Nuestra Señora de Malvinas

jueves, 20 de junio de 2013

Dichosa la Nación cuya Enseña nacional es el Manto celeste y blanco de la Madre de Dios


         
“Dichosa la Nación cuyo Dios es el Señor”, dice el Salmo 33, y el motivo por el cual esta nación es dichosa, radica en que Dios es infinitamente bueno y poderoso, y esta condición divina asegura al pueblo que lo tiene a Él como su Señor, su protección y bendición constantes. En el Antiguo Testamento, esa Nación fue la Nación hebrea, puesto que, por designio divino, fue el único pueblo de la Antigüedad que no solo recibió el don del monoteísmo -frente a la totalidad de los otros pueblos y naciones, que eran paganos e idólatras-, sino que además tuvo a ese Dios Uno –Yahveh- como su Protector y Guía.
Esto se vio en los innumerables prodigios, maravillas y milagros que obró Yahveh a favor de Israel, todo lo cual formaba –y forma- parte esencial de la historia de ese pueblo, al punto que no se entiende a Israel sino es en relación a Yahveh.
Análogamente, y parafraseando a la frase de la Biblia, los argentinos podemos decir: “Dichosa la Nación cuya enseña nacional es el Manto celeste y blanco de la Madre de Dios”, porque este hecho –que la Bandera de la Nación Argentina lleve los colores celeste y blanco del Manto de la Inmaculada Concepción-, no es un hecho fortuito, al azar, ya que el General Manuel Belgrano, al crear la insignia nacional, tuvo la intención explícita y manifiesta de honrar a la Bienaventurada Madre de Dios en su advocación de Nuestra Señora de Luján, la cual es, en su advocación original, la Inmaculada Concepción.
Contrariamente a lo que enseña la historiografía liberal y agnóstica, el General Belgrano no se inspiró en los colores del cielo cosmológico, sino en el Manto celeste y blanco de la imagen de la Inmaculada Concepción conocida como Nuestra Señora de Luján. Este acto de Belgrano no se debió a su alma magnánima –que si lo era-, sino que fue un verdadero acto de devoción mariana, porque su intento era honrar a la Virgen, tal como lo declaró su hermano, el sargento mayor Carlos Belgrano: “Mi hermano tomó los colores de la bandera del Manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto”.
En otras palabras, el hecho de que, como argentinos, nuestra Bandera Nacional lleve los colores del Manto de la Virgen, indica que fue el mismo Dios Uno y Trino quien quiso que tuviéramos por insignia nacional el manto de la Virgen de Luján.
Este hecho no es intrascendente; por el contrario, pone de manifiesto un claro designio divino de predilección para con la Nación Argentina, designio que puede ser entrevisto en la contemplación de la misma bandera: si para una nación determinada la insignia nacional evoca su destino de grandeza, mucho más lo es en nuestro caso, porque por el hecho de ser el Manto de la Virgen, nuestra enseña evoca el destino de eternidad en los cielos al cual estamos llamados. Por este motivo, al contemplar la Bandera Nacional, no podemos pasar por alto ni su origen ni el destino de eternidad al que nos llama, so pena de contrariar los planes de Dios Trino para con nuestra Patria.

Por lo tanto, al izar la Bandera Nacional y al verla flamear en los cielos, elevemos nuestros pensamientos y nuestros corazones a la Virgen de Luján, cuyo manto sagrado representa nuestra bandera y pidamos, como argentinos y católicos, la gracia de ser fieles, hasta la muerte de cruz, a nuestra insignia nacional, el manto de la Virgen de Luján, mato que nos señala nuestro destino final, el Reino de los cielos, en donde reina para siempre Nuestro Señor Jesucristo.

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