Nuestra Señora de Malvinas

martes, 23 de septiembre de 2014

Nuestra Señora de la Merced


 
El General Belgrano entrega el bastón de mando a Nuestra Señora de la Merced,
luego de la Batalla de Tucumán
(24 de septiembre de 1812)


         El 24 de septiembre de 1812, el General Belgrano obtuvo una contundente victoria en el denominado “Campo de las Carreras”, al derrotar en la Batalla de Tucumán” al ejército realista. Una vez finalizado el combate, reconociendo el General que la victoria no se debía ni a su genio militar –que sí lo tenía- ni a la valentía de sus soldados –que sí lo eran-, sino a la intervención directa y personal de la Madre de Dios, a quien él le había pedido protección y ayuda, le concedió, como reconocimiento público de esta intervención, le otorgó su bastón de mando, nombrándola al mismo tiempo, como “Generala del Ejército Argentino”. Desde ese momento, la Virgen posee ese cargo en el Ejército, y por eso mismo es transportada en una cureña militar los días 24 de septiembre, además de ser escoltada por efectivos uniformados.
         Puesto que los hijos de la Patria están siempre llamados a imitar a sus próceres, también nosotros, los argentinos del siglo XXI, estamos llamados a imitar el gesto mariano del General Belgrano que, lejos de ser un mero impulso humano o un gesto meramente afectivo, se trató de un verdadero acto de devoción mariana, al igual que la creación de la Bandera Nacional, puesto que la creó tomando los colores del manto de la Inmaculada Concepción, como forma de honrarla, y si fue un acto de devoción mariana, entonces fue una gracia, y si fue una gracia, entonces fue una inspiración divina. En otras palabras, fue la misma siempre Virgen María en Persona, la Madre de Dios, la que llevó al General Manuel Belgrano confiarle a Ella el resultado de la batalla, así como fue Ella quien le sugirió, por órdenes del cielo, que nuestra enseña nacional tuviera los colores del manto de la Inmaculada Concepción. El General Belgrano fue dócil a la voz celestial de la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Merced, y le confió el resultado de la batalla y el triunfo contra el circunstancial enemigo, entregándole el bastón de mando del Ejército del Norte, como signo público y visible del reconocimiento de su intervención maternal en favor de las fuerzas patriotas. Además, es sabido que durante la Batalla del Campo de las Carreras, ocurrió el llamado “milagro de las langostas”, una aparición repentina e inexplicable de langostas que, además de contribuir al triunfo de las armas patriotas, ayudó a que el número de bajas de ambos lados fuera sensiblemente menor. Un protagonista y testigo presencial del hecho, así lo relata: “(…) Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los altoperuanos que les hacían la corte. Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques”.
         El mismo testigo presencial, narra así el histórico momento en el que el General Belgrano hace entrega del bastón de mando a la Virgen de la Merced, que a partir de entonces, pasa a llamarse también: “Virgen Generala”: “Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Éramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande. Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era “el sepulcro de la tiranía”. La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad. Había desobedecido al gobierno y se había salido con la suya contra un ejército profesional que lo doblaba en número y experiencia, pero el general no era vulnerable a esos detalles, ni al orgullo ni a la gloria. No se creía la pericia del triunfo. Le anotaba todo el crédito de la hazaña a esa Virgen protectora, y no tenía ni siquiera la precaución de disimularlo ante el gentío”.

         Como decíamos, como hijos de la Patria, estamos llamados a contemplar y a imitar a nuestros próceres, como el General San Martín y el General Belgrano, que por gracia de Dios, fueron católicos, y de modo particular, sobresalieron en su devoción a la Santísima Virgen. Nosotros, no tenemos un ejército a nuestro cargo y tampoco tenemos un bastón de mando para dárselo a la Virgen, y tampoco estamos librando una batalla con armas de fuego, como la librada en el Campo de las Carreras; sin embargo, sí formamos parte de la Iglesia Militante, la Iglesia de Dios, que lucha contra las fuerzas del infierno que buscan nuestra perdición y esa lucha durará hasta el fin de nuestros días; no tenemos un ejército a cargo y por lo tanto no tenemos un bastón de mando para dárselo a la Virgen, pero sí tenemos un alma para salvar y por eso le damos a la Virgen de la Merced, tal como lo hiciera el General Belgrano en el Campo de las Carreras, el bastón de mando de nuestras almas, para que sea Ella, la Victoriosa Virgen Generala, quien nos conduzca, de su mano, triunfantes, sobre nuestros enemigos de la oscuridad, al Reino de su Hijo Jesús, la Jerusalén celestial.