Si no se revisan las fuentes históricas relativas a los
testigos presenciales de los acontecimientos de Mayo de 1810, la fecha patria
puede ser –como de hecho lo es, año a año- desvirtuada, debido a que cada
generación interpreta los hechos del pasado de acuerdo a la idea-fuerza que
domine en el momento presente. Así, en nuestro tiempo, la idea-fuerza que
predomina es la del relativismo, error filosófico según el cual no hay una
verdad absoluta y la verdad que se impone es aquella que se construye según el
consenso. Ahora bien, el relativismo da paso al “revisionismo histórico” el
cual mira los hechos del pasado con la lupa de la ideología de turno. De esa
manera, el hecho histórico inicial y primordial –en este caso, el 25 de Mayo de
1810- queda enmascarado, oculto, distorsionado y deformado por la visión miope
de la ideología predominante –una ideología es miope por definición- y termina
por ser presentado a las nuevas generaciones de un modo tan grotesco, que en
nada se parece al hecho original.
Deformado por la lupa ideológica, que aumenta la magnitud de
circunstancias ocasionales mientras que disminuye aquello que es la esencia, el
25 de Mayo llega a las nuevas generaciones en su versión “siglo XXI”: el pueblo
quería “saber de qué se trataba”, los patriotas repartían escarapelas y llovía
en Buenas Aires el día en que el Cabildo decidió que íbamos a ser
independientes, comenzando a gobernar la Primera Junta. En el imaginario popular, no hay nada más que esto. El agravante,
en nuestros días, es que la fiesta patria ha sido convertida en mitin político
y en propaganda de política partidaria.
¿Cuál fue el “hecho original” en el 25 de Mayo? Para saberlo,
es necesario citar a testigos presenciales, como por ejemplo, el Padre
Castañeda, quien afirma sin medias tintas que “el 25 de Mayo fue obra de Dios y
no nuestra”[1],
es decir, obra de Dios y no de los argentinos. Según el Padre Castañeda, fue
Dios quien quiso que nuestra Patria se independizara –desde el punto de vista
político y no cultural o religioso- de España y asumiera en su pueblo su
destino de nueva Nación. En otras palabras, fue Dios quien quiso que fuéramos independientes
y esta Voluntad divina suya se manifiesta en signos providenciales, como el
hecho de que, a pesar de ser llamado “Revolución de Mayo”, no hubo tal cosa, al
menos en el sentido de las modernas revoluciones, en donde la codicia, la
traición, la mentira y el engaño provocan derramamientos de sangre, y nada de
eso hubo en esta gloriosa fecha patria; otro signo providencial fue que, como
lo señala el P. Castañeda, en esta fecha la naciente Patria Argentina, a la vez
que se constituye como independiente entre las naciones, conserva sin embargo
la fidelidad noble y honrosa a España, es decir, no hubo doblez ni traición en
los patriotas de Mayo: “el día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de
nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio
de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre”[2].
Otro
signo de la Divina Providencia, en el que se ve la Voluntad de Dios sobre
nuestra Patria, es el hecho de que la Patria haya nacido a la sombra de la Cruz
de Cristo y que su Enseña Nacional lleve los colores del Manto celeste y blanco
de la Inmaculada Concepción. Fue Dios quien quiso que fuéramos Nación soberana
y que nos identificáramos, desde el instante mismo del nacimiento, con la
religión católica, la Cruz de Cristo y el Manto de la Madre de Dios. Es de la
esencia de la argentinidad el pertenecer a la Iglesia Católica; ser católica,
para nuestra Patria Argentina, no es algo que le viene añadido o impuesto desde
afuera, como algo extrínseco y extraño a ella: está en su mismo ser
constitutivo, está en sus entrañas, y a tal punto, que despojarla de su
religión católica es despojarla de su mismo ser. Que Argentina deje de ser
católica, es reemplazar la Argentina querida por Dios al hacerla nacer así, por
otra Argentina distinta, irreconocible. Es esto lo que el Padre Castañeda
quiere decir cuando dice que “el 25 de Mayo es obra de Dios y no nuestra”, obra
de Dios y no de los argentinos.
Ahora bien, si Dios quiso este nacimiento privilegiado para
una Nación, es porque tiene un destino igualmente privilegiado para esa Nación,
puesto que Dios no hace nada en vano. ¿Cuál es ese destino privilegiado? El destino
de eternidad en los cielos.
La Argentina que nació el 25 de Mayo de 1810 es la Argentina
de la Cruz de Cristo y del Manto celeste y blanco de la Inmaculada Virgen de Luján. Esa y no
otra es la Argentina “obra de Dios”, la que tiene un destino de feliz
eternidad.
Y
porque la Patria nació por obra de Dios y no de los argentinos, es que “(...)
el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio...”,
como dice el Padre Castañeda. Y porque es obra de Dios y no de los argentinos,
no es un día más, que quedará en el olvido, sino que “perpetuará nuestras glorias:
“(el 25 de Mayo) Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer
cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras
felicidades”, y por eso debemos postrarnos ante el altar de Dios para
agradecerle su infinita misericordia: “...en este día, todos con entusiasmo
divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de
los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a
tantas misericordias”[3].
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