Nuestra Señora de Malvinas

domingo, 24 de mayo de 2015

El 25 de Mayo y la imperiosa necesidad de recuperar su primigenio sentido para enfrentar la anomia del presente y evitar el abismo del futuro


Cuando los líderes de las dos máximas superpotencias del mundo felicitan a nuestro país en nuestra fecha patria por ser adalid en leyes contrarias a la naturaleza y a la Ley de Dios[1], los argentinos debemos preguntarnos seriamente en qué momento nos desviamos del proyecto original de Patria ideado por nuestros máximos próceres; debemos preguntarnos también qué estamos haciendo en el presente, para llegar al punto en el que estamos, y debemos preguntarnos, no hacia dónde nos dirigimos, sino cómo hacer para invertir para la marcha, porque de lo contrario, la caída en el abismo moral y espiritual hacia el cual marchamos a pasos agigantados, será inevitable e irrecuperable.
Para empezar a comprender la pérdida del sentido moral y espiritual en el que nos encontramos y para invertir el proceso de profunda anomia y relativismo en el que vivimos como Nación, es necesario reflexionar sobre nuestra principal fecha patria -y no reducirlo a mezquinos intereses partidarios utilizándolo como tribuna ideológica-, para recuperar el verdadero sentido del 25 de Mayo de 1810, que es lo que nos permitirá a su vez comenzar a invertir el proceso anómico al que hacemos referencia. Para ello, es necesario hacer un poco de historia[2].
Junto a otros autores, sostenemos que en los hechos del 25 de Mayo de 1810 no hubo una “revolución” propiamente dicha –llamaremos al proceso “restauración”, y veremos porqué-, sino un pacífico regreso del poder -dentro del marco de la ley vigente entonces-, del rey de España, que había sido apresado por Napoleón, al pueblo hispano-criollo de ultramar. Al respecto, la frase que condensa, en su esencia, al 25 de Mayo, la pronunció Fray Castañeda, quien sostenía que el 25 de Mayo era un “monumento a nuestra eterna fidelidad al rey Fernando VII, al tiempo que el padrón de nuestra independencia y soberanía”[3]. Para Castañeda, no era una revolución, sino una declaración de fidelidad al rey, al mismo tiempo, que declaración de independencia y que por lo mismo, el 25 de Mayo debía amanecer como “un día sagrado, sublime”, por el cual “debíamos postrarnos ante Dios, dando gracias”, puesto que nada habíamos hecho para merecer tal don. “Fidelidad e independencia”, dice Castañeda, y parecen dos cosas contradictorias e irreconciliables, y sin embargo no lo son, y constituyen la causa de nuestra mayor honra y gloria como Nación, pues es un don divino, siempre según Castañeda, y es hacia donde siempre debemos mantener fija la mirada, sino queremos caer en el abismo hacia el cual precipitadamente nos estamos dirigiendo en nuestros días.
Para entender un poco más las palabras de Fray Castañeda, continuemos haciendo un poco de historia, intentando desentrañar el profundo sentido patriótico del 25 de Mayo de 1810.
Hay que decir que, tanto en el Virreinato del Río de la Plata, como en el resto de las Indias Occidentales, se acataba al rey de España por el hecho de que el rey era “señor de América”, y que este título le había sido concedido por el Santo Padre[4]. En otras palabras, de este lado de ultramar, se puede decir que, lejos de albergar sentimientos anti-monárquicos y conspirativos contra la corona, todos eran monárquicos y acataban al rey y lo acataban porque, según las leyes de Indias promulgadas en 1680, estas tierras, habían sido donadas al rey de España, a título de “señor de las Indias Occidentales”, por el Papa. ¿Y por qué la Santa Sede se arrogaba el derecho de dar este título al rey de España? Porque Jesucristo, en cuando Dios, es Dueño de cielos y tierra. Como decimos, entonces, todos acataban al rey, es decir, todos eran “realistas” y se obedecía al rey por ostentar el título de “señor de las Indias Occidentales” por donación papal; además, se consideraba que el rey, en cuanto rey, era el padre de todos los súbditos del imperio y España, hasta ese momento, era un imperio, el imperio más grande de la tierra.
Precisamente, la causa por la cual el Virreinato se ve obligado a retomar el poder –de modo legítimo, que le corresponde por derecho-, es la entrada en crisis del imperio español, principalmente, por que el rey de España es apresado y no deja regente.
Debido a la agresión de Napoleón sobre España, el rey Fernando VII había dejado la corona de Castilla vacante, sin regente, por lo que, según las leyes vigentes, la potestad regresaba a los Cabildos. En otras palabras, la doctrina que regía en ese entonces, y que ampliamente aceptada en las Indias Occidentales, consistía en lo siguiente: si el trono quedaba vacante y no había regente, se concedía a los Cabildos una “autonomía provisoria”. Y esta “autonomía provisoria” –y ésta es la razón por la cual no se debe hablar de “revolución” propiamente en Mayo de 1810- nada tiene que ver con las doctrinas roussonianas de “soberanía popular”, según la cual “el poder viene del pueblo”. De acuerdo al prestigioso historiador Enrique Díaz Araujo, el decreto de autonomía por parte del Cabildo no se hace en contra de España, de su cultura, de su religión, sino que se basa en una norma de derecho público hispano y, como veremos, sí lo hace en repudio al ilegítimo Consejo de Regencia: “no repudiaban a Quevedo, Tirso de Molina o a Fray Luis de León; tampoco las Cruzadas, la Reconquista o el Descubrimiento colombino, sino al ilegítimo Consejo de Regencia”[5].
La situación, entonces, es que el rey ha sido apresado, sin dejar regente, con lo cual, correspondería que los Cabildos retomasen el poder legítimo, de modo soberano. Sin embargo, sucede algo que cambiará los planes. En España, los Cabildos peninsulares se asocian y crean la llamada “Junta Central de Sevilla”, pero sin permiso del rey, por lo que a la postre carecerá de legitimidad. Buenos Aires jurará, aunque de mala gana, fidelidad  a esa junta.
El problema con esta Junta Central de Sevilla –la cual terminará por disolverse en enero de 1810- es que, no solo no cuenta con el aval del rey, y por eso es ilegítima, sino que además, es de clara tendencia liberal; usurpa los derechos de los españoles americanos, al quitarles el privilegio de gobernarse con leyes propias[6] y, lo más grave de todo, es que está impregnada de la nefasta ideología humanista-masónica de la Revolución Francesa, además de aliarse con Inglaterra.
De esta manera, vemos cómo la ideología revolucionaria francesa toma el poder en España, con el intento de tomarlo luego en el Virreinato del Río de la Plata y en el resto de las Indias Occidentales: primero, apresando a Fernando VII; luego, infiltrando a la Junta de Sevilla, la suma de Cabildos de España (acto seguido, intentará hacerlo, como veremos, con el Consejo de Regencia. La resistencia de los patriotas a estos falsos gobiernos, es providencial, como dice Castañeda, porque al asumir el gobierno de forma independiente, salva a nuestra Patria de caer en las garras del imperio anglo-francés, a la par que mantiene su fidelidad a Fernando VII, sin renunciar a la Hispanidad ni a la religión católica; en esto consiste la grandeza de la "Restauración de Mayo").
Posteriormente, cuando esta Junta se disuelve, algunos diputados se trasladan a Cádiz, en donde, bajo guía del vicecónsul John Hooklam Frére, fundan un “Consejo de Regencia”, lo cual equivale a decir que la situación para los patriotas del Virreinato se agrava considerablemente, pues ya no es solo la Revolución Francesa la que ha infiltrado el poder de la España peninsular, sino ahora también la Inglaterra imperial, ávida del oro, de las tierras y de las riquezas de nuestras tierras. Ahora, los habitantes del Virreinato se enfrentarán a un doble enemigo: Francia e Inglaterra, disfrazados bajo la máscara de un falso gobierno peninsular, que reemplaza ilegítimamente al rey Fernando VII. Bajo el nombre de “Consejo de Regencia”, instalado en Cádiz, se ocultaban las potencias de Francia e Inglaterra, que deseaban ávidamente repartirse estas tierras con todos sus tesoros[7].
Es a este Consejo de Regencia al cual se pretendía que se obedeciera, y es por eso que, las mentes más lúcidas y los corazones más valerosos de los patriotas de Mayo se dieron cuenta rápidamente del gravísimo peligro al cual se enfrentaban el Virreinato y las Indias Occidentales todas, y buscaron de establecer, con toda rapidez, un gobierno que, al mismo tiempo que se mantenía fiel a Fernando VII –y al legado papal-, asumiera el gobierno de forma autónoma –de acuerdo al derecho vigente-, y es esto lo que hicieron, y esto lo que constituye la causa de nuestro más grande orgullo como argentinos, y la razón de nuestra eterna gratitud para con Dios, como dice Fray Castañeda, porque “no fue obra nuestra”: “Por nuestra parte, ninguna cosa buena hemos hecho (...) y aún la del 25 de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios”[8].
Frente al virrey, que pedía obediencia servil al ilegítimo Consejo de Regencia, responde así Cornelio Saavedra, argumentando la ilegitimidad de dicho consejo y la consecuente legitimidad de la asunción del gobierno por parte del Cabildo de Buenos Aires: “Todas sus provincias y plazas están subyugadas por aquel conquistador (Napoleón), excepto Cádiz y la isla de León, como nos aseguran las gacetas que acaban de venir… -¿Cádiz y la Isla de León son España?¿Este territorio inmenso, sus millones de habitantes, han de reconocer soberanía en los comerciantes de Cádiz y en los pescadores de la Isla de León?¿Los derechos de la corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, han recaído en Cádiz y la Isla de León…? No señor; no queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses; hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos. El que dio a V.E. (la Junta Central) autoridad para mandarnos ya no existe; por consiguiente tampoco V.E. la tiene ya”.
Es en este preciso momento, entonces, en donde se da la verdadera “Restauración de Mayo” –porque lo que se restaura es el poder a su legítimo dueño, que es el Cabildo de Buenos Aires-, porque el Consejo de Regencia de Cádiz no es reconocido ni en Buenos Aires ni en ningún otro lugar de América, declarándose que no tenía potestad ni derecho para ejercer gobierno alguno. Así, se determina que no se obedecerá a dicho Consejo,  y que se continuará siendo fieles, obedientes y leales al rey. Así se pronuncia Castelli, a un alto prelado que insistía con el Consejo de Regencia: “Mire, monseñor, Ud. sabe bien que la Junta Central ha desaparecido, y que está en su remplazo, el Consejo de Regencia al cual nadie ha jurado ni tiene legitimidad para actuar. Ya hemos visto Las Leyes de Indias, las Leyes de Partidas; todo el problema está resuelto: el rey está preso, no hay regente, el poder recae en los cabildos, en los pueblos”[9].
¿Por qué se proclamó la Primera Junta? Lo dice el Registro Oficial de la República Argentina, en la circular del día 27 de Mayo: el rey ha sido apresado y no ha dejado, las Indias Occidentales no pueden ser gobernadas por el gobierno de España porque este no tiene autoridad, el Consejo de Regencia es usurpador. Se estableces, por otra parte, que existe el grave riesgo de que estas tierras sean entregadas a las potencias anglo-francesas, por lo que se determina establecer, a nombre del Rey –conservando la fidelidad al Rey-, la Junta Provisional, a nombre del Rey. En otra cláusula se establece el respeto por la religión católica y al rey. En la “Proclama” del mismo 26 de Mayo de 1810, la Junta prometía: “Por todos los medios posibles la conservación de nuestra religión santa, la observancia de las leyes que nos rigen, la común prosperidad y el sostén de estas posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a nuestros muy amado Rey, el Sr. D. Fernando VII y sus legítimos sucesores en la corona de España”.
Lejos de ser, entonces, una “Revolución”, los hechos de Mayo constituyeron una “Restauración” del legítimo de poder del Cabildo, que representaba al pueblo hispano-criollo-indígena del Virreinato.
De todo lo que hemos visto, podemos constatar que los Patriotas de Mayo estuvieron motivados por las más nobles virtudes humanas: lealtad al Rey, fidelidad al Pueblo Argentino, amor a la religión católica y a la cultura hispana heredadas de la Madre Patria España.
         Si los patriotas de Mayo se reunieron en el Cabildo, no fue para dar un golpe de mano para quedarse ilegítimamente con el poder: fue para salvaguardar, noble y pacíficamente, el orden social, asumiendo legítimamente un poder que ahora residía en la nación, ya que según las leyes vigentes, al abdicar el Rey de España, el Virreynato se volvía automáticamente soberano[10].
Esto es lo que explica las palabras de Fray Paula de Castañeda acerca de 25 de Mayo de 1810, y que son las que reflejan su verdadera y única esencia: “(...) el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio... (...) el día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre. Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”[11].
A esta esencia del 25 de Mayo de 1810 es a la que debemos volver como argentinos, porque reflejan nuestro Ser nacional, y no la anomia, el relativismo, la pérdida absoluta de valores morales y espirituales que vivimos en la actualidad.




[1] http://www.infobae.com/2015/05/22/1730526-obama-y-putin-le-escribieron-la-presidente-el-aniversario-la-revolucion-mayo
[2] Utilizaré parte de un muy trabajo del P. Dr. Jorge Olivera Ravassi.
[3] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[4] El Virreinato del Río del Plata se regía por las Leyes de Indias de 1680; allí, en la ley 1, titulo 1, libro 3º, se decía que el rey por donación de la Santa Sede Apostólica, y otros justos y legítimos títulos, eran señores de las Indias Occidentales, islas y tierras firmes, en el mar océano, descubiertas y por descubrir, y que estaban incorporadas a su la corona real de Castilla. A continuación, se decía que en ningún momento podían ser separadas de la real corona, por ningún caso, ni en favor de alguna persona. “Prometemos y damos nuestra fe y palabra real por Nos y los reyes nuestros sucesores de que para siempre jamás no serán enajenadas ni apartadas en todo o en parte, ni sus ciudades ni poblaciones, por ninguna causa o razón o en favor de ninguna persona; y si Nos o nuestros sucesores hiciéramos alguna donación o enajenación contra lo susodicho, sea nula, y por tal la declaramos”.
[5] ENRIQUE DÍAZ ARAUJO, op. cit, t. 1, 57.
[6] Dicha Junta Central, de tinte liberal, declarará entre sus primeros actos la igualdad de todos los españoles de los diversos continentes, lo que era una enorme injusticia, pues hacía que las Indias Occidentales perdieran los privilegios que poseía desde 1520, al poder gobernarse con leyes propias. De todas partes de América, entonces, se produjo una respuesta al unísono: “estáis usurpando el derecho de América con el pretexto de hacernos iguales”.
[7] señala José María Rosa, “Los españoles luchaban por su independencia contra Napoleón pagando el precio de abandonarse a la dependencia británica… y hacia Mr. Hooklam Frére. En realidad, en febrero de 1810 sólo quedaban las apariencias de España”.
[8] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[9] Ya quedó aclarado, entonces, que la “Revolución de Mayo”, no fue tal, sino “Restauración de Mayo”. Ahora, con respecto al “pueblo”, que decía que quería saber “de qué se trataba”, dice así el P. Furlong: “hay quienes hablan de democracia en la Semana de Mayo… Todo esto es muy bello pero no es histórico… aquellos hombres no obraron democráticamente, pero reconocemos que obraron cuerda y sensatamente”. Y otros autores, por ejemplo, Domingo Matheu al anotar que en Mayo “no hubo revolución ni movimiento popular; lo que hubo fue un necesidad social y doméstica para asegurar la personalidad pública”; lo mismo escribirá un autor liberal y biógrafo de Mariano Moreno al decir que “no fue una turba, ni una masa, ni una multitud, ni una muchedumbre” la que hizo la revolución; más bien “era una revolución patricia, realizada por una élite que hablaba en nombre del pueblo sin consultarle”, como dijera John Lynch. El mismo Mitre, que no puede ser puesto en duda dado el partido que representa, lo dice en su Historia de Belgrano: “El nombre de ‘pueblo’ se daba a un pequeño grupo de gentes… en el cuartel de Patricios… esto era lo que llamaban pueblo, cuando es absoluta y notoria verdad que (en la Plaza)… el número apenas alcanzara a trescientas personas con ocho caudillos que llevan la dirección del proyecto” (Cfr. Roberto Marfany, El pronunciamiento de Mayo, Theoria, Buenos Aires 1958, 57). Para mal que les pese, entonces, a muchos la Revolución del 25 de Mayo fue hecha por las Fuerzas Armadas, como lo dejó por escrito la misma Junta el 28 de Mayo. Díaz Araujo señala: “Lo que sí quedó absolutamente claro es que las Fuerzas Armadas –invocando al ‘pueblo’ por supuesto– se constituyeron en el poder real en la Semana de Mayo de Buenos Aires, en 1810” (ENRIQUE DÍAZ ARAUJO, op. cit, t. 2, 49).
[10] http://patriasanta.blogspot.com.ar/2012/05/el-25-de-mayo-debe-amanecer-como-un-dia.html
[11] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.

jueves, 7 de mayo de 2015

Nuestra Señora de Luján y el destino de eternidad para los argentinos y el mundo




         La celebración de la Virgen de Luján como Patrona de la Argentina no se reduce a una mera conmemoración de un hecho acaecido hace unos años, ni mucho menos se trata de un episodio de meros tintes folclóricos; es un hecho sucedido en el pasado, sí, pero que, por designio divino, posee connotaciones en la historia presente y sobre todo en el destino eterno tanto de la Patria como de todos los argentinos, porque la presencia de la Virgen de Luján entre los argentinos no es, ni un hecho fortuito, ni, mucho menos, una obra humana, sino un designio del cielo.
Afirmamos que el hecho de que la Virgen de Luján se encuentre en lugar actual se deba a un designio divino, debido a que el modo en el que llegó la imagen a la Villa de Luján solo tiene una explicación sobrenatural, es decir, celestial: cuando la carreta que en el año 1630 llevaba la imagen de la Virgen en su interior, luego de una parada en el camino, pretendió continuar viaje, no pudo continuar sino luego de bajar de la misma el baúl que traía a la Inmaculada Concepción (que a la postre sería la Virgen de Luján)[1]. Esto fue interpretado –correctamente- como una señal de la misma Virgen, de que quería quedarse en ese lugar, y por ese motivo, a partir de entonces, la Virgen se quedó –milagrosamente- en Luján.
Pero con la permanencia en el lugar, no estaba todavía completo el designio de la Virgen para con nuestra Nación Argentina: dentro de los designios del cielo, faltaba que la Madre de Dios, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján, fuera declarada Patrona de la Argentina. Esto sucedió cuando, luego de ser salvado milagrosamente por la Virgen, el Padre Jorge María Salvaire, en cumplimiento de su promesa, dio inicio a la construcción de la actual basílica, que concluyó con la proclamación de la Virgen de Luján como “Madre, Patrona y Dueña de la Argentina”[2].
Sin embargo, como si fuera poco, faltaba todavía un signo todavía más clamoroso de la maternal protección y predilección de la Virgen sobre nuestra Patria -y tal vez el más clamoroso y asombroso de todos-, en el que la Virgen, podemos decir, intervino personalmente: el creador de la Bandera Nacional, el General Manuel Belgrano, debido a que era un ferviente devoto de la Inmaculada Concepción de Luján, , decidió darle, a los colores de nuestra Enseña Nacional, los colores celeste y blanco, tomados del Manto de la Virgen de Luján, manto que era celeste y blanco porque la advocación de la Virgen de Luján es la de la Inmaculada Concepción. Este hecho está debidamente documentado, y uno de los que testifican a favor, es nada menos que el hermano de Belgrano, el sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, quien dijo así: “Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto”[3]. Decimos que la Virgen intervino personalmente en la creación de la Bandera Nacional porque fue un acto de devoción mariana, por parte del General Belgrano, y todo acto de devoción mariana es una gracia y como la Virgen es “Medianera de todas las gracias”, debido a que no hay ninguna gracia que no provenga por mediación suya, la Virgen intervino personalmente en la creación de la Bandera Nacional Argentina, al inspirar al General Manuel Belgrano que los colores de la enseña nacional llevaran los mismos colores de su manto, el Manto de la Inmaculada de Luján.
Como podemos ver hasta aquí, todo lo relacionado con la Virgen de Luján en nuestra Patria Argentina: su Presencia; su condición de ser Madre, Patrona y Dueña de la Patria y de la Nación y el hecho de que nuestra Enseña Nacional lleve los colores de su Manto, todo se debe, no a decisiones humanas, sino a designios del cielo, como hemos visto y podido constatar por documentación histórica y por el análisis de la verdad de lo sucedido. Pero además, el hecho de que la Virgen tenga una predilección especial por Argentina, como lo ha demostrado por medio de su presencia milagrosa en Luján, está confirmado en apariciones recientes, como por ejemplo, la de San Nicolás. En una de estas apariciones -aprobadas por la Iglesia-, dice así la Virgen: “Hijos: Sabéis que os hablo, que estoy muy cerca de vosotros, deseo que estéis vosotros cerca de mi Corazón. Veo una bandera celeste y blanca, es nuestra bandera y otra más grande, toda azul, es un azul claro. Le pregunto por qué veo esas banderas y me dice: “Es que Yo protejo a tu país, protejo a Argentina. Este mensaje es para tu pueblo”. La bandera grande tiene el color de su manto”[4].
En otra aparición más reciente, dice así la Virgen: “M. Reza hija por los pecadores de tu patria que vienen a corromper la armonía nacional. Donde no hay amor no hay patria. Cada patria es sagrada para Mí porque guarda los sentimientos más íntimos de Mis hijos. El que es fiel a su patria es fiel a Dios. El que ama a su patria ama a Dios. Esta patria (N. del R.: Argentina) está consagrada a Mí, por eso Yo la defiendo, y la quiero salvar. El que construye su patria construye con Dios. El que destruye su patria destruye a Dios”[5].
Ahora bien, ¿cuál es el designio de la Virgen para nosotros, sus hijos adoptivos, en cuanto argentinos? Porque si la Virgen, como es evidente, nos ha adoptado como a sus hijos predilectos, en cuanto Nación. La respuesta es que sus designios son designios de grandeza y de eternidad para con nosotros, y no puede ser de otra manera, tratándose de la Madre de Dios, y que estos designios pasan por la consagración a su Corazón Inmaculado y por nuestra santificación a través del rezo diario del Santo Rosario y la Eucaristía, como modo de configurar nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Esto lo expresa la misma Virgen, también en una de sus apariciones en San Nicolás: “Gladys, no desaparecerá jamás, la presencia de la Madre de Cristo, en este lugar. Desde aquí pido a mis hijos: La Consagración a Mi Corazón. Esa Consagración, que no requiere papeles ni fórmulas, porque esa consagración irá directamente a Mi Corazón; será única y exclusivamente para Mi Corazón y será recibida por Mi Corazón. Debéis tener amor y devoción a María; oración constante del Santo Rosario y participación diaria en la Santa Eucaristía. En el amor a la Madre, hallaréis el Amor del Hijo; en la oración a la Madre, estaréis en unión con el Hijo y en la Santa Eucaristía, os encontraréis con el Hijo. Bendito sea Jesucristo. Hazlo conocer. Hoy velo especialmente por tu Patria” [6].
Y esto lo quiere la Virgen, para que luego Ella, desde nuestra Patria, conquiste el mundo entero, para Cristo Jesús, Rey del Universo: “Hija mía: Desde tu patria, el Señor está haciendo nacer en el cristiano, un nuevo cristiano. Desde tu patria, estoy posando mis manos sobre todos mis hijos. Si, hija, desde aquí todos los pueblos me conocerán y sabrán que renovar el corazón, es desear que el Señor viva en el corazón. Aleluia. Bendito sea el Altísimo. Puedes darlo a conocer”[7].
Por todo esto, dichosa nuestra Patria, cuya Madre, Patrona y Dueña es la Madre de Dios, la Virgen de Luján. A la Virgen de Luján, Nuestra Madre, Patrona y Dueña, veneración y honra por siempre; a Jesucristo Dios, Nuestro Rey y Señor, adoración y gloria, en el tiempo y en la eternidad.




[1] http://www.ewtn.com/spanish/Maria/luj%E1n.htm#El Milagro de la Imagen:
[2] Cfr. ibídem.
[3] Cfr. Rottjer, A., El general Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 62.
[4] 05-08-85; Mensaje n. 633.
[5] Cfr. Déjate amar. Mensajes de Jesús a Fabiana Corraro.
[6] 25-05-88; Mensaje n. 1426.
[7] 26-11-86; Mensaje n. 1029.

jueves, 2 de abril de 2015

Las Islas Malvinas fueron, son y serán Argentinas por siempre


         La ocupación territorial militar por parte de una potencia enemiga, constituye un acto de agresión injusta hacia una Nación y una muestra de incivilización y barbarie por parte de la Nación agresora, que de modo violento e irracional y atropellando todo principio de razón, de sentido común, de derecho natural e internacional, usurpa, por medio de la ley del más fuerte, un territorio soberano que no le corresponde y lo mantiene bajo su dominio por medio de la supremacía militar.
         Es el caso de Inglaterra en relación a nuestras Islas Malvinas: Inglaterra, nación usurpadora –recordemos que el actual Papa Francisco, siendo Cardenal Jorge Begoglio, llamó a los ingleses en Malvinas “usurpadores”[1]-, tomó nuestras Islas por la fuerza. Desde entonces, la Patria Argentina tiene una herida abierta y sangra por la herida, y esa herida no cicatrizará hasta que nuestras Islas dejen de estar “bajo extraño pabellón”, como dice el himno de Malvinas, y flamee la Bandera Nacional, celeste y blanca. Si bien esa herida cicatrizó brevemente, entre el 2 de Abril de 1982 y el 13 de Junio de ese mismo año, sigue abierta y seguirá abierta, hasta que las Islas regresen nuevamente al seno de nuestra Patria Argentina.
         Aunque nuestras Islas Malvinas continúen siendo ocupadas ilegalmente por el usurpador inglés, los Héroes Nacionales, los soldados argentinos que dieron sus vidas por recuperarlas, ellos, que regaron con su sangre la turba malvinense, que descansan con sus cuerpos en el fondo del mar y que con sus almas vigilan desde lo alto, desde las estrellas, nos dicen, día y noche: “¡Las Malvinas fueron, son y serán Argentinas por siempre!”



[1] El Santo Padre Francisco, siendo aún cardenal, se refirió inequívocamente a los ingleses como “usurpadores”, a las Malvinas como “suelo argentino”, y a los combatientes en Malvinas como “caídos durante la guerra que han derramado su sangre en suelo argentino”: cfr: http://patriasanta.blogspot.com.ar/2013/04/malvinas-argentinas-por-siempre.html;  http://tn.com.ar/politica/malvinas-bergoglio-reclamo-una-reinvindicacion-a-los-que-hayan-estado-o-no-en-la-g_087839

martes, 23 de septiembre de 2014

Nuestra Señora de la Merced


 
El General Belgrano entrega el bastón de mando a Nuestra Señora de la Merced,
luego de la Batalla de Tucumán
(24 de septiembre de 1812)


         El 24 de septiembre de 1812, el General Belgrano obtuvo una contundente victoria en el denominado “Campo de las Carreras”, al derrotar en la Batalla de Tucumán” al ejército realista. Una vez finalizado el combate, reconociendo el General que la victoria no se debía ni a su genio militar –que sí lo tenía- ni a la valentía de sus soldados –que sí lo eran-, sino a la intervención directa y personal de la Madre de Dios, a quien él le había pedido protección y ayuda, le concedió, como reconocimiento público de esta intervención, le otorgó su bastón de mando, nombrándola al mismo tiempo, como “Generala del Ejército Argentino”. Desde ese momento, la Virgen posee ese cargo en el Ejército, y por eso mismo es transportada en una cureña militar los días 24 de septiembre, además de ser escoltada por efectivos uniformados.
         Puesto que los hijos de la Patria están siempre llamados a imitar a sus próceres, también nosotros, los argentinos del siglo XXI, estamos llamados a imitar el gesto mariano del General Belgrano que, lejos de ser un mero impulso humano o un gesto meramente afectivo, se trató de un verdadero acto de devoción mariana, al igual que la creación de la Bandera Nacional, puesto que la creó tomando los colores del manto de la Inmaculada Concepción, como forma de honrarla, y si fue un acto de devoción mariana, entonces fue una gracia, y si fue una gracia, entonces fue una inspiración divina. En otras palabras, fue la misma siempre Virgen María en Persona, la Madre de Dios, la que llevó al General Manuel Belgrano confiarle a Ella el resultado de la batalla, así como fue Ella quien le sugirió, por órdenes del cielo, que nuestra enseña nacional tuviera los colores del manto de la Inmaculada Concepción. El General Belgrano fue dócil a la voz celestial de la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Merced, y le confió el resultado de la batalla y el triunfo contra el circunstancial enemigo, entregándole el bastón de mando del Ejército del Norte, como signo público y visible del reconocimiento de su intervención maternal en favor de las fuerzas patriotas. Además, es sabido que durante la Batalla del Campo de las Carreras, ocurrió el llamado “milagro de las langostas”, una aparición repentina e inexplicable de langostas que, además de contribuir al triunfo de las armas patriotas, ayudó a que el número de bajas de ambos lados fuera sensiblemente menor. Un protagonista y testigo presencial del hecho, así lo relata: “(…) Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los altoperuanos que les hacían la corte. Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques”.
         El mismo testigo presencial, narra así el histórico momento en el que el General Belgrano hace entrega del bastón de mando a la Virgen de la Merced, que a partir de entonces, pasa a llamarse también: “Virgen Generala”: “Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Éramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande. Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era “el sepulcro de la tiranía”. La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad. Había desobedecido al gobierno y se había salido con la suya contra un ejército profesional que lo doblaba en número y experiencia, pero el general no era vulnerable a esos detalles, ni al orgullo ni a la gloria. No se creía la pericia del triunfo. Le anotaba todo el crédito de la hazaña a esa Virgen protectora, y no tenía ni siquiera la precaución de disimularlo ante el gentío”.

         Como decíamos, como hijos de la Patria, estamos llamados a contemplar y a imitar a nuestros próceres, como el General San Martín y el General Belgrano, que por gracia de Dios, fueron católicos, y de modo particular, sobresalieron en su devoción a la Santísima Virgen. Nosotros, no tenemos un ejército a nuestro cargo y tampoco tenemos un bastón de mando para dárselo a la Virgen, y tampoco estamos librando una batalla con armas de fuego, como la librada en el Campo de las Carreras; sin embargo, sí formamos parte de la Iglesia Militante, la Iglesia de Dios, que lucha contra las fuerzas del infierno que buscan nuestra perdición y esa lucha durará hasta el fin de nuestros días; no tenemos un ejército a cargo y por lo tanto no tenemos un bastón de mando para dárselo a la Virgen, pero sí tenemos un alma para salvar y por eso le damos a la Virgen de la Merced, tal como lo hiciera el General Belgrano en el Campo de las Carreras, el bastón de mando de nuestras almas, para que sea Ella, la Victoriosa Virgen Generala, quien nos conduzca, de su mano, triunfantes, sobre nuestros enemigos de la oscuridad, al Reino de su Hijo Jesús, la Jerusalén celestial.

lunes, 18 de agosto de 2014

San Martín, Padre de la Patria católico


         Pocas naciones de la tierra pueden ostentar el hecho de que sus próceres que le dieron origen, sean católicos, como sí lo puede hacer la Nación Argentina, porque San Martín, el Padre de la Patria Argentina, fue católico y católico practicante, y no masón ni integrante de la masonería, tal como muchos pretenden erróneamente atribuírselo. La polémica no es indiferente, porque el masón pertenece a una sociedad secreta prohibida por la Iglesia Católica y por lo tanto, estaría excomulgado ipso facto, mientras que si no es masón, continuaría perteneciendo a la Iglesia, hasta que se demuestre lo contrario.
Existen abundantes pruebas, tomadas tanto desde las mismas filas de la masonería, como de la misma conducta pública de San Martín, que hacen imposible el hecho de que San Martín pertenezca a la masonería, al tiempo que hacen creíble el hecho de que su catolicismo haya sido un catolicismo sincero y veraz y no un catolicismo farisaico o de mera apariencia. Autores de gran valía intelectual, como por ejemplo, el historiador mendocino Enrique Díaz Araujo, sostienen que son los mismos masones quienes niegan que San Martín haya pertenecido alguna vez a la masonería, al tiempo que destacan la conducta de San Martín en el Ejército de los Andes, como el hecho de que mandara a rezar el Santo Rosario y a celebrar la Santa Misa, ambas cosas que no haría nunca un masón que se precie como tal, puesto que significan, el uno, honrar a la Virgen –el Rosario- y la otra, adorar a Dios Uno y Trino –la Santa Misa-, todo lo cual es lo que busca silenciar un masón, debido a sus principios laicistas. En otras palabras, San Martín no podría mandar a hacer públicamente lo que como masón estaría obligado a acallar, ya que se estaría contradiciendo a sí mismo y a sus mandantes de la logia masónica. San Martín, además, impone severas penas en el Ejército de los Andes, a todo aquel que “blasfeme el nombre de Dios”, lo cual también es contradictorio con su supuesta condición masónica. Dice así Díaz Araujo: “Al reglamento del ejército de los Andes en el Plumerillo, le pone una cláusula donde dice que el que blasfeme del nombre de Dios o de su amada Madre, la primera vez se le aplicarán treinta azotes en público, y la segunda vez, se le atravesará la lengua con un fierro caliente, y la tercera, será ejecutado directamente. Esas eran las sanciones que preveía el reglamento militar para el Plumerillo”. Con respecto a la forma de gobierno, continúa Díaz Araujo: “Cuando le pregunta Godoy Cruz qué sistema de gobierno había que adoptar en Tucumán le dice “Cualquiera”; no importaba mucho, pero “Cualquiera que no atente contra nuestra Santa Religión”, que eso es lo que importa.”. Es decir, la conducta pública de San Martín reflejaba una clara defensa de la religión católica, lo cual contrasta con los principios laicistas, liberales y agnósticos de la masonería, que pretende, por todos los medios, quitar la religión católica de la vida pública y, por supuesto, también de la vida privada y de las conciencias de los hombres. Además, hay que recordar que San Martín, al igual que Belgrano, tuvo gestos de devoción marianos de indudable inspiración divina –todo acto de devoción a la Virgen es una gracia de Dios-: Belgrano creó la Bandera Nacional tomando los colores del manto de la Inmaculada Concepción y le donó el bastón de mando a la Virgen de la Merced luego de la Batalla de Tucumán del 24 de Septiembre de 1812, además de hacer rezar la Santa Misa y el Rosario a la tropa y de hacerles imponer el Escapulario de la Virgen del Carmen antes de cada batalla, mientras que San Martín tuvo gestos de devoción marianos idénticos: les hacía rezar el Rosario, les facilitaba la celebración de la Santa Misa con capellanes militares, les hacía imponer el Escapulario del Carmen y, al igual que el General Belgrano, le entregó el bastón de mando a la Virgen, proclamándola Generala del Ejército de los Andes, todo lo cual, no haría un masón, ni en sus peores pesadillas.
La historia misma, y los hechos, verídicos, por lo tanto, se encargan de dar por tierra con las falsificaciones liberales de la historia, para dar paso a la verdad: San Martín, el Padre de la Patria Argentina –al igual que Belgrano, el creador de la Bandera Nacional-, fue católico y no masón, lo cual quiere decir que adoró a Jesucristo, el Hombre-Dios, fue un fiel devoto de la Virgen y que por lo tanto, en su empresa más trascendental, la de ser el Padre de la Patria, encomendada a él por la Divina Providencia, no fue guiado por la siniestra conjura de hombres sin Dios, sino por la luz de la cruz de Jesús; quiere decir, además, que San Martín se dejó llevar -como un niño tomado de la mano de su madre- por la Madre de Dios, a lo largo de toda su vida, pero no solo para cumplir la gesta que lo convertiría en el héroe más grande de Argentina y de América, el Paso de los Andes, sino ante todo, quiere decir que San Martín se dejaría guiar por la Madre de Dios para cumplir la gesta que lo convertiría en algo infinitamente más grande que ser un héroe y es el hecho de ser santo, porque con toda seguridad, San Martín, guiado por la luz de la cruz de Jesús y tomado de la mano de la Madre de Dios, cruzó más allá de la cima de los Andes y llegó más alto que las estrellas: llegó al Reino de los cielos, a la morada del Rey eterno, Jesucristo.
Es por esto que pocas naciones de la tierra tienen el honor de poseer un Padre de la Patria que es, a la vez, héroe y santo, como el General Don José de San Martín. Tener un Padre de la Patria que es héroe y santo es de fundamental importancia para una nación, porque en cierta manera, una nación queda sellada en su origen y así sus integrantes están llamados a imitar al arquetipo. Por gracia de Dios, en el origen de nuestro arquetipo, están la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción de María Santísima, porque Jesús y María fueron quienes iluminaron y guiaron al Padre de la Patria, Don José de San Martín, en el Cruce de los Andes y en el Paso a la Patria Eterna, la Jerusalén celestial, hacia la cual todos nos dirigimos. Tener un Padre de la Patria héroe y santo es un orgullo para todos los argentinos, pero también significa un compromiso, porque significa que estamos llamados a imitarlo en sus virtudes naturales y sobrenaturales, en su amor a la Patria, en su amor a la cruz y en su amor a la Virgen. En esto radica la importancia de saber por qué San Martín nunca fue masón y sí fue, en cambio, un católico practicante, un hijo fiel y devoto de la Santa Iglesia Católica.


martes, 8 de julio de 2014

El Cristo de los Congresales y la firma de la Declaración de la Independencia


         El Cristo de los Congresales y la firma de la Declaración de la Independencia
         Cuando se lee acerca de la historia de la redacción de los documentos oficiales españoles y del Río de la Plata del año 1816, el año de la Independencia de nuestra Nación Argentina, se observa que se colocaban “membretes y escudos para dotar de la mayor solemnidad posible a los procedimientos cuya instrucción y resolución se consideraban extremadamente importantes”[1].
         En el caso del Acta de la Independencia de la Nación Argentina, puesto que se trataba verdaderamente de “una instrucción y una resolución extremadamente importante”, era necesario que fuera el Acta fuera sellada con un sello real, lo cual, paradójicamente, era imposible, porque la Independencia era, precisamente, de la Casa Real de España. Sin embargo, el Acta de Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata lleva un Sello Real, indeleble, invisible a los ojos humanos, y ese Sello Real es la Sangre del Cordero de Dios, porque la Independencia de la Nación Argentina es, según Fray Castañeda, “obra de Dios”[2] y no de los hombres y fue firmada a los pies del “Cristo de los Congresales”, una talla de madera donada por los Franciscanos para la ocasión[3] y que presidió la Jura solemne de la Independencia y posterior firma del Acta.
         Por lo tanto, en estos días oscuros en los que vivimos, días en los que siniestras sombras se mueven detrás de los telones de los acontecimientos históricos, para encaminar no solo a nuestra Nación, sino a la Humanidad entera, por coloridos, espaciosos, bulliciosos, pero falsos caminos que conducen al Abismo eterno, en donde no hay redención, por medio de leyes inicuas que contradicen a la Divina Sabiduría y al Divino Amor, porque son leyes contrarias a la naturaleza humana, debemos los argentinos, al festejar un nuevo Aniversario de nuestra Independencia –mera independencia política y económica, y no cultural ni religiosa de nuestra Madre Patria España-, elevar nuestros ojos hacia el Cristo de los Congresales y, con el espíritu que animó a los Patriotas del 9 de Julio, envueltos en el Manto de la Inmaculada, nuestra Enseña Patria, arrodillados a los pies de Jesús crucificado, implorar piedad, misericordia y luz divina para nuestra amada Patria, para que jamás perdamos el rumbo impreso el Día de nuestro Nacimiento como Nación, Día Feliz querido por el mismo Dios Trino, al decir de los patriotas; pidamos también que, por la Sangre del Cordero, sobre nuestra Patria derramada, todos los argentinos lleguemos, un día, guiados por Santa María, la Madre de Dios, a la Patria Eterna, la Ciudad de la Santísima Trinidad, en el Reino de los cielos.


[1] http://www.minhap.gob.es/Documentacion/Publico/SGT/LOS%20SIMBOLOS%20DE%20LA%20HACIENDA%20PUBLICA/capitulo%20IV.pdf
[2] Guillermo Furlong, Vida y obra de Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 381.
[3] http://franciscanostucuman.blogspot.com.ar/2007/02/reliquias-historicas-muebles-y-cristo.html

viernes, 20 de junio de 2014

El origen sobrenatural y mariano de la Bandera Nacional Argentina


         Las banderas nacionales se caracterizan por poseer en sus diseños ya sea diversos hechos históricos de los pueblos a los que representan, o bien características geográficas distintivas del pueblo, o animales, o árboles, o plantas, o cualquier elemento tomado del cosmos, de la historia, de la geografía, o puede ser simplemente una combinación de colores que sea significativa para un pueblo determinado, que permita al integrante de la nación en cuestión, identificarse con la bandera y entregarle a la nación, por intermedio de la bandera que ésta representa, todo su ser. En definitiva, esta es la función de una bandera nacional: el ser el aglutinante de lo mejor y más noble que posee una persona, para que esta persona lo ponga al servicio del Bien Común de la nación a la que pertenece, haciéndolo salir del egoísmo, del amor de sí mismo, para donarse a sí mismo, con todo su ser, hacia los demás, hacia sus compatriotas, representados en la bandera nacional.
         Otra característica de las banderas nacionales es su origen, que es meramente humano: sus creadores se inspiraron en hechos históricos significativos, o en accidentes geográficos, o en colores cuya  combinación despierta un significado para los habitantes de determinado pueblo, etc. Sin embargo, pocas naciones poseen una bandera nacional cuyo origen es sobrenatural, puesto que se debe a una gracia concedida por el cielo, y la prueba está en que el acto de creación de la Bandera Nacional Argentina por parte del General Manuel Belgrano fue un acto de devoción mariana y no un simple acto humano. Tal como lo declaró su hermano, el Sargento Belgrano, el General Belgrano, al crear la Bandera Argentina con los colores celeste y blanco, tuvo la intención explícita y declarada de homenajear a la Virgen de Luján, que es la Inmaculada Concepción. Puesto que el homenaje a la Madre de Dios no es un acto que se derive de la razón humana, sino una gracia divina, el acto de la creación de la Bandera Nacional Argentina se califica como un acto de devoción mariana, es decir, una respuesta a la gracia y como tal, una inspiración proveniente del cielo. En otras palabras, fue Dios mismo quien quiso que el Pueblo Argentino tuviera como Enseña Nacional al Manto de la Inmaculada Concepción de Luján. ¿Y el sol de la Bandera? Representa a Jesucristo, porque uno de sus nombres es: "Sol de justicia".
         Este es el origen celestial, sobrenatural, de la Bandera Nacional Argentina.

         Como dice el Salmo 32: “Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor”.