Nuestra Señora de Malvinas

lunes, 29 de noviembre de 2010

Al Ángel Custodio de Argentina le pidamos por la recuperación de nuestras Islas Malvinas


En Fátima, Portugal, antes de las apariciones de la Virgen María y como preparación para estas apariciones, se les aparece a los pastorcitos un ángel, que se presenta a sí mismo como “el ángel de Portugal”, el “ángel de la paz”.

En esta aparición, se destacan dos aspectos: por un lado, el hecho de que toda una nación tenga un ángel custodio, lo cual, nos dice que también nuestra Patria tiene su ángel custodio; por otro lado, el hecho de que se presentara como “el ángel de la paz”, algo significativo, teniendo en cuenta que Europa y el mundo se encontraban envueltos en una Guerra Mundial, la Primera, y se encaminaban a la Segunda, mucho más devastadora: el ángel se presenta como “el ángel de la paz”, como el garante del cielo de algo de lo que el mundo carecía en ese entonces, y que, a la luz de los acontecimientos, constituiría un don preciadísimo de Dios y un signo de predilección divina para con ese país, ya que Portugal prácticamente no intervino en la Segunda Guerra, lo cual hace suponer que también el ángel de Argentina tiene un don especial de Dios para nuestra Patria.

En sus apariciones, el Ángel de Portugal les mostró a los pastorcitos un Cáliz, que tenía una Hostia que se sostenía en el aire, y de la cual se vertía sangre, adoró la hostia con la frente en el suelo, les enseñó la oración de reparación, les dio la comunión, y les dijo: “Orad así. Los corazones de Jesús y de María están atentos a vuestras súplicas”.

A nosotros no se nos aparece un ángel, pero la Iglesia nos da lo mismo que el ángel de Portugal a los pastorcitos: a los pastorcitos, el ángel de Portugal se presentó como el ángel de la paz: a nosotros la Iglesia nos da la paz de Cristo Dios; en Fátima, el ángel les mostró un cáliz con una Hostia de la cual caía sangre: a nosotros, la Iglesia nos muestra la Hostia y el cáliz que contiene la sangre del Cordero; en Fátima, el ángel les enseñó la oración de la adoración frente a Jesús Sacramentado –“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman”- y les enseñó a adorar a Cristo Dios en la Eucaristía: a nosotros, la Iglesia nos da la oportunidad, en la Misa, de adorar al Cordero en el Sacramento del altar, arrodillándonos frente a Su Presencia sacramental y repitiendo la misma oración de adoración de los pastorcitos.

Al ángel custodio de Argentina, que se hace presente en la santa misa, adorando a Jesús Sacramentado junto con todos los ángeles del cielo, le pedimos que así como el ángel de Portugal le dio a ese país la paz en medio de la guerra, a nosotros nos de no la falsa paz que da la rendición, sino la paz verdadera que viene con la justicia de recuperar, aún por la guerra, el territorio patrio arrebatado por el ladrón anglosajón; al ángel custodio de Argentina, que adora en el altar con nosotros a Jesús Eucaristía, le pedimos por la recuperación de nuestras Islas Malvinas, para que pronto flamee para siempre en sus prados nuestra Bandera Nacional, el Manto de María de Luján. Que los corazones de Jesús y de María, así como escucharon las súplicas de los pastorcitos, así escuchen nuestras súplicas por nuestras Islas y por nuestra Patria.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Hoy es necesaria una gesta más grande que la de Obligado



Si bien no está dentro del decálogo dado por Dios al hombre, el amor a la Patria forma parte de uno de los amores del cristiano, después del amor a Dios y del amor al prójimo.

Amar a la patria no es algo secundario; ni es algo de lo que el cristiano pueda excusarse: el amor a la Patria es tan importante en su camino al cielo, que si no hay este amor, difícilmente pueda un cristiano salvarse.

El motivo es que la Patria es un don de Dios: es Dios quien, en su Sabiduría y en su amorosa Providencia, dispuso que naciéramos en un lugar determinado, en un tiempo determinado, en una nación determinada; es Dios quien dispuso, en definitiva, que perteneciéramos a una Patria determinada y no a otra.

Es por este motivo principal, por ser la Patria un don venido del cielo, que el cristiano debe amar a su Patria, aún sin considerar otros elementos.

La Patria, a la cual el cristiano debe amar, luego del amor debido a Dios y al prójimo, no es la mera extensión geográfica sino, además de la tierra, el conjunto de valores vividos y sedimentados por un pueblo determinado a lo largo de la historia que, compartiendo una historia común, poseen también un destino común, un destino de eternidad: así como no habremos de salvarnos egoístamente, es decir, así como no vamos a salvarnos sin amar a nuestros hermanos y padres biológicos, y al prójimo en general –de ahí la importancia de la ausencia del rencor y del perdón al prójimo-, así tampoco vamos a salvarnos sin el amor a la Patria, porque quien no ama a su Patria, no ama a Dios, que fue quien se la donó, en un gesto de su amor infinito, y no ama verdaderamente a su prójimo, que es un compatriota suyo, merecedor del amor cristiano, más que otro prójimo, por compartir una misma Patria y un mismo destino eterno.

La Patria entonces es un destino común en la eternidad, un destino compartido por todos los que conforman esa unidad geográfica, cultural e histórica que es una Patria determinada.

Para el cristiano, para su salvación eterna, es importantísimo el amor a la Patria, porque, como vemos, no es posible la salvación si no se ama la Patria que Dios nos dio, porque la ausencia de su amor significa, en el fondo, ausencia de amor verdadero y sobrenatural a Dios y al prójimo que es compatriota, y dentro de ese amor, está el rezar por los compatriotas más alejados de Dios, que traman contra la unidad y la armonía de la Patria.

Más que rezar por un prójimo desconocido, el patriota debe rezar, en primer lugar, por sus compatriotas, mucho más si esos compatriotas se encuentran alejados de la Iglesia y de Dios.

Si no hay oración por la conversión de un compatriota alejado –oración persistente, tenaz, acompañada de sacrificios, mortificaciones, ayunos-, entonces el cristiano es un cristiano tibio, sin ningún mérito delante de Dios, según las mismas palabras de Jesús, al referirse a aquellos que aman sólo a sus amigos: “Si amáis a los que os aman, ¿qué méritos tenéis? Lo mismo hacen los paganos” (cfr. Lc 6, 32). El cristiano que no reza y se sacrifica por un compatriota alejado de Dios, se comporta, sencillamente, como un pagano, según las propias palabras de Jesús.

El verdadero amor a la Patria no es sencillo, no es cómodo, no es fácil, porque implica oración, ayuno, sacrificios, negación de sí mismos, amor al compatriota que es enemigo. No es fácil, hoy menos que nunca, porque también implica oración y sacrificios por la misma Patria, para que en la Patria reine Cristo en los corazones de los compatriotas, y para que este reinado espiritual de Cristo se concrete luego en leyes humanas y cristianas, que reflejen la Sabiduría y el Amor de Dios Uno y Trino.

Hoy se suma, a la humillación padecida por la Patria, desde hace años, a manos de Inglaterra, país invasor que ocupa de modo ilegal un territorio patrio, las Islas Malvinas, la humillación de ver a la Patria acosada por leyes inicuas, como las leyes de unión civil entre personas del mismo sexo, la ley del divorcio, o el intento de legislar sobre el aborto. Hoy, más que nunca, es necesario un amor patrio fuerte, sobrenatural, que lleve a los verdaderos patriotas a sacrificarse por la Patria.

Al Ángel Custodio de Argentina le pedimos que aumente nuestro amor a nuestra Argentina y a todos los argentinos, y que con la luz que recibe de su contemplación de Dios Uno y Trino, nos ilumine para vencer a todos los enemigos de la Patria, internos y externos, para que los argentinos seamos capaces de una nueva gesta, mayor aún a la de Obligado: si en Obligado se debía impedir el avance de los barcos de las potencias coloniales de Inglaterra y Francia, que querían mancillar nuestro suelo, hoy, además de ser necesaria la expulsión del territorio nacional de una potencia ocupante -Inglaterra que ocupa las Islas Malvinas-, hoy es necesaria la derrota definitiva de una potencia oscura, preternatural, el ángel caído, que busca conquistar los corazones de nuestros compatriotas, para arrastrarlos a la oscuridad eterna.

Hoy es necesaria una gesta mayor que la de Obligado, una gesta espiritual y sobrenatural, y para vencer en esta gesta es que invocamos la protección, la asistencia y la ayuda del Ángel Custodio de Argentina, del Rey de los ángeles, Jesucristo, y de la Reina de los ángeles, la Virgen María.

Que ellos nos asistan en esta desigual lucha contra los ángeles caídos, en los que está en juego el destino temporal de nuestra Patria, y el destino eterno nuestro y de nuestros compatriotas.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Esta patria está consagrada a Mí, por eso Yo la defiendo

M. "Reza hija por los pecadores de tu patria que vienen a corromper la armonía nacional. Donde no hay amor no hay patria.
Cada patria es sagrada para Mí porque guarda los sentimientos más íntimos de Mis hijos.
El que es fiel a su patria es fiel a Dios. El que ama a su patria ama a Dios.
Esta patria está consagrada a Mí, por eso Yo la defiendo, y la quiero salvar.
El que construye su patria construye con Dios.
El que destruye su patria destruye a Dios".
("Déjate amar". Mensajes de Jesús a Fabiana Corraro).

lunes, 16 de agosto de 2010

San Martín y nuestras raíces


Cuando un explorador se adentra por un terreno desconocido, y tanto más, si en el recorrer de su exploración comienza la noche y las tinieblas crecen y aumentan el peligro de extravío, debe detenerse, hacer una pausa, revisar el plan de ruta, consultar sus mapas, y así, con nueva determinación, y con el objetivo nuevamente a la vista, emprender la marcha.

Hoy nuestra Patria parece este explorador desorientado: se ha internado en los desiertos ardientes del laicismo secularizante, cuando abandona los asuntos más vitales para su ser nacional, como la regulación de las leyes familiares y matrimoniales, a las voluntades humanas de legisladores ciegos y necios; camina en los bordes de abismos interminables y oscuros precipicios, cuando su norte no parece ser más que el del éxito económico, cuando lo que busca con todo afán y esfuerzo es la diversión vacía y hueca de la farándula televisiva y del deporte; la Patria camina por oscuros bosques, repletos de alimañas y de bestias feroces, cuando se desarma, material y espiritualmente, cuando vende sus entrañas al mejor postor –como ha sucedido con la venta de sus riquezas, entre ellas, recientemente, la concesión de la explotación de los glaciares-, cuando sus representantes prefieren conciliábulos políticos antes que asistir a un Te Deum, cuando olvida su historia, cuando olvida sus raíces.

Hoy la Patria anda errante, sin rumbo fijo, acechada por peligros enormes, y en su andar errante sólo aparecen en su horizonte sus enemigos, los cuales esperan pacientemente un mayor extravío, para asestar un golpe mortal.

Es imperioso por lo tanto detenernos, hacer un alto en esta carrera desenfrenada hacia el abismo, para volver los pasos hacia atrás, hacia terreno firme. Es imperioso volver a las raíces de nuestro ser nacional, es preciso, de modo urgente, volver la mirada a aquellos que forjaron nuestra nación; es necesario, de toda necesidad, leer las vidas y empaparse de las virtudes y de la religiosidad de tantos héroes nacionales, el primero de todos, el General Don José de San Martín.

Es conocida por todos su ferviente religiosidad, su devoción a la Virgen del Carmen, su piedad sacramental –dispuso que en su Ejército se celebrara la Santa Misa todos los días-, su amor a la Virgen, manifestado en el rezo diario del Santo Rosario.

No es hora de revisar sus hazañas militares y políticas, esas son de sobra conocidas. No es hora de admirar al San Martín estratega, grande entre los grandes.

Es hora de contemplar al San Martín católico, al San Martín religioso, al San Martín devoto de la Santa Misa y del Rosario, para que así encontremos, como Patria, la luz en el camino, y el freno hacia el abismo.

Fue su religiosidad, su amor a Dios Trinidad, a Jesucristo y a la Virgen, lo que orientó a San Martín no sólo en el cruce de los Andes y en la liberación del Perú, sino ante todo en otro cruce, más temible que el de los Andes, y en otra liberación, más grandiosa que la del Perú: el cruce de esta vida a la eternidad, y la liberación de su alma de las siniestras tinieblas del más allá.

Así como San Martín, por su religiosidad y por la práctica ferviente de su catolicismo, fue conducido a las cumbres de la vida eterna, y a la liberación de su alma por la gracia, así nuestra Patria, reflejada en aquél que le dio nacimiento terrenal como Nación, debe hoy volver a las raíces de su ser nacional, la religión católica, para ser ella también liberada de las tinieblas, y conducida a las cumbres de la vida eterna en Cristo.

Sólo la gracia de Cristo Dios nos librará de la caída en el abismo espiritual en el que ya nos encontramos.

Al recordar a nuestro Padre de la Patria, que el recuerdo no quede en mero recuerdo: que su recuerdo sea algo vivo, que de vida a la determinación de dirigirnos a nuestro destino de grandeza, la vida eterna en Cristo.

viernes, 9 de julio de 2010

La Patria nació a la sombra de la cruz de Cristo y fue regada con su santa Sangre

Al celebrar un aniversario más de la independencia de nuestra Patria, es necesario mirar hacia atrás, hacia las raíces, para reconocer cuál era el espíritu que movía a los hombres patrios, tanto más, cuanto que sobre el destino de la Patria se ciernen oscuros nubarrones que nada bueno presagian.

Cuando se recurre a la historia para dilucidar cuál era el espíritu que movía a los patriotas, se descubre que era un espíritu profundamente cristiano y católico. Da cuenta de esto una serie de datos: entre los representantes de las provincias se encontraba un gran número de sacerdotes; de los 29 diputados que firmaron el acta de la declaración de independencia, 11 eran sacerdotes”; la asamblea comenzó el 24 de marzo con la misa del Espíritu Santo, celebrada en la iglesia de San Francisco; las preocupaciones principales de los congresistas en el juramento eran, ante todo, conservar y defender la religión católica apostólica romana; en el salón de la jura de la Independencia, en la Casa Histórica, había un gran crucifijo, con lo cual los diputados reconocían que el Rey de la Nueva Nación que surgía en la tierra era el Hombre-Dios Jesucristo. Al día siguiente de la declaración de la Independencia, se celebra otra vez misa y tedéum en San Francisco, para dar gracias a Dios por la asamblea”.

Hoy se intenta reescribir la historia omitiendo la dimensión religiosa de la gesta de la emancipación y negando la fuente humanista y cristiana de la cultura nacional; hoy se intenta dejar en el olvido el hecho de que Cristo presidía, desde la cruz del salón de jura de la Casa Histórica, las históricas sesiones de los diputados que decidieron el nacimiento de nuestra nación; hoy se intenta echar un manto de oscuras sombras sobre el hecho de que es Cristo, el Hombre-Dios, quien desde la cruz bendecía nuestro nacimiento como Nación.

Pareciera que hoy se quiere construir otra Argentina, una Argentina apóstata, una Argentina renegada, una Argentina anti-cristiana, en donde sus representantes hacen caso omiso del Santo Sacrificio del altar, por considerarlo simplemente como un estrado político y no como el sacrificio en cruz del Salvador. Cuando alguien, aún cuando sea un Presidente de una Nación, deja de lado la Santa Misa por mezquinos intereses políticos y partidarios, ese alguien se está introduciendo en un abismo espiritual de oscuridad insondable.

No fue al acaso que la jura de la independencia se realizara en un salón presidido por la cruz del Redentor: estaba en los planes de Dios que nuestra amada Patria naciera a la sombra de la cruz bendita, y regada con su sangre, y que llevara como insignia nacional el manto celeste y blanco de la Inmaculada Madre de Dios.

No fueron estos acontecimientos al acaso, como tampoco son al acaso los actuales intentos de arrancar de raíz el ser nacional católico e hispano. Los actuales intentos de corrupción espiritual y de perversión sexual que se intenta llevar a cabo en los niños, por medio de la difusión del esoterismo y de la magia, y por medio de las leyes que buscan implementar la educación sexual en la infancia y buscan implantar un modelo de matrimonio distinto al deseado por Dios, forman parte de un bien establecido plan de las potencias de la oscuridad, que buscan destruir en nuestra Patria los tesoros más preciados de la Patria: la religión católica y la niñez.

No es una mera guerra cultural; no es un posicionamiento de una cultura marginal; no es una lucha intelectual: es el traslado, desde el cielo a la tierra, a nuestra Patria, de la lucha entre los ángeles rebeldes contra Dios y sus ángeles, pero así como perdieron en el cielo, así habrán de perder también en nuestra Patria, porque en esta lucha contra las potestades del infierno no estamos solos, sino que el Hombre-Dios y su cruz, su Madre Santísima y los Santos Ángeles que aman y adoran a Dios Trino por la eternidad en los cielos, están con nosotros.

Ayer, los patriotas ofrecían una Santa Misa al Dios Todopoderoso, en acción de gracias por la Patria naciente, y porque la Patria había nacido iluminada por la luz de la cruz de Cristo. Hoy, ofrecemos una Santa Misa implorando la asistencia divina para que los enemigos de la Patria, los principados del infierno, no triunfen.

Hoy el demonio realiza denodados esfuerzos sobre nuestra Patria para -si esto le fuera posible-, arrancar la cruz de Cristo no solo del salón de la Casa Histórica, sino de los corazones de todos y cada uno de los argentinos.

Nuestra lucha, como dice San Pablo, no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los “espíritus tenebrosos de las alturas” (cfr. Ef 6, 12), y para ello, la única arma que poseemos es Cristo crucificado. A Él, que se hace Presente por la Santa Misa con su cruz y con su sacrificio, le imploramos su auxilio, su perdón y su misericordia, por nosotros, y por este lugar que, en el tiempo y en el espacio, se llama Argentina, y constituye nuestra Patria.

lunes, 24 de mayo de 2010

El 25 de Mayo, obra de Dios


¿De qué dependen los hechos históricos que desembocan en la formación de una Nación? ¿Qué es lo que mueve a unos individuos a tomar decisiones trascendentales en momentos cruciales de la historia, decisiones que tendrán luego una repercusión que se prolongará por siglos? ¿Por qué se dan determinados hechos, como por ejemplo, la independencia de una nación? Existen teorías de la historia que intentan explicar la historia y sus ciclos por una especie de movimiento ciego, es la teoría marxista de la historia: la historia se explicaría por los movimientos de clases, de unas contra otras, hasta llegar hasta el estado perfecto de la humanidad, el socialismo científico, en donde no habrían más luchas de clases; otros, como Hegel, sostienen que la historia no es más que una continua progresión, por ciclos de tesis y antítesis, hasta llegar a la síntesis final, del espíritu humano en su autorrealización como Espíritu del mundo: los hechos históricos estarían constituidos por movimientos del espíritu humano que busca su auto-realización justamente a través de los hechos históricos.

Unos y otros desconocen la supremacía de Dios Trino, Ser eterno, creador del universo y del tiempo. A pesar de todas estas concepciones ateas, agnósticas, marxistas y liberales, los cambios en la historia no se deben a ningún movimiento ciego ni a ninguna dialéctica originada en el espíritu humano que busca su autorrealización a través de las continuas tesis y antítesis, o procesos dialécticos de superación trascendental; los cambios en la historia –como por ejemplo, el nacimiento de una nueva nación y el nacimiento bajo la cruz del Hombre-Dios y bajo el Manto de la Madre de Dios-, se deben a la voluntad de Dios, Ser eterno perfectísimo, creador del universo y del tiempo; los cambios de la historia se dan y se orientan todos hacia quien se encuentra en el vértice del espacio y del tiempo humanos, a quien se encuentra en el comienzo y en el final de la historia humana: Jesucristo, Señor de la historia, Dueño del tiempo y de la eternidad.
En el caso concreto de nuestra Patria, los acontecimientos decisivos que llevaron a la fragua de la Argentina como una nación católica e hispana fueron guiados, según el parecer de los patriotas de Mayo, como el P. Francisco de Paula Castañeda, por Dios, y no solo guiados, sino causados por el mismo Dios, por lo cual el Día de nuestra Independencia no es sino obra pura y exclusiva de Dios, y por esto debe amanecer cada 25 de Mayo como un día sagrado, que conmemore eternamente los prodigios obrados por Dios en nuestro favor. Dice así el Padre Castañeda: “El día veinticinco de Mayo, ya se considere como el padrón o monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII, o como el origen, principio y causa de nuestra absoluta independencia política, es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”[1]. En un sermón a la catedral, decía: “…el día veinticinco de Mayo es (un día) solemne (…) sagrado (…) augusto y patrio…”; en otra ocasión, decía: “…en este día todos, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, de humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias. Por nuestra parte, ninguna cosa buena hemos hecho en seis años de revolución; y aun la del veinticinco de Mayo no es obra nuestra sino de Dios”[2].
Postrados en adoración ante Dios Uno y Trino, que se hace presente en los misterios litúrgicos, agradecemos como Nación el tener un día de gloria en nuestro origen, como anticipo de la gloria eterna.
[1] Cfr. Furlong, G., Fray Francisco de Paula Castañeda, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 380.
[2] Cfr. Furlong, ibidem, 382.

martes, 30 de marzo de 2010

La gesta del 2 de Abril


¿Qué podemos pensar de Malvinas? Porque hoy se escuchan como dos campanas: una, de izquierda, que dice que la Patria es una idea, buena, noble, pero que no vale la pena dar la vida por una idea, y por eso se ven películas que distorsionan la realidad, haciendo hincapié en argumentos no afectivos sino sensibleros: en vez de ver el gesto de honor de un joven que da la vida por su Patria, soportando el frío, el hambre, venciendo el miedo, ven un sufrimiento que no puede ser tolerado, porque la Patria es solo una idea. No vale la pena dar la vida por la patria, dicen los de la izquierda.
De otro lado, de la derecha, se dice también que la Patria es una idea noble, por la que se puede dar la vida, pero no porque se considere que la Patria es algo real, un don de Dios, sino porque así conviene a los intereses financieros y económicos: la guerra –en este caso, la guerra por la Patria- es una ocasión de hacer dinero y mucho, por eso, a dar la vida por la Patria, dicen los banqueros de derecha, para que ingrese mucho dinero en nuestros bancos. Además, la derecha usa estas ideas para mantener dominado al pueblo que dice gobernar. Para la derecha, hay que dar la vida por la Patria, pero la vida de los otros, no la de los banqueros, financieros y políticos, que lo único que hacen es enriquecerse con el dinero que produce la guerra.
Hay que dar la vida por la Patria, pero porque esto trae dinero y permite controlar –que es la perversión del gobierno- a la población.
¿Qué podemos pensar frente a esto?
Que no son válidas ni una ni otra postura: ni la de la izquierda, ni la de la derecha.
La única postura válida es la postura de la Iglesia: la postura de la Iglesia es que se debe dar la vida por la Patria porque la Patria es un don de Dios: la Patria, en cuanto don de Dios, es algo real, es un destino común en la eternidad. El destino de la Patria está ligado al destino eterno de sus hijos, así como el destino de una madre está ligado al destino de sus hijos, y de esto surge el sentido de dar la vida por la Patria, porque se da la vida por aquello que tiene sentido, y que da sentido a mi existencia, porque mi existencia está ligada a su destino. El destino de la Patria es mi destino.
No debemos dejarnos engañar, entonces, ni por la izquierda ni por la derecha: la Patria es un don de Dios por el cual vale la pena dar la vida, porque en la Patria está comprendida toda nuestra vida personal, nuestra historia, nuestra tierra, nuestros ancestros, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestra religión, nuestra cultura, nuestra bandera.
Defender la Patria del agresor infame, injusto y cobarde, que a punta de pistola robó las Malvinas a la Patria, es un acto de amor a la Patria, justificado delante de la historia, delante de Dios y de los hombres.
Ofrezcamos nuestras misas por las almas de los patriotas y héroes que dieron sus vidas por nuestra Patria y pidamos al Ángel Custodio de Argentina que bendiga y custodie nuestra Patria y que nos ayude a recuperar, esta vez para siempre, a nuestras Islas Malvinas.

lunes, 15 de marzo de 2010

Un milagro en Malvinas


Cuando los ingleses se acercaron con su flota y su portaaviones a Malvinas, comenzaron a bombardear las posiciones argentinas. Los ingleses dominaban el aire, porque sus aviones eran mucho más avanzados que los de Argentina, y por eso podían atacar y tirar sus bombas donde querían.
En uno de esos ataques, sucedió algo que, si bien todavía no está aprobado por la Iglesia, podemos considerarlo como un milagro.
Un grupo de soldados argentinos asistían a una misa de campaña, es decir, en pleno campo, antes de la batalla. En medio de la misa, apareció un avión inglés y tiró una bomba, que cayó a pocos metros de donde estaban los soldados; mientras tanto, el sacerdote seguía celebrando la misa.
Todos sabemos que las bombas de los aviones caza son muy potentes, y que si cae a pocos metros, provoca una onda expansiva que mata a todo ser vivo que se encuentre cerca, así que todos los soldados y el sacerdote tendrían que haber muerto, pero no pasó así: la bomba, milagrosamente, no explotó, el sacerdote terminó la misa, y los soldados argentinos volvieron a la batalla, a seguir peleando contra los ingleses que venían a robarnos las islas.
Esto, que pasó realmente, es como una figura de lo que pasa también, invisiblemente, sin que nos demos cuenta: la misa nos protege de nuestros enemigos, porque en la misa está Jesús en la cruz y Jesús en la cruz nos protege de todos nuestros enemigos, visibles e invisibles.

Es cierto que Argentina después perdió la batalla –pero no la guerra- y que murieron muchos soldados, pero lo que pasa es que muchas veces Dios permite la derrota de quienes tienen razón, para acercarlos más a su cruz: Jesús en la cruz parece como si hubiera sido vencido, aunque en realidad, triunfó para siempre. Así pasa con los que se acercan a la cruz de Jesús, o a los que Jesús acerca a su cruz: parecen derrotados, pero en realidad han vencido.
Sepamos entonces que la misa es nuestro refugio y protección contra los enemigos visibles e invisibles, pero sepamos que muchas veces Jesús quiere acercarnos más a su cruz, y es por eso que permite que algunas veces seamos derrotados, como aparece Él en la cruz.

viernes, 5 de marzo de 2010

Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen


“Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor” (cfr. Salm 33), dice el Salmo del Antiguo Testamento. El salmista expresa júbilo y se alegra por su nación, el Pueblo Elegido, porque el Dios de su nación es el Dios Verdadero, el único existente. El salmista sabe cuál es la diferencia entre tener al Dios Verdadero por protector y no tenerlo, o tener falsos dioses, como en el caso de los pueblos de la Antigüedad que rodeaban a Israel. Los falsos dioses son incapaces de proteger, pero no solo eso, sino que, en definitiva, nada bueno pueden traer al pueblo, ya que son falsos: o falsos por imaginarios –se reza a quien no existe-, o falsos por ser demonios: “Los dioses de los gentiles son demonios”, dice San Pablo[1]. Pero además y sobre todo, la alegría del salmista viene por el hecho de que el Dios de Israel es un Dios de bondad y de majestad infinitas y lo único que quiere es el bien de su Pueblo, aún cuando lo haga pasar algunas pruebas; por esto es que el salmista se alegra de tener a Dios por su Dios. “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor”, dichosa porque Dios obra maravillas, prodigios, en favor del Pueblo al que Él ama.
Parafraseando al salmista del Antiguo Testamento, y aplicando sus palabras a nuestra realidad, podríamos decir: “Dichosa la Nación cuyo Dios es el Hombre-Dios; dichosa la Nación que nació a la sombra de la cruz, bajo el manto de la Virgen; dichosa esa Nación, porque el Hombre-Dios y Su Madre no obran al azar, sino que tiene sobre esa Nación un designio y un destino de grandeza eterna”.
“Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen”. Esta predilección especial de la Virgen por Argentina se ve en las numerosas devociones marianas que existen a lo largo del país; se ve en las ciudades que llevan su nombre, principalmente nuestra capital, que lleva el nombre más bonito que pueda tener alguna ciudad: “Santa María de los Buenos Aires y Puerto de la Santísima Trinidad”, un nombre que no es solo nombre, sino símbolo de una realidad altísima: María, en el mar de la historia y del tiempo humanos, conduce a la humanidad a Su Hijo Jesús, Dios Hijo, en el Espíritu del Amor, hasta el seno de Dios Padre. María es el Puerto de la Santísima Trinidad, Puerto sobrenatural y seguro adonde se arriba luego de atravesar el tormentoso y peligroso mar de la existencia y de la historia; es Puerto de la Santísima Trinidad porque el Corazón de María es el atracadero por donde se ingresa a la Jerusalén celestial, alumbrada por el Cordero.
“Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen”. Es un signo de predilección de María el hecho de tener numerosas advocaciones marianas, de tener una capital de país que lleve su nombre unido a la Trinidad, símbolos de la realidad sobrenatural: María nos conduce, donándonos el Corazón Eucarístico de Su Hijo, a la Trinidad. Pero la predilección de María se ve sobre todo en nuestra enseña patria, en la bandera: la Bandera Nacional es el manto de la Virgen, porque Belgrano, cuando la creó, quiso explícitamente que tuviera los colores de la Inmaculada Concepción de Luján[2]. Belgrano no se inspiró ni el cielo ni en las montañas; no se inspiró en la tierra. Aún más, no fue Belgrano quien se inspiró, sino que fue inspirado por el Espíritu Santo, ya que su deseo de que la Bandera Argentina llevara los colores del manto de la Inmaculada Concepción de Luján para honrar a la Madre de Dios, es un acto de devoción mariana, y como todo acto de devoción mariana, está inspirado por Dios, soplado por el Espíritu Santo.
“Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen, dichosa nuestra Patria, aún en sus tribulaciones y en sus duras pruebas, porque la Madre de Dios la cubre con su manto, un manto que no solo está en las Iglesias, sino que es elevado en lo alto todos los días, a lo largo y a lo ancho del país”. Al besar la bandera, es como si besáramos el manto de la Inmaculada, como dijera en su proclama Domingo French[3]; y al besar el manto de la Inmaculada de Luján, nos parecerá estar besando la bandera, que toma sus colores de este manto sagrado. La Bandera y el Manto de la Inmaculada de Luján sean para siempre, en el tiempo y en la eternidad, nuestro más grande motivo de orgullo y de alegría como argentinos.
[1] Cfr. 1 Cor 10-20.
[2] Cfr. Guillermo Furlong, Belgrano. El Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectore, Buenos Aires 1974, 35-36.
[3] Cfr. P. Jorge María Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, T. II, 1885, 268ss. Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812.

jueves, 25 de febrero de 2010

La Bandera es imagen del Manto de la Inmaculada Concepción


La Patria es una unidad de destino en lo trascendente, dice un autor[1]. Si pensamos de esta manera a la Patria, como unidad en la trascendencia, la Patria designa algo más que un marco territorial o un límite geográfico; trasciende no solo las fronteras geográficas, sino también lo que constituye a una nación, como el lenguaje, la historia en común, las vivencias, las experiencias vividas en conjunto como grupo nacional. El concepto de Patria como unidad de destino en lo trascendente proyecta a la Patria más allá del tiempo y del espacio, para introducirla en la eternidad, en el infinito marco de la eternidad, por eso no se restringe a un espacio material, pero tampoco queda encerrada en los límites de la espiritualidad reflejada en la elaboración de una cultura nacional.
Si la Patria es el destino común en lo trascendente, en lo que supera el espacio y el tiempo, entonces la bandera de la nación, que representa a la nación y a su destino, debe reflejar este destino de trascendencia. Pocas banderas en el mundo señalan el destino común en la trascendencia, en la eternidad, como la Bandera Argentina. Hay banderas que se conforman con señalar ideales terrenos, y es así que portan imágenes terrenas –leones, águilas, caballos, o colores que indican elementos de la tierra, como el amarillo de las praderas, etc.-; otras, poseen imágenes que indican un destino un poco más elevado y así presentan, como símbolos que identifican a la nación, el sol, la luna, las estrellas. Todas tienen en común el hecho de representar a una nación por símbolos que señalan elementos terrenos o celestiales, pero ninguna sobrepasa los límites témporo-espaciales del mundo y de la historia humanos. Es decir, ninguna bandera realiza en sus imágenes y símbolos el concepto de unidad de destino en la trascendencia.
Solo la Bandera Argentina cumple esta misión de señalar la trascendencia, con sus colores celeste y blanco. Lejos de indicar realidades terrenas –el cielo material con sus nubes es lo que indicarían los colores según la versión laicista-, la Bandera Argentina es un símbolo de una realidad ultraterrena, sobrenatural, que trasciende infinitamente las fronteras del tiempo y del espacio. Los colores de la Bandera Nacional, puesto que fueron tomados del Manto de la Inmaculada Concepción[2], simbolizan a este manto, un manto que flamea en la eternidad, al dulce compás del viento del Espíritu Santo, porque es el Manto de la Madre de Dios.
Al contemplar la Bandera, contemplamos el símbolo de nuestra Patria, de nuestra historia, de nuestra lengua, de nuestras experiencias como nación; pero contemplamos también el destino común en lo trascendente, ya que contemplamos el Manto de la Inmaculada Concepción, que ondula en los cielos eternos, al compás del soplo del Espíritu de Dios que inhabita en María. Contemplamos nuestro destino, la meta final de nuestra historia personal y como Nación.
Si como decía French, arengando a la tropa, que besando la bandera nos parecería estar besando el Manto de la Inmaculada Concepción[3], también es al revés: al besar el Manto de la Inmaculada Concepción nos parecerá estar besando nuestra bandera.
El Manto de María y la Bandera Argentina, forman entonces una sola unidad, que nos indican el destino eterno al cual estamos llamados libremente a alcanzar por nuestras obras.
[1] Cfr. José Antonio Primo de Rivera.
[2] Cfr. José Manuel Eizaguirre, La bandera argentina, Peuser, Buenos Aires, 1900, 43.
[3] Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; en P. Jorge María Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, T. II, 268ss.

martes, 9 de febrero de 2010

Dos fundadores



San Martín es Padre de la Patria; George Washington también. Debido a que los dos son fundadores de naciones, los dos son militares, los dos dieron sus vidas por sus patrias, podemos compararlos a los dos.
George Washington era masón, San Martín era católico; George Washington creía en el Gran Arquitecto del universo, San Martín en Jesucristo, Rey del universo; George Washington era miembro de la masonería, secta anticristiana, ocultista, que se dedica a combatir y a ofender a Jesucristo y a la Virgen María; San Martín era miembro de la Iglesia Católica, la sociedad de Jesucristo, que se dedica en primer lugar a adorar al Hombre-Dios Jesucristo y a honrar a la Madre de Dios, la Virgen María; George Washington tenía en la masonería el grado 33, el grado más alto de esta secta anticristiana, y todos, dentro y fuera de su país, le temían y le obedecían; San Martín era un simple bautizado y miembro más de la Iglesia Católica, y hacía fila para comulgar, como cualquier otro bautizado, sin tener privilegios especiales.
George Washington murió dueño de una inmensa fortuna, con una nación que se convirtió en el tiempo en el imperio más poderoso de la historia de la humanidad, con más poder que cualquier otro imperio en la historia y con más poder que todos los imperios juntos; San Martín murió pobre, en el exilio, traicionado, con su país dividido –Uruguay, Paraguay, parte de Chile, formaban el Virreynato del Río de la Plata- y, lejos de transformarse en la primera potencia mundial, como el país fundado por Washington, su país, Argentina, no puede darle una vivienda y un trabajo dignos a la gran mayoría de sus habitantes.
George Washington está sepultado en el templo principal de la Masonería en Washington, capital de los EE.UU., y a su alrededor no hay ni un crucifijo, ni una imagen de la Virgen, ni nada que indique que Dios Uno y Trino existe; San Martín está sepultado en la catedral de la ciudad de Santa María de los Buenos Aires, cerca del sagrario, morada terrena de Cristo Eucaristía, y cerca de una imagen de la Virgen de Luján, la Madre de Dios.
Cuando murió George Washington fue cubierto su ataúd con una bandera roja, azul y blanca, con tiras y estrellas, que indican los estados que forman esta poderosa nación; sobre el ataúd de San Martín se colocó una bandera celeste y blanca, prolongación del manto de la Virgen de Luján, Reina de los cielos y de la tierra; en el aniversario de la muerte de George Washington se celebran honras masónicas fúnebres, que en realidad es un culto idolátrico a Satanás, príncipe de la mentira y de la muerte; en el aniversario de la muerte del General don José de San Martín se celebran misas, en donde se hace Presente el Hombre-Dios Jesucristo, autor de la vida y la Vida misma.

martes, 26 de enero de 2010

Besar la Bandera es como besar el Manto de la Virgen de Luján



Decía el coronel Domingo French a los soldados que debían jurar la Bandera nacional, en Luján, el 25 de Mayo de 1812: “(…) Somos el regimiento de la Virgen. Jurando nuestra bandera, os parecerá que besáis el Manto de la Virgen”[1].
Es decir, al jurar y besar la Bandera, los soldados del regimiento debían pensar y sentir que era, al mismo tiempo que la bandera, el Manto de la Virgen de Luján lo que besaban.
Contrariamente a lo que puede pensarse, no se trata de un exceso de retórica o de una metáfora poética, pronunciada con el objetivo de identificar el suelo patrio, simbolizado en la bandera, con la religión católica, representada en la Virgen María y de esa manera exaltar, aunque sea artificialmente, los sentimientos de los soldados hacia la patria y hacia la Virgen.
Si fuera así, si sólo se tratara de una expresión de deseos del coronel French, no habría relación real entre la patria y la Virgen; esa relación existiría solo en la mente y en el deseo del coronel, pero no en la realidad.
Pero el coronel French sabía bien lo que decía, porque sabía bien que la intención del General Manuel Belgrano, al crear la Bandera nacional con los colores celeste y blanco, no era hacer referencia al cielo celeste y blanco que observamos todos los días. Al darle los colores celeste y blanco a la Bandera nacional, estaba honrando, con un acto de profunda devoción mariana, a la Virgen María, más concretamente, a la Inmaculada Concepción, de quien era devoto.
La Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción, vino a nuestra patria traída por los españoles, y en esta devoción, se representaba su manto de azul celeste y blanco. Como la imagen de la Virgen de Luján era también la Inmaculada Concepción, fue vestida con esos mismos colores, y es por eso que la Virgen de Luján tenía los colores celeste y blanco.
Cuando Belgrano creó la Bandera nacional, como era devoto de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján, para honrar a María, le dio los colores de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján[2].
Inmaculada Concepción y Virgen de Luján, vestidas de celeste y blanco, forman una sola realidad con el celeste y blanco de nuestra Bandera nacional: la Bandera es casi como si fuera una prolongación del Manto de María Inmaculada.
Es por eso que el coronel French no estaba lejos de la realidad, cuando les decía a los soldados que cuando besaran la Bandera, les parecería estar besando el Manto de la Virgen de Luján, porque la Bandera lleva los colores de María, Madre de Dios, Inmaculada Concepción, Virgen de Luján.
También para nosotros, la Bandera debe evocar no sólo el origen mariano y católico de nuestra patria, sino a María y a su manto, y pensar que así como congregarnos bajo la Bandera, es como si estuviéramos congregados bajo el Manto de María Inmaculada, así, bajo el manto celeste y blanco de la Virgen de Luján, es como si estuviéramos bajo la Bandera nacional.
Del mismo modo, si besar la Bandera celeste y blanca es como besar el Manto de María, así contemplar el Manto celeste y blanco de María es como contemplar a nuestra amada y mariana Bandera patria.
[1] Cfr. Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; en P. Jorge María Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, T. II, 1885, 268ss.
[2] José María Eizaguirre, La bandera argentina, Ediciones Peuser, Buenos Aires 1900, 43; cfr. Guillermo Furlong, S.J., Belgrano. El Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires 1974, 35-36; cfr. Aníbal Atilio Rottjer, El General Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 66.

lunes, 25 de enero de 2010

MALVINAS: UNA HERIDA ABIERTA EN EL CORAZÓN DE LA PATRIA




¿Qué es la Patria? De acuerdo a cómo respondamos esta pregunta, tendremos una mirada que puede darnos una comprensión acerca de lo sucedido en Malvinas.
Ante todo, la Patria e s una realidad metafísica, es una entidad real, física y metafísica, que no comprende solo el territorio geográfico, sino la unión común de los habitantes que comparten una misma historia, un mismo tiempo, una misma cultura, una misma religión. La Patria une a los patriotas que habitan en el territorio, pero no solo por la geografía común, sino por la lengua, la historia, la religión, y el destino común hacia el cual se dirigen en el tiempo. Así como cada persona tiene un destino de eternidad, así la Patria tiene un destino de eternidad, actuando como aglutinante de ese destino eterno para todos los que comparten una misma Patria; el ser de cada persona hunde sus raíces en el ser de la Patria, por eso el destino de la persona humana está ligado al destino de su Patria, del mismo modo a como los hijos hunden las raíces de su ser en la madre biológica que los trajo al mundo, y comparten con su madre una vida y un destino común. Por esto, la Patria es una unidad de destino en lo eterno: así como sea el destino de la Patria, así será el destino de sus hijos.
No hay que confundir con el sentimentalismo progresista de izquierda, ni con el neoconservadurismo de derecha: para uno, para el progresismo, la Patria es un ideal, tal vez noble, pero no más que un ideal, igual a cualquier otro, y por el cual no vale la pena dar la vida, de ahí las películas y propagandas que hacen hincapié en argumentos sensibles y emocionales, como la vida de los chicos que murieron en Malvinas y que sufrieron frío y hambre, sentimientos y emociones que no se justifican ni vale la pena de ser sufridos por un ideal como la Patria.
Para el neoconservadurismo, como el estadounidense, por ejemplo, la Patria es también un ideal, por el cual sí conviene dar la vida, pero no porque este ideal tenga realidad metafísica, sino porque la Patria, al igual que la religión, son ideas sin entidad real, y de esta manera, tal como la conciben ellos, sirven de aglutinantes para las masas, para estas puedan ser dominadas con facilidad por la plutocracia dominante. De ahí la propaganda opuesta al progresismo sea el patrioterismo, la defensa a toda costa y por cualquier medio de una idea que se llama patria, pero no porque sea real, sino porque conviene a los intereses de turno de la plutocracia dominante, que puede con estas ideas dominar a las masas según sus intereses.
En su visita a la Argentina, Juan Pablo II pidió por la paz y por la justicia. Ninguna de las dos cosas se dieron entonces, ni se dan ahora, ni se darán, hasta tanto las Islas Malvinas no estén reintegradas al territorio nacional. No hay paz sin justicia, y no hay justicia sin paz. La paz y la justicia llegarán cuando los usurpadores británicos, en un gesto no de condescendencia, sino de verdadera justicia, devuelvan las Islas Malvinas a Argentina y pidan perdón por haber usurpado tantos años nuestro territorio nacional.
“No se pueden pedir peras al olmo”, dice el dicho, y este gesto, que implicaría vergüenza y honor, no se puede pedir a Gran Bretaña, porque así lo ha demostrado a lo largo de su sangrienta historia.
El sensiblerismo progresista de izquierda sostiene que no se debe dar la vida por la Patria, mientras que el neoconservadurismo de derecha dice que se debe dar la vida por la Patria, pero solo cuando sea conveniente a los intereses de las grandes bancas e instituciones financieras que dominan el mundo.
Nada de esto tiene que ver con la noción católica de la Patria como don de Dios, como unidad de destino en lo eterno y como lugar metafísico en el que se hunde de tal manera la raíz de nuestro ser personal, que no puede ser herida la Patria sin que nuestro propio ser no quede herido mortalmente.
La Patria puede y debe ser defendida, aun a costa de la propia vida y mucho más cuando es agredida injustamente por agresores inmorales, privados de conciencia, de sentido del honor y de todo sentido bueno, como Gran Bretaña.
Porque la Patria es una unidad de destino en la eternidad, porque es una realidad metafísica, porque en ella se hunde la raíz de nuestro ser como personas destinadas a la eternidad y porque unidos a ella llegaremos a la eternidad, no solo se puede dar la vida por ella, sino que se debe, como un honor inmerecido, dar la vida por ella, tal como lo hicieron los soldados argentinos que hoy reposan con sus cuerpos en Malvinas y que con su muda presencia gritan al cielo pidiendo justicia para nuestra Patria.
Malvinas es una herida abierta en el corazón de la Patria, un corazón que sangra y que solo dejará de sangrar cuando las Islas sean recuperadas. La Patria sangra por su corazón, una herida que no cierra.
Jesús, que sabe de heridas sangrantes y de corazones dolientes, que desde la cruz sangra con su Corazón abierto, nos conceda la gracia de algún día recuperarlas para siempre.