Cuando
los líderes de las dos máximas superpotencias del mundo felicitan a nuestro
país en nuestra fecha patria por ser adalid en leyes contrarias a la naturaleza
y a la Ley de Dios[1],
los argentinos debemos preguntarnos seriamente en qué momento nos desviamos del
proyecto original de Patria ideado por nuestros máximos próceres; debemos
preguntarnos también qué estamos haciendo en el presente, para llegar al punto
en el que estamos, y debemos preguntarnos, no hacia dónde nos dirigimos, sino
cómo hacer para invertir para la marcha, porque de lo contrario, la caída en el
abismo moral y espiritual hacia el cual marchamos a pasos agigantados, será
inevitable e irrecuperable.
Para
empezar a comprender la pérdida del sentido moral y espiritual en el que nos
encontramos y para invertir el proceso de profunda anomia y relativismo en el
que vivimos como Nación, es necesario reflexionar sobre nuestra principal fecha
patria -y no reducirlo a mezquinos intereses partidarios utilizándolo
como tribuna ideológica-, para recuperar el verdadero
sentido del 25 de Mayo de 1810, que es lo que nos permitirá a su vez comenzar a invertir
el proceso anómico al que hacemos referencia. Para ello, es necesario hacer un
poco de historia[2].
Junto a otros autores, sostenemos que en los hechos del 25 de Mayo de 1810 no hubo una “revolución” propiamente dicha –llamaremos al
proceso “restauración”, y veremos porqué-, sino un pacífico regreso del poder -dentro del
marco de la ley vigente entonces-, del rey de España, que había sido
apresado por Napoleón, al pueblo hispano-criollo de ultramar. Al respecto, la frase que condensa,
en su esencia, al 25 de Mayo, la pronunció Fray Castañeda, quien sostenía que el
25 de Mayo era un “monumento a nuestra eterna fidelidad al rey Fernando VII, al
tiempo que el padrón de nuestra independencia y soberanía”[3]. Para
Castañeda, no era una revolución, sino una declaración de fidelidad al rey, al
mismo tiempo, que declaración de independencia y que por lo mismo, el 25 de Mayo
debía amanecer como “un día sagrado, sublime”, por el cual “debíamos postrarnos
ante Dios, dando gracias”, puesto que nada habíamos hecho para merecer tal don.
“Fidelidad e independencia”, dice Castañeda, y parecen dos cosas
contradictorias e irreconciliables, y sin embargo no lo son, y constituyen la
causa de nuestra mayor honra y gloria como Nación, pues es un don divino,
siempre según Castañeda, y es hacia donde siempre debemos mantener fija la
mirada, sino queremos caer en el abismo hacia el cual precipitadamente nos
estamos dirigiendo en nuestros días.
Para
entender un poco más las palabras de Fray Castañeda, continuemos haciendo un poco de
historia, intentando desentrañar el profundo sentido patriótico del 25 de Mayo
de 1810.
Hay que decir que, tanto en el Virreinato del Río de la Plata, como en el
resto de las Indias Occidentales, se acataba al rey de España por el hecho de
que el rey era “señor de América”, y que este título le había sido concedido
por el Santo Padre[4].
En otras palabras, de este lado de ultramar, se puede decir que, lejos de
albergar sentimientos anti-monárquicos y conspirativos contra la corona, todos
eran monárquicos y acataban al rey y lo acataban porque, según las leyes de
Indias promulgadas en 1680, estas tierras, habían sido donadas al rey de
España, a título de “señor de las Indias Occidentales”, por el Papa. ¿Y por qué
la Santa Sede se arrogaba el derecho de dar este título al rey de España? Porque
Jesucristo, en cuando Dios, es Dueño de cielos y tierra. Como decimos,
entonces, todos acataban al rey, es decir, todos eran “realistas” y se obedecía
al rey por ostentar el título de “señor de las Indias Occidentales” por
donación papal; además, se consideraba que el rey, en cuanto rey, era el padre
de todos los súbditos del imperio y España, hasta ese momento, era un imperio,
el imperio más grande de la tierra.
Precisamente,
la causa por la cual el Virreinato se ve obligado a retomar el poder –de modo
legítimo, que le corresponde por derecho-, es la entrada en crisis del imperio
español, principalmente, por que el rey de España es apresado y no deja
regente.
Debido
a la agresión de Napoleón sobre España, el rey Fernando VII había dejado la
corona de Castilla vacante, sin regente, por lo que, según las leyes vigentes,
la potestad regresaba a los Cabildos. En otras palabras, la doctrina que regía
en ese entonces, y que ampliamente aceptada en las Indias Occidentales,
consistía en lo siguiente: si el trono quedaba vacante y no había regente, se
concedía a los Cabildos una “autonomía provisoria”. Y esta “autonomía
provisoria” –y ésta es la razón por la cual no se debe hablar de “revolución”
propiamente en Mayo de 1810- nada tiene que ver con las doctrinas roussonianas
de “soberanía popular”, según la cual “el poder viene del pueblo”. De acuerdo
al prestigioso historiador Enrique Díaz Araujo, el decreto de autonomía por
parte del Cabildo no se hace en contra de España, de su cultura, de su religión,
sino que se basa en una norma de derecho público hispano y, como veremos, sí lo
hace en repudio al ilegítimo Consejo de Regencia: “no repudiaban a Quevedo,
Tirso de Molina o a Fray Luis de León; tampoco las Cruzadas, la Reconquista o
el Descubrimiento colombino, sino al ilegítimo Consejo de Regencia”[5].
La
situación, entonces, es que el rey ha sido apresado, sin dejar regente, con lo
cual, correspondería que los Cabildos retomasen el poder legítimo, de modo
soberano. Sin embargo, sucede algo que cambiará los planes. En España, los Cabildos
peninsulares se asocian y crean la llamada “Junta Central de Sevilla”, pero sin
permiso del rey, por lo que a la postre carecerá de legitimidad. Buenos Aires
jurará, aunque de mala gana, fidelidad a
esa junta.
El
problema con esta Junta Central de Sevilla –la cual terminará por disolverse en
enero de 1810- es que, no solo no cuenta con el aval del rey, y por eso es
ilegítima, sino que además, es de clara tendencia liberal; usurpa los derechos
de los españoles americanos, al quitarles el privilegio de gobernarse con leyes
propias[6] y,
lo más grave de todo, es que está impregnada de la nefasta ideología
humanista-masónica de la Revolución Francesa, además de aliarse con Inglaterra.
De
esta manera, vemos cómo la ideología revolucionaria francesa toma el poder en
España, con el intento de tomarlo luego en el Virreinato del Río de la Plata y
en el resto de las Indias Occidentales: primero, apresando a Fernando VII;
luego, infiltrando a la Junta de Sevilla, la suma de Cabildos de España (acto seguido, intentará hacerlo, como veremos, con el Consejo de Regencia. La resistencia de los patriotas a estos falsos gobiernos, es providencial, como dice Castañeda, porque al asumir el gobierno de forma independiente, salva a nuestra Patria de caer en las garras del imperio anglo-francés, a la par que mantiene su fidelidad a Fernando VII, sin renunciar a la Hispanidad ni a la religión católica; en esto consiste la grandeza de la "Restauración de Mayo").
Posteriormente,
cuando esta Junta se disuelve, algunos diputados se trasladan a Cádiz, en
donde, bajo guía del vicecónsul John Hooklam Frére, fundan un “Consejo de
Regencia”, lo cual equivale a decir que la situación para los patriotas del
Virreinato se agrava considerablemente, pues ya no es solo la Revolución
Francesa la que ha infiltrado el poder de la España peninsular, sino ahora
también la Inglaterra imperial, ávida del oro, de las tierras y de las riquezas
de nuestras tierras. Ahora, los habitantes del Virreinato se enfrentarán a un
doble enemigo: Francia e Inglaterra, disfrazados bajo la máscara de un falso
gobierno peninsular, que reemplaza ilegítimamente al rey Fernando VII. Bajo el
nombre de “Consejo de Regencia”, instalado en Cádiz, se ocultaban las potencias
de Francia e Inglaterra, que deseaban ávidamente repartirse estas tierras con
todos sus tesoros[7].
Es
a este Consejo de Regencia al cual se pretendía que se obedeciera, y es por eso
que, las mentes más lúcidas y los corazones más valerosos de los patriotas de
Mayo se dieron cuenta rápidamente del gravísimo peligro al cual se enfrentaban
el Virreinato y las Indias Occidentales todas, y buscaron de establecer, con
toda rapidez, un gobierno que, al mismo tiempo que se mantenía fiel a Fernando
VII –y al legado papal-, asumiera el gobierno de forma autónoma –de acuerdo al
derecho vigente-, y es esto lo que hicieron, y esto lo que constituye la causa
de nuestro más grande orgullo como argentinos, y la razón de nuestra eterna
gratitud para con Dios, como dice Fray Castañeda, porque “no fue obra nuestra”:
“Por nuestra parte, ninguna cosa buena hemos hecho (...) y aún la del 25 de
Mayo no es obra nuestra, sino de Dios”[8].
Frente
al virrey, que pedía obediencia servil al ilegítimo Consejo de Regencia,
responde así Cornelio Saavedra, argumentando la ilegitimidad de dicho consejo y
la consecuente legitimidad de la asunción del gobierno por parte del Cabildo de
Buenos Aires: “Todas sus provincias y plazas están subyugadas por aquel
conquistador (Napoleón), excepto Cádiz y la isla de León, como nos aseguran las
gacetas que acaban de venir… -¿Cádiz y la Isla de León son España?¿Este
territorio inmenso, sus millones de habitantes, han de reconocer soberanía en
los comerciantes de Cádiz y en los pescadores de la Isla de León?¿Los derechos
de la corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, han recaído en
Cádiz y la Isla de León…? No señor; no queremos seguir la suerte de España, ni
ser dominados por los franceses; hemos resuelto reasumir nuestros derechos y
conservarnos por nosotros mismos. El que dio a V.E. (la Junta Central)
autoridad para mandarnos ya no existe; por consiguiente tampoco V.E. la tiene
ya”.
Es
en este preciso momento, entonces, en donde se da la verdadera “Restauración de
Mayo” –porque lo que se restaura es el poder a su legítimo dueño, que es el
Cabildo de Buenos Aires-, porque el Consejo de Regencia de Cádiz no es
reconocido ni en Buenos Aires ni en ningún otro lugar de América, declarándose que
no tenía potestad ni derecho para ejercer gobierno alguno. Así, se determina que
no se obedecerá a dicho Consejo, y que se
continuará siendo fieles, obedientes y leales al rey. Así se pronuncia
Castelli, a un alto prelado que insistía con el Consejo de Regencia: “Mire,
monseñor, Ud. sabe bien que la Junta Central ha desaparecido, y que está en su
remplazo, el Consejo de Regencia al cual nadie ha jurado ni tiene legitimidad
para actuar. Ya hemos visto Las Leyes de Indias, las Leyes de Partidas; todo el
problema está resuelto: el rey está preso, no hay regente, el poder recae en
los cabildos, en los pueblos”[9].
¿Por
qué se proclamó la Primera Junta? Lo dice el Registro Oficial de la República
Argentina, en la circular del día 27 de Mayo: el rey ha sido apresado y no ha
dejado, las Indias Occidentales no pueden ser gobernadas por el gobierno de
España porque este no tiene autoridad, el Consejo de Regencia es usurpador. Se estableces,
por otra parte, que existe el grave riesgo de que estas tierras sean entregadas
a las potencias anglo-francesas, por lo que se determina establecer, a nombre
del Rey –conservando la fidelidad al Rey-, la Junta Provisional, a nombre del
Rey. En otra cláusula se establece el respeto por la religión católica y al rey.
En la “Proclama” del mismo 26 de Mayo de 1810, la Junta prometía: “Por todos
los medios posibles la conservación de nuestra religión santa, la observancia
de las leyes que nos rigen, la común prosperidad y el sostén de estas
posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a nuestros muy amado Rey,
el Sr. D. Fernando VII y sus legítimos sucesores en la corona de España”.
Lejos
de ser, entonces, una “Revolución”, los hechos de Mayo constituyeron una “Restauración”
del legítimo de poder del Cabildo, que representaba al pueblo hispano-criollo-indígena
del Virreinato.
De
todo lo que hemos visto, podemos constatar que los Patriotas de Mayo estuvieron
motivados por las más nobles virtudes humanas: lealtad al Rey, fidelidad al
Pueblo Argentino, amor a la religión católica y a la cultura hispana heredadas
de la Madre Patria España.
Si los patriotas de Mayo se reunieron
en el Cabildo, no fue para dar un golpe de mano para quedarse ilegítimamente
con el poder: fue para salvaguardar, noble y pacíficamente, el orden social,
asumiendo legítimamente un poder que ahora residía en la nación, ya que según
las leyes vigentes, al abdicar el Rey de España, el Virreynato se volvía
automáticamente soberano[10].
Esto
es lo que explica las palabras de Fray Paula de Castañeda acerca de 25 de Mayo
de 1810, y que son las que reflejan su verdadera y única esencia: “(...) el día
Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio... (...) el
día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a
Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra absoluta
independencia política; es el fin de nuestra servidumbre. Es y será siempre un
día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras
glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”[11].
A
esta esencia del 25 de Mayo de 1810 es a la que debemos volver como argentinos,
porque reflejan nuestro Ser nacional, y no la anomia, el relativismo, la
pérdida absoluta de valores morales y espirituales que vivimos en la actualidad.
[1] http://www.infobae.com/2015/05/22/1730526-obama-y-putin-le-escribieron-la-presidente-el-aniversario-la-revolucion-mayo
[2] Utilizaré parte de un muy
trabajo del P. Dr. Jorge Olivera Ravassi.
[3] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente,
Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[4] El Virreinato del Río del Plata
se regía por las Leyes de Indias de 1680; allí, en la ley 1, titulo 1, libro
3º, se decía que el rey por donación de la Santa Sede Apostólica, y otros
justos y legítimos títulos, eran señores de las Indias Occidentales, islas y
tierras firmes, en el mar océano, descubiertas y por descubrir, y que estaban
incorporadas a su la corona real de Castilla. A continuación, se decía que en
ningún momento podían ser separadas de la real corona, por ningún caso, ni en
favor de alguna persona. “Prometemos y damos nuestra fe y palabra real por Nos
y los reyes nuestros sucesores de que para siempre jamás no serán enajenadas ni
apartadas en todo o en parte, ni sus ciudades ni poblaciones, por ninguna causa
o razón o en favor de ninguna persona; y si Nos o nuestros sucesores hiciéramos
alguna donación o enajenación contra lo susodicho, sea nula, y por tal la
declaramos”.
[5] ENRIQUE DÍAZ ARAUJO, op. cit, t.
1, 57.
[6]
Dicha Junta Central, de tinte liberal, declarará entre sus primeros actos la
igualdad de todos los españoles de los diversos continentes, lo que era una
enorme injusticia, pues hacía que las Indias Occidentales perdieran los
privilegios que poseía desde 1520, al poder gobernarse con leyes propias. De
todas partes de América, entonces, se produjo una respuesta al unísono: “estáis
usurpando el derecho de América con el pretexto de hacernos iguales”.
[7] señala José María Rosa, “Los
españoles luchaban por su independencia contra Napoleón pagando el precio de
abandonarse a la dependencia británica… y hacia Mr. Hooklam Frére. En realidad,
en febrero de 1810 sólo quedaban las apariencias de España”.
[8]
Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la
Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[9]
Ya quedó aclarado, entonces, que la “Revolución de Mayo”, no fue tal, sino “Restauración
de Mayo”. Ahora, con respecto al “pueblo”, que decía que quería saber “de qué
se trataba”, dice así el P. Furlong: “hay quienes hablan de democracia en la
Semana de Mayo… Todo esto es muy bello pero no es histórico… aquellos hombres
no obraron democráticamente, pero reconocemos que obraron cuerda y
sensatamente”. Y otros autores, por ejemplo, Domingo Matheu al anotar que en
Mayo “no hubo revolución ni movimiento popular; lo que hubo fue un necesidad
social y doméstica para asegurar la personalidad pública”; lo mismo escribirá un
autor liberal y biógrafo de Mariano Moreno al decir que “no fue una turba, ni
una masa, ni una multitud, ni una muchedumbre” la que hizo la revolución; más
bien “era una revolución patricia, realizada por una élite que hablaba en
nombre del pueblo sin consultarle”, como dijera John Lynch. El mismo Mitre, que
no puede ser puesto en duda dado el partido que representa, lo dice en su
Historia de Belgrano: “El nombre de ‘pueblo’ se daba a un pequeño grupo de
gentes… en el cuartel de Patricios… esto era lo que llamaban pueblo, cuando es
absoluta y notoria verdad que (en la Plaza)… el número apenas alcanzara a
trescientas personas con ocho caudillos que llevan la dirección del proyecto” (Cfr.
Roberto Marfany, El pronunciamiento de Mayo, Theoria, Buenos Aires 1958, 57). Para
mal que les pese, entonces, a muchos la Revolución del 25 de Mayo fue hecha por
las Fuerzas Armadas, como lo dejó por escrito la misma Junta el 28 de Mayo.
Díaz Araujo señala: “Lo que sí quedó absolutamente claro es que las Fuerzas
Armadas –invocando al ‘pueblo’ por supuesto– se constituyeron en el poder real
en la Semana de Mayo de Buenos Aires, en 1810” (ENRIQUE DÍAZ ARAUJO, op. cit,
t. 2, 49).
[10] http://patriasanta.blogspot.com.ar/2012/05/el-25-de-mayo-debe-amanecer-como-un-dia.html
[11]
Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la
Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
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