sobrenatural y mariano de la Bandera Nacional Argentina


         Las banderas nacionales se caracterizan por poseer en sus diseños ya sea diversos hechos históricos de los pueblos a los que representan, o bien características geográficas distintivas del pueblo, o animales, o árboles, o plantas, o cualquier elemento tomado del cosmos, de la historia, de la geografía, o puede ser simplemente una combinación de colores que sea significativa para un pueblo determinado, que permita al integrante de la nación en cuestión, identificarse con la bandera y entregarle a la nación, por intermedio de la bandera que ésta representa, todo su ser. En definitiva, esta es la función de una bandera nacional: el ser el aglutinante de lo mejor y más noble que posee una persona, para que esta persona lo ponga al servicio del Bien Común de la nación a la que pertenece, haciéndolo salir del egoísmo, del amor de sí mismo, para donarse a sí mismo, con todo su ser, hacia los demás, hacia sus compatriotas, representados en la bandera nacional.
         Otra característica de las banderas nacionales es su origen, que es meramente humano: sus creadores se inspiraron en hechos históricos significativos, o en accidentes geográficos, o en colores cuya  combinación despierta un significado para los habitantes de determinado pueblo, etc. Sin embargo, pocas naciones poseen una bandera nacional cuyo origen es sobrenatural, puesto que se debe a una gracia concedida por el cielo, y la prueba está en que el acto de creación de la Bandera Nacional Argentina por parte del General Manuel Belgrano fue un acto de devoción mariana y no un simple acto humano. Tal como lo declaró su hermano, el Sargento Belgrano, el General Belgrano, al crear la Bandera Argentina con los colores celeste y blanco, tuvo la intención explícita y declarada de homenajear a la Virgen de Luján, que es la Inmaculada Concepción. Puesto que el homenaje a la Madre de Dios no es un acto que se derive de la razón humana, sino una gracia divina, el acto de la creación de la Bandera Nacional Argentina se califica como un acto de devoción mariana, es decir, una respuesta a la gracia y como tal, una inspiración proveniente del cielo. En otras palabras, fue Dios mismo quien quiso que el Pueblo Argentino tuviera como Enseña Nacional al Manto de la Inmaculada Concepción de Luján. ¿Y el sol de la Bandera? Representa a Jesucristo, porque uno de sus nombres es: "Sol de justicia".
         Este es el origen celestial, sobrenatural, de la Bandera Nacional Argentina.

         Como dice el Salmo 32: “Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor”.

sábado, 24 de mayo de 2014

El 25 de Mayo es un día sagrado para los argentinos, porque es obra de Dios y no de los hombres


         En un momento de la historia de la Nación Argentina en el que reinan por doquier la confusión, el enfrentamiento, la violencia, la sed de poder, el materialismo, como consecuencia de la difusión de una mentalidad carente de valores morales, mentalidad causada a su vez por la pérdida absoluta de valores espirituales trascendentales, la celebración de una fecha como la del veinticinco de Mayo pierde su sentido original, para ser aprovechada por mezquinos intereses partidistas a los que solo les interesa conservar su pequeña parcela de poder para acrecentar su fortuna, sin importarles el Bien Común de la Nación ni el destino de eternidad de sus compatriotas, ni mucho menos el significado primigenio de la fecha patria que se celebra.
Precisamente, para recuperar ese sentido primigenio y sobre todo para que la Patria y los argentinos que amamos a la Patria seamos capaces de salir de este estado actual en el que nos encontramos, es necesario recurrir a las fuentes históricas y presenciales de los hechos de Mayo de 1810, como Fray Francisco de Paula Castañeda, un patriota y fraile franciscano, testigo de los sucesos históricos que dieron origen a nuestra Patria. Tomando como punto de referencia este testimonio del pasado, podemos reconstruir el presente, con miras a consolidar el futuro; de otra manera, corremos el peligro de que los actuales falsificadores de la historia, que ya han falsificado el pasado, y han logrado provocar la confusión del presente, logren lo que se proponen como fin último: la destrucción final de la Patria en un futuro, tal vez no muy lejano.
Partiendo de esta premisa, revisemos, brevemente, qué es lo que decía Fray Francisco de Paula Castañeda acerca del Veinticinco de Mayo de 1810. Decía que debía amanecer como un día “sagrado, solemne, augusto y patrio”[1] y que debíamos “postrarnos ante los altares con entusiasmo divino” porque “no era obra nuestra”, sino “de Dios”: “…en este día todos, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tanta misericordia. (…) la obra del Veinticinco de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios…”[2].
En otra parte afirma que el Veinticinco de Mayo, lejos de ser un día de traición a la Madre Patria, o un día de rebelión contra las raíces culturales o religiosas, es, por el contrario, el galardón eterno de nobleza y de fidelidad heroica, precisamente, a la cultura hispana y a la religión católica, porque mientras los patriotas son fieles a la Madre Patria, en su cultura y en su religión, en la persona del rey, se independizan, porque así lo exigen las gravísimas circunstancias históricas, solo desde el punto de vista político: “…el Veinticinco de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII (…) El día Veinticinco de Mayo es también el origen y el principio y causa de nuestra absoluta independencia política (…) es el non plus ultra, el finiquito de nuestra servidumbre”[3].
Entonces, esto es el Veinticinco de Mayo para un patriota como Fray Francisco de Paula Castañeda: un día que debe amanecer no como un día cualquiera, como un día más, sino como un día sagrado, solemne, augusto, patrio, en el que debemos postrarnos, llenos de sentimientos de piedad y de religión, ante los altares de Dios Nuestro Señor Jesucristo, reconociendo que nuestra Independencia, que fue política y no religiosa ni cultural, fue obra divina, fue obra de Dios y no obra nuestra, y por eso darle gracias, pero también comprometiéndonos, postrados ante la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y besando el Manto de Nuestra Señora de Luján, Patrona de Nuestra Patria Argentina, a continuar la obra que Dios mismo comenzó en 1810: Dios Uno y Trino quiso que entre las naciones hubiera una Nación independiente llamada Argentina, que fuera de religión Católica, de cultura Hispana, con población amerindia, que hablara español y rezara a Jesucristo, que tuviera la Cruz por cuna, que se alimentara con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que tuviera al Manto de la Inmaculada Concepción de Luján como Enseña Nacional, que tuviera el Reino de los cielos por destino eterno, y al Amor de Dios en los corazones de todos sus hijos.
Es en esto en lo que consiste el verdadero Veinticinco de Mayo.



[1] Guillermo Furlong, Vida y obra de Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 381.
[2] Cfr. ibidem, 382.
[3] Cfr. ibidem, 381.

miércoles, 7 de mayo de 2014

La Virgen de Luján y la actual encrucijada de la Nación Argentina


         La Madre de Dios, la Virgen Santísima, quiso quedarse en nuestras tierras argentinas y lo hizo mediante el conocido milagro de la carreta tirada por los bueyes la cual, llegada a un cierto punto, no avanzó más, hasta que el bulto que transportaba la imagen de la Inmaculada Concepción fue retirada de la carreta y depositada en el suelo. Con este milagro, ocurrido en el mes de Mayo del año 1630, la Virgen daba a entender que quería quedarse en lo que luego sería el Santuario Nacional y Basílica de Luján, para presidir nuestra Nación Argentina como su Dueña, Patrona y Señora. Nuestra Patria nació literalmente a la sombra de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y fue regada con su Sangre, porque el 1º de abril de 1520 se celebró la primera Santa Misa en el puerto de San Julián, en lo que luego sería la provincia de Santa Cruz. Ya Nuestro Señor Jesucristo, años antes del milagro de la Virgen de Luján, había regado con su Sangre nuestra Patria; por lo tanto, la Virgen, lo único que venía a hacer, con su milagro de la carreta, era venir a reclamar un territorio, el territorio de la Argentina, que pertenecía a su Hijo Jesucristo, Rey de las naciones. Y puesto que todo lo que pertenece a Jesucristo, le pertenece a la Virgen, la Virgen venía a reclamar lo que le pertenecía a Ella, Reina de las naciones.
         La Nación Argentina le pertenece a la Virgen de Luján desde antes  de su nacimiento, y esto se comprueba en su historia, como acabamos de ver, y se ve reflejado en su manto, pues su manto es de color celeste y blanco, como los colores de la Bandera Argentina, y esto no es casualidad, puesto que el creador de la Bandera Argentina, el General Don Manuel Belgrano, quiso explícitamente que la Enseña Nacional Argentina llevara los colores de la Inmaculada de Luján, como modo de honrar a su Purísima Concepción. Así lo testifica, bajo juramento, su hermano, el cabo Belgrano. Es decir, el acto de creación de la Bandera Nacional fue un acto de devoción mariana y, como tal, fue una gracia de Dios, un acto querido por el cielo mismo; en otras palabras, los argentinos llevamos en nuestra Bandera Nacional los colores de la Inmaculada de Luján por voluntad explícita del cielo.
         Pero aquí debemos detenernos: Nuestro Señor Jesucristo, Rey de las Naciones, bañó con su Preciosísima Sangre nuestra tierra, bendiciéndola y santificándola y sellándola con su Sangre; la Virgen Santísima eligió nuestra Patria Argentina para constituirse en su Dueña, Patrona y Señora, y nos concedió el privilegio inmerecido de que nuestra Bandera Nacional sea su mismo Manto celestial, además de concedernos numerosísimos milagros; ¿puede decirse que los argentinos, a la luz de los últimos acontecimientos, hemos correspondido a estos inmerecidos privilegios celestiales? La violencia, el materialismo, las leyes contra natura, el avance de la droga en amplias capas de la población, la mentira como forma de comunicación, el engaño, la aceptación de la violación de los Mandamientos de Dios a diario, ¿no nos hacen indignos, a los argentinos, de tantos beneficios concedidos por el cielo? ¿No corremos el riesgo de que Jesucristo, Nuestro Señor, y de que la Virgen, Nuestra Reina del cielo, se arrepientan de haber elegido a nuestra Patria y de haberla colmado de tantos beneficios y privilegios?
         No permitamos que Jesús derrame en vano su Preciosísima Sangre por nosotros y le roguemos a la Virgen de Luján que nos alcance de su Hijo Jesús la gracia de la contrición del corazón y así, arrodillados los argentinos ante el crucifijo, besando los pies de Nuestro Señor, cubiertos con el Manto de la Virgen de Luján, con el corazón contrito y humillado, pidamos perdón por nuestros pecados como argentinos y hagamos el propósito de construir una Patria Santa, una Patria Católica, una Patria en la que, santificada por la Sangre del Cordero, y protegida por el maternal Manto celeste y blanco  de la Virgen de Luján, florezcan generaciones de héroes y santos argentinos para el cielo, para la eternidad, que alaben y adoren al Cordero que reina en los cielos por los siglos sin fin.

         

martes, 1 de abril de 2014

¡Las Islas Malvinas fueron, son y serán argentinas!


Las Islas Malvinas fueron, son y serán argentinas, y eso lo decimos nosotros, quienes tenemos conciencia de que las Islas nos pertenecen desde siempre, desde que la Patria es Patria, pero también lo proclaman, ante la historia y ante Dios, los cuerpos de los Héroes de Malvinas que yacen sepultados en el suelo de las Islas y en el fondo del Mar Argentino. Sus cuerpos sepultados en la turba malvinense y en el fondo del océano son mudos testigos de que las Islas Malvinas pertenecieron, pertenecen y pertenecerán a la Nación Argentina, y de que ellos, en nombre del Pueblo Argentino, son sus legítimos dueños y están ahí para lavar y reparar la afrenta de quienes, por la violencia, la irracionalidad y la soberbia, se apropiaron de lo que no les pertenecía[1]. Pero si los cuerpos de los Héroes de la Nación, que yacen en la turba malvinense y en el fondo del mar son testimonio, son mudos testigos, no son mudos testigos sus almas, porque sus almas viven en el cielo, más alto que las estrellas; sus almas viven y están ante la presencia del Cordero, alabándolo y cantando sus alabanzas, porque si son héroes son también Santos,  puesto que quien da su vida por la Patria, la da también por Dios, porque la Patria es un don de Dios y es así que amar a la Patria es amar a Dios y dar la vida por la Patria es también dar la vida por Dios que nos la regaló, y quien da la vida por la Patria y por Dios, da la vida por los padres y por los compatriotas, que en la Patria habitan por mandato de Dios. El que esto hace, el que da la vida por la Patria y por Dios, se gana el cielo, y es así que los Héroes combatientes de Malvinas, además de Héroes, son Santos y están ante el Cordero, adorándolo por los siglos sin fin y testimoniando, con su adoración, que dieron sus vidas por una causa justa: por Dios y por la Patria.
Por todo esto, y aunque nosotros nos calláramos, los Héroes y Santos de Malvinas, cuyos cuerpos descansan en las turbas de las Islas y en el fondo del océano, nos repiten sin cesar, no un día, sino todos los días, desde más allá de las estrellas: “¡Las Islas Malvinas fueron, son y serán Argentinas!”.




[1] Que las Malvinas sean argentinas, lo sostiene también el Santo Padre Francisco quien, siendo aún cardenal, se refirió inequívocamente a los ingleses como “usurpadores”, a las Malvinas como “suelo argentino”, y a los combatientes en Malvinas como “caídos durante la guerra que han derramado su sangre en suelo argentino”: cfr: http://patriasanta.blogspot.com.ar/2013/04/malvinas-argentinas-por-siempre.html;  http://tn.com.ar/politica/malvinas-bergoglio-reclamo-una-reinvindicacion-a-los-que-hayan-estado-o-no-en-la-g_087839