27 de Febrero de 1812, Día de la creación de la Bandera Nacional Argentina
por parte del General Manuel Belgrano, quien la dotó con los colores celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, a modo de homenaje a Nuestra Señora de Luján, de quien era ferviente devoto.
¿Puede ser modificada
la Bandera Argentina? Sostenemos que no, y daremos nuestras razones. Según lo
que se desprende de la historia de la creación de la Bandera Nacional Argentina
por parte del General Belgrano, se trató en realidad de un acto de devoción
mariana por parte del General, debido a que Manuel Belgrano pretendió honrar a
la Inmaculada Concepción de Luján, de quien era ferviente devoto; en
consecuencia, fue una gracia; si fue una gracia, entonces el deseo de que la
Bandera Argentina lleve los colores del Manto de la Inmaculada Concepción,
viene del cielo y no de los hombres; ergo, la Bandera Nacional Argentina no
puede ser cambiada por meros caprichos humanos.
Que la Bandera Nacional Argentina haya sido creada por el
General Manuel Belgrano para honrar a la Inmaculada Concepción, es una verdad
que se revela, desprende y afirma a partir de hechos históricos fehacientemente
documentados. El historiador Vicente Sierra dice así: “Cuando el rey Carlos III
consagró España y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la
Virgen principal Patrona de sus reinos; creó también la Orden Real de
su nombre, cuyos caballeros recibían, como condecoración, el medallón esmaltado
con la imagen azul y blanca de la Inmaculada, pendiente al cuello de una
cinta de tres franjas: blanca en el medio, y azules a los costados. El artículo
40 de los estatutos de la Orden, retomados en 1804, dice: ‘Las insignias
serán una banda de seda ancha dividida en tres franjas iguales, la del centro
blanca y las dos laterales de color azul celeste”[1].
Según lo que hace constar este historiador, es desde el reinado de Carlos III
que tanto España como las Indias, estaban consagradas a la Virgen, creándose en
su honor la Orden Real de la Inmaculada, cuyos colores eran el azul y el
blanco. El mismo historiador cita a Bartolomé Mitre:
“Mitre dijo que los colores nacionales blanco y azul celeste pudieron
ser adoptados ‘en señal de fidelidad al rey de España, Carlos IV, que usaba la
banda celeste de la Orden de Carlos III, como puede verse en sus
retratos al óleo… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste,
colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el
simbolismo de la Iglesia’. El artículo IV de los estatutos de dicha orden,
decretados en 1804, dice: ‘Las insignias… serán una banda de seda ancha
dividida en tres fajas iguales, la del centro blanca, y las dos laterales de
color azul celeste’. Augusto Fernández Díaz recuerda que, cuando en el último
ensayo de gobierno republicano en España, se acordó cambiar la bandera rojo y
gualda por otra de tres franjas: rojo, gualda y morado, Miguel de Unamuno,
entonces diputado, dijo: ‘…Bandera monárquica podríais acaso llamar a la
celeste y blanca de los Borbones de la casa española, cuyos colores son también
los de la República Argentina y los de la Purísima Concepción”[2].
Otro historiador, Aníbal Rottjer, se explaya acerca de la devoción profesada a
la Inmaculada Concepción, tanto de los reyes de España, como del General Manuel
Belgrano: “Carlos
III, Carlos IV y Fernando VII vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con
el camafeo de la Inmaculada, y el manto real lucía estos mismos colores,
como puede observarse en los retratos que adornan los salones del escorial y el
palacio de Oriente en Madrid, donde se custodian también las condecoraciones
con la cruz esmaltada en blanco y celeste. Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como
caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las
universidades de Salamanca y de Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que
Belgrano, al recibirse de abogado, juró ‘defender el dogma de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las
Españas’, y que, al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta
fundamental de la institución que la ponía ‘bajo la protección de Dios’ y
elegía ‘como Patrona a la Inmaculada Virgen María’, cuyos
colores, azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba el frente del
edificio”[3].
En el mismo sentido
de estos historiadores -el de la devoción mariana del General Belgrano y la
relación de esta devoción con la creación de la Bandera Nacional-, el P.
Guillermo Furlong afirma lo siguiente: “…al fundarse el Consulado en 1794,
q1uiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que,
por esta causa, la bandera de dicha institución monárquica constara de los
colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional,
¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las que tuvo
en 1794? El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo,
confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos
ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores
blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad,
obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era
ardiente devoto’”[4]. Y Aníbal Rottjer trae el testimonio del
hermano del General, el Sargento Mayor Carlos Belgrano, el cual confirma lo
aseverado por los historiadores anteriores: “El sargento mayor Carlos Belgrano,
que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo,
dijo: ‘Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la
Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’. Y en este sentido se
han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados
historiadores”[5].
Por otra parte,
si es así, esto quiere decir que fue una inspiración celestial, una gracia
venida de lo alto; gracia a la cual el General Belgrano lo único que hizo fue,
movido por su amor a la Virgen, secundarla, para honrarla. Es decir, la
decisión de utilizar los colores de la Inmaculada Concepción como modelo celestial
para los colores de la Enseña Patria, se originó en él, ya que fue un acto
libre de su decisión personal, pero la idea, vino del cielo, porque honrar a la
Madre de Dios es una gracia y la gracia no se “produce” en el hombre, no se
origina en el hombre por sí mismo, sino que es un don celestial. Y puesto que
no existe ninguna gracia que venga a través de María Santísima, Medianera de
todas las gracias, esta gracia particular, de dotar a la Bandera Nacional
Argentina con los colores de la Inmaculada Concepción, le fue concedida al
General Belgrano por la Virgen en persona. En otras palabras, que la Bandera Nacional
Argentina tenga los colores celeste y blanco –que no representan el cielo
cosmológico, como enseña la versión liberal- de la Virgen Inmaculada, como forma
de honrar a la Madre de Dios, es una decisión de la Madre de Dios en persona –tomada,
con toda seguridad, de común acuerdo con su Hijo Jesús, nuestro Dios y Señor-. Por
lo tanto, modificar la Bandera Nacional, quitando y/o agregando algo, significa
ir en contra de la voluntad de María Santísima y su Hijo, Dios.
[4] Furlong, G., Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores,
Buenos Aires 1974, 35-36.
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