Desde sus inicios, la Nación Argentina fue, desde siempre,
hispana y católica y por eso podemos decir, con toda razón y con todo orgullo,
que los argentinos somos, por esencia, españoles americanos y católicos. Es importante
tener en cuenta nuestras raíces, porque es como un árbol: así como es la
semilla, así es luego el árbol y así son luego sus frutos. Si es importante
tener en cuenta los orígenes, en todo momento, lo es mucho más en nuestros
días, en los que una silenciosa revolución subversiva pretende cambiar, desde
la raíz, nuestro ser nacional. Un movimiento revolucionario silente y no tanto,
pues en los últimos tiempos se hace sentir con mucha fuerza en los medios de
comunicación, pretende hacer avergonzarnos de nuestro ser nacional –hispano y
católico-, para que renunciemos a ser lo que somos y nos convirtamos en otra
cosa. No es una cuestión de menor importancia, porque aquello en lo que nos
quieren convertir, es un engendro anti-natural, que atenta contra nuestro ser
nacional, porque pretende convertirnos en un ser monstruoso, salido de las
mentes más perversas y malignas que puedan concebirse.
Si nuestro ser nacional es hispano y católico, la revolución
silente, operada en las sombras por los dos grandes enemigos de Dios y de la
Patria, la Masonería y el Comunismo, tienen el propósito de quitarnos todo
vestigio que caracteriza la esencia de nuestro ser nacional y así lo señalaba
el Episcopado Argentino en el año 1959: “A cuantos sienten en su pecho el amor
a la Patria les señalamos como enemigos de nuestras tradiciones y de nuestra
futura grandeza a la Masonería y el Comunismo, que aspiran a la destrucción de
cuanto hay de noble y sagrado en nuestra tierra”. Así, nos infunden odio,
rencor y resentimiento hacia nuestra Madre Patria España, calificando
falsamente como “genocidio” y “destrucción de las culturas amerindias” a la
Conquista y Evangelización de España, cuando en realidad se trató, más que de
una conquista, de una liberación de culturas caracterizadas por la brutalidad
siniestra del paganismo, que los conducía, además de la idolatría, al
canibalismo ritual, como por ejemplo sucedía entre los mayas, aztecas e incas,
entre otros. El ser una parte de España es, para la Nación Argentina, un
orgullo, porque España liberó a los pueblos indígenas de la barbarie de
quienes, siendo también aborígenes, los tenían sometidos y esclavizados. Entonces,
no solo no tenemos que avergonzarnos de ser parte de España, sino que debemos
estar orgullosos por formar parte de España y de que nuestro ser nacional sea
hispano.
El otro aspecto de nuestro ser nacional argentino que es
atacado por la revolución subversiva, es el de la religión católica: la Nación
Argentina pertenecía a España y España era –y es- católica, por gracia de Dios
y fue esa religión la que heredamos los argentinos al separarnos,
lamentablemente, de la Madre Patria España. Ahora bien, la religión católica no
solo es la religión más hermosa del mundo, porque trata del conocimiento y
unión con Dios Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo, sino que es también la
Única religión verdadera del Único Dios verdadero, Dios Uno y Trino. Fue esa
religión, la religión católica, la que heredamos de España y la que selló
nuestro ser nacional desde el primer segundo de nuestro nacimiento como Nación
y por eso debemos estar orgullosos, porque de no haber sido por España,
estaríamos adorando las piedras y los árboles.
No nos avergoncemos de nuestro ser nacional, hispano y
católico. Todo lo contrario, lo contemplemos, como la raíz y fundamento de
nuestro ser nacional y comencemos a obrar según este ser nacional, porque si
estamos en la situación trágica en la que nos encontramos en este momento de nuestra
historia nacional, es que, por un momento, hemos olvidado que somos españoles
americanos y católicos. Postrados ante Jesús crucificado y cubiertos con el
Manto celeste y blanco de la Virgen de Luján, Patrona y Dueña de la Patria
Argentina, comencemos la reconstrucción de nuestra Patria, para que, vencidos
nuestros enemigos mortales –la Masonería y el Comunismo- por la Sangre de
Cristo crucificado, demos, como argentinos, frutos de amor, paz y santidad.
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