En tiempos de profundas crisis de valores, como el que
vivimos, en los que más que crisis de valores, deberíamos hablar de “inexistencia
de valores”, sean éticos, morales, religiosos, porque todos han sido
reemplazados por el afán de dinero y de poder, es conveniente que una nación
vuelva la mirada hacia sus próceres, para tomar de ellos el rumbo que una
nación, como la Argentina, la ha perdido, al menos en la inmensa mayoría de su
clase dirigente.
El
General San Martín, en cuanto Padre de la Patria, es un ideal a imitar por
parte de los argentinos: en el plano personal y religioso, no buscó, en su
vida, nada que no sea la gloria de Dios; en el plano nacional, no buscó nada
que no fuera el Bien Supremo de la naciente Patria Argentina. El hecho de que
haya buscado sólo la gloria de Dios, lo indica su ferviente catolicismo, el
cual -a despecho de quienes afirman, sin pruebas fundadas, que fue masón-, se
manifestó, entre otras cosas, en su gran devoción mariana –lo cual jamás haría
un masón- y en su preocupación permanente por no solo practicar él la religión
católica, sino en hacerla practicar por los integrantes del Ejército naciente,
implementando la celebración de la Santa Misa, mandando imponer los
Escapularios de Nuestra Señora del Carmen a los soldados, castigando
severamente la blasfemia a Nuestro Señor, etc. Además, como corolario de una
vida espiritual católica, murió asistido por la Santa Religión, teniendo entre
sus manos un crucifijo, al momento de morir[1].
Con
respecto a la Patria, no buscó nada más que su Bien Supremo, y esto lo demostró
dando literalmente su vida por ella, buscando su Independencia –pues él fue
quien instó a los Congresales a que declararan cuanto antes la Independencia en
el Congreso de Tucumán, necesario para evitar la disolución de lo que fuera el
antiguo Virreinato y del Río de la Plata en republiquetas bananeras
pertenecientes a Francia e Inglaterra; fue San Martín quien sostuvo que no
importaba el régimen que se implementara, siempre y cuando se conservara la “Santa
Religión Católica”-, y cuando vio que la Patria naciente se encontraba bajo la
grave amenaza de las luchas entre hermanos, no dudó en calificar duramente a
sus más temibles enemigos, que no eran ni los franceses ni los ingleses –que sí
eran enemigos de la Patria y de su religión-, sino algunos de sus hijos, los
propios argentinos, quienes movidos por la ideología liberal, buscaban destruir
a la Patria desde adentro; a estos liberales, San Martín no dudó en llamarlos “hombres
infernales”, y no dudó tampoco en retirarse, en la más completa pobreza, de
todo cargo y de toda política, para no “manchar su sable con la sangre de
argentinos”, sus hermanos
Amor
a Dios, a su Hijo Jesucristo y a la Virgen; devoción a la Santa Misa y al
Escapulario del Carmen; defensa de la Religión Católica; la elección de la pobreza
material como estilo de vida; el rehuir a los honores; evitar el estéril
enfrentamiento entre los argentinos, estos son algunos de los principales
legados del Padre de la Patria, el General Don José de San Martín, para los
argentinos, en estos días de tanta oscuridad.
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