Nuestra Señora de Malvinas

sábado, 25 de mayo de 2019

El 25 de Mayo no fue una revolución, sino una muestra de adhesión al Rey y a España


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         Muchos llaman a los acontecimientos del 25 de Mayo de 1810, de modo erróneo, como “Revolución de Mayo”, lo cual está alejado de la realidad. Una revolución implica la subversión de los valores establecidos; implica rebelión contra la autoridad imperante; implica lucha entre facciones –siempre de manera cruenta- para imponer sus ideas. Y sobre todo, implica traición al poder constituido. Nada de esto sucedió el 25 de Mayo: por el contrario, como afirman los testigos oculares y contemporáneos de los acontecimientos, en los sucesos del 25 de Mayo no solo no hubo nada de esto, sino que, por el contrario, se trató de una pacífica, noble y leal adhesión al Rey de España y a España, ya que los acontecimientos se desencadenaron por lo que le sucedía al Rey. No olvidemos que el Rey de España había sido convertido en prisionero por parte de los franceses: este hecho desencadenó la activación de una de las cláusulas que regían a las provincias españolas del Río de la Plata y era que debían asumir su auto-gobierno en caso de acefalía del gobierno central de Madrid. Es esto en realidad lo que sucedió: el poder quedó acéfalo al ser prisionero el Rey Fernando VII y las Provincias españolas de ultramar, comprendido el Virreinato del Río de la Plata, aplicaron la cláusula legal vigente en ese entonces, que mandaba asumir el auto-gobierno.
         Esto significa que el pronunciamiento de los patriotas de Mayo, de asumir el auto-gobierno, no fue un acto de rebeldía hacia el Rey y España, sino por el contrario, una adhesión a los mismos, un acto de nobleza y de acatación del orden vigente, en plena sumisión y adhesión a las leyes y normas que regían al Virreinato en ese entonces, lo cual está muy alejado de ser una “revolución”, con la carga de traición, intrigas, rebelión y asesinatos que esta implica.
         Es decir, los patriotas de Mayo no buscaron la independencia, sino que esta vino por sí misma, por el suceder de los acontecimientos. Por esta razón es que Fray Francisco de Paula de Castañeda, testigo ocular de los hechos, afirma que el 25 de Mayo “no fue obra nuestra” –de los argentinos-, sino “obra de Dios” y que por esa misma razón, cada 25 de Mayo debía amanecer como “un día sagrado, un día patrio, un día augusto”, en el que debíamos “postrarnos ante los altares” para dar gracias a Dios por tan grandioso día, en el que por fuerzas ajenas y superiores a nuestro querer, el Virreinato del Río de la Plata debía asumir su propio gobierno y constituirse en una Nación independiente, separada políticamente de España, pero unida a ella en alma y en espíritu, en lengua, tradición y religión.
         Porque no fue una revolución ni una rebelión, sino un acto de lealtad al Rey de España y a las leyes vigentes, es que el Padre Castañeda afirma que el 25 de Mayo es “un día memorable, santo, noble, obra de Dios y no nuestra”[1]. Precisamente, por ser obra de Dios y no nuestra, este día debe ser considerado como un día que ha de “perpetuar nuestras glorias y felicidades”, al tiempo que será “nuestro consuelo”, al haber sido “obra de Dios y no nuestra”[2].
         Al activar la cláusula que dictaminaba el inicio de nuestro auto-gobierno y por lo tanto de la Independencia, al mismo tiempo que se declaraba la fidelidad al Rey Fernando VII, se decretaba “el fin de nuestra servidumbre”, siempre según el P. Castañeda y es esto lo que él afirma: “El día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre”[3]. Se trata del “fin de nuestra servidumbre”, porque no habríamos de quedar bajo el yugo de las potencias anglo-francesas que pretendían quedarse con nuestras tierras y nuestras riquezas, sometiéndonos y dominándonos.
         Por estos motivos, la forma de celebrar un día tan grandioso para es considerándolo como “obra de Dios y no nuestra”, por un lado y, por otro, es justo que este día se celebre con aquello que constituye la acción de gracias por antonomasia, la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Es esto lo que afirma el Padre Castañeda: “(...) el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio (el 25 de Mayo) Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades” (y por lo tanto) “...en este día, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”[4].
         El día Veinticinco de Mayo es entonces “solemne, sagrado, augusto y patrio”, un día “memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”, en el que debemos “todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”[5].
         Siguiendo al P. Castañeda, postrémonos ante los altares de Dios y digamos, llenos de fervor y entusiasmo patrio: “¡Alabado, adorado y glorificado sea Dios Uno y Trino por el augusto día del 25 de Mayo!”.
        


[1] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. Castañeda, ibidem.
[5] Cfr. Castañeda, ibidem.

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