Una
de las especialidades de la Masonería es la mentira, utilizada como arma para
lograr sus fines, antes, durante y después de ocurrido un hecho. En el caso del
25 de Mayo de 1810 no es una excepción. La primera y más letal mentira que
logró instalar la Masonería es tildar a los hechos de ese magno día como “revolución”,
cuando los protagonistas y la historia misma dicen lo contrario. Una revolución
implica conspiración para lograr el poder, traiciones, bajezas, deshonor,
asesinatos, todo realizado en pos de lograr un objetivo vil, objetivo que
mancilla a la Patria y a sus patriotas. Nada de eso sucedió el 25 de Mayo. En
otras palabras, el 25 de Mayo no fue una revolución, sino una adhesión a España
y una autodeterminación legal, porque los patriotas obraron conforme a la ley
española vigente en esos momentos, que establecía que si se producía la
acefalía real del gobierno –como se produjo entonces, puesto que el Rey Fernando VII había sido hecho prisionero por los invasores franceses-, entonces las
provincias españolas de ultramar, como el Virreynato del Río de la Plata,
debían tomar por sí mismas el gobierno, es debían, debían asumir el gobierno de
forma independiente, para conservar la unión con España y es eso lo que
sucedió.
Así
lo relata Fray Luis de Castañeda, testigo presencial de los hechos y conocedor
del Derecho de la época. Es por esta razón que Fray Castañeda considera al 25
de Mayo como “un día sagrado”, que debe amanecer para honra y gloria de Dios y
de nuestra Patria y que nosotros debemos postrarnos ante el Santo Altar para
dar gracias a Dios por tantas mercedes y bendiciones recibidas por parte del
Cielo. El 25 de Mayo, entonces, lejos de las falsedades de la leyenda masónica,
está constituido por dos hechos que marcan la nobleza de nuestros patriotas: la
proclamación de absoluta fidelidad al Rey de España y por lo tanto a España,
por un lado, y por otro, la asunción del gobierno por parte de los españoles de
ultramar, tal como lo establecía la ley. No hubo ninguna revolución, no hubo
ninguna bajeza, no hubo ningún interés espurio, sino solo la intención de
mantener a esta provincia española de ultramar, el Virreinato del Río de la
Plata, fiel y unida a España y a su Rey. No hubo un intento deliberado de
separación violenta y artera contra España, sino la asunción no esperada ni
deseada de la autodeterminación independiente en el gobierno civil, debido a la
acefalía que se había producido en la Península Española.
Esto
es fundamental para establecer el origen de nuestra Patria, que no nació
envuelta en la traición, en las pasiones desordenadas de los hombres, en el
odio, en la revuelta, en el asesinato; por el contrario, nació en la nobleza
española, porque éramos españoles de ultramar y continuamos siéndolo, y esto
gracias a los patriotas del 25 de Mayo. Gracias a ellos, nunca cedimos al
invasor inglés y al usurpador francés, sino que nos mantuvimos españoles y por
eso nuestra Patria es hispana y católica y no anglófila o afrancesada. Por otra
parte, nuestra independencia fue meramente política, pero nunca nos
independizamos del lenguaje, de la cultura, de la religión católica, de nuestra
Madre Patria España, lo cual sí habría constituido una imperdonable traición,
pero no hubo nunca traición a España.
En
otras palabras, los acontecimientos decisivos que llevaron al surgimiento de la
Argentina como una nación católica e hispana fueron guiados, según el parecer
de los patriotas de Mayo, como el P. Francisco de Paula Castañeda, por Dios, y
no solo guiados, sino causados por el mismo Dios, por lo cual el Día de nuestra
Independencia no es sino obra pura y exclusiva de Dios, y por esto, dice Fray
Castañeda, debe amanecer cada 25 de Mayo como un día sagrado, que conmemore
eternamente los prodigios obrados por Dios en nuestro favor. Dice así el Padre
Castañeda: “El día veinticinco de Mayo, ya se considere como el padrón o
monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII, o como el origen,
principio y causa de nuestra absoluta independencia política, es y será siempre
un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras
glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”[1]. En un sermón a la catedral, decía: “…el
día veinticinco de Mayo es (un día) solemne (…) sagrado (…) augusto y patrio…”;
en otra ocasión, decía: “…en este día todos, todos con entusiasmo divino,
llenos de piedad, de humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los
altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a
tantas misericordias. Por nuestra parte, ninguna cosa buena hemos hecho en seis
años de revolución; y aun la del veinticinco de Mayo no es obra nuestra sino de
Dios”[2]. Postrados en adoración ante Dios Uno y
Trino, que se hace presente en los misterios litúrgicos, agradecemos como
Nación el tener un día de gloria en nuestro origen, como anticipo de la gloria
eterna.
Por
eso el 25 de Mayo debe, según Fray Castañeda, “amanecer como un día sagrado”, porque
fue la Divina Providencia, fue Dios en su infinita Sabiduría y Amor, quien guió
a los patriotas que, al mismo tiempo, declararon su firme adhesión al rey de
España por un lado y, por otro, declararon la Independencia, pero no para
cortar lazos con España sino, por el contrario, para mantenerlos, conservarlos
y fortalecerlos todavía más. La nobleza de corazón y espíritu con la que
actuaron nuestros patriotas el día 25 de Mayo, el día más glorioso de nuestra
historia, no encuentra explicación sino es en la acción de la gracia divina, de
la cual procede todo buen pensamiento, todo buen sentimiento, todo buen obrar. Y
es por esta misma gracia divina por la que esperamos, algún día, regresar al seno de nuestra
Madre Patria España, sin la cual no se explica nuestra existencia como Nación
hispana y católica.