Nuestra Señora de Malvinas

jueves, 25 de mayo de 2017

Padre Castañeda: el 25 de Mayo debe amanecer como un día memorable y santo por ser obra de Dios y no nuestra


         Contrariamente a lo que la historiografía liberal, progresista y filo-masónica que recibimos los argentinos desde nuestros primeros años –y que luego se prolonga por toda la vida-, el 25 de Mayo no fue ni una Revolución, en el sentido más literal de la palabra, ni mucho menos una ruptura con la cultura, la religión y el espíritu hispano recibidos de nuestra Madre Patria, España, sino una mera ruptura a nivel político y esto no por “revuelta” de los patriotas argentinos contra España, sino una resolución pacífica tomada con plena conciencia y en total respeto al derecho natural vigente en la época.
         Que el 25 de Mayo no fue una ruptura con la cultura, la religión y el espíritu hispano recibidos de nuestra Madre Patria, es un hecho más que evidente, puesto que lo más preciado que hemos recibido de España –de modo similar a como un niño recibe el don más preciado por parte de su madre-, esto es, el idioma español y la Religión Católica, lo seguimos ostentando, con orgullo, hasta nuestros días.
         Que no haya sido una “Revolución”, en el sentido más literal de la palabra, lo cual implica rebelión contra un tirano opresor, violencia, ejecuciones, disparos, odio entre facciones rivales, traiciones, etc., lo atestiguan los mismos hechos, y que no se haya faltado a la ley y el derecho naturales vigentes en la época, lo atestiguan también numerosos historiadores de renombre.
         El 25 de Mayo, entonces, no fue una “revolución”, ni tampoco una rebelión contra la Madre Patria España. ¿Qué fue? Nadie más autorizado para describirnos el 25 de Mayo, que un testigo de la época, el Padre Francisco de Paula Castañeda, Fraile conventual de la Orden de los Franciscanos.
         Acerca del 25 de Mayo, el Padre Castañeda nos dice que es “un día memorable, santo, noble, obra de Dios y no nuestra”[1]. Con esta primera descripción, se quita a este día la ignominia de ser una “revolución”, es decir, una rebelión, tal como sucede entre los hombres, plena de violencias y traiciones, desde el momento en que es “un día memorable, santo, noble, obra de Dios y no nuestra”. En palabras del Padre Castañeda, el 25 de Mayo no solo no es un día de ignominia, manchado por la violencia del hombre, sino un día que es “obra de Dios” y, por esto mismo, “memorable, santo, noble”.
Sin embargo, no finaliza aquí la descripción del 25 de Mayo según el Padre Castañeda, que describe a este día en las antípodas de una revolución sangrienta, en la que los gobernados deciden levantar, de manera violenta, la mano contra sus supuestos opresores. Lejos de eso, los patriotas de Mayo, al mismo tiempo que declaraban la Independencia, realizaban el gesto más noble que una Nación pueda realizar respecto a la Nación-madre, es decir, a la que le dio origen, y fue una declaración de filial respeto y afecto hacia la Madre Patria, y todo esto, respetando el derecho vigente. En efecto, el ser nacional argentino nace noble de cuna, porque en el mismo acto en el que declara su fidelidad a la Madre Patria, representada en el rey de España, en ese mismo acto, asume, sin faltar a la ley natural y al derecho, y casi como obligado por las circunstancias –la acefalía de España al haber sido tomado prisionero el Rey Fernando VII por Napoleón-, su auto-gobierno, tal como lo mandaba el mismo derecho español. Por otra parte, y como un elemento medular de este acto de no de rebelión sino de reconocimiento filial a España, los patriotas no reniegan, en ningún momento, ni de la religión católica ni de la cultura hispana heredada de España. Todo esto lleva a decir al Padre Castañeda que el día del nacimiento de nuestro Ser Nacional Argentino, el 25 de Mayo, es un día “noble”, que recordará por siempre, a los argentinos, que nuestro nacimiento no fue obra de la violencia y la venganza, sino “obra de Dios” y expresión del amor filial a España, y que por esto mismo, este día “perpetuará nuestras glorias y felicidades”[2] y “felicidades” y será “nuestro consuelo”, al haber sido “obra de Dios y no nuestra”.
En otras palabras, el 25 de Mayo se encuentra en las antípodas de la historiografía liberal y filo-masónica enseñada en los manuales de Historia argentinos, puesto que, lejos de ser una “revolución”, el 25 de Mayo fue, al mismo tiempo que una declaración de lealtad y fidelidad al Rey y a España, una declaración de nuestra independencia política, asumiendo la Nación su auto-gobierno, tal como lo dictaban tanto el derecho vigente, como la grave situación provocada por la invasión del ejército napoleónico, que desestabilizaba a la corona española y a la Nación española toda, incluida sus provincias de ultramar, entre ellas, nuestro Virreinato del Río de la Plata. Esta visión se confirma desde el momento en que se realiza la declaración de la independencia, no para denostar y renegar del legado de la Madre Patria sino, por el contrario, para conservar y defender su legado religioso y cultural.
Es esto lo que lleva al Padre Castañeda a realizar las siguientes afirmaciones acerca de esta fecha patria: “El día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre”[3].
Entonces, en las palabras del P. Castañeda –y lo volvemos a decir-, no hubo una revolución, sino que se trató de un acto verdaderamente patriótico, porque en la persona de los patriotas, la naciente Patria Argentina, a la vez que comienza su vida nacional independiente, se mantiene sin embargo, en un acto que la honra y ennoblece, fiel a España. Y la asunción del auto-gobierno no se hace arrebatando el poder por la fuerza, sino que, manteniendo vigente el derecho natural que afirmaba que las Provincias españolas de ultramar podían y debían asumir su auto-gobierno en casos graves como el que se les presentaba a los patriotas, ya que las potencias anglo-francesas emergentes habrían tomado estas tierras como su coto de caza. La independencia política fue lo que se debía hacer, desde el momento en que el rey de España no podía gobernarnos, al ser hecho prisionero. Declarar la independencia fue, en un mismo acto, una separación política pero también una declaración de fidelidad al rey de España y a la Madre Patria, realizada para conservar su legado religioso y cultural, evitando al mismo tiempo ser presa fácil de las potencias anglo-francesas.
Por último, y siempre según el P. Castañeda, todo esto –asumir noblemente nuestro auto-gobierno, declarar nuestra fidelidad a la Madre Patria y vernos libres del enemigo extranjero que lo único que quería era saquear estas tierras-, “no fue obra nuestra, sino de Dios”, y es por esa razón que cada 25 de Mayo debe amanecer como lo que es, “un día memorable, santo, noble, obra de Dios y no nuestra”.
¿Cómo celebrar un día tan grandioso para cada uno de los argentinos? Siendo “obra de Dios”, es justo que se lo celebre con la acción de gracias por excelencia, la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Dice así el Padre Castañeda: “(...) el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio (el 25 de Mayo) Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades” (y por lo tanto) “...en este día, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”[4].
En un día “solemne, sagrado, augusto y patrio”, como lo es el 25 de Mayo, y en acción de gracias a Dios Uno y Trino, “postrémonos ante los altares”, como pide el Padre Castañeda, ofreciendo a Dios la Víctima Inmolada, Jesucristo, Nuestro Señor, Patrono y Dueño de la Patria, en acción de gracias por habernos concedido este día “memorable, santo, augusto”, como nacimiento de nuestra amada Patria Argentina.






[1] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[2] Cfr. Castañeda, passim.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

martes, 9 de mayo de 2017

¡Dichosa nuestra Patria que tiene por Dueña y Patrona a la Madre de Dios, Nuestra Señora de Luján!


         Según la crónica que narra el modo en el que la Virgen de Luján se quedó en nuestra Patria, no caben dudas de que fue un milagro y, si fue un milagro, fue una intervención deseada por el cielo. En otras palabras, el hecho de que la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de Luján, sea Dueña y Patrona de la Nación Argentina, no se deriva de una piadosa iniciativa de un grupo de vecinos, ni tampoco se trata de una trama urdida por sacerdotes demasiado celosos que pretendían implantar una devoción mariana a toda una Nación: el hecho de que la Inmaculada Concepción, por medio de un milagro, se quedara en nuestro suelo argentino, se debe a un explícito designio divino, por el cual la Madre de Dios, bajo la advocación de “Nuestra Señora de Luján”, habría de ser la Dueña y Patrona de la Nación Argentina y la Madre de todos los argentinos.
         Como una ratificación de este designio divino, la Bandera Nacional Argentina lleva, con orgullo, los colores del Manto de la Inmaculada de Luján, pues está documentado históricamente que el General Belgrano, gran devoto de la Virgen, tomó los colores de la Bandera de la Patria del Manto de la Virgen de Luján, como un modo de honrar a la Inmaculada Concepción.
         Las raíces de nuestro Ser Nacional son, por lo tanto, pura y exclusivamente marianas y cristológicas –porque donde está la Madre, está el Hijo- y esto quiere decir que los argentinos debemos responder al designio divino que ha querido que nuestro Ser nacional sea mariano y cristológico.

         Cuanto más amor a la Virgen y a Jesús profesemos, tanto más los argentinos realizaremos el designio divino para nuestra Patria.