Nuestra Señora de Malvinas
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jueves, 3 de junio de 2021

Malvinas secreta: el ataque de los pilotos argentinos al portaviones Invencible, que Gran Bretaña jamás reconoció

 

El 30 de mayo de 1982 una misión conjunta de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea impactaron sobre el portaviones británico con el lanzamiento de un misil y bombas. Dos pilotos fueron abatidos por la defensa enemiga. En el libro “La Guerra Invisible” se revelan los enigmas de esa operación

EL portaviones Invencible, la nave insignia de la flota británica
EL portaviones Invencible, la nave insignia de la flota británica

Fue una misión conjunta de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea. El objetivo estaba a cien millas de la costa de la isla Soledad. Era el 30 de mayo de 1982 e iban a atacar al portaviones Invencible. La operación tenía un riesgo extra al que todo ataque a la flota británica ya tenía para los pilotos argentinos: existía la posibilidad de encontrar a buque como “piquete radar” que interceptaba los vuelos desde el continente.

Los dos aviadores de los Super Étendard de la marina en la Base de Río Grande conocían el peligro. Los cuatro pilotos de de los A-4C Skyhawk de la Fuerza Aérea que volaron hasta allí desde la Base de San Julián, también. Todos tenían conciencia de que quizás no volverían. El Exocet de la aviación naval se disparó en la milla 17. El misil dio en el blanco. Los pilotos de la Fuerza Aérea vieron el humo negro, antes de lanzar sus bombas en el blanco sobre un mar encrespado. De estos aviadores solo regresaron dos.

En La Guerra Invisible de Marcelo Larraquy se revelan los secretos y enigmas de un ataque que los ingleses jamás reconocieron.

Aquí, el extracto del libro

La Guerra Invisible de Marcelo Larraquy
La Guerra Invisible de Marcelo Larraquy

El 27 de mayo, dos días después del ataque al Coventry y al Atlantic Conveyor, los radaristas elaboraron otro ploteo sobre un avión que desaparecía en determinado punto. La información se reportó a Comodoro Rivadavia y de allí bajó al búnker de la base de Río Grande. El jefe de la escuadrilla de Super Étendard, capitán Colombo, llamó al capitán Alejandro Francisco. Era su turno. Volaría él con su numeral, el teniente Luis Collavino. Colombo pidió que prepararan la operación para el mediodía del día siguiente. El objetivo estaba ubicado a cien millas al este de la isla Soledad. Había un riesgo adicional: existía la posibilidad de que hubiera un buque como “piquete radar” para interceptar los vuelos del continente. Tenían que saltear esa barrera.

Francisco y Collavino prepararon un diseño de vuelo más largo, con doble abastecimiento, en la carta de navegación. Nunca se había realizado en una misión. La última posición para la recarga debería hacerse, como mínimo, a 200 millas del blanco. El radio de acción hasta el lanzamiento sería de 480 millas, el más largo de todos los vuelos.

El diseño suponía despegar, volar a 20 mil pies durante cincuenta minutos, realizar el primer abastecimiento y seguir el vuelo hasta llegar a 200 millas del objetivo. Allí se realizaría la segunda carga. Luego deberían volver a descender, realizar la aproximación rasante, subir, emitir radar, visualizar el blanco, lanzar el misil y regresar en altura hacia la base. Este era el perfil básico, en el supuesto de que la acción no fuera alterada por un buque enemigo. La información que disponían era muy limitada.

En la mañana de 28 de mayo Francisco y Collavino revisaron los detalles finales. Sentían algo en el estómago, pero nada que no fuera controlable. A estas alturas, con las naves británicas en control del aire y el mar, cada vez había menos certeza del regreso de cada misión que despegaba hacia las islas. En la sala del hangar se vivía con nerviosa expectativa el tiempo de espera entre la partida y el aterrizaje de los aviones. Francisco siguió durmiendo en forma normal. Una misión exigía dormir bien, tener concentración plena, estar con la mente cinco minutos adelante del avión. En un adiestramiento en la Base Espora, si un piloto no había dormido bien, pedía no volar. Podía hacerlo. Pero en una guerra a nadie se le habría ocurrido un pedido semejante por una mala noche.

Alejandro Francisco preparandose para salir al ataque
Alejandro Francisco preparandose para salir al ataque

El primer tramo del vuelo tomaría cuarenta minutos. El segundo contacto con el Hércules para el abastecimiento sería una hora después. Y luego habría treinta minutos más para la aproximación y el lanzamiento. Llegarían al blanco prácticamente con el tanque lleno. Ya estaba todo. Fueron a sus aviones. El último Exocet AM-39 de la escuadrilla de Super Étendard lo cargaba el capitán Francisco; su numeral lo acompañaría para informar cualquier anomalía. Solo dispararía sus cañones si lo interceptaba un Sea Harrier. Ya estaban por rodar cuando les avisaron que el Hércules no estaría disponible. La misión se postergaba para el día siguiente.

Al día siguiente ocurrió lo mismo. La puesta del casco, el ajuste al asiento, la señal para empezar a rodar, el Exocet enganchado bajo el ala derecha, la aproximación a la cabecera de pista y la comunicación desde la torre de control: no habría avión tanque.

Después se enteraron de que cambiaría la planificación.

A las siete de la tarde llegaron cuatro aviones A-4C Skyhawk desde la Base San Julián. El comando de Fuerza Aérea Sur, en Comodoro Rivadavia, había decidido agregar mayor munición sobre el blanco, que —sospechaban— sería un buque de 20 mil toneladas. Los cuatro aviones A-4C llevarían tres bombas de 250 kilogramos cada uno.

Esa misma noche, el jefe de Escuadrón de A-4C Fuerza Aérea con base de San Julián, comodoro Juan José Lupiañez, reunió en el búnker a los pilotos del SUE para conocer el diseño del vuelo; quería saber si sería factible para los pilotos de su fuerza. Nunca habían recibido adiestramiento en ataques con vuelos rasantes sobre unidades de superficie, pese a la audacia y el valor que demostraban en sus misiones sobre el estrecho San Carlos.

Luis Collavino antes del ataque
Luis Collavino antes del ataque

Los pilotos le explicaron los detalles de la misión, los puntos de abastecimiento, el amplio arco del radio del vuelo. Lupiañez dijo que podrían hacerlo. Se ordenó el despegue para el 30 de mayo al mediodía.

Ese día, a las diez de la mañana, en la sala del hangar, se reunieron por primera vez los dos pilotos de la Aviación Naval con los cuatro de la Fuerza Aérea. Sería la primera vez que harían una operación conjunta.

Francisco les informó la disciplina a seguir: no se hablaría por radio, tampoco habría comunicación electrónica. Todo debía ser discreto; silencio absoluto incluso para el segundo Hércules que se sumaba para el reabastecimiento. Después de este último contacto en la milla 200 antes del blanco, volarían rasante hasta la milla 55. Desde este punto en adelante, la misión se volvería absolutamente evidente. Todos estarían en riesgo. Los Super Étendard treparían en altura, abrirían radar, se comunicarían entre ellos para compartir la información del visor y luego volverían a bajar. Los A-4C debían posicionarse mil metros detrás y seguirlos.

Ya estaba todo acordado. Dos Super Étendard, cuatro A-4C Skyhawk y otros dos KC-130 Hércules para traspaso de combustible volarían por el sur de las islas Malvinas en busca del objetivo, del punto dato, del ploteo envolvente en el que desaparecían los aviones británicos.

Los dos SUE despegaron primero, diez minutos después lo hicieron los cuatro A-4C. Desde la base de Río Gallegos partieron los Hércules. El abastecimiento se realizó en los dos puntos previstos. La sonda salió por abajo del avión tanque, se mantuvo tiesa, y con su canasta enganchó en el caño que salió por arriba del SUE. Los pilotos fueron viendo la aproximación, con el volante firme, hasta que escucharon el sonido, “clap”. Era la señal de que la canasta enganchaba en el caño y empezaba la descarga. Un Hércules abasteció a los dos SUE en simultáneo, cada avión detrás de cada ala. Lo mismo sucedió con los aviones A-4C, aunque en este caso el abastecimiento se hizo en dos turnos. La misma acción se repitió a 200 millas del blanco.

El piloto Ernesto Ureta fue el primero en ofrecerse como voluntario
El piloto Ernesto Ureta fue el primero en ofrecerse como voluntario

Las seis aeronaves ya estaban con el tanque lleno. Entonces los SUE bajaron a 15 mil pies, 4500 metros, hasta la milla 120, y desde ahí descendieron a 30 metros del mar, vuelo rasante. El navegador inercial les iba indicando la distancia y la altura. Los cuatro aviones A-4C volaban detrás. Cuando llegaron a la milla 55 cumplieron lo pactado. Los dos Super Étendard ascendieron hasta dos mil pies, a 600 metros, y encendieron el radarEl vuelo se hizo indiscreto. Implicaba dar aviso a los radares enemigos; era como hablar con un megáfono en medio del mar. Fueron apenas uno o dos segundos, dos o tres barridas, pero ya estaban los seis aviones en evidencia. Ya podrían ser detectados.

El capitán Francisco vio en su pantalla un eco grande y otro mediano. Los dos dispuestos en horizontal en el visor. El mayor era como una banana grande. La imagen podía ser compatible con un portaviones. Estaban situados cinco grados más a la derecha de la posición original que había dado el puesto de radar de Malvinas. Corrigió la posición. Collavino vio lo mismo.

Apagaron radar y bajaron. Volaron hasta la milla 40 del blanco. Los A-4C seguían detrás. En ese punto, los SUE volvieron a subir y encendieron radar otra vez. Observaron el eco en el visor; ahora se veía mucho más grande. Francisco ya podía lanzar el misil. Solo debía colocar el cursor sobre el eco mayor, sobre el objetivo, y engancharlo. Comenzó a manejarlo con la mano izquierda, como si fuera el joystick de un videojuego. Mantuvo la mano derecha en el comando. Un ojo en el radar y el otro adelante, para no chocar contra nada, el límite entre el cielo y el mar era una frontera imprecisa. Hasta que la alidada se enganchó al blanco, apretó el gatillo del joystick y lo dejó fijo. Al radar le llegó la orden y en el visor apareció la información de la distancia. Leyó “accroché”. Enganchado. Blanco enganchado con el radar. Faltaba avanzar un poco, unos segundos más. A mayor acercamiento, mayor probabilidad de eficacia de impacto, pero también de mayores riesgos. Avanzaban a 150 metros por encima del mar, con el avión estabilizado. El lanzamiento no admitía movimientos bruscos. El misil tenía una plataforma inercial y el avión debía darle estabilidad para que entrara en acción.

El 1er Teniente José Daniel Vázquez trepando a su Skyhawk tras ofrecerse como voluntario para una misión sumamente peligrosa. Tenía 30 años y acababa de ser padre por tercera vez
El 1er Teniente José Daniel Vázquez trepando a su Skyhawk tras ofrecerse como voluntario para una misión sumamente peligrosa. Tenía 30 años y acababa de ser padre por tercera vez

En la milla 17 Francisco gatilló. El radar Agave transmitió al Exocet la dirección y la distancia del blanco. El misil comenzó a bajar de su posición en el ala derecha, 660 kilos que se desprendían. Pero bajó bruscamente, como un peso muerto; parecía que iba a estrellarse contra el agua, aunque enseguida se encendió, estabilizó su posición, se puso en paralelo a las aguas y se dirigió hacia su objetivo.

La misión de los Super Étendard había sido cumplida. Francisco y Collavino giraron e iniciaron el escape.

Los cuatro A-4C debían seguir su vuelo para lanzar sus bombas. Debían sobrevolar al blanco.

El mar estaba encrespado, el viento hacía saltar nubes de espuma. Llovía. Los pilotos fijaron la vista en el misil. Siguieron la estela que producían los gases de combustión. El misil era más veloz que los aviones y pronto lo perdieron de vista en el horizonte, totalmente gris. Al minuto de vuelo, a lo lejos, vieron la silueta de su blanco. Lo encontraron inmenso, majestuoso, una estructura de casi 200 metros desplegada en el mar. Dejaron de ver todo lo que pasaba alrededor. “¡El portaviones!”, le avisó por radio el alférez Jorge Isaac al teniente José Vázquez, jefe de la formación.

Vázquez se había ofrecido como voluntario en esta misión y eligió al teniente Omar Castillo como numeral. El teniente Ernesto Ureta había elegido a Isaac.

A medida que se aproximaban, comenzaron a ver humo negro enrollado desde los dos lados de la torre del barco. Iba aumentando su densidad: el misil lo había impactado. Ahora lo tenían cada vez más cerca. Se juntaron los cuatro, entrarían por la popa. Atacarían dos de cada lado.

A cinco millas del blanco, Isaac sintió una explosión fuerte en su cabina, pero enseguida advirtió que no era su avión. A su izquierda, a 150 metros vio un A-4C que caía contra el mar. Enseguida, más cerca del blanco, a un kilómetro, sintió un cimbronazo mucho más intenso a cinco metros de él. Otro A-4C se convertía en una bola naranja de fuego. El blanco, de la pista para abajo, ya estaba cubierto de humo. Viró a la derecha y comenzó a descargar sus cañones. Tenía 200 proyectiles. Siguió volando por el lateral de la nave y apretó las bombas.

Ureta disparó dos o tres veces sus cañones, pero se trabó, levantó la trompa de su avión, atravesó el blanco enemigo, descargó sus bombas y giró a la izquierda para su huida. Cuando se alejó pegado al agua, la silueta de la nave no se veía más: estaba cubierta de humo. Isaac avisó por radio que había salido sin novedad, pero nadie contestaba. En el horizonte vio un punto que se acercaba, pensó que podría ser un Sea Harrier, pero reconoció a Ureta por el buzo color naranja. Entendió que Vázquez y Castillo habían sido derribados. Isaac relató las dos bajas al comandante del Hércules al momento del enganche. Desde Comodoro Rivadavia le transmitieron si había posibilidad de ir a buscarlos. Isaac afirmó que no había ninguna posibilidad de que se hubieran eyectado.

Omar Jesús Castillo cayó durante el ataque al portaviones inglés
Omar Jesús Castillo cayó durante el ataque al portaviones inglés

El capitán Francisco fue escuchando la comunicación por radio de los pilotos de la Fuerza Aérea. Sabía que solo regresarían dos. Decidió con Collavino no reabastecerse e ir directamente a Río Grande. Tenían diez minutos de autonomía y les bastaban para seguir volando. La meteorología era buena. Cuando aterrizaron, los costados de la pista estaban llenos de gente. El comodoro Lupiañez los esperaba en tierra. “Hay dos que no vuelven”, dijo Francisco. Todavía no se había bajado de la cabina. El comodoro lo sabía. Se lo habían transmitido desde el Hércules. La misión conjunta del último Exocet AM-39 había dejado dos pilotos muertos y una nave averiada.

Francisco se bajó del avión y dio el informe verbal al capitán Colombo. Al día siguiente entregaría el texto escrito. Los dos pilotos de la Fuerza Aérea relataron por separado lo que habían observado. Ambos habían visto al portaviones Invencible con humo en la cubierta. Gran Bretaña nunca lo reconocería. Después Francisco se duchó, se cambió y esa misma noche voló a la Base Espora junto a Collavino en un avión Electra. Sentía un sabor amargo. Habían caído dos pilotos. Pero a la vez sentía cierta satisfacción por la misión cumplida. El resto de la escuadrilla también abandonó Río Grande. Ya no tenían más misiles. Habían descargado los cinco sobre sus blancos: el Sheffield, el Atlantic Conveyor y, aparentemente, el Invencible, en tres misiones.

Los sobrevivientes del ataque conjunto del 30 de mayo en Malvinas: Ernesto Ureta y Gerardo Isaac y los pilotos de SUE Alejandro Francisco y Luis Collavino, por primera vez reunidos por un medio de prensa (Foto: Infobae)
Los sobrevivientes del ataque conjunto del 30 de mayo en Malvinas: Ernesto Ureta y Gerardo Isaac y los pilotos de SUE Alejandro Francisco y Luis Collavino, por primera vez reunidos por un medio de prensa (Foto: Infobae)

Todavía existía la esperanza de que el capitán Corti y el capitán Lavezzo consiguieran misiles de Irán, por intermedio de Libia. Corti también estaba a la expectativa de recuperar el dinero transferido a un intermediario holandés para la compra, y pedía ayuda a Carlos Oliva Campos, gerente de la sucursal París del Banco de la Nación Argentina. Había comprobado que los fondos estaban todavía en el Slavenburg’s Bank de Ámsterdam, Holanda, que era propiedad del Crédit Lyonnais francés. Había 6.300.000 dólares pendientes por los misiles que nunca habían sido entregados y el dinero estaba bloqueado.

La escuadrilla comenzó a adiestrarse en vuelos nocturnos en la costa de Puerto Belgrano, en Punta Alta, localidad próxima a Bahía Blanca. Ya no estaban las fragatas Santísima Trinidad o Hércules para ser utilizadas como blanco, pero el perfil de aproximación lo conocían. Seguían la guerra por radio. Tenían la esperanza de que, con nuevos misiles, podrían volver a Río Grande. (…)

Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA) www.marcelolarraquy.com

(https://www.infobae.com/sociedad/2021/05/30/malvinas-secreta-el-ataque-de-los-pilotos-argentinos-al-portaviones-invencible-que-gran-bretana-jamas-reconocio/?fbclid=IwAR0nPEe63qKY48WbSZVCieqXPht-HIx7O5fMbzvZ-pFu7zS9uy9f8myMmkQ)

viernes, 27 de septiembre de 2019

Doce bombas y el último Exocet: el ataque al Invencible, el buque insignia de la flota británica en Malvinas

El portaaviones HMS Invencible, símbolo del poderío naval británico

Reunidos por primera vez, los cuatro sobrevivientes de la operación del 30 de mayo de 1982 narraron a Infobae los escalofriantes detalles de aquella misión suicida en la que aseguran, sin margen de duda, haberle infligido daños al legendario portaaviones inglés

Por Loreley Gaffoglio
1 de junio de 2019
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El 27 de mayo fue un día de júbilo en el Centro de Información y Control de la Fuerza Aérea (FAA). El Radar Malvinas, relocalizado el 12 de abril desde su posición primigenia en el aeropuerto a un área lateral y guarecida de Puerto Argentino, había localizado "el" objetivo.

Tras intensos y esforzados monitoreos, el Alférez Hugo Mercau y sus radaristas habían auscultado una febril actividad 160 km al este —casi en línea recta— de Puerto Argentino.

Se trataba de un enjambre de ecos que se disipaban en un mismo punto en aguas abiertas, reaparecían súbitamente y enseguida se dispersaban en el fatigado monitor. Se presumía que aquel trajín provenía de aviones Sea Harrier que operaban desde una de las dos plataformas de la Royal Navy.

Las trayectorias sindicaban que allí, en aquel punto phi omega alejado del epicentro del teatro de operaciones se ocultaba la "Abeja Reina": el buque núcleo e insignia de la flota británica, el portaaviones HMS Invencible.

El portaaviones HMS Invencible, símbolo del poderío naval británico
El portaaviones HMS Invencible, símbolo del poderío naval británico
Había que neutralizarlo. Pero, ¿cómo? ¿Con qué? Tras la masacre del ARA General Belgrano, y el asedio depredador de los submarinos nucleares, el Comando Naval había retirado a la flota argentina.

(Veinticinco años después de la contienda, el Vicealmirante de la Royal Navy, Sir Tim McClement, aseveró que los sumergibles nucleares afectados en Malvinas fueron cinco: además del HMS Conqueror, escaneaban el Atlántico e interceptaban los vuelos de los cazabombarderos a 12 millas de las costas argentinas, los HMS Splendid, Spartan, Courageous, Valiant y el submarino convencional Onyx).

Los sobrevivientes del ataque conjunto del 30 de mayo en Malvinas: Ernesto Ureta y Gerardo Isaac y los pilotos de SUE Alejandro Francisco y Luis Collavino, por primera vez reunidos por un medio de prensa (Foto: Santiago Saferstein)
Los sobrevivientes del ataque conjunto del 30 de mayo en Malvinas: Ernesto Ureta y Gerardo Isaac y los pilotos de SUE Alejandro Francisco y Luis Collavino, por primera vez reunidos por un medio de prensa (Foto: Santiago Saferstein)
Cuatro de los cinco Exocet ya habían zarandeado y enviado a pique al Sheffield y al carguero Atlanctic Conveyor y aquel último misil podía ser la "bala de plata". No solo para lacerar al más rentable de los objetivos navales; también para doblegar la moral de una Task Force que, envalentonada, avanzaba incólume desde San Carlos.

Sin dilaciones, ese mismo día por la tarde llegó la orden a la base de Río Grande, centro de operaciones del eficaz tándem Super Étendard (SUE)-Exocet (AM39). El Capitán de Corbeta Alejandro Francisco dispararía el misil subsónico de casi 6m de largo con una ojiva de 170 kg de explosivos, secundado en apoyo de radio e instrumentos por el Teniente de Navío Luis Collavino.

Los Ala, tal el indicativo, debían planificar la misión, maximizar el efecto sorpresa del ataque, permanecer indetectados ante la cortina antiaérea y arremeter en la estocada final con el último Exocet, entregado meses antes sin sus códigos operativos por la francesa Aérospatiale.

Uno de los técnicos de la Base de Río Grande junto al misil Exocet mientras el piloto Francisco pone en marcha el Super Étendard el día de la misión: 30 de mayo de 1982
Uno de los técnicos de la Base de Río Grande junto al misil Exocet mientras el piloto Francisco pone en marcha el Super Étendard el día de la misión: 30 de mayo de 1982
Había un obstáculo inicial entre la ristra de peligros: el Invencible navegaba en el límite del radio de acción de los SUE, posicionado 100 millas al este de Puerto Argentino y a unos 800 km de Río Grande. Se imponía asomar desde un punto inesperado, bien alejado del asedio aéreo de los misiles Sea Dart y de las avezadas PAC (Patrulla Aérea de Combate).

Encerrados en una sala durante horas de preparación, Francisco y Collavino planificaron la ruta de vuelo y pergeñaron la trampa de desconcierto: un desvío pronunciado a 250 millas (400 km) al sudeste de la posición del portaaviones, fuera del límite de los radares enemigos.

Esa ruta suponía un extenso reabastecimiento con el KC-130. Había que volar hermanados con el tanquero hasta aquel punto de viraje para luego iniciar desde allí el descenso y una aproximación sigilosa en el asalto final a 15 millas del blanco.

Los pilotos de la Armada Alejandro Francisco y Luis Collavino
Los pilotos de la Armada Alejandro Francisco y Luis Collavino
Al día siguiente, las camionetas que conducían a los Ala por la pista se detuvieron imprevistamente: "Misión cancelada", los anoticiaron. Los Hércules estaban abocados a otras faenas. Reeditaron el mismo trayecto el 29 de mayo y se introdujeron en las cabinas de los SUE, cuando otra vez los técnicos alertaron: "Misión pospuesta".

En la sala de prevuelo, les comunicaron la novedad: aquella sería la primera (y la única) misión conjunta entre la Armada y la Fuerza Aérea.

Los SUE lanzarían el Exocet el 30 de mayo y para potenciar el daño al Invencible otros 4 pilotos de A4-C Skyhawk, munidos con tres bombas de 250 kg cada uno, completarían el ataque un minuto después.

Algo así como intentar rematar al herido y una misión kamikaze para los A4-C. Cuatro "moscas" libradas a su suerte para fogonear a un dragón, dotado con misiles, artillería y aviones de última generación y defendido, además, por el grueso de la flota. Se daba por descontado que la tasa de derribos sería altísima.

El plan de ataque al Invencible
El plan de ataque al Invencible
En lo estrictamente técnico, el Comando de la FAA había dispuesto la intervención de los A4-C por su mayor potencia, mejor aviónica y capacidad de oxígeno líquido para la autonomía de vuelo. Pero, fundamentalmente, porque el trayecto era extenso, y sólo los A4-C contaban con raquetas con cinco puntos para cargas externas: dos para sendos tanques de combustible y otros tres para colgar las bombas de 250 kg, que descargarían exactamente tres minutos después del lanzamiento del AM39.

Los técnicos cargando las bombas de 250 kg en uno de los A4-C
Los técnicos cargando las bombas de 250 kg en uno de los A4-C
Mientras tanto, a 700 km de Río Grande, en la base de Puerto San Julián, el Comodoro Juan José Lupiánez, jefe del Escuadrón I, reunía a seis de sus pilotos más experimentados y con tono circunspecto lanzaba un pedido inusual:

—Necesito dos voluntarios para una misión—dijo lacónico, sin ofrecer mayores precisiones.

Era la primera vez desde el inicio de las hostilidades que se demandaba algo así. Aquella elipsis discursiva permitía entrever que las chances de regresar con vida dependían del azar.

—Yo me ofrezco, señor—dijo al dar un paso al frente el 1er Teniente Ernesto Ureta.

Segundos después lo emuló su amigo y compañero de promoción, José "Pepe" Vázquez. La directiva del jefe apuntó a que fueran ellos los que seleccionaran a sus numerales en la misión cuyo indicativo era Zonda.

Ureta eligió al Alférez Gerardo Isaac y Vázquez al Teniente Omar Jesús Castillo. Esa misma tarde volaron los cuatro a Río Grande, se juntaron con los pilotos de SUE y estudiaron el ataque del día siguiente.

Al mediodía despegarían los Ala, inmediatamente después los Zonda. Volarían en altura hasta un punto de encuentro a 20.000 pies (6000 metros) de altitud con dos Hércules reabastecedores. Con las dos mangueras de uno de los KC-130, los SUE completarían la carga volando enganchados unas 150 millas (entre 30 a 40 minutos) al sur de Malvinas mientras los A4-C se reabastecerían por turnos de a dos en el mismo trayecto.

En el punto de desacople, a unos 320 km del blanco, Vázquez y Castillo formarían a la izquierda de los SUE  (Francisco y Collavino) y Ureta e Isaac por la derecha. Desde allí habría un descenso suave hasta alcanzar posición rasante para la aproximación final y la localización certera del portaaviones inglés.

El reabastecimiento en vuelo de uno de los A4-C
El reabastecimiento en vuelo de uno de los A4-C
"Para confirmar la posición -describe Francisco- debíamos elevarnos, escanear con los radares de los SUE, intercambiar información con Collavino y volver a descender, para seguir aproximándonos. Al encender el radar, el ataque se hacía absolutamente indiscreto y desde ese momento en que nos detectaban hasta que lanzábamos el AM 39 pasaban 3,5 minutos. En ese lapso, el Invencible no tenía tiempo suficiente para interceptarnos con los Harriers y tampoco para evitar el ataque. El misil alcanzaba el blanco en unos dos minutos y los AC 4, que saldrían detrás del él, llegarían un minuto después. Es decir, que el preaviso que el Invencible y sus escoltas tenían para esperar a los cuatro Skyhawk era de entre 6 y 7 minutos. Tiempo más que suficiente para abatirlos desde cualquier buque".

La intimidad de un pacto

Días antes, y como atajando al destino y su fatalidad, Ureta y Vazquez habían sellado un pacto en el cuarto de hotel que compartían cerca de la base de San Julián. Allí mismo donde algún piloto día por medio debía juntar las pertenencias de otro.

"Si alguno de los dos no regresa –se dijeron–prometamos que sólo el otro se lo comunicará a la esposa". Buscaban evitar otros intermediarios, la información confusa, los rodeos, los consuelos piadosos sobre la recuperación de los cuerpos en aquella ruleta rusa de atacar a la supremacía británica en Malvinas.

Mendocino, de origen humilde y muy devoto, tras recibirse como cabo fotógrafo de la Fuerza Aérea (FAA), Vázquez quiso ir por más y se convirtió en piloto de caza de la IV Brigada Aérea. Sobresalía en su foja. Era el quinto de su promoción y el 11 de marzo de 1982, a sus 30 años, había sido padre por tercera vez. Ureta, de Avellaneda y un año mayor, también esperaba a su tercer hijo. Sus esposas, muy amigas, seguían juntas en Mendoza el devenir de la guerra. Mientras tanto, Isaac (porteño, de 23 años) y Castillo (oriundo de Cosquín, de 28 años) eran solteros sin ataduras.

El piloto Ernesto Ureta fue el primero en ofrecerse como voluntario.
El piloto Ernesto Ureta fue el primero en ofrecerse como voluntario.
"Aquel gesto de Ureta y de Vázquez los convirtió en el acto en hombres distintos", señala a Infobae Isaac. "Tienen que haber tenido algo muy especial para presentarse como voluntarios, porque lo nuestro era mucho más fácil: nos designaban y listo".

Día D

El 30 de mayo a las 12 despegó la formación. El vuelo transcurrió según lo previsto en absoluto silencio instrumental. Los seis reabastecieron con los nobles tanqueros volando a la par. Era como una miríada de ocho aviones entrelazados preparándose para sobrevivir.

En aquel punto perdido en el extremo sudeste del Atlántico se desacoplaron y viraron a la par con rumbo norte. Cuando llegó el momento, los Ala se elevaron y encendieron sus radares. Un eco grande, flanqueado por otro mediano, unos 10 grados a la derecha, confirmaban en ambos monitores la posición phi-omega que cuatro días antes había trasmitido el Radar Malvinas. Algo insólito en lo táctico para un buque de esa envergadura e importancia capital. O quizá, la confiada convicción de John "Sandy" Woodward, comandante de la flota británica, de que aquella posición sería inalcanzable para los pilotos argentinos.

30 de mayo de 1982: el SUE de Francisco con el misil AM 39 se reabastece mientras los 4 Skyhawk se alternan de dos para cargar combustible.
30 de mayo de 1982: el SUE de Francisco con el misil AM 39 se reabastece mientras los 4 Skyhawk se alternan de dos para cargar combustible.
A unos 150 metros sobre el nivel del mar, lo suficiente para la caída libre del AM39, Francisco comunicó el top de lanzamiento y disparó. Al ver desprenderse el misil como un peso muerto, sin propulsión, Collavino pensó: "Listo, sonamos. ¡Falló!".

Sólo después de una caída apreciable, el Exocet encendió su motor y navegó enhiesto y veloz, dibujando una estela blanca sobre el paisaje peltre y nuboso de un océano encrespado.

En ese instante, las contramedidas del SUE de Collavino detectaron una iluminación de radar enemigo en su cola. Si estaban a distancia de tiro, la muerte era cuestión de segundos. Sin margen para el miedo, lo informó por radio y los Super Étendard huyeron virando por izquierda a máxima potencia.

El actual Capitán de Navío (RE) Alejandro Francisco lanzó el último Exocet contra el Invencible (Crédito: Santiago Saferstein)
El actual Capitán de Navío (RE) Alejandro Francisco lanzó el último Exocet contra el Invencible (Crédito: Santiago Saferstein)
En la maniobra Francisco alertó a los Skyhawk:

—Al frente, 20 millas—los guió hacia el Invencible en su tiempo de descuento.

Los 4 Zonda cerraron la formación como dos pares de siameses. Veinte, treinta metros separaban sus alas. Avanzaban en una misma línea como férreo tabique alado, al ras del mar: Vázquez y Castillo por la izquierda; Ureta e Isaac, a la derecha. Así, en bloque, al enemigo se le dificultaría determinar cuántos halcones se alistaban para aquel feroz ataque kamikaze.

Restaba poco más de un minuto para llegar al objetivo cuando la silueta del Invencible desprendía dos columnas de humo a cada banda, en el medio de la estructura del buque.

"Yo lo veía desde su popa y eran como dos bigotes negros a cada costado", grafica Isaac. Para los pilotos no hay dudas: el Exocet magulló a la "Abeja Reina".

A 900 km por hora, arañando el océano en el tramo final, en un milisegundo Ureta observó que el ala de uno de los A4-C a su izquierda se desprendía violentamente; luego se desguazaba la cola y, desestabilizado, el avión de uno de sus compañeros -no sabía cuál- exhibía su panza. "La última imagen de aquel A4-C es aquella panza con el ala derecha solamente", describe Ureta, intentando contener la emoción.

El 1er Teniente José Daniel Vázquez trepando a su Skyhawk tras ofrecerse como voluntario para una misión sumamente peligrosa. Tenía 30 años y acababa de ser padre por tercera vez.
El 1er Teniente José Daniel Vázquez trepando a su Skyhawk tras ofrecerse como voluntario para una misión sumamente peligrosa. Tenía 30 años y acababa de ser padre por tercera vez.
"Yo sentí la onda expansiva de la explosión en mi cabina", agrega Isaac. "Nunca vi el misil. Evidentemente no vino desde el Invencible, sino de otro buque en otra posición. Miré a mi izquierda y veo un A4-C que explota, se le vuela el plano, el triángulo del plano sale hacia arriba, el avión me muestra su panza e impacta contra el agua. Tampoco sabía quién era. No había margen para averiguarlo. No en ese momento. Aunque suene raro la atención estaba íntegramente posada sobre el blanco".

Ureta deseaba comenzar a disparar sus cañones de 20 mm para al menos distraer la lluvia de la artillería de defensa antiaérea que les lanzaba un Invencible humeante. Pero la distancia de tiro quedaba corta. Había que esperar unos segundos más. A medida que se aproximaban aquel humo negro que exudaba el Invencible se iba depositando sobre el agua, cubriendo el casco del navío. Volaban a la altura de la pista del portaaviones.

"El cielo estaba encapotado pero la visibilidad era buena y yo estaba esperando el instante para disparar mis cañones, por el sólo hecho que al apretar el gatillo sentía que nada podía pasarme", dice Isaac.

"Y en esa fase el vuelo, a unos 500 m del blanco, sentí adentro de mi cabina otra explosión, mucho mayor a la anterior. Miré nuevamente a mi izquierda y a unos 5 metros de mi ala vi a otro A4-C que explotaba en una forma totalmente distinta a la anterior. Tampoco sabía quién era. El avión se infló, tenía el doble de ancho y de largo y sus placas metálicas remachadas estaban todas separadas pero se mantenía la estructura del avión. Adentro todo era una bola naranja del fuego. Inmediatamente me separé. Lo que yo vi fue fuego de artillería antiaérea, cañones que tienen munición autoexplosiva. Son como pompones que explotan alrededor de uno o en la línea de ataque. Creo que el primer derribo fue con un misil que vino desde atrás. El segundo, estimo, fue producto de esa artillería, que podría haber impactado en los tanques o en el sistema hidráulico del avión".

Omar Jesús Castillo fue abatido por fuego de artillería a unos 500 metros del invencible. Su avión se convirtió en una bola de fuego.
Omar Jesús Castillo fue abatido por fuego de artillería a unos 500 metros del invencible. Su avión se convirtió en una bola de fuego.
Ureta nunca llegó a ver el segundo derribo.  Estaba concentrado en la inminencia del ataque. Dos, tres disparos y se le trabó el cañon. Isaac en cambio descargó con furia el grueso de sus 200 municiones y al acercarse a la popa del Invencible lanzó sus tres bombas de 250 kg y bordeó su pista por derecha, volando por todo el lateral del portaaviones en su escape final.

A su turno, el otro Zonda, por lo bajo que venía, debió levantar la trompa para arrojar 50 metros antes y con un desvío de 30 grados en relación al eje del buque su racimo de bombas. La maniobra lo obligó a atravesar a baja altura la pista del portaaviones. Al girar a la izquierda para la huida, Ureta no tuvo dudas: sus bombas fueron efectivas. "Todo era ya una nube de humo que envolvía al Invencible. Habían pegado y habían explotado", afirma.

Jorge Isaac y su jefe, Ernesto Ureta, los dos sobrevivientes del audaz bombardeo aeronaval, a su regreso a la base de Río Grande.
Jorge Isaac y su jefe, Ernesto Ureta, los dos sobrevivientes del audaz bombardeo aeronaval, a su regreso a la base de Río Grande.
Cada uno por su lado, en la soledad de su ruta de regreso, tanto Isacc como Ureta creyeron que solo uno de los cuatro pilotos había sobrevivido. Isaac vio un punto hacia adelante, se acercó y observó por el traje naranja del piloto que los abatidos habían sido Vázquez y Castillo. Prendió su radio y el contó a su jefe de sección la secuencia de lo que había visto. Ambos confluyeron en el punto de encuentro con los dos Hércules, que esperaban la información del ataque para retrasmitirla a la base.

Los leales CK-130 que operaron sin tregua durante toda la Guerra de Malvinas
Los leales CK-130 que operaron sin tregua durante toda la Guerra de Malvinas
—A Vázquez y a Castillo no los esperen— dijo Ureta y precisó el resultado de la misión.

Al aterrizar en Río Grande, tras cuatro horas de misión, el abrazo con los técnicos no logró aplacar el llanto.

No hay consuelo. El abrazo fraternal  entre los compañeros por la pérdida de dos héroes y mártires. Isaac, a la derecha, será inmediatamente conducido al interrogatorio de Inteligencia Militar.
No hay consuelo. El abrazo fraternal  entre los compañeros por la pérdida de dos héroes y mártires. Isaac, a la derecha, será inmediatamente conducido al interrogatorio de Inteligencia Militar.
"Sentía algo muy ambivalente -cuenta Isaac- la alegría de estar vivo y la tristeza por la muerte de mis dos compañeros".

"Yo cumplí con la promesa a mi amigo y la llamé a Liliana, la mujer de Vázquez, y al llegar a la Base San Julián debí contárselo también a su hermano, Pelucho, mecánico de paracaídas de nuestra escuadrilla. Hoy soy el padrino el Mariano, aquel hijo de entonces 50 días que el Pepe Vázquez prácticamente no llegó a conocer", dice con orgullo Ureta.

De los tres interrogatorios por separado a los pilotos tras el ataque con personal de Inteligencia quedó una certeza, que Inglaterra siempre negó: el buque orgullo de la Royal Navy había sido al menos averiado. Fue vencido primero por un Exocet y luego por bombas de 250 kg.

Los cuatro halcones reunidos por Infobae dicen comprender el por qué de esa negación, usual en la historia de las conflagraciones. "Nosotros sabemos muy bien qué vimos y cómo lo vimos. Lo que digan los ingleses nos tiene sin cuidado", repiten, cada uno a su turno. "Si el secreto de guerra es por 50 ó 90 años, en algún momento la verdad saldrá a la luz".

Héroes de Malvinas: los pilotos de A4-C Pepe Vázquez y Omar Jesús Castillo
Héroes de Malvinas: los pilotos de A4-C Pepe Vázquez y Omar Jesús Castillo
El 1er Teneinte José Daniel "Pepe" Vázquez y el Teniente Omar Jesús Castillo fueron ascendidos post mortem al grado de Capitán y declarados Héroes Nacionales. Cosquín emplazó en la plaza "Héroes de Malvinas" un busto de su mártir e hijo pródigo mientras que la Base Aérea de Puerto San Julián añadió a su nombre el del Capitán José Daniel Vázquez. Los pilotos abatidos, el Comodoro (RE) Gerardo Isaac y el actual Brigadier (RE) Ernesto Ureta recibieron la máxima distinción del Estado Argentino: la Cruz al Heroico Valor en Combate.

Reencuentro y hermandad: .Gerardo Isaac, Alejandro Francisco, Osvaldo Bilmesi, tripulante de un Hércules de reabastecimiento, Enesto Ureta, Luis Collavino y el Brigadier Litrenta, piloto de uno de los Hércules que participaron de la única operación conjunta entre las fuerzas
Reencuentro y hermandad: .Gerardo Isaac, Alejandro Francisco, Osvaldo Bilmesi, tripulante de un Hércules de reabastecimiento, Enesto Ureta, Luis Collavino y el Brigadier Litrenta, piloto de uno de los Hércules que participaron de la única operación conjunta entre las fuerzas
(https://www.infobae.com/sociedad/2019/06/01/doce-bombas-y-el-ultimo-exocet-el-ataque-al-invencible-el-buque-insignia-de-la-flota-britanica-en-malvinas/?fbclid=IwAR2-UHF1YsR4dvSzIUHKVfX_N8oVW1gAIlAH6HeCwdyNeQ_c9juThfPG6Gg)