No se puede celebrar
la Independencia de nuestra Patria sin tener en cuenta lo sucedido inmediatamente
antes, durante y después del 25 de Mayo de 1810 y sin tener en cuenta, además,
el deseo del Padre de la Patria, el General Don José de San Martín, de que se
declarara cuanto antes la Independencia en el Congreso de Tucumán –con la
expresa indicación de que no se tocase la Religión Católica[1]-,
pues veía, con claridad profética, cómo los enemigos de la Patria –los internos
y los externos- querían repartirse sus despojos aún antes de haber esta nacido.
Para
1816, urgía declarar la Independencia, pues los enemigos de la Patria, que
actuaban desde adentro y desde afuera, no habían sido conjurados, y eran los
mismos enemigos que en 1810 pretendían repartirse sus despojos, así como los
piratas se reparten entre sí un mal habido botín. Dice así un autor: “Inaugurado
el período de la Asamblea del Año XIII, (1812 a 1815), si bien se decretan
fundamentales libertades civiles,
los alvearistas, sujetos a la tutela inglesa, postergan el grito de
independencia a fin de no comprometer sus designios de política internacional
antinapoleónica. Es época de sucesivas misiones diplomáticas ante la Corona Inglesa y sus representantes.
Así, una carta de Alvear, entregada por Manuel José García al representante
británico en Río de Janeiro y al
ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra, suplicaba
ignominiosamente: “En estas circunstancias solamente la generosa nación
británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos
estas provincias que obedecerán a su gobierno y recibirán sus leyes con el
mayor placer...Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus
leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se
abandonan sin condición alguna a la generosidad y la buena fe del pueblo inglés
y yo estoy dispuesto a sostener tan
justa solicitud para librarla de los males que la afligen. Es necesario que se
aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un jefe autorizado
que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del rey y de la
Nación”[2].
Consciente
de los gravísimos peligros que acechaban a la Patria, y declarando a los
enemigos internos, los liberales, como “hombres infernales”, el Padre de la
Patria, San Martín, animará, en abril de 1816, a los congresales reunidos en
Tucumán, a dar el gran paso de declarar la Independencia, es decir, de
cristalizar lo comenzado en 1810, de esta manera: “¡Hasta cuándo esperaremos a
declarar nuestra independencia! ¡No le parece a Usted una cosa bien ridícula
acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último hacer la
guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos! ¿Qué nos falta más
que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos
a pupilo? Los enemigos, y con mucha razón, nos tratan de insurgentes, pues nos
declaramos vasallos... ¡Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las
empresas!”[3].
Los
dos deseos del Padre de la Patria –la Declaración de la Independencia y el
mantenimiento de la Religión Católica- se verán colmados con creces en el
Congreso de Tucumán, porque la Independencia de la Nación Argentina se declaró
a los pies del Cristo de los Congresales, con lo que se puede afirmar, que el
nacimiento y la unidad de la Nación Argentina fueron sellados con la Sangre del
Redentor, Nuestro Señor Jesucristo. No fue una casualidad que el Cristo de los
Congresales presidiera la firma de la Declaración de la Independencia de la
Nación Argentina, ni que 13 de sus congresales fueran sacerdotes: Nuestro Señor
intervenía en la historia de nuestra Patria naciente, para sellar, con la
Sangre de su cruz, tanto el nacimiento como la unidad de la Nación Argentina.
Ya
en 1810, el Padre Castañeda se había expresado acerca del origen providencial y
divino de la independencia política –aunque no religiosa ni cultural- de España
-por lo que el Congreso del 9 de Julio de 1816 venía a ser la cristalización
del noble gesto del 25 de Mayo de 1810, de adhesión filial a la corona
española, pero al mismo tiempo, de asunción del gobierno autónomo por parte del
pueblo soberano del Virreinato-; por lo tanto, si como dijo el Padre Castañeda,
“la obra del 25 de Mayo no fue obra nuestra, sino de Dios”[4], también
podemos decir que la obra del 9 de Julio de 1816, no fue obra nuestra, sino de
Jesucristo, porque la firma de la Independencia se realizó a los pies de la
cruz de Nuestro Señor Jesucristo: fue el Cristo de los Congresales quien presidió
el nacimiento de la Nueva Nación Argentina el 9 de Julio de 1816.
Hoy,
cuando la Patria atraviesa gravísimos momentos, pues se encuentra acechada por quienes
buscan demoler sus cimientos, profanándola a diario con espectáculos soeces e
innobles[5] e
implementando leyes inicuas[6] y
contrarias a la naturaleza[7],
degradando sus aniversarios –que, por ser patrios, son sagrados- a mezquinos y
extemporáneos mítines políticos, resulta imperioso elevar los ojos y el corazón
hacia el Cristo de los Congresales, para que su Sangre, la misma Sangre que
selló el nacimiento y la unidad de nuestra Nación, sea la que no solo nos
purifique y nos libre de todo mal, sino la que eleve, a todos los argentinos, a
los más altos grados de santidad y la que conceda, a nuestra Patria, el don de
la paz, de la justicia, del bien, de la verdad, de la fraternidad, dones que solo
provienen del Ser trinitario divino.
[1] Meses antes, el 26 de enero de
1816, escribía a Godoy Cruz, congresal de Tucumán, insistiendo en la necesidad
de declarar prontamente la independencia; en cambio, con respecto a la forma de
gobierno, sólo le preocupa que el sistema adoptado no manifieste “tendencia a
destruir Nuestra Religión”. Cfr. Aníbal A.
Rottjer, La Masonería en la
Argentina y en el mundo, Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires5, 409.
[2] Cfr. Susana Cosettinni de Talvo; http://www.crucedelosandes.com.ar/declaracion.asp
[3] http://www.crucedelosandes.com.ar/declaracion.asp
[4] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones Castañeda, 1994, 381-382.
[5] Cfr. el innoble espectáculo en
la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA; cfr. http://www.infobae.com/2015/07/01/1739029-polemica-un-show-sadomasoquista-la-uba;
http://www.minutouno.com/notas/1275660-la-embajada-espanola-financio-las-activistas-del-posporno-la-uba.
[6] Guía de Abortos no punibles;
cfr. http://www.argentinosalerta.org/content/alerta-rechaza-guia-abortista-de-ministerio-salud;
ley de la eutanasia; cfr. http://www.infobae.com/2015/07/07/1740203-la-corte-suprema-reconocio-el-derecho-todo-paciente-decidir-su-muerte-digna
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