Nuestra Señora de Malvinas

viernes, 5 de marzo de 2010

Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen


“Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor” (cfr. Salm 33), dice el Salmo del Antiguo Testamento. El salmista expresa júbilo y se alegra por su nación, el Pueblo Elegido, porque el Dios de su nación es el Dios Verdadero, el único existente. El salmista sabe cuál es la diferencia entre tener al Dios Verdadero por protector y no tenerlo, o tener falsos dioses, como en el caso de los pueblos de la Antigüedad que rodeaban a Israel. Los falsos dioses son incapaces de proteger, pero no solo eso, sino que, en definitiva, nada bueno pueden traer al pueblo, ya que son falsos: o falsos por imaginarios –se reza a quien no existe-, o falsos por ser demonios: “Los dioses de los gentiles son demonios”, dice San Pablo[1]. Pero además y sobre todo, la alegría del salmista viene por el hecho de que el Dios de Israel es un Dios de bondad y de majestad infinitas y lo único que quiere es el bien de su Pueblo, aún cuando lo haga pasar algunas pruebas; por esto es que el salmista se alegra de tener a Dios por su Dios. “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor”, dichosa porque Dios obra maravillas, prodigios, en favor del Pueblo al que Él ama.
Parafraseando al salmista del Antiguo Testamento, y aplicando sus palabras a nuestra realidad, podríamos decir: “Dichosa la Nación cuyo Dios es el Hombre-Dios; dichosa la Nación que nació a la sombra de la cruz, bajo el manto de la Virgen; dichosa esa Nación, porque el Hombre-Dios y Su Madre no obran al azar, sino que tiene sobre esa Nación un designio y un destino de grandeza eterna”.
“Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen”. Esta predilección especial de la Virgen por Argentina se ve en las numerosas devociones marianas que existen a lo largo del país; se ve en las ciudades que llevan su nombre, principalmente nuestra capital, que lleva el nombre más bonito que pueda tener alguna ciudad: “Santa María de los Buenos Aires y Puerto de la Santísima Trinidad”, un nombre que no es solo nombre, sino símbolo de una realidad altísima: María, en el mar de la historia y del tiempo humanos, conduce a la humanidad a Su Hijo Jesús, Dios Hijo, en el Espíritu del Amor, hasta el seno de Dios Padre. María es el Puerto de la Santísima Trinidad, Puerto sobrenatural y seguro adonde se arriba luego de atravesar el tormentoso y peligroso mar de la existencia y de la historia; es Puerto de la Santísima Trinidad porque el Corazón de María es el atracadero por donde se ingresa a la Jerusalén celestial, alumbrada por el Cordero.
“Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen”. Es un signo de predilección de María el hecho de tener numerosas advocaciones marianas, de tener una capital de país que lleve su nombre unido a la Trinidad, símbolos de la realidad sobrenatural: María nos conduce, donándonos el Corazón Eucarístico de Su Hijo, a la Trinidad. Pero la predilección de María se ve sobre todo en nuestra enseña patria, en la bandera: la Bandera Nacional es el manto de la Virgen, porque Belgrano, cuando la creó, quiso explícitamente que tuviera los colores de la Inmaculada Concepción de Luján[2]. Belgrano no se inspiró ni el cielo ni en las montañas; no se inspiró en la tierra. Aún más, no fue Belgrano quien se inspiró, sino que fue inspirado por el Espíritu Santo, ya que su deseo de que la Bandera Argentina llevara los colores del manto de la Inmaculada Concepción de Luján para honrar a la Madre de Dios, es un acto de devoción mariana, y como todo acto de devoción mariana, está inspirado por Dios, soplado por el Espíritu Santo.
“Dichosa nuestra Patria protegida por la Virgen, dichosa nuestra Patria, aún en sus tribulaciones y en sus duras pruebas, porque la Madre de Dios la cubre con su manto, un manto que no solo está en las Iglesias, sino que es elevado en lo alto todos los días, a lo largo y a lo ancho del país”. Al besar la bandera, es como si besáramos el manto de la Inmaculada, como dijera en su proclama Domingo French[3]; y al besar el manto de la Inmaculada de Luján, nos parecerá estar besando la bandera, que toma sus colores de este manto sagrado. La Bandera y el Manto de la Inmaculada de Luján sean para siempre, en el tiempo y en la eternidad, nuestro más grande motivo de orgullo y de alegría como argentinos.
[1] Cfr. 1 Cor 10-20.
[2] Cfr. Guillermo Furlong, Belgrano. El Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectore, Buenos Aires 1974, 35-36.
[3] Cfr. P. Jorge María Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, T. II, 1885, 268ss. Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812.

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