En un mundo globalizado como en el que vivimos, las
naciones tienden a unificar su gobierno, su comercio, sus relaciones
exteriores, para acomodarse a un no muy lejano gobierno mundial, en el que todas
las naciones del mundo se encontrarán bajo su dominio. Sin embargo, este
proceso de asimilación global no es inocuo, porque implica, para las naciones,
dejar de lado sus orígenes fundacionales, en aras de esta integración global. Lo
negativo de este gobierno mundial en ciernes es que se trata de un gobierno
tecnocrático, eficientista, en el que solo importan los datos macro y
microeconómicos y en donde las personas son dejadas de lado en aras de la
eficiencia económica. La integración en un gobierno mundial implica también
dejar de lado los nacionalismos y los orígenes fundacionales de las naciones,
los cuales son vistos como obstáculos en la integración global. En nuestro
caso, no fue por casualidad que la Independencia de la Nación argentina se
firmara a los pies de Cristo crucificado, puesto que se aceptaba a la religión
católica como la religión de la Nueva Nación que surgía sobre la faz de la
tierra.
La integración global supone, para nuestra Patria, dejar de
lado aquello que nos constituyó como Nación y es la creencia en un Dios que se
hizo carne y que murió en la Cruz para redimirnos y en una Madre celestial que
nos dio su manto celeste y blanco como Bandera Nacional. Integrarnos a un
gobierno global significa dejar de lado nuestra religión católica, que es la
religión fundante de nuestra Nación. En efecto, el Acta de la Independencia se
firmó a los pies del llamado “Cristo de los Congresales”, un crucifijo donado
para la ocasión por los franciscanos por lo que podemos decir, con toda razón,
que el Acta de la Independencia fue empapada con la Sangre del Redentor
Jesucristo.
Sólo si Argentina vuelve a sus orígenes fundacionales, esto
es, la firma del Acta de la Independencia a los pies del crucifijo y sólo si la
Nación Argentina se postra ante los pies de Jesús crucificado, cubierta la
Nación por el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, será capaz de
resistir los embates globalistas y salir airosa de sus pretensiones ateas. De otra
manera, si no regresamos a nuestros orígenes fundacionales -Cristo crucificado
y la Inmaculada Concepción-, sucumbiremos presa de los globalistas
materialistas y ateos que buscan destronar a Dios y su Cristo del corazón de
los argentinos.
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