Nuestra Señora de Malvinas

viernes, 11 de octubre de 2019

La derrota de la guerrilla urbana

En Monte Chingolo cayeron no solo los combatientes del ERP. Quedó también expuesta la megalomanía de sus conductores, la irracionalidad de la estrategia y la certeza de la derrota. Creían conocer el fin de la historia, pero esa probó ser una suposición equivocada

El 23 de diciembre de 1975 el ERP lanzó un ataque masivo contra el Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejobueno, en Monte Chingolo. La decisión fue tomada por la cúpula de la organizacin terrorista después de un año de derrotas en el monte tucumano, donde el Ejército había comenzado a operar como consecuencia de un decreto de la presidente María Estela Martínez de Perón.
La viuda de Perón había ordenado el aniquilamiento de las fuerzas irregulares que intentaban establecer una zona liberada en el monte tucumano al sudoeste de la capital provincial. La enorme disparidad de hombres, armas y recursos logísticos inclinó inevitablemente la suerte de la lucha a favor de las fuerzas regulares, pero el traslado del conflicto al ámbito urbano no cambió las cosas. El asalto al arsenal Viejobueno terminó en una catástrofe por la cantidad de bajas y la desaparición la capacidad operativa del ERP.
El objetivo principal del ataque era la captura de unas 20 toneladas de material que incluía cañones, morteros y ametralladoras antiaéreas, que el líder de la organización, Mario Santucho, quería para enfrentar a los helicópteros y aviones de las FF.AA. en Tucumán. También intentaba levantar el espíritu combativo de sus hombres que estaban en retirada en la zona rural, mientras en la urbana eran eliminados sistemáticamente por las fuerzas de seguridad y el terrorismo de la Triple A.
La jugada desesperada, sin embargo, terminó acelerando el desastre. Infiltrados por el Ejército que estaba informado de sus planes, los combatientes del ERP marcharon directamente hacia una trampa.
En el cuartel los estaban esperando, lo que les costó entre 50 y 100 bajas, según la fuente. En todos los operativos montados alrededor de la instalación militar para impedir la llegada de auxilio los activistas también fueron repelidos y debieron huir con numerosos heridos.
Pero la irracionalidad de la decisión de Santucho no debe ser atribuida únicamente a la crítica situación militar del ERP. La violencia urbana combinaba la guerrilla con el terrorismo. Esa mezcla involucraba dos cosas. En primer lugar, un cambio de valores. El asesinato, los secuestros y las ejecuciones a sangre fría con fines políticos no podían estar justificados sino para una minoría fanatizada. Así el espíritu presuntamente revolucionario quedó rápidamente desvirtuado.
En segundo término, el terrorismo siempre deriva en una escalada incontrolable de violencia; tanto institucional como ilegal. A partir del segundo semestre de 1974 la lista de asesinatos diarios creció de modo aluvional. El deseo de venganza y la necesidad de exhibir éxitos militares llevaron la violencia al extremo y la racionalidad de los que conducían a las fuerzas enfrentadas se esfumó.
Buscaban el exterminio del enemigo a cualquier precio, sin medir los terribles costos que pagaban en vidas y en repercusión pública. Cuando las organizaciones revolucionarias de izquierda aceptaron el terrorismo destruyeron la última posibilidad de atraer políticamente a las masas que se proponían -al menos en teoría- redimir. Usaron el terrorismo para asaltar el poder, como los militares, la policía y el peronismo de derecha lo usó para defender al Estado que controlaban.
El resultado fue un mar de sangre que tuvo en Monte Chingolo su último y más trágico capítulo. Allí cayeron no solo los combatientes del ERP. Quedó también expuesta la megalomanía de sus conductores, la irracionalidad de la estrategia y la certeza de la derrota. Creían conocer el fin de la historia, pero esa probó ser una suposición equivocada.
Pocos meses después Santucho con la plana mayor de la organización fue sorprendido y eliminado por el Ejército en su escondite de Villa Martelli.

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