Nuestra Señora de Malvinas

domingo, 8 de julio de 2018

El 9 de Julio y el futuro de nuestra Patria en Cristo Jesús


El Cristo de los Congresales, a cuyas plantas se firmó el
Acta de Independencia de la Nación Argentina.

         En un momento en el que la globalización agnóstica, atea y materialista hace que naciones enteras pierdan el rumbo trascendente al cual están destinadas, es literalmente vital para nuestra amada Patria Argentina regresar la vista a su pasado fundacional y ése pasado tiene dos fechas: el 25 de Mayo de 1810 y el 9 de Julio de 1816. El 25 de Mayo porque es el inicio de nuestra independencia, hecho histórico que, en las palabras de Fray Francisco de Castañeda, testigo viviente de los hechos de Mayo, es un día memorable y santo, obra de Dios y no nuestra, día sagrado que marca al mismo tiempo la heroica fidelidad al rey de España y, al mismo tiempo, el origen y principio de nuestra soberanía política: “(...) el día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre. Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”[1]. Tan grandiosas y maravillosas palabras son acordes a un evento grandioso y maravilloso, como es el de la asunción del auto-gobierno por parte de esta porción de la España Ultramarina, no por intereses mezquinos, sino porque las leyes vigentes en ese entonces establecían que si la cabeza -el rey- no podía gobernar, las provincias ultramarinas de España, como el Virreynato del Río de la Plata, debían asumir su auto-gobierno. Esto es lo que hicieron los patriotas de Mayo y lo hicieron de la manera más noble posible, manteniendo su fidelidad al rey y al mismo tiempo asumiendo el auto-gobierno. La nobleza de su actitud patriota, el origen celestial de 25 de Mayo según el P. Castañeda y el carácter “sagrado, augusto, patrio, majestuoso” de este día, sirva para consolar el resto de nuestros días en la tierra, por el origen tan grandioso de nuestra Nación Argentina.
El 9 de Nueve de Julio de 1816 es la concreción del 25 de Mayo de 1810 y, como muestra de que es un solo proceso del inicio al fin, originado en Dios, como dice el P. Castañeda, está el hecho de que la firma del Acta de la Independencia se realizó a los pies de Nuestro Señor Jesucristo, el Cristo de los Congresales. Dios inició el proceso de nuestra independencia, lo guió y lo finalizó haciendo que firmáramos la Independencia de la Nación Argentina, a los pies de su Santa Cruz, como para indicar que la firma estaba sellada con la Sangre de sus manos y pies traspasados. Y como para reafirmar todavía más el hecho de que la Nueva Nación Argentina nací al pie de la Santa Cruz, bañada en la Sangre del Cordero, está el hecho de que quien recogió en su seno y la envolvió con su manto a esta Nación recién nacida fue la Virgen Santísima de Luján, quien al darnos su Manto celeste y blanco como Bandera Nacional nos indicaba que no nos dejaba abandonados, sino que nos abrazaba como a sus hijos predilectos entre las naciones. Nuestro origen está en Jesucristo y en la Virgen de Luján, nuestro presente y nuestro futuro están en Jesucristo y en la Virgen de Luján. El llevar esto grabado en la mente y en el corazón todos los días de la vida y ponerlo por práctica no con discursos vacíos sino con hechos concretos que combatan al mundo pagano, ateo, agnóstico y materialista que pretenden desviar y corromper nuestro Ser Nacional Argentino, hispano y católico, es un deber de cada día y no solo de cada aniversario patrio y es vital para cumplir nuestro destino de unidad en la trascendencia de la eternidad, destino fijado, querido y esperado por Dios Trino para los argentinos. El 9 de Julio de 1816 nos enseña que el pasado, el presente y el futuro de nuestra amada Patria Argentina está a los pies de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.



[1] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.