No
hay descripción más verdadera y hermosa del Acto Patriótico del 25 de Mayo que
la que hace el P. Castañeda. Para él, el 25 de Mayo es un día “memorable, santo,
noble, obra de Dios y no nuestra”[1],
un día glorioso que señala la nobleza del ser argentino, que al tiempo que se
declara fiel a la Madre Patria, representada en el rey de España, asume con
todo derecho su auto-gobierno, manteniéndose fiel a la religión y la cultura
heredada de España, y es por eso que siempre nos recordará, a los argentinos,
la nobleza de nuestro nacimiento -“perpetuando nuestras glorias, nuestro
consuelo y nuestras felicidades”- e incluso su carácter sagrado porque, como
dice el P. Castañeda, “el 25 de Mayo fue obra de Dios y no nuestra”.
Lejos
de ser una “revolución”, el acto patriótico del 25 de Mayo constituyó -en las
palabras de patriotas como el p. Fray Castañeda, testigos de los hechos-, una
declaración de lealtad y fidelidad al Rey y a España, declaración mediante la
cual, al mismo tiempo que proclamábamos nuestra independencia política,
asumiendo nuestro auto-gobierno según las leyes vigentes, manifestábamos la más
absoluta lealtad a la Madre Patria España, desde el momento en que la
independencia era, precisamente, para conservar su legado religioso y cultural.
En
las palabras del P. Castañeda, no hubo un acto “revolucionario”, sino
verdaderamente patriótico, porque en esta fecha la naciente Patria Argentina, a
la vez que se constituye como independiente entre las naciones, conserva sin
embargo la fidelidad noble y honrosa a España, es decir, no hubo doblez ni
traición en los patriotas de Mayo: “el día 25 de Mayo es el padrón y monumento
eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el
principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra
servidumbre”[2].
Esto se entiende si se tiene en cuenta que el rey de España, a quien le
debíamos fidelidad, había sido hecho prisionero por Francia; por lo tanto,
según la legislación vigente, basada en el derecho natural, las Provincias
españolas de ultramar podían y debían asumir su auto-gobierno, y es eso lo que
hicieron los patriotas, sino querían quedar bajo el yugo del enemigo
anglo-francés, cuyos únicos objetivos eran convertir estas tierras en sus cotos
privados de caza. Al independizarnos políticamente, hicimos lo que correspondía
y era nuestro deber hacer, pues la legítima autoridad, el rey de España, ya no
estaba en condiciones de gobernarnos, por lo que si no lo hacíamos, es decir,
si no nos independizábamos, quedábamos bajo el yugo anglo-francés. La independencia
fue, por lo tanto, una separación política, pero al mismo tiempo una
declaración de lealtad al rey de España y a la Madre Patria, porque fue para
preservar su herencia religiosa y cultural, y para no caer en la órbita de las
naciones dominadas por el extranjero –las potencias anglo-francesas- que
decidimos, bajo la guía providente de Dios, asumir nuestro auto-gobierno, dando
inicio así nuestra existencia como Nación Independiente y Soberana.
Es
por esto que, según Fray Castañeda, lejos de ser un día “revolucionario”, con
lo que este término implica -esto es, traiciones, deslealtad, ambiciones,
derramamiento de sangre-, “(...) el día Veinticinco de Mayo es (un día)
solemne, sagrado, augusto y patrio...”[3];
un día que es “obra de Dios y no de los argentinos” y que por esto mismo, “perpetuará
nuestras glorias”, por ser un día sagrado, por ser obra de Dios: “(el 25 de
Mayo) Es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año
para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”, y
por eso debemos postrarnos ante el altar de Dios para agradecerle su infinita
misericordia: “...en este día, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad,
humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a
voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”[4].
Por
lo tanto, y siempre según el Padre Castañeda, fue Dios quien quiso que nuestra
Patria se independizara –desde el punto de vista político y no cultural o
religioso- de España y asumiera en su pueblo su destino de nueva Nación. Y para
dar gracias a Dios Nuestro Señor por su obra, la obra de nuestra Independencia,
es que debemos “postrarnos ante los altares”, ofreciendo el Santo Sacrificio
del Altar en agradecimiento por habernos concedido, en este día “memorable,
santo, augusto”, nuestra Patria Argentina.
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