Nuestra Señora de Malvinas

jueves, 9 de junio de 2011

Homenaje a un héroe de la Patria


El Contraalmirante Carlos Robacio estuvo a cargo del Batallón de Infantería de Marina que continuó combatiendo en las Islas aún después de que la Argentina se rindiera. Fue reconocido como uno de los grandes jefes en batalla.

Durante su participación en la Guerra de 1982, tuvo a su cargo a 700 efectivos de la Marina y a 200 soldados del Ejército en los combates en Monte Tumbledown, Sapper Hill y Monte William.

Aún hoy son recordadas sus tropas porque no pudieron ser derrotadas por los ingleses, y combatieron hasta que se les agotaron las municiones, aún después de la caída de Puerto Argentino y tras recibir la orden de rendición.

Tal fue su intervención en el conflicto armado, que los británicos destacaron en un documental que las fuerzas más difíciles de enfrentar en las Islas fueron las comandadas por Robacio.

Por su desempeño, Robacio fue galardonado con la medalla al Valor en Combate y el propio Batallón de Infantería de Marina 5 fue condecorado por el Congreso, en el año 2002.

Robacio falleció el pasado 29 de mayo en el Hospital Español de Bahía Blanca, luego de 76 años dedicados al servicio de la Patria.

Cuando la oscuridad se abate sobre los hombres, y las tinieblas no permiten distinguir lo bueno de lo malo; cuando ante la vista de tanta iniquidad, el ánimo pareciera sucumbir; cuando el ladrón corre impune por las calles, seguro de que nadie habrá de detenerlo en sus tropelías; cuando la traición a la Patria se enmascara y se oculta detrás de altos puestos políticos y militares; cuando los enemigos de Dios, de la Patria y de los argentinos, son tan numerosos como los granos de arena de una playa; cuando estos mismos enemigos, insolentes, se jactan a cara descubierta de su perversidad, de su felonía, y de su iniquidad; cuando estos enemigos, amparados en la inacción de los buenos, se envalentonan en su osadía y se vuelven cada vez más insolentes contra Dios y la Patria; cuando lo malo es presentado como bueno, y lo bueno como malo; cuando la desviación de la naturaleza es proclamada como “derecho humano”; cuando los enemigos de la Patria, los piratas y bucaneros de siempre, aferran la presa más preciada de la Patria con sus garras de bestia infernal, y parecen estar seguros de su malhabido botín; cuando el Invasor profana, día a día, el suelo sagrado de la Patria, en codiciosa y avara búsqueda de oro de roca y lana de oveja; cuando la Patria gime y llora, desconsolada, viendo que sus hijos se divierten en loco festín, en vez de acudir en su ayuda; cuando la Patria desgarra su corazón, al ver que sus hijos la reemplazan por un estadio y la abandonan por un televisor de plasma, en vez de dedicar sus vidas y su tiempo a rescatarla de sus enemigos, internos y externos; cuando la Patria, nacida de Dios como un preciado don, es sustituida por el internacionalismo mercantilista, que deposita su corazón en el oro; cuando el amor a la Patria es reemplazado por la ideología materialista y hedonista; cuando la Cruz y el Altar, que dieron origen a la Patria, son olvidados y sustituidos por la náusea del neo-paganismo…

…Cuando todo es tinieblas y confusión, aparece el héroe.

El héroe es a la Patria lo que el santo a la Iglesia: una manifestación de su bondad intrínseca, y un resplandecer de su magnífico esplendor. El héroe es el santo que todavía no ha sido canonizado; el santo es el héroe que ha subido un escalón más en la gloria, la gloria del altar, la gloria del cielo. El héroe es el santo secular, y el santo es el héroe glorificado. Uno y otro han dado sus vidas no por un ideal, en el sentido abstracto de la palabra, sino por un ideal concreto, real: el héroe, por la Patria; el santo, por Cristo Dios. El santo, desde su lugar en las estrellas, tiende la mano al héroe, para que éste comparta con él su lugar de honor, y juntos adoren, en la alegre eternidad, al Dios Verdadero, el Dios Uno y Trino.

El héroe es el Jefe de Infantería de Marina Contraalmirante Carlos Robacio -y junto con él, los valerosos soldados argentinos que combatieron hasta el último cartucho. Robacio y sus soldados, orgullo de la Nación, no pensaron jamás en arriar la Bandera Nacional, y nunca conocieron la palabra “rendición”, asombrando a propios y enemigos: “Todos los hombres que lucharon en Malvinas fueron muy valientes y no hay registros en el siglo XX de unidades que hayan sido bombardeadas durante 44 días y hayan combatido durante dos meses, sin relevo”, afirma, orgulloso, el mismo Robacio.

Según sus propias palabras, él era un “hombre con miedo”, que “tenía miedo al cruzar la calle”, como lo tenemos todos los seres humanos: "Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hombre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle”.

Pero ese miedo desaparecía, como el humo al viento, cuando entraba en batalla en Malvinas. Y los que comenzaban a tener miedo eran sus enemigos, como ellos mismos lo afirman, según el testimonio del mismo Robacio, citando una carta del comandante del grupo mercenario conocido como “gurkas” dirigida a él, en la que le afirma que nunca jamás “pasaron tanto miedo” como cuando se enfrentaron a sus tropas.

Pero seríamos injustos, en este humilde homenaje –a él, y en él, a los bravos soldados argentinos que no se rindieron ante el invasor-, si le diéramos todo el crédito a él, y si sólo lo homenajeáramos a él, porque quien le quitó el miedo, y le infundió valentía y coraje, al tiempo que infundía miedo en sus enemigos, era Dios: “No pude tener miedo porque creo que Dios no me dejó tenerlo y la preocupación por mis hombres, su entrega, obviamente, no me podían permitir el privilegio de tener miedo. Además, estábamos convencidos de que peleábamos por lo nuestro".

Carlos Robacio y sus soldados no peleaban por oro, ni por plata; peleaban por “lo nuestro”: la Patria, la Cruz y el Altar.

A Dios le debemos el hecho de que en el horizonte arrasado de la Patria, en medio de los escombros y del humo del incendio, surgiera la figura valerosa, intrépida, majestuosa, del héroe Carlos Robacio, y de sus bravos soldados argentinos, que no se rindieron en las Islas Malvinas.

Este honor, este orgullo santo y patrio, este solaz en medio de la desolación, esta agua fresca de manantial, en medio del desierto más atroz, se lo debemos a Dios, el Dios que suscita héroes y santos, al infundirles de su propia vida, porque Él es el Dios Tres veces Santo, y es el Dios heroico que se encarnó y murió en cruz por nosotros.

Y a Él, entonces, debemos agradecer por tan inmenso don, e implorar y suplicar, pidiéndole a través de Nuestra Señora de Malvinas, y a través del Ángel Arcabucero, el Ángel Custodio de Argentina, que suscite no uno, sino cientos, miles, millones de Carlos Robacio, para que nuestra amada Patria, nacida a la sombra de la Cruz del Redentor, y cobijada en su nacimiento por el Manto Inmaculado de la Inmaculada Virgen de Luján, resplandezca ante los hombres, y sea un anticipo de la Patria celestial.

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