Nuestra Señora de Malvinas

domingo, 8 de julio de 2012

Jesús crucificado y el 9 de Julio



        
La conmemoración de la Independencia Patria no puede quedar en un mero recuerdo, sino que se debe mirar al pasado para que nos ilumine el presente, para así construir un futuro luminoso para nuestra Nación Argentina.
         Por lo tanto, es necesario tener presente la profunda religiosidad de los Congresales de Tucumán, religiosidad puesta de manifiesto, entre otras cosas, en el hermoso crucifijo que presidía la Sala de la Firma de la Independencia en la Casa Histórica, llamado desde entonces “Cristo de los Congresales”.
         La presencia del crucifijo no era ocasional; por el contrario, era intención manifiesta de los Congresales que Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, el Salvador del género humano, estuviera presente en el origen y nacimiento de nuestra Patria. Con orgullo podemos decir los argentinos que nuestra Patria nació a la sombra de la Cruz del Salvador, cobijada bajo el manto celeste y blanco de la Virgen Inmaculada, Nuestra Señora de Luján.
         Por lo tanto, al mirar el pasado, y al contemplar, maravillados, a la Cruz de Nuestro Señor presidiendo el augusto y solemne momento del nacimiento de nuestra Patria, no podemos dejar de considerar que Argentina, y todos los argentinos, llevamos el sello indeleble de la Cruz en nuestro Ser nacional. Y con nuestro Ser nacional, no solo nuestra religiosidad, sino toda nuestra cultura, que es la expresión más acabada del pensamiento, de la voluntad y del obrar de una nación, debe reflejar, de un modo u otro, a Cristo crucificado. En otras palabras, todo lo que los argentinos pensamos, hacemos y decimos, en cuanto argentinos y pertenecientes a una Nación que se llama “Argentina”, debe reflejar a Cristo, el Hombre-Dios.
         Obrar de otra manera, es decir, tratar de construir un país cuyas leyes sean contrarias a los Mandamientos divinos y al Mandamiento Nuevo de la caridad dejados por Jesucristo, sería falsear la historia y provocar confusión y desorientación a las futuras generaciones, además de una grave falta contra Dios, que quiso que su Hijo estuviera desde nuestro nacimiento como Nación, para que todas las generaciones de argentinos, sin excepción, hasta el fin de los tiempos, fueran salvados por la preciosísima Sangre del Redentor.
         Al conmemorar la gesta de la Independencia, agradecemos a Dios por medio de la Santa Misa el designio de su Amor infinito de habernos honrado con la Presencia de Jesús crucificado en el Salón de la Casa Histórica, al tiempo que le rogamos, que caiga sobre nosotros, sobre el pueblo argentino, la preciosísima Sangre que mana de sus Santas Llagas.

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