Nuestra Señora de Malvinas
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domingo, 20 de junio de 2021

El trapo rojo del Dragón comunista no reemplazará jamás al manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, la Bandera Nacional Argentina

 



         Hoy nuestra Patria, cuya Bandera Nacional es el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción de Luján, se encuentra en un gravísimo peligro, porque quienes conforman el des-gobierna que guía a la Nación a un abismo sin fin, son los herederos ideológicos de los criminales subversivos apátridas, los guerrilleros del ERP, la FAP, montoneros, quienes pretendían convertir a la Argentina en un satélite de la Cuba comunista y de la Unión Soviética, estados ateos y anticristianos por esencia y por antonomasia. Las palabras del criminal y asesino de masas Santucho no eran dichas por casualidad: “Debemos MATAR un millón de argentinos, para instaurar el socialismo y el comunismo”. “MATAR” un millón de argentinos, decir una frase así, refleja el odio y la intención preternaturales, satánicas, que movían a los brutales asesinos subversivos de la década de los setenta. Luego de haber sido derrotados militarmente, lamentablemente ganaron –por el momento- la batalla cultural y es así que lograron colocar a un “camarada” suyo, el marxista Raúl Alfonsín –marxista y abogado defensor de los apátridas y criminales subversivos- como “padre de la democracia”, enmascarando su profundo odio hacia Dios y hacia la Patria, tal como lo demostraría, entre otras cosas, con su lema: “Con la democracia se come, se cura y se educa”, intentando, con esta frase materialista y marxista, desplazar a Dios, quien es El que con su Providencia nos alimenta, nos cura y nos educa y además limitando al argentino a un trozo de materia sin espíritu, al establecer al menos implícitamente que lo único que hacía falta era un gobierno “democrático”. Luego se sucedieron diversos gobiernos, hasta el actual, todos caracterizados por carecer, en absoluto, de un proyecto nacional de crecimiento y desarrollo material y espiritual, constituyendo en cambio una casta política oligárquica desentendida del Pueblo Argentino y dedicada a enquistarse en el poder para lograr más poder y más riquezas para sí mismos. Hoy, quienes nos gobiernan, son los herederos ideológicos de los subversivos apátridas quienes, por carecer de Dios y de Patria, niegan a Dios –ley infame y genocida del aborto aprobada por este gobierno- y traicionan a la Patria –entre otras cosas, destrucción de las Fuerzas Armadas y entrega de nuestra soberanía nacional a China al otorgarle una base militar en la Patagonia Argentina, con lo cual quedamos bajo la órbita del Dragón rojo, el comunismo chino, además de la cesión de aguas territoriales para la depredación a las flotas pesqueras piratas chinas, la práctica rendición total frente al enemigo usurpador inglés en Malvinas y muchas otras traiciones más-. Es por esto que nuestra Patria, cuya Bandera Nacional es el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de Luján, es el próximo objetivo de los apátridas, quienes tratan de implantar un régimen comunista al estilo chino-cubano-soviético y así reemplazar a nuestra Bandera Nacional por el trapo rojo del Dragón del Apocalipsis, el Comunismo.

         Es hora de que despertemos del letargo en el que nos encontramos los argentinos y nos demos cuenta que detrás de la política se encuentran dos grandes enemigos de Dios y de la Patria, la Masonería y el Comunismo, por lo que en realidad se trata de una lucha espiritual del Pueblo Argentino, ya que la Masonería es la Bestia y el Comunismo es el Dragón del Apocalipsis. Y si es una lucha espiritual, las armas son espirituales: el Santo Rosario, la Santa Misa, el vivir en gracia, el invocar con frecuencia al Ángel Custodio de Argentina. Nuestras únicas esperanzas de sobrevivir como Nación, nuestra única esperanza de que la Bandera Nacional, el Manto celeste y blanco de Nuestra Señora de Luján, no sea reemplazado jamás por el trapo rojo del Dragón rojo comunista, son el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. ¡Viva la Patria! ¡Viva el Sagrado Corazón de Jesús! ¡Viva la Patrona y Dueña de la Argentina, Nuestra Señora de Luján!

viernes, 16 de agosto de 2019

Todos los caminos de la Bandera Nacional Argentina conducen a la Inmaculada Concepción


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         ¿Dónde se originaron los colores de la Bandera Nacional Argentina? Antes de responder a la pregunta, hay que descartar, de plano, la teoría liberal-masónica de que el cielo, con su celeste y blanco naturales, fueron los que inspiraron a Belgrano para su creación. Esta teoría no tiene más sustento que la intención de aquellos que quieren desterrar a Dios de todo lo humano, especialmente de nuestra insignia nacional, en este caso.
         Cuando se investiga, con seriedad científica, el origen de los colores de la Bandera Nacional Argentina, se puede decir, parodiando al dicho que dice que “todos los caminos conducen a Roma” que “todos los caminos de la Bandera Nacional conducen a la Inmaculada Concepción”. En efecto, una primera señal está dada por el testimonio del hermano de Belgrano, el Sargento Carlos Belgrano, quien afirmó que “los colores de la Bandera Nacional fueron tomados por mi hermano del manto de la Inmaculada Concepción, de la cual era ferviente devoto”. Es decir, fue un acto de devoción mariana, pues quiso honrar el General Belgrano a la Santísima Virgen, dándole a la insignia nacional argentina los colores de su manto. Esto es sumamente importante, porque significa que Dios mismo quería que nuestra Bandera Nacional llevara los colores de la Virgen, porque si fue un acto de devoción mariana, fue un acto mediado por la gracia y es de Dios de quien proviene toda gracia, siendo la Virgen la Mediadora de toda gracia.

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         Según otra teoría, los colores de la Bandera Nacional habrían sido dados por el General Belgrano por ser estos colores los distintivos de la “Real y Distinguida Orden Española de Carlos III”, establecida por Carlos III, rey de España –creador del Virreinato del Río de la Plata, con su capital en Buenos Aires-, mediante real cédula de 19 de septiembre de 1771. Puesto que el rey Carlos III era muy devoto de la virgen María, eligió el azul celeste y el blanco como los colores de la Orden, que son a su vez los colores de la Inmaculada Concepción. Es decir, Carlos III hizo lo mismo que Belgrano: por devoción a la Virgen y en un acto de devoción mariano, dio a su Orden los colores de la Inmaculada Concepción[1].
Entonces, según esta teoría, fue de esta Orden de Carlos III de donde el General Manuel Belgrano tomó los colores de la Bandera Nacional. Esta teoría coincide con lo declarado por el Sargento Carlos Belgrano, puesto que también en este caso, la intención de Belgrano era honrar a la Inmaculada Concepción, cuyos colores llevaba la Orden del rey Carlos III.
De esto se deduce que, por un camino u otro, al investigar el origen de los colores de la Bandera Nacional Argentina, se llega siempre al mismo punto: el origen es el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción. Por esta razón, como decía Liniers a los soldados que combatían contra los invasores ingleses, “besar la Bandera Nacional es besar el manto de la Inmaculada Concepción”.






[1] Por esta razón solemos ver a los Reyes de España con condecoraciones celeste y blanco, los mismos colores de la bandera argentina; pues se trata precisamente de la Real Orden de Carlos III, de la cual provienen los colores de la insignia nacional del país americano.

lunes, 17 de junio de 2019

La Bandera Argentina tiene los colores de la Virgen por deseo de Dios


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          La Bandera Argentina lleva los colores celeste y blanco y la razón es que el General Belgrano, su creador, quiso explícitamente que llevara los colores del manto de la Virgen. No es verdad, como enseña el mito liberal y masónico, que los colores se deben al cielo y las nubes. Está comprobado, históricamente, que el General Belgrano, quien era devoto de la Inmaculada Concepción, quiso honrar a la Virgen, dándole a la Bandera los colores de su manto. El dato es histórico y lo da el hermano del General, el Sargento Belgrano, quien declaró: “Mi hermano quiso honrar a la Inmaculada Concepción dándole a la Bandera los colores de su manto”. Es decir, lo que hizo el general Belgrano, fue un acto de devoción a la Virgen, un acto de devoción mariana. Esto es de suma importancia para la consideración del origen de los colores de la Bandera Argentina, porque si fue un acto de devoción mariana, esto implica una intervención directa de Dios, quien fue el que puso en la mente y en el corazón de Belgrano la intención y el deseo de que la Bandera de la nueva Nación llevara los colores de la Virgen Inmaculada. Esta intervención de Dios no es intrascendente, porque cambia radicalmente el origen de los colores: si la elección de los colores del manto de la Inmaculada para que fueran los colores de la nueva bandera no vino de Belgrano, sino de Dios, es porque esto fue una gracia de Dios y si fue una gracia, la idea y el deseo vinieron de Dios y no de Belgrano. Es decir, debido a que lo que hizo Belgrano fue un acto de devoción mariana, esto quiere decir que fue necesaria la gracia para ello y si fue una gracia, vino de Dios, que es la Gracia Increada y Fuente de toda gracia. Esto significa, en pocas palabras, que el gesto de Belgrano no se originó en él, sino que fue solo una respuesta a la intervención divina, por lo que fue Dios y no Belgrano, quien quiso que la Argentina llevara los colores del manto de la Inmaculada Concepción.
          Cuando besemos el manto de la Inmaculada, nos parecerá estar besando a la Bandera Nacional y cuando besemos a la Bandera Nacional, nos parecerá estar besando el manto de la Virgen Inmaculada. ¡Dichosa nuestra Patria, cuya Bandera Nacional es el manto celeste y blanco de la Virgen Inmaculada de Luján!

martes, 1 de agosto de 2017

Nuestra Bandera Nacional es el manto de la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de Luján



El General Manuel Belgrano, quien era ferviente devoto de la Inmaculada Concepción de Luján, tomó los colores del manto de la Virgen para nuestra Bandera Nacional, como un acto de piadosa devoción mariana puesto que su intención era homenajear a la Madre de Dios. Por esta razón afirmamos, con toda certeza, que nuestra Enseña Patria, celeste y blanca, es el manto de la Virgen de Luján, la Inmaculada Concepción. Los argentinos no tenemos otra bandera que el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción.

sábado, 9 de julio de 2016

¡Viva la Patria, nacida bajo la Santa Cruz de Jesús y arropada con el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción!


9 de Julio de 1816 - 9 de Julio de 2016

¡Viva la Patria, nacida bajo la Santa Cruz de Jesús y 

arropada con el Manto celeste y blanco 

de la Inmaculada Concepción!


martes, 21 de junio de 2016

El origen mariano de la Bandera Argentina



         ¿Por qué lleva la Bandera Argentina los colores celeste y blanco? Según la historiografía liberal y atea, se debe a que se inspiró en “los colores del cielo”. Según la historia real y verídica, el General Belgrano, ferviente devoto de la Virgen, tomó los colores del manto de la Inmaculada Concepción, como forma de homenaje a la Madre de Dios. Es decir, el General Belgrano le dio los colores celeste y blanco a la Bandera Nacional, tomándolos del manto de la Virgen, como una forma de homenaje a Nuestra Señora. El hecho tiene una trascendencia que supera lo que podemos apreciar en un primero: si la Bandera Nacional lleva los colores de la Inmaculada Concepción, se trata de un acto de devoción mariana; si es un acto de devoción mariana, es una gracia y, como tal, una intervención celestial, sobrenatural, de parte de Dios Trino, que es la Gracia Increada en sí misma y de quien emana toda gracia; si es así, el acto de dar a la Bandera Argentina los colores de la Virgen, es decir, si fue una gracia, fue por lo tanto una intervención de María Santísima en persona, pues Ella es “Medianera de todas las gracias”; si es así, esto significa que la Nación Argentina lleva como estandarte nacional un pabellón con los colores del manto de María, porque fue María, la Madre de Dios en persona, quien intervino, concediendo esta gracia al General Belgrano. En otras palabras, los colores celeste y blanco de la Bandera Argentina lleva los colores de la Inmaculada Concepción por expreso deseo del Cielo. Quien contempla la Bandera Argentina, contempla el manto de María Inmaculada, y esto no por obra del hombre, sino por intervención divina.
         Si bien no existe ningún documento escrito por parte de Belgrano en el que afirme esta teoría, existen sin embargo numerosos testimonios históricos y por lo tanto, creíbles en su veracidad, que dan cuenta de esta teoría: el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción se prolonga y refleja en la Bandera Argentina.
Utilizaremos un artículo que recopila el trabajo de diversos historiadores, en el que se demuestra la teoría que sostenemos, con abundante documentación[1].
“Cuando el rey Carlos III consagró a España y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la Virgen principal Patrona de sus reinos; creó también la Orden Real de su nombre, cuyos caballeros recibían, como condecoración, el medallón esmaltado con la imagen azul y blanca de la Inmaculada, pendiente al cuello de una cinta de tres franjas: blanca en el medio, y azules a los costados. El artículo 40 de los estatutos de la Orden, reformados en 1804, dice: Las insignias serán una banda de seda ancha dividida en tres franjas iguales, la del centro blanca y las dos laterales de color azul celeste[2].
“Mitre dijo que los colores nacionales blanco y azul celeste pudieron ser adoptados ‘’en señal de fidelidad del rey de España, Carlos IV, que usaba la banda celeste en la Orden de Carlos III, como puede verse en sus retratos al óleo… la cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia’. El artículo IV de los estatutos de dicha orden, decretados en 1804, dice: ‘Las insignias… serán una banda de seda ancha divididas en tres fajas iguales, la del centro blanca, y las dos laterales de azul celeste’. Augusto Fernández Díaz recuerda que,  cuando el último ensayo de gobierno republicano de España, se acordó cambiar la bandera rojo y gualda por otra de tres franjas: rojo, gualda y morado, Miguel de Unamuno, entonces diputado, dijo:… Bandera monárquica podríais acaso llamar a la celeste y blanca de los Borbones de la casa española, cuyos colores son también los de la República Argentina y los de la Purísima Concepción”[3].
“Si bien la escarapela azul y blanca no se usó en 1810, y sólo aparece al año siguiente, como distintivo de la Sociedad Patriótica; sus colores habían adquirido una especial significación, por haberlos usado los voluntarios que prepararon la Reconquistay que, reunidos en Luján, combatieron luego en la Chacra de Perdriel. Las crónicas de Luján nos hablan del… Real Pendón de la Villa de Nuestra Señora, bordado en 1760 por las monjas catalinas de Buenos Aires. En él había dos escudos: unos con las armas del rey y otro con la imagen de la Pura y Limpia Concepción de María Santísima, singular patrona y fundadora de la villa. El Cabildo de Luján entregó este estandarte a las tropas de Pueyrredón,… como su mejor contribución para el servicio y defensa de la Patria. Después de implorar en auxilio de la Virgen, y usando, como distintivo de reconocimiento, los colores de su imagen, por medio de dos cintas anudadas al cuello, una azul y otra blanca, y que llaman de la medida de la Virgenporque cada una medía 38 centímetros, que era la altura de la imagen de la Virgen de Luján; los 300 soldados improvisados se lanzan al ataque contra 700 veteranos de Beresford, y mueren en la acción tres argentinos y veinte británicos. Los dispersos se unen más tarde a las fuerzas de Liniers, y obtienen, días después, la victoria definitiva, que se atribuyó oficialmente a la intervención de la Virgen María, como consta en las actas del cabildo de 1806. Estos colores los conservaron los húsares de Pueyrredón en la Defensadurante las jornadas de julio de 1807”[4].
“¡Soldados! Somos de ahora en adelante el Regimiento de la Virgen. Jurando nuestras banderas os parecerá que besáis su manto… Al que faltare su palabra, Dios y la Virgen, por la Patria, se los demanden”[5].
“Carlos III, Carlos IV y Fernando VII vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con el camafeo de la Inmaculada, y el manto real lucía estos mismo colores, como puede observarse en los retratos que adornan los salones del Escorial y el palacio de Oriente en Madrid, donde se custodian también las condecoraciones con la cruz esmaltada en blanco y celeste. Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las universidades de Salamanca y de Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que Belgrano, al recibirse de abogado, juró ‘defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, patrona de las Españas’, y que, al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta fundamental de la institución que la ponía ‘bajo la protección de Dios’ y elegía ‘como Patrona a la Inmaculada Virgen María’, cuyos colores, azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba el frente del edificio”[6].
“… al fundarse el Consulado en 1794, quiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de la dicha Institución constaba de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las que tuvo en 1794? El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido,  cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto’”[7].
“Al emprender la marcha (hacia el Paraguay) pasa (Belgrano) por la Villa de Nuestra Señora de Luján donde se detiene para satisfacer el deseo que le anima de poner su carrera y las grandes empresas que idea en su mente, bajo la protección de la milagrosa Virgen de Luján. Manda, al efecto, celebrar en ese Santuario una solemne Misa en honor de la Virgen a la que asiste personalmente, a la cabeza del Ejército de su mando, y robusteciendo su corazón con el cumplimiento de este acto religioso, prosigue lleno de fe y de esperanza el camino que le trazara el deber y el honor”[8].
“José Lino Gamboa, antiguo cabildante de Luján, juntamente con Carlos Belgrano, hermano del General, afirmó que: ‘Al dar Belgrano los colores celeste y blanco a la bandera patria, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto por haberse amparado a su Santuario de Luján’”[9].
“El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján de quien era ferviente devoto. Y en este sentido se han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados historiadores”[10].
Demos gracias, por lo tanto, todos los argentinos, postrados ante el altar eucarístico, por habernos donado la Bandera Nacional más hermosa del mundo, la Bandera Argentina, que lleva los colores del manto de María Santísima.
         “¡Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor!” (Sal 33, 12). ¡Dichosa nuestra Patria Argentina, cuyo Dios es Nuestro Señor Jesucristo, cuya Patrona es la Madre de Dios, cuya bandera es el manto de la Inmaculada Concepción!






[1] Revista Mikael. Año 8. Nº 23. Segundo Cuatrimestre. 1980. Paraná, Entre Ríos.
[2] Aníbal Atilio RottjerEl General Manuel BelgranoEdiciones Don Bosco, Buenos  Aires, 1970, 62.
[3] Vicente SierraHistoria de ArgentinaEdiciones Garriga Argentina, T. V., 1962, L. III, cap. II, 472.
[4] Rottjer, o. c., 61-62.
[5] Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; el P. Jorge María Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, T. II, 1885, 268 ss.
[6] Rotjjer, o. c., 62-63.
[7] Guillermo Furlong S.J., Belgrano. El Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires, 1974, 35-36.
[8] P. JORGE MARÍA SALVAIRE, o. c., 262-263.
[9] JOSÉ MANUEL EIZAGUIRRE, La bandera argentina, Peuser, Buenos Aires., 1900, 43.
[10] Rotjjer, o. c., 66.

jueves, 31 de marzo de 2016

La creación de la Bandera Argentina fue un acto de devoción a la Virgen


27 de Febrero de 1812, Día de la creación de la Bandera Nacional Argentina
por parte del General Manuel Belgrano, quien la dotó con los colores celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, a modo de homenaje a Nuestra Señora de Luján, de quien era ferviente devoto.


     ¿Puede ser modificada la Bandera Argentina? Sostenemos que no, y daremos nuestras razones. Según lo que se desprende de la historia de la creación de la Bandera Nacional Argentina por parte del General Belgrano, se trató en realidad de un acto de devoción mariana por parte del General, debido a que Manuel Belgrano pretendió honrar a la Inmaculada Concepción de Luján, de quien era ferviente devoto; en consecuencia, fue una gracia; si fue una gracia, entonces el deseo de que la Bandera Argentina lleve los colores del Manto de la Inmaculada Concepción, viene del cielo y no de los hombres; ergo, la Bandera Nacional Argentina no puede ser cambiada por meros caprichos humanos.
         Que la Bandera Nacional Argentina haya sido creada por el General Manuel Belgrano para honrar a la Inmaculada Concepción, es una verdad que se revela, desprende y afirma a partir de hechos históricos fehacientemente documentados. El historiador Vicente Sierra dice así: “Cuando el rey Carlos III consagró España y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la Virgen principal Patrona de sus reinos; creó también la Orden Real de su nombre, cuyos caballeros recibían, como condecoración, el medallón esmaltado con la imagen azul y blanca de la Inmaculada, pendiente al cuello de una cinta de tres franjas: blanca en el medio, y azules a los costados. El artículo 40 de los estatutos de la Orden, retomados en 1804, dice: ‘Las insignias serán una banda de seda ancha dividida en tres franjas iguales, la del centro blanca y las dos laterales de color azul celeste”[1]. Según lo que hace constar este historiador, es desde el reinado de Carlos III que tanto España como las Indias, estaban consagradas a la Virgen, creándose en su honor la Orden Real de la Inmaculada, cuyos colores eran el azul y el blanco. El mismo historiador cita a Bartolomé Mitre:
“Mitre dijo que los colores nacionales blanco y azul celeste pudieron ser adoptados ‘en señal de fidelidad al rey de España, Carlos IV, que usaba la banda celeste de la Orden de Carlos III, como puede verse en sus retratos al óleo… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia’. El artículo IV de los estatutos de dicha orden, decretados en 1804, dice: ‘Las insignias… serán una banda de seda ancha dividida en tres fajas iguales, la del centro blanca, y las dos laterales de color azul celeste’. Augusto Fernández Díaz recuerda que, cuando en el último ensayo de gobierno republicano en España, se acordó cambiar la bandera rojo y gualda por otra de tres franjas: rojo, gualda y morado, Miguel de Unamuno, entonces diputado, dijo: ‘…Bandera monárquica podríais acaso llamar a la celeste y blanca de los Borbones de la casa española, cuyos colores son también los de la República Argentina y los de la Purísima Concepción”[2]. Otro historiador, Aníbal Rottjer, se explaya acerca de la devoción profesada a la Inmaculada Concepción, tanto de los reyes de España, como del General Manuel Belgrano: “Carlos III, Carlos IV y Fernando VII vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con el camafeo de la Inmaculada, y el manto real lucía estos mismos colores, como puede observarse en los retratos que adornan los salones del escorial y el palacio de Oriente en Madrid, donde se custodian también las condecoraciones con la cruz esmaltada en blanco y celeste. Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las universidades de Salamanca y de Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que Belgrano, al recibirse de abogado, juró ‘defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las Españas’, y que, al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta fundamental de la institución que la ponía ‘bajo la protección de Dios’ y elegía ‘como Patrona a la Inmaculada Virgen María’, cuyos colores, azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba el frente del edificio”[3].
En el mismo sentido de estos historiadores -el de la devoción mariana del General Belgrano y la relación de esta devoción con la creación de la Bandera Nacional-, el P. Guillermo Furlong afirma lo siguiente: “…al fundarse el Consulado en 1794, q1uiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de dicha institución monárquica constara de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional, ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las que tuvo en 1794? El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo, confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto’”[4]. Y Aníbal Rottjer trae el testimonio del hermano del General, el Sargento Mayor Carlos Belgrano, el cual confirma lo aseverado por los historiadores anteriores: “El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: ‘Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’. Y en este sentido se han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados historiadores”[5].
Por otra parte, si es así, esto quiere decir que fue una inspiración celestial, una gracia venida de lo alto; gracia a la cual el General Belgrano lo único que hizo fue, movido por su amor a la Virgen, secundarla, para honrarla. Es decir, la decisión de utilizar los colores de la Inmaculada Concepción como modelo celestial para los colores de la Enseña Patria, se originó en él, ya que fue un acto libre de su decisión personal, pero la idea, vino del cielo, porque honrar a la Madre de Dios es una gracia y la gracia no se “produce” en el hombre, no se origina en el hombre por sí mismo, sino que es un don celestial. Y puesto que no existe ninguna gracia que venga a través de María Santísima, Medianera de todas las gracias, esta gracia particular, de dotar a la Bandera Nacional Argentina con los colores de la Inmaculada Concepción, le fue concedida al General Belgrano por la Virgen en persona. En otras palabras, que la Bandera Nacional Argentina tenga los colores celeste y blanco –que no representan el cielo cosmológico, como enseña la versión liberal- de la Virgen Inmaculada, como forma de honrar a la Madre de Dios, es una decisión de la Madre de Dios en persona –tomada, con toda seguridad, de común acuerdo con su Hijo Jesús, nuestro Dios y Señor-. Por lo tanto, modificar la Bandera Nacional, quitando y/o agregando algo, significa ir en contra de la voluntad de María Santísima y su Hijo, Dios.




[1] Cfr. Rottjer, A., El general Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 62.
[2] Cfr. Sierra, o. c.
[3] Cfr. Rottjer, A., El general Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 62.
[4] Furlong, G., Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires 1974, 35-36.
[5] Rottjer, ibidem, 66.

sábado, 24 de mayo de 2014

El 25 de Mayo es un día sagrado para los argentinos, porque es obra de Dios y no de los hombres


         En un momento de la historia de la Nación Argentina en el que reinan por doquier la confusión, el enfrentamiento, la violencia, la sed de poder, el materialismo, como consecuencia de la difusión de una mentalidad carente de valores morales, mentalidad causada a su vez por la pérdida absoluta de valores espirituales trascendentales, la celebración de una fecha como la del veinticinco de Mayo pierde su sentido original, para ser aprovechada por mezquinos intereses partidistas a los que solo les interesa conservar su pequeña parcela de poder para acrecentar su fortuna, sin importarles el Bien Común de la Nación ni el destino de eternidad de sus compatriotas, ni mucho menos el significado primigenio de la fecha patria que se celebra.
Precisamente, para recuperar ese sentido primigenio y sobre todo para que la Patria y los argentinos que amamos a la Patria seamos capaces de salir de este estado actual en el que nos encontramos, es necesario recurrir a las fuentes históricas y presenciales de los hechos de Mayo de 1810, como Fray Francisco de Paula Castañeda, un patriota y fraile franciscano, testigo de los sucesos históricos que dieron origen a nuestra Patria. Tomando como punto de referencia este testimonio del pasado, podemos reconstruir el presente, con miras a consolidar el futuro; de otra manera, corremos el peligro de que los actuales falsificadores de la historia, que ya han falsificado el pasado, y han logrado provocar la confusión del presente, logren lo que se proponen como fin último: la destrucción final de la Patria en un futuro, tal vez no muy lejano.
Partiendo de esta premisa, revisemos, brevemente, qué es lo que decía Fray Francisco de Paula Castañeda acerca del Veinticinco de Mayo de 1810. Decía que debía amanecer como un día “sagrado, solemne, augusto y patrio”[1] y que debíamos “postrarnos ante los altares con entusiasmo divino” porque “no era obra nuestra”, sino “de Dios”: “…en este día todos, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tanta misericordia. (…) la obra del Veinticinco de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios…”[2].
En otra parte afirma que el Veinticinco de Mayo, lejos de ser un día de traición a la Madre Patria, o un día de rebelión contra las raíces culturales o religiosas, es, por el contrario, el galardón eterno de nobleza y de fidelidad heroica, precisamente, a la cultura hispana y a la religión católica, porque mientras los patriotas son fieles a la Madre Patria, en su cultura y en su religión, en la persona del rey, se independizan, porque así lo exigen las gravísimas circunstancias históricas, solo desde el punto de vista político: “…el Veinticinco de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII (…) El día Veinticinco de Mayo es también el origen y el principio y causa de nuestra absoluta independencia política (…) es el non plus ultra, el finiquito de nuestra servidumbre”[3].
Entonces, esto es el Veinticinco de Mayo para un patriota como Fray Francisco de Paula Castañeda: un día que debe amanecer no como un día cualquiera, como un día más, sino como un día sagrado, solemne, augusto, patrio, en el que debemos postrarnos, llenos de sentimientos de piedad y de religión, ante los altares de Dios Nuestro Señor Jesucristo, reconociendo que nuestra Independencia, que fue política y no religiosa ni cultural, fue obra divina, fue obra de Dios y no obra nuestra, y por eso darle gracias, pero también comprometiéndonos, postrados ante la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y besando el Manto de Nuestra Señora de Luján, Patrona de Nuestra Patria Argentina, a continuar la obra que Dios mismo comenzó en 1810: Dios Uno y Trino quiso que entre las naciones hubiera una Nación independiente llamada Argentina, que fuera de religión Católica, de cultura Hispana, con población amerindia, que hablara español y rezara a Jesucristo, que tuviera la Cruz por cuna, que se alimentara con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que tuviera al Manto de la Inmaculada Concepción de Luján como Enseña Nacional, que tuviera el Reino de los cielos por destino eterno, y al Amor de Dios en los corazones de todos sus hijos.
Es en esto en lo que consiste el verdadero Veinticinco de Mayo.



[1] Guillermo Furlong, Vida y obra de Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 381.
[2] Cfr. ibidem, 382.
[3] Cfr. ibidem, 381.

martes, 7 de mayo de 2013

Nuestra Señora de Luján y el destino de eternidad de la Nación Argentina



         Es una verdad por todos conocida que la imagen de la Virgen de Luján está estrechamente relacionada a la Nación Argentina. Todos sabemos cómo fue el milagro por el cual la imagen sagrada se quedó en su lugar actual: la carreta que la transportaba se quedó inmovilizada, sin que hubiera poder humano que hiciera mover a los bueyes que la tiraban, hasta que descargaron el baúl en el que se encontraba la imagen de la Virgen; ésa fue la señal, interpretada por todos como venida directamente del cielo, de que la imagen de la Virgen quería quedarse en ese lugar.
         De esta manera, con el milagro de la carreta, la Madre de Dios demostraba su voluntad de quedarse en las tierras que luego se llamarían “República Argentina” y que llevaría como signo distintivo nacional los colores celeste y blanco de su manto.
         Conociendo la historia de la presencia de la Virgen en nuestra Patria, cometeríamos un grave error si redujéramos los hechos a la categoría de “evento histórico-cultural”, como si la intención de la Virgen fuera el agregar a nuestra Nación una curiosidad ubicada en los cimientos mismos de la nacionalidad. Si redujéramos el episodio de la carreta de bueyes a su mera realización histórica, y la enmarcáramos en el estrecho límite de la cultura nacional, entonces todo se reduciría una anécdota “fundacional”, puesto que el hecho se produce antes de la fundación de Argentina como Nación, pero nada más. La presencia de la Virgen de Luján sería algo que pasó en la historia –hecho verídico, comprobado por testigos veraces y verídicos- y quedaría integrado en el “alma argentina” como elemento fundacional del ser cultural argentino, pero nada más. No habría ningún otro tipo de trascendencia, porque todo quedaría reducido al plano histórico-cultural.
Sin embargo, no podemos cometer este error, puesto que las intenciones de la Virgen, al elegir nuestra Nación para quedarse entre nosotros, trasciende todo lo que nuestra limitada naturaleza humana pueda siquiera imaginar.



Por lo pronto, el hecho de que Argentina posea, como emblema nacional, una bandera que lleva los colores de su manto, que son los colores de la Inmaculada Concepción, es un indicativo de que la Virgen en persona, por indicación de la Santísima Trinidad, ha querido que la Nación Argentina se identifique con los colores de su manto, porque el acto de Manuel Belgrano, de inspirarse en el manto de la Virgen de Luján, “de quien era devoto”, como declaró su hermano, el Sargento Manuel Cabral, para dotar con sus colores a la enseña nacional, como gesto de devoción a la Virgen, es un acto de profunda devoción mariana, y como toda devoción mariana, no surge de sí mismo, sino que es un deseo puesto en su corazón de patriota por la misma Virgen en Persona. En otras palabras, la Argentina lleva los colores celeste y blanco en su Bandera Nacional por deseo expreso de la Virgen María, que es quien inspira este deseo a Manuel Belgrano, y como el prócer era ferviente devoto de la Virgen, accede a este pedido suyo. Este hecho indica también, al igual que el episodio de la carreta, el deseo de la Virgen María no solo de quedarse entre los argentinos, sino que los argentinos se identifiquen, en cuanto tales, con su manto celeste y blanco, y eso es lo que ocurre desde la creación de la Bandera Nacional, desde el momento en que sus colores no son elegidos al azar, sino que son una copia y extensión del manto de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján.
Por otra parte, en las recientes apariciones en San Nicolás –apariciones aprobadas oficialmente por la Iglesia-, la Virgen en sus mensajes confirma este destino de predilección de Argentina. Entre otros muchos mensajes dirigidos a la Nación Argentina, dice: “(…) Esta tierra es tierra santa, la Gracia del Señor se palpa y se recibe a cada instante; tierra bendita, donde la Madre quiere morar para poder aguardar allí, la llegada de sus hijos. Amén. Amén”[1]. “Hija mía: Desde tu patria, el Señor está haciendo nacer en el cristiano, un nuevo cristiano. Desde tu patria, estoy posando mis manos sobre todos mis hijos. Sí, hija, desde aquí todos los pueblos me conocerán y sabrán que renovar el corazón, es desear que el Señor viva en el corazón. Aleluia”[2]. “Desde hora temprana vengo hablando a mis hijos. He hablado en Fátima, he hablado en Lourdes y hoy estoy aquí. ¿Qué esperan mis hijos? Deben comenzar ya, a no dudar de la Madre y a aferrarse a la Madre. Que haya en los corazones, deseos de purificación y una creciente y constante entrega al Señor. Gloria al Eterno”[3]. “(…) En este pueblo, se ha posado María; desde este pueblo, rescatará almas María para el Salvador de las almas. Gloria a Dios”[4]. “No todo está destruido, el Señor ha fijado una meta, ha puesto sus ojos en un determinado lugar; esta tierra es la elegida por Él, aquí nacerán nuevos sarmientos para Su Viña. Aquí el Señor ha sembrado Amor, aquí quiere recoger amor. No se retirará Él de sus hijos. Bendito sea por siempre el Señor”[5]. “(…) Veo una nube celeste que cubre todo el Campito. En la Santa Misa del Campito, siento Su voz que me dice: “Es mi Manto que protege a tu pueblo[6]. “(…) Agrega: “Mi día está cercano, ese día en que Yo habitaré entre vosotros y ocuparé mi lugar. SOY PATRONA DE VOSOTROS, DE TU PUEBLO[7]. De lo que se desprende de los mensajes, entre otras cosas, es que la Virgen confirma, con sus apariciones en San Nicolás, la intención del milagro de Luján: quedarse en nuestra Patria Argentina para bendecirla con su presencia.
Por todo esto, podemos decir que el hecho de que nuestra Patria Argentina lleve en su Bandera Nacional los colores celeste y blanco del manto de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján; que se haya querido quedar aquí y bendecirnos con su Presencia maternal, y que haya elegido a la Argentina para rescatar almas para Dios, no es ni puede ser nunca una mera anécdota histórico-cultural: la Virgen ha elegido a la Nación Argentina para darle el triunfo sobre sus enemigos, “las potestades de los cielos” (cfr. Ef 6, 12), y así conducirla, victoriosa, al Reino de su Hijo Jesús. La conmemoración de la Virgen de Luján debe llevar entonces a los argentinos a reavivar espiritualmente el destino de eternidad en el Reino de los cielos hacia el cual nos conduce  la Madre de Dios, la Virgen de Luján.
        



[1] Mensaje 922, 17-7-86.
[2] Mensaje 1061, 31-12-86.
[3] Mensaje 1190, 26-7-87.
[4] Mensaje 1281, 20-10-87.
[5] Mensaje 1283, 13-11-87.
[6] Mensaje 1144, 5-4-87.
[7] Mensaje 27, 4-12-83.

miércoles, 20 de junio de 2012

La creación de la Bandera fue un acto de devoción mariana



Al crear la bandera de una nación, se tienen en cuenta diversos factores, que inciden en la configuración final de la misma, como por ejemplo, las características geográficas del lugar, los animales que predominan, los rasgos culturales de la nación, las tradiciones, las leyendas ancestrales, etc. De esta manera, los habitantes de la nación, al contemplar su bandera, se sienten identificados en lo que la bandera representa.

Esto es lo que explica que la bandera de México, por ejemplo, lleve un águila que devora una serpiente, ya que es una leyenda ancestral del pueblo mexicano; la bandera de Ucrania, con sus colores amarillo y celeste, representa las características geográficas del lugar donde asienta la nación ucraniana: el amarillo representa el trigo de sus campos, y el celeste, el cielo. En otros casos, se representan numéricamente la cantidad de estados pertenecientes a la nación, como las estrellas de la bandera de Estados Unidos, o puede también la bandera ser un emblema ideológico, como en el caso de Rusia.

En el caso de la bandera de nuestro país, las cosas son distintas. En ella no se encuentra reflejada la geografía, o los estados provinciales que integran la nación, o leyendas populares, y tampoco hay símbolos ideológicos de ninguna clase. Nuestra bandera no representa nada de esto, porque su origen no es terreno, sino celestial: cuando el General Manuel Belgrano la creó, tuvo la intención de honrar a la Madre de Dios, María Santísima, en su advocación de la Inmaculada Concepción, según lo testimonia su hermano, el sargento Carlos Belgrano: “El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: ‘Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’ .

Por lo tanto, en la creación de nuestra insignia nacional, no hubo referencias a características geográficas, a tradiciones, a leyendas, ni a nada parecido: fue un acto de devoción mariana, con el cual el General Belgrano quiso honrar a la Madre de Dios. Y como todo acto de devoción mariana, no surgió del propio Belgrano, sino que fue una gracia de Jesucristo, concedida a través de la Medianera de todas las gracias, María Santísima. En otras palabras, nuestra Bandera Nacional lleva los colores de María Santísima por voluntad expresa de Jesús y de María, por lo que al honrar la Bandera Nacional, honramos a Jesús y María, quienes nos la regalaron. Como argentinos, por lo tanto, debemos estar eternamente agradecidos, por tener como Bandera Nacional al manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción. ¡Qué orgullo para los argentinos, tener como signo de identidad nacional el manto de la Virgen Purísima!
Por todo esto, al contemplar en esta tierra sus colores celeste y blanco, flameando al viento, nos surge en el corazón el deseo de contemplar a la Virgen María en la eternidad, con su manto Inmaculado, celeste y blanco, flameando en los cielos por el soplo del Espíritu Santo.









lunes, 20 de junio de 2011

La Bandera Argentina es el Manto de la Inmaculada Virgen de Luján



Ven, Purísima Concepción, Señora Dueña de la Argentina, y Defiende a tus hijos de los ataques del maligno, cubriéndolos con tu Manto celeste y blanco.
Ven, Madre nuestra, Reconquista los corazones de los habitantes de esta tierra Argentina, que te pertenece desde sus inicios.
Ven, Virgen Santísima, Inmaculada Concepción, y planta tu real insignia, tu Manto celeste y blanco, en las almas de tus hijos argentinos.
Ven, Madre de Dios, Virgen de Luján, y derriba las banderas idolátricas que ensombrecen el horizonte de la Nación, y enarbola los colores celeste y blanco de tu Manto de Purísima Concepción.
Ven Estrella Purísima de la mañana, Tú que anuncias la llegada del Nuevo Día y del Sol de justicia, Tu Hijo Jesucristo, y disipa las tinieblas que cubren nuestra Patria.
Ven, Virgen Purísima de Luján, defiéndenos del Maligno, cubre a tus hijos con tu Manto celeste y blanco, y condúcenos a la Patria celestial, el seno de Dios Trinidad.
Las banderas nacionales son un reflejo del pensamiento y del sentimiento de un pueblo, pero también representan lo más característico de una nación. En la bandera nacional está representado y simbolizado el ser más auténtico y profundo de toda una nación, y por esto mismo, porque representa al ser nacional, todo el pueblo se siente representado y reflejado en esa bandera. En la bandera nacional se aglutinan y condensan las vivencias más significativas e importantes de la nación, aquellas que dieron origen a su ser nacional, las que forjaron y fraguaron el ser de la nación, en los inicios históricos de la existencia de un pueblo.
Todas las naciones surgieron por un hecho histórico trascendente –o también, por una serie de hechos históricos-, el cual queda plasmado en la insignia nacional, de modo tal que las generaciones sucesivas, al contemplarla, traigan a la memoria la gesta del pasado, de la cual nacieron, y con sus corazones honren y veneren en el presente a la Patria a la que pertenecen, y juren defenderla con sus vidas hasta el fin.
Una bandera nacional, entonces, no es nunca un símbolo vacío, sino un símbolo cargado de riqueza histórica y de valores trascendentes, que despiertan en el hombre sus sentimientos más nobles y profundos.
Muchos han dado sus vidas por sus banderas, no por el lienzo, obviamente, sino porque sus colores y sus figuras representan la génesis, el presente y el futuro del ser nacional, y en ellos están representados elevados valores humanos y los hechos históricos que originaron a la nación.
Así, en la bandera de EE.UU., por ejemplo, “el blanco simboliza su color de piel e inocencia, el rojo sangre y valor, y el azul el cielo, perseverancia y justicia” (…) La bandera de Estados Unidos de América consta de trece barras horizontales, siete rojas y seis blancas, y un rectángulo azul en el cantón con cincuenta estrellas blancas. Las barras representan a las trece colonias originales que se independizaron del Reino Unido y las estrellas a los estados que forman la Unión”[1].
Cuando leemos acerca de la bandera de México, se lee lo siguiente: “El Escudo Nacional de México (…) consiste en un águila real devorando a una serpiente (…) está basado en la leyenda azteca que cuenta cómo su pueblo vagó por cientos de años en el territorio mexicano buscando la señal indicada por sus dioses para fundar la ciudad de Tenochtitlán (la actual Ciudad de México), donde vieran a un águila devorando a una serpiente”[2].
En el primer caso, la bandera destaca las virtudes, además del cielo cosmológico, y están representadas las colonias que iniciaron la independencia; en el segundo caso, una leyenda inmemorial, según la cual los dioses señalarían el lugar de la fundación de la ciudad emblemática de la nación, que debía ser en donde encontraran a un águila devorando una serpiente.
Virtudes humanas en un caso, leyenda mitológica pre-hispana, en el segundo.
En el caso de la Bandera Argentina, no hay nada de esto, sino algo infinitamente más sublime.
Abundantes pruebas historiográficas, demuestran que la Bandera Argentina, creada por el General Manuel Belgrano, lleva los colores del manto de la Inmaculada Virgen de Luján, de quien Belgrano era ferviente devoto.
Como antecedente a la creación mariana de la Bandera Nacional, existen una serie de datos históricos que avalan esta tesis, según el historiador Vicente Sierra[3], de quien tomamos la siguiente recopilación:
“Cuando el rey Carlos III consagró España y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la Virgen principal Patrona de sus reinos; creó también la Orden Real de su nombre, cuyos caballeros recibían, como condecoración, el medallón esmaltado con la imagen azul y blanca de la Inmaculada, pendiente al cuello de una cinta de tres franjas: blanca en el medio, y azules a los costados.
El artículo 40 de los estatutos de la Orden, retomados en 1804, dice: ‘Las insignias serán una banda de seda ancha dividida en tres franjas iguales, la del centro blanca y las dos laterales de color azul celeste”[4].
Según este dato, entonces, ya desde la época del rey Carlos III, tanto España como las Indias, estaban consagradas a la Virgen, en cuyo honor se crea la Orden Real de la Inmaculada, que lleva los colores azul y blanco.
Avanzando un poco más en el tiempo, Sierra trae un dato tomado de Bartolomé Mitre: “Mitre dijo que los colores nacionales blanco y azul celeste pudieron ser adoptados ‘en señal de fidelidad al rey de España, Carlos IV, que usaba la banda celeste de la Orden de Carlos III, como puede verse en sus retratos al óleo… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia’. El artículo IV de los estatutos de dicha orden, decretados en 1804, dice: ‘Las insignias… serán una banda de seda ancha dividida en tres fajas iguales, la del centro blanca, y las dos laterales de color azul celeste’. Augusto Fernández Díaz recuerda que, cuando en el último ensayo de gobierno republicano en España, se acordó cambiar la bandera rojo y gualda por otra de tres franjas: rojo, gualda y morado, Miguel de Unamuno, entonces diputado, dijo: ‘…Bandera monárquica podríais acaso llamar a la celeste y blanca de los Borbones de la casa española, cuyos colores son también los de la República Argentina y los de la Purísima Concepción”[5].
Otro antecedente mariano de la Bandera Nacional como signo distintivo de Argentina, aparece en la Reconquista de Buenos Aires, en donde las tropas patriotas se identifican con la imagen de la Inmaculada Concepción. Dice así otro historiador, Aníbal Rottjer:
“Si bien la escarapela azul y blanca no se usó en 1810, y sólo aparece al año siguiente, como distintivo de la Sociedad Patriótica; sus colores habían adquirido una especial significación, por haberlos usado los voluntarios que prepararon la Reconquista, y que, reunidos en Luján, combatieron luego en la Chacra de Perdriel. Las crónicas de Luján nos hablan del ‘Real pendón de la Villa de Nuestra Señora, bordado en 1760 por las monjas catalinas de Buenos Aires. En él había dos escudos: uno con las armas del rey y otro con la imagen de la Pura y Limpia Concepción de María Santísima, singular patrona y fundadora de la villa’. El Cabildo de Luján entregó este estandarte a las tropas de Pueyrredón, ‘como su mejor contribución para el servicio y la defensa de la Patria’. Después de implorar el auxilio de la Virgen, y usando, como distintivo de reconocimiento, los colores de su imagen, por medio de dos cintas anudadas al cuello, una azul y otra blanca, y que llaman de la medida de la Virgen, porque cada una medía 38 centímetros, que era la altura de la imagen de la Virgen de Luján; los 300 soldados improvisados se lanzan al ataque contra 700 veteranos de Beresford, y mueren en la acción tres argentinos y veinte británicos.
Los dispersos se unen más tarde a las fuerzas de Liniers, y obtienen, días después, la victoria definitiva, que se atribuyó oficialmente a la intervención de la Virgen María, como consta en las actas del Cabildo de 1806.
Estos colores los conservaron los húsares de Pueyrredón en la Defensa, durante las jornadas de julio de 1807”[6].
Como se puede ver claramente, los patriotas argentinos, que se levantan en armas para combatir al invasor inglés, se identifican con los colores celeste y blanco y con la imagen de la Inmaculada Concepción.
Tal es la identificación de con la Madre de Dios, y con los colores de su manto, que el Coronel Domingo French, en una proclama en Luján, el 25 de septiembre de 1812, dice así: “¡Soldados! Somos de ahora en adelante el Regimiento de la Virgen. Jurando nuestras banderas os parecerá que besáis su manto. …Al que faltare a su palabra, Dios y la Virgen, por la Patria, se lo demanden”[7].
Continúa aportando datos históricos Aníbal Rottjer, relativos a los reyes de España, y también al General Belgrano, que muestran la devoción a la Inmaculada Concepción: “Carlos III, Carlos IV y Fernando VII vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con el camafeo de la Inmaculada, y el manto real lucía estos mismos colores, como puede observarse en los retratos que adornan los salones del escorial y el palacio de Oriente en Madrid, donde se custodian también las condecoraciones con la cruz esmaltada en blanco y celeste.
Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las universidades de Salamanca y de Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que Belgrano, al recibirse de abogado, juró ‘defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las Españas’, y que, al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta fundamental de la institución que la ponía ‘bajo la protección de Dios’ y elegía ‘como Patrona a la Inmaculada Virgen María’, cuyos colores, azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba el frente del edificio”[8].
Otro historiador, el P. Guillermo Furlong, profundiza en la devoción mariana del General Belgrano, y la relaciona con la creación de la insignia nacional: “…al fundarse el Consulado en 1794, q1uiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de dicha institución monárquica constara de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional, ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las que tuvo en 1794? El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo, confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto’”[9].
El P. Salvaire también da testimonio de la devoción mariana del General Belgrano, en particular a la advocación de la Virgen de Luján, como antecedentes inmediatos a su particular elección de los colores de la Bandera Nacional: “Al emprender la marcha (hacia el Paraguay) pasa (Belgrano) por la Villa de Nuestra Señora de Luján donde se detiene para satisfacer el deseo que le anima de poner su nueva carrera y las grandes empresas que idea su mente, bajo la protección de la milagrosa Virgen de Luján. Manda, al efecto, celebrar en ese Santuario una solemne misa en honor de la Virgen a la que asiste personalmente, a la cabeza del Ejército de su mando, y robusteciendo su corazón con el cumplimiento de este acto religioso, prosigue lleno de fe y de esperanza el camino que le trazara el deber y el honor”[10].
El historiador Eizaguirre nos brinda los testimonios de un cabildante de Luján, y del hermano de Belgrano, que confirman que la creación de la Bandera Nacional fue un acto de devoción mariana y de amor a la Purísima Concepción de la Virgen: “José Lino Gamboa, antiguo cabildante de Luján, juntamente con Carlos Belgrano, hermano del General, afirmó que: ‘Al dar Belgrano los colores celeste y blanco a la bandera patria, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto por haberse amparado a su Santuario de Luján’”[11].
Por último, en el mismo sentido, Aníbal Rottjer: “El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: ‘Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’. Y en este sentido se han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados historiadores”[12].
De esta manera, vemos cómo nuestra enseña nacional, al llevar los colores de la Inmaculada Concepción, representa mucho más que valores humanos, o que leyendas mitológicas: representa nuestro ser nacional, cristiano y mariano. Al ver la Bandera, vemos el Manto de la Inmaculada de Luján, y así, ser argentinos y ser marianos, ser patriotas y ser hijos de la Virgen, es para nosotros una misma y única cosa.
Debido entonces a que la Virgen María, en su advocación de Inmaculada Concepción, y de Virgen de Luján es, comprobadamente, la Patrona y Dueña de estas tierras argentinas, ya que nuestra Nación se identifica con los colores de su Manto, a Ella, la Virgen de Luján, nuestra Madre del cielo, de quien orgullosos llevamos su Manto, que hemos tomado como enseña Patria, le decimos:
Ven, Purísima Concepción, Señora Dueña de la Argentina, y Defiende a tus hijos de los ataques del maligno, cubriéndolos con tu Manto celeste y blanco.
Ven, Madre nuestra, Reconquista los corazones de los habitantes de esta tierra Argentina, que te pertenece desde sus inicios.
Ven, Virgen Santísima, Inmaculada Concepción, y planta tu real insignia, tu Manto celeste y blanco, en las almas de tus hijos argentinos.
Ven, Madre de Dios, Virgen de Luján, y derriba las banderas idolátricas que ensombrecen el horizonte de la Nación, y enarbola los colores celeste y blanco de tu Manto de Purísima Concepción.
Ven Estrella Purísima de la mañana, Tú que anuncias la llegada del Nuevo Día y del Sol de justicia, Tu Hijo Jesucristo, y disipa las tinieblas que cubren nuestra Patria.
Ven, Virgen Purísima de Luján, defiéndenos del Maligno, cubre a tus hijos con tu Manto celeste y blanco, y condúcenos a la Patria celestial, el seno de Dios Trinidad.



[3] Sierra, V., Historia de la Argentina, Ediciones Garriga Argentina, Tomo V, 1962, L. III, cap. II.
[4] Cfr. Rottjer, A., El general Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 62.
[5] Cfr. Sierra, o. c.
[6] Cfr. Rottjer, o. c., 61-62.
[7] Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; en P. Salvaire, J. M., Historia de Nuestra Señora de Luján, Tomo II, 1885, 268ss.
[8] Cfr. Rottjer, o. c., 62-63.
[9] Furlong, G., Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires 1974, 35-36.
[10] Salvaire, o. c., 262-263.
[11] Eizaguirre, J. M., La Bandera Argentina, Peuser, Buenos Aires 1900, 43.
[12] Rottjer, ibidem, 66.