Nuestra Señora de Malvinas

miércoles, 23 de marzo de 2011

Cristo en la cruz ha derribado para siempre el odio que enfrentaba a los hermanos

Que la Sangre del Cristo de la Jura de la Independencia
selle la paz de Dios en los corazones de los argentinos

Ante un nuevo aniversario del golpe militar de 1976, que diera origen al engendro nefasto llamado “Proceso militar”, y frente a la percepción de que las causas ideológicas que lo generaron siguen aún vigentes, con el consiguiente daño que se produce a la Patria, cabe reflexionar atentamente, para detener la vorágine de odio y de rencor, de enemistad y de enfrentamiento que cada día envuelve más y más a los argentinos.

Considerando el tema que nos preocupa, es necesario dejar en claro nuestra consigna, que refleja nuestra posición, y nuestra consigna es que no queremos: ni militares golpistas, ni subversivos marxistas; ni triple A, ni Montoneros; ni gobierno democrático corrupto, ni gobierno por golpe militar aún más corrupto; ni izquierda, ni derecha; ni comunismo, ni liberalismo; ni Marx, ni Adam Smith; ni olvido, sin pedir perdón, ni memoria, sin perdonar.

No más golpes de Estado, nunca más; no más guerrilla subversiva, nunca más; no más divisiones entre los argentinos, nunca más; no más enfrentamientos, nunca más; no más rencor, no más odio, nunca, nunca, nunca más.

Queremos una Argentina justa, solidaria, fraterna, sin divisiones ideológicas, sin enfrentamientos, producto de los fantasmas ideológicos maniqueos que consideran, al que no piensa como uno, que el otro es un enemigo al cual hay que eliminar.

No es una utopía pensar que los argentinos podemos dedicarnos, todos juntos, unidos bajo una misma hermandad nacional, a solucionar los graves problemas -de orden económico, moral, espiritual- que aquejan a nuestra Patria, que no son de hoy ni de ayer, sino de siempre.

No es una utopía, pero también es cierto que ninguna ideología, de ningún signo, ni de derecha, ni de izquierda, ni de centro, habrá de traer paz, tranquilidad, prosperidad y unidad a la Nación Argentina.

Ninguna ideología, del signo que sea, unirá en una misma hermandad a los argentinos, porque la ideología, por definición -sea de derecha, de izquierda o de centro-, es sectaria, cainita, disolvente, generadora y perpetuadota de enfrentamientos, puesto que su misma naturaleza maniquea le exige, para sobrevivir, una contraparte “negativa”, a la cual hay que destruir para progresar. Pero, al mismo tiempo que destruye a su contraparte, la ideología debe reconstruirla nuevamente, so pena de quedarse inmóvil y petrificada, y la reconstruye para destruirla nuevamente, repitiendo el proceso hasta el infinito.

La ideología funciona con un perverso mecanismo de tesis-antítesis-síntesis, ya que de lo contrario desaparece, y es por este motivo que es incapaz de traer paz y orden.

La paz volverá a la Argentina, y a todos sus habitantes, no por las ideologías, del signo que sean, sino cuando sea Cristo Dios, Rey pacífico, quien reine en los corazones de los argentinos; la paz llegará a los argentinos cuando sea su gracia la que ilumine nuestras mentes, cuando sea su Ley, la Ley Nueva, la ley de la caridad, la que guíe nuestro obrar.

Esto es posible, porque en Cristo desaparece la Enemistad; en su cruz se da muerte al enfrentamiento entre los hombres; con su cruz y con su Sangre, Cristo derriba el muro de odio que se levanta entre los hombres, impidiendo ver que uno es el hermano del otro, y que los dos son hijos de un mismo Dios.

Al contemplar a Cristo crucificado y resucitado, desaparece del horizonte del hombre el muro de enemistad y de odio cainita que lo enfrentaba a su hermano, a su prójimo, y en Cristo se reconcilia y se hermana, con una fraternidad infinitamente más fuerte que la biológica, porque queda unido a su hermano por la Sangre y el Espíritu de Cristo.

En Cristo, muerto en cruz y resucitado, el hombre encuentra la paz, no la que da el mundo (cfr. Jn 14, 27), que es una paz basada en meros factores externos, sin transformación interior, sino la paz de Dios, una paz que originándose en el Corazón mismo de Cristo Dios se derrama sobre los hombres, en su ser más profundo e interior, disolviendo para siempre, en la beata alegría y en el perdón del Ser divino, el odio ciego que desde Caín se transmite a los hombres.

Que Cristo sea nuestra paz, que Él ha derribado de una vez para siempre al muro de odio que separaba a los hombres, y que ha destruido, con el poder de su Sangre, a la Enemistad, lo dice San Pablo: “Cristo es nuestra paz; Él derribó con la cruz el muro de odio que enfrentaba a los pueblos y dio muerte a la Enemistad” (cfr. Ef 2, 13-14).

Es esta paz, la que brota de Cristo crucificado, el Cristo que gloriosamente preside el Congreso de Tucumán, que nos hizo nacer como Nación, la que queremos para nuestra Patria.

En los orígenes fundacionales del Ser nacional, sobre las entrañas mismas de la Patria Naciente en Tucumán, se derrama la gloriosa Sangre del Hombre-Dios, la Sangre que sella en la paz de Dios los corazones de los hombres.

Es esta paz la que imploramos a la Trinidad, por la intercesión de la Madre de Nuestra Patria, la Virgen de Luján, y por la intercesión del Ángel Custodio de Argentina.