Cuando se recuerda al 25 de Mayo de 1810, muchos lo titulan
como “Revolución” y es por eso que se lo conoce también como “Revolución de
Mayo”. Sin embargo, ese día no hubo una revolución. Una revolución implica la
existencia de intrigas, traiciones, mentiras, disputas por el poder, usurpación
del poder, subversión y sublevación contra el poder establecido, etc. Nada de
esto ocurrió el 25 de Mayo de 1810. Por esta razón, es absolutamente impropio llamar
a esta fecha patria con el nombre de “Revolución”.
Según el P. Castañeda, patriota ejemplar y testigo ocular
de los hechos de Mayo, el 25 de Mayo constituyó no una sublevación contra el
legítimo poder del rey de España, sino una muestra de subordinación a él y a la
ley imperante y vigente. Debemos recordar que para esa época, España había sido
invadida por el infame imperio francés y el rey español había sido apresado,
con lo cual el poder de España quedaba acéfalo. En la ley imperante entonces, se
determinaba que las provincias de España -el Virreynato del Río de la Plata
tenía carácter de provincia de España, de la misma jerarquía que las provincias
peninsulares-, debían asumir el poder de forma autónoma. Y fue esto lo que
precisamente hicieron los patriotas de Mayo. En vez de entregarse vilmente a
los poderes de las potencias de entonces -Inglaterra y Francia-, los patriotas
de Mayo, acatando las órdenes del rey y de la ley vigente, asumieron el poder,
tal como la ley les mandaba, para gobernarse autónomamente. La Independencia
fue así un hecho que “cayó del Cielo” y no un hecho revolucionario como tal: los
patriotas se enfrentaron a los hechos, tal como estos se presentaban y estos
exigían, por la ley y el derecho, que el Virreynato asumiera su gobierno de
forma autónoma.
Por esta razón, el P. Castañeda afirmaba que el 25 de Mayo
de 1810, a la par que representaba una muestra de cabal fidelidad al rey de
España, por otro lado representaba “el padrón y el monumento eterno” de nuestra
libertad.
Ahora bien, esto tiene muchos significados, entre otros,
que nunca renegamos de España, ni de su cultura, ni de su idioma y mucho menos
de su religión, la religión católica que nos trajeron los Conquistadores; por
otra parte, significa que, dadas las condiciones históricas y temporales
adecuadas, como hijos de España que somos, en algún momento hemos de regresar
al seno de la Madre Patria, del cual nunca debimos salir.
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