Nuestra Señora de Malvinas

miércoles, 25 de mayo de 2016

El 25 de Mayo,día memorable y santo, debemos agradecer a Dios por habernos concedido nuestra Patria Argentina


No hay descripción más verdadera y hermosa del Acto Patriótico del 25 de Mayo que la que hace el P. Castañeda. Para él, el 25 de Mayo es un día “memorable, santo, noble, obra de Dios y no nuestra”[1], un día glorioso que señala la nobleza del ser argentino, que al tiempo que se declara fiel a la Madre Patria, representada en el rey de España, asume con todo derecho su auto-gobierno, manteniéndose fiel a la religión y la cultura heredada de España, y es por eso que siempre nos recordará, a los argentinos, la nobleza de nuestro nacimiento -“perpetuando nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”- e incluso su carácter sagrado porque, como dice el P. Castañeda, “el 25 de Mayo fue obra de Dios y no nuestra”.
Lejos de ser una “revolución”, el acto patriótico del 25 de Mayo constituyó -en las palabras de patriotas como el p. Fray Castañeda, testigos de los hechos-, una declaración de lealtad y fidelidad al Rey y a España, declaración mediante la cual, al mismo tiempo que proclamábamos nuestra independencia política, asumiendo nuestro auto-gobierno según las leyes vigentes, manifestábamos la más absoluta lealtad a la Madre Patria España, desde el momento en que la independencia era, precisamente, para conservar su legado religioso y cultural.
En las palabras del P. Castañeda, no hubo un acto “revolucionario”, sino verdaderamente patriótico, porque en esta fecha la naciente Patria Argentina, a la vez que se constituye como independiente entre las naciones, conserva sin embargo la fidelidad noble y honrosa a España, es decir, no hubo doblez ni traición en los patriotas de Mayo: “el día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre”[2]. Esto se entiende si se tiene en cuenta que el rey de España, a quien le debíamos fidelidad, había sido hecho prisionero por Francia; por lo tanto, según la legislación vigente, basada en el derecho natural, las Provincias españolas de ultramar podían y debían asumir su auto-gobierno, y es eso lo que hicieron los patriotas, sino querían quedar bajo el yugo del enemigo anglo-francés, cuyos únicos objetivos eran convertir estas tierras en sus cotos privados de caza. Al independizarnos políticamente, hicimos lo que correspondía y era nuestro deber hacer, pues la legítima autoridad, el rey de España, ya no estaba en condiciones de gobernarnos, por lo que si no lo hacíamos, es decir, si no nos independizábamos, quedábamos bajo el yugo anglo-francés. La independencia fue, por lo tanto, una separación política, pero al mismo tiempo una declaración de lealtad al rey de España y a la Madre Patria, porque fue para preservar su herencia religiosa y cultural, y para no caer en la órbita de las naciones dominadas por el extranjero –las potencias anglo-francesas- que decidimos, bajo la guía providente de Dios, asumir nuestro auto-gobierno, dando inicio así nuestra existencia como Nación Independiente y Soberana.
Es por esto que, según Fray Castañeda, lejos de ser un día “revolucionario”, con lo que este término implica -esto es, traiciones, deslealtad, ambiciones, derramamiento de sangre-, “(...) el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio...”[3]; un día que es “obra de Dios y no de los argentinos” y que por esto mismo, “perpetuará nuestras glorias”, por ser un día sagrado, por ser obra de Dios: “(el 25 de Mayo) Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”, y por eso debemos postrarnos ante el altar de Dios para agradecerle su infinita misericordia: “...en este día, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”[4].
Por lo tanto, y siempre según el Padre Castañeda, fue Dios quien quiso que nuestra Patria se independizara –desde el punto de vista político y no cultural o religioso- de España y asumiera en su pueblo su destino de nueva Nación. Y para dar gracias a Dios Nuestro Señor por su obra, la obra de nuestra Independencia, es que debemos “postrarnos ante los altares”, ofreciendo el Santo Sacrificio del Altar en agradecimiento por habernos concedido, en este día “memorable, santo, augusto”, nuestra Patria Argentina.





[1] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

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