Desde que las naciones se constituyeron en los modernos
estados tal como los conocemos en el día de hoy, tuvieron siempre algo fundante
en sus inicios, algo que marcó, como una impronta indeleble, el ser de esa
nación que se constituía, precisamente, en estado. En algunos, será una
batalla; en otros, un evento trágico; en otros, una revolución; en otros –peor
aún- será un hombre que, con su arrogancia y despotismo, marcará a toda la
nación a hierro y fuego –como por ejemplo, los países comunistas como Corea del
Norte con Kim Il Sung, la Unión Soviética con Stalin, China con Mao Tsé Tung,
etc., todos tiranos inhumanos-. En muy pocos países, el tránsito hacia de la
nación hacia el estado moderno será de origen sobrenatural y celestial, como en
el caso de Argentina.
En efecto, en Argentina, no fueron los hombres los que
constituyeron, ni la nación, ni el estado nacional, sino la Madre de Dios, con
su manifestación milagrosa a orillas del río Luján. Fue la Virgen la que quiso
quedarse en nuestras tierras, aun antes de que fuéramos Nación y Estado
argentino, para que cuando naciéramos, tuviéramos la impronta suya, la huella
indeleble del amor maternal y celestial de la Madre de Dios. De tal manera esto
fue así, que nuestro Ser Nacional Argentino se originó, sin lugar a dudas, en
torno a la Virgen de Luján. A partir de la milagrosa presencia de la Virgen en
Luján, por el milagro de las carretas, y en lo sucesivo, toda nuestra vida
nacional giró en torno y a los pies de Nuestra Señora de Luján y en situaciones
tan trascendentales como por ejemplo, la elección de la Bandera Nacional. Como es
sabido y ha sido estudiado y comprobado por renombrados historiadores, el
General Manuel Belgrano, el creador de la Bandera Nacional Argentina, tomó los
colores del manto celeste y blanco de la Inmaculada de Luján, “de la cual era
ferviente devoto”, tal como lo relata en primera persona el hermano del
General, el Sargento Belgrano.
La Virgen de Luján estuvo desde antes incluso que fuéramos
nación argentina y estado argentino; está entre nosotros en la etapa
embrionaria, si así puede decirse, cuando pertenecíamos con orgullo a la Madre
Patria España como una de las Provincias Ultramarinas de España. Estuvo con
nosotros antes de nacer como Nación Argentina, nos dio los colores de nuestra
enseña Nacional, estuvo en todo acontecimiento trascendente para la Nación y
continúa estándolo, porque es una Madre amorosa que no se olvida de sus hijos
argentinos. Somos nosotros, los argentinos, los que nos comportamos con Ella,
la mayoría de las veces, como hijos desagradecidos y desamorados. Todos los
males que nos aquejan como Nación desaparecerán, como cera que se derrite al
fuego, cuando nos postremos, como Nación, ante la Dueña y Patrona de la Nación
Argentina, la Inmaculada Virgen Virgen de Luján y depositemos en sus maternales y amorosas manos los problemas que nos agobian como Nación.
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