En el año 1630, en territorio de lo que sería posteriormente
la Nación Argentina, sucedió un evento cuyos protagonistas no dudaron en
calificarlo como milagroso: una imagen de la Virgen, que era traída desde
Brasil por encargo de un portugués residente en Sumampa, jurisdicción de
Córdoba del Tucumán, y que correspondía a la Inmaculada Concepción, fue dejada a
orillas del río Luján, luego de que los bueyes que tiraban de la carreta en la
que era transportada, se negaran a continuar camino, cada vez que la caja con
la imagen era subida a la carreta[1].
Por
medio de este milagro, la Santísima Madre de Dios, la Virgen María, manifestó
el deseo de quedarse en nuestras tierras, bajo la advocación de Nuestra Señora
de Luján, para constituirse en Dueña y Patrona de la Patria Argentina. Posteriormente,
la Virgen daría infinidad de muestras de amor de predilección por nuestra
Patria, siendo la concesión de la gracia al General Belgrano de querer honrar a
su Purísima y Límpida Concepción, dotando a la Bandera Nacional con los colores
celeste y blanco de su manto, uno de los ejemplos más clamorosos, entre muchos
otros.
Es
por este motivo que la fiesta de Nuestra Señora de Luján, como también la
advocación misma, no deben quedarse en meros recuerdos, ni se deben limitar a
hechos folclóricos, es decir, como sucesos integrantes de nuestro pasado, pero que
no tienen incidencia real y efectiva en nuestro presente. Si la Madre de Dios
se ha dignado a quedarse en nuestras tierras por medio de un milagro tan
evidente y si luego Ella misma demostró su predilección por nuestra Patria al
querer que nuestra Enseña Nacional llevase los colores de su manto, entonces
los argentinos debemos comportarnos de otra manera con nuestra Madre del cielo,
que es también la Dueña y Señora de la Patria Argentina. ¿Cómo hacerlo? Es decir,
¿de qué manera podemos honrar a Nuestra Señora de Luján, más allá del recuerdo
litúrgico? Un ejemplo de cómo podemos honrar a la Virgen es por medio de una
legislación –tanto de provincias, como a nivel nacional- que refleje fiel y
cabalmente los Mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo, Nuestro Dios y Señor,
puesto que no hay mejor forma de honrar a la Madre, que obedeciendo al Hijo. Otra
forma de honrar a María Santísima sería, por ejemplo, tratar de imitar en todo
al Sagrado Corazón de Jesús, de manera que la Virgen, al ver nuestros
corazones, no vea sino otras tantas copias del Corazón de su Hijo. Otra forma
de honrar a Nuestra Señora de Luján, como Patrona de Nuestra Patria, sería el
rezar la oración que más le agrada, el Santo Rosario, oración por la cual, al
tiempo que la ensalzamos como Madre de Dios, Ella en persona moldea nuestros
corazones, para transformarlos a imagen y semejanza de los Sagrados Corazones
de Jesús y María. Estas son solo algunas de las maneras en las que podemos
demostrar el amor de gratitud a Nuestra Madre del cielo, Nuestra Señora de
Luján: si obramos así, la Virgen podrá completar el designio celestial que la
llevó a quedarse por el milagro de la carreta, en el año 1630, ser Dueña,
Patrona y Señora no solo de la Patria Argentina, sino del corazón de todos y
cada uno de los argentinos.
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