Nuestra Señora de Malvinas

miércoles, 7 de mayo de 2014

La Virgen de Luján y la actual encrucijada de la Nación Argentina


         La Madre de Dios, la Virgen Santísima, quiso quedarse en nuestras tierras argentinas y lo hizo mediante el conocido milagro de la carreta tirada por los bueyes la cual, llegada a un cierto punto, no avanzó más, hasta que el bulto que transportaba la imagen de la Inmaculada Concepción fue retirada de la carreta y depositada en el suelo. Con este milagro, ocurrido en el mes de Mayo del año 1630, la Virgen daba a entender que quería quedarse en lo que luego sería el Santuario Nacional y Basílica de Luján, para presidir nuestra Nación Argentina como su Dueña, Patrona y Señora. Nuestra Patria nació literalmente a la sombra de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y fue regada con su Sangre, porque el 1º de abril de 1520 se celebró la primera Santa Misa en el puerto de San Julián, en lo que luego sería la provincia de Santa Cruz. Ya Nuestro Señor Jesucristo, años antes del milagro de la Virgen de Luján, había regado con su Sangre nuestra Patria; por lo tanto, la Virgen, lo único que venía a hacer, con su milagro de la carreta, era venir a reclamar un territorio, el territorio de la Argentina, que pertenecía a su Hijo Jesucristo, Rey de las naciones. Y puesto que todo lo que pertenece a Jesucristo, le pertenece a la Virgen, la Virgen venía a reclamar lo que le pertenecía a Ella, Reina de las naciones.
         La Nación Argentina le pertenece a la Virgen de Luján desde antes  de su nacimiento, y esto se comprueba en su historia, como acabamos de ver, y se ve reflejado en su manto, pues su manto es de color celeste y blanco, como los colores de la Bandera Argentina, y esto no es casualidad, puesto que el creador de la Bandera Argentina, el General Don Manuel Belgrano, quiso explícitamente que la Enseña Nacional Argentina llevara los colores de la Inmaculada de Luján, como modo de honrar a su Purísima Concepción. Así lo testifica, bajo juramento, su hermano, el cabo Belgrano. Es decir, el acto de creación de la Bandera Nacional fue un acto de devoción mariana y, como tal, fue una gracia de Dios, un acto querido por el cielo mismo; en otras palabras, los argentinos llevamos en nuestra Bandera Nacional los colores de la Inmaculada de Luján por voluntad explícita del cielo.
         Pero aquí debemos detenernos: Nuestro Señor Jesucristo, Rey de las Naciones, bañó con su Preciosísima Sangre nuestra tierra, bendiciéndola y santificándola y sellándola con su Sangre; la Virgen Santísima eligió nuestra Patria Argentina para constituirse en su Dueña, Patrona y Señora, y nos concedió el privilegio inmerecido de que nuestra Bandera Nacional sea su mismo Manto celestial, además de concedernos numerosísimos milagros; ¿puede decirse que los argentinos, a la luz de los últimos acontecimientos, hemos correspondido a estos inmerecidos privilegios celestiales? La violencia, el materialismo, las leyes contra natura, el avance de la droga en amplias capas de la población, la mentira como forma de comunicación, el engaño, la aceptación de la violación de los Mandamientos de Dios a diario, ¿no nos hacen indignos, a los argentinos, de tantos beneficios concedidos por el cielo? ¿No corremos el riesgo de que Jesucristo, Nuestro Señor, y de que la Virgen, Nuestra Reina del cielo, se arrepientan de haber elegido a nuestra Patria y de haberla colmado de tantos beneficios y privilegios?
         No permitamos que Jesús derrame en vano su Preciosísima Sangre por nosotros y le roguemos a la Virgen de Luján que nos alcance de su Hijo Jesús la gracia de la contrición del corazón y así, arrodillados los argentinos ante el crucifijo, besando los pies de Nuestro Señor, cubiertos con el Manto de la Virgen de Luján, con el corazón contrito y humillado, pidamos perdón por nuestros pecados como argentinos y hagamos el propósito de construir una Patria Santa, una Patria Católica, una Patria en la que, santificada por la Sangre del Cordero, y protegida por el maternal Manto celeste y blanco  de la Virgen de Luján, florezcan generaciones de héroes y santos argentinos para el cielo, para la eternidad, que alaben y adoren al Cordero que reina en los cielos por los siglos sin fin.

         

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