Nuestra Señora de Malvinas

domingo, 18 de agosto de 2013

El General Don José de San Martín y las enseñanzas que nos dejó a los argentinos


         Los habitantes de una nación tienen el deber de no solo conocer su historia, sino de contemplar e imitar las virtudes humanas de los próceres que les dieron origen. La Patria es un don divino y como tal debe ser respetada y amada, y una forma de demostrar ese respeto y amor, es considerando y reflexionando acerca de sus orígenes y también sobre la vida y virtudes de aquellos a quienes la Divina Providencia puso en el origen y nacimiento de la patria, quienes son llamados por este motivo “padres de la patria”.
En el caso de la Nación Argentina, Dios puso, para nuestro orgullo nacional, a un hombre ejemplar, el General Don José de San Martín, en quien brillaron grandes virtudes humanas. Esto no significa que deba ser considerado como un “superhombre”, o como un “santo”, puesto que los superhombres no existen, y los santos son solo aquellos a quienes la Santa Madre Iglesia declara que están ya en los cielos. El General San Martín no fue un superhombre, y si fue un santo, lo sabremos cuando la Iglesia lo eleve a los altares. Mientras tanto, nuestra mirada sobre él debe ser equilibrada, sin exagerar pero tampoco sin disminuir sus cualidades y virtudes, además de señalar, si es que los hubiere, sus defectos, porque la grandeza de un hombre no estriba en no tener defectos, sino en vencerse a sí mismo, con la ayuda de la gracia de Dios, para superarlos.
Dicho esto, podemos considerar entonces los múltiples ejemplos que la vida del General San Martín nos brinda a los argentinos, todos ellos ejemplos de superación personal y de heroicidad de virtudes. Pero hay uno, de entre todos, que se destaca, y es el Cruce de la Cordillera, la gesta heroica por la cual liberó a medió continente, considerada como una de las más grandes hazañas militares; a esta hazaña se le agrega su profunda humildad, porque cuando quisieron premiarlo en el Perú, nombrándolo Jefe supremo de esa nación, declinó el halago, sabedor de que los honores mundanos son efímeros y que lo único que importa es salvar el alma.
Sin embargo, hay algo que es todavía más ejemplar en el General Don José de San Martín, y es el momento de su muerte: según los historiadores, murió con sus manos entrelazadas a un crucifijo, colocado en su pecho. Con esta muerte –aferrado a Cristo Jesús-, el General San Martín nos enseña a los argentinos que hay otro Gran Cruce que debemos emprender, y no se trata de una cadena montañosa, sino el paso de esta vida a la otra, guiados no por un general humano, un hombre, sino por el Hombre-Dios, Jesucristo, que lleva consigo el victorioso estandarte ensangrentado de la Cruz; paso que nos conduce a la vida eterna, vida en la cual recibiremos, del Gran Libertador y Salvador de la humanidad, Cristo Jesús, nuestra verdadera y definitiva libertad, la libertad de los hijos de Dios, y en donde recibiremos no premios humanos, sino el premio merecido por los méritos de Cristo, que se aplican a quien muere en gracia, premio por el cual es nombrado, por el mismo Dios Trino, Heredero del Reino de los cielos.

La vida y la muerte del General San Martín nos dejan, a los argentinos, grandes enseñanzas.