En estos días aciagos y oscuros en los que vivimos, en los
que nuestra Amada Patria Argentina es acechada continuamente por ideologías
extrañas a su Ser Nacional, en donde sus enemigos internos, infiltrados en
altos estamentos de la política y desde allí, con leyes inicuas, pretenden pervertir
y subvertir el Ser Nacional para reemplazarlos por doctrinas foráneas y dañinas,
en donde nuestra Patria se encuentra indefensa frente a sus enemigos externos,
al carecer en la práctica de medios de defensa; en donde sus héroes son
perseguidos y encarcelados como criminales, mientras que los asaltantes del
poder de ayer se parapetan en boletas electorales de hoy; en estos días aciagos
y sombríos, decimos, en los que vivimos, es más necesario que nunca mantener, en
la mente y en el corazón, la Verdad histórica del Nacimiento de nuestra Patria
como Nación independiente y libre, porque en ese nacimiento se encuentran las
raíces de nuestro Ser Nacional, y cuanto más fieles seamos a esas raíces, tanto
mejor cumpliremos nuestro destino, pero cuanto más infieles seamos, más pronto
estaremos condenados a ser gobernados por una runfla de vividores del Estado
devenidos en politicastros del siglo XIX, que pretenden robar hasta las fechas
patrias, porque convierten los aniversarios patrios en indecorosos, perversos e
infames mítines políticos.
Luego de dicho esto, recordemos brevemente cómo se gestó la
Independencia de la Nación Argentina, y al reflexionar sobre los hechos, vemos
que el 9 de Julio de 1816 fue una continuación y plasmación de los hechos del
25 de Mayo de 1810, los cuales de ninguna manera pueden ser considerados como “revolución”,
desde el momento en que tanto en el 25 de Mayo como en el 9 de Julio, los
patriotas argentinos dieron muestras del más alto grado de nobleza –siempre hay
excepciones- al impulsar la Independencia Patria movidos, no por el afán de
poder, venganza, lucro, sino asumiendo lo que el Derecho de la Madre Patria establecía
para sus Provincias de ultramar, esto es, que asumieran por sí mismas el
gobierno autónomo, cuando el gobierno central estuviera amenazado de muerte,
tal como sucedió en España con la invasión napoleónica. En el ánimo de los
patriotas de Mayo y de Julio de 1816, estuvo siempre presente el deseo de
auto-gobierno solo por este motivo y es por eso que, a la par que se declaraba
la más profunda fidelidad al rey de España, se decretaba, en el mismo momento,
la independencia de su gobierno. En ningún momento los patriotas de Mayo y
Julio pretendieron renegar, ni de la religión, ni de la cultura, ni del idioma
heredados por la Madre Patria; sólo hicieron lo que era el deber de hijos bien
nacidos de la Patria hacerlo: asumir el auto-gobierno, ante la acefalía del
gobierno central de España. Jamás hubo traición, felonía, golpes de mano,
traiciones, ambiciones; detrás de Mayo y de Julio está aquél doble movimiento
de fidelidad al rey y a la Madre Patria por un lado, y la asunción del
auto-gobierno por otro, lo que hace exclamar a Fray Castañeda que “el 25 de
Mayo no es obra nuestra, sino de Dios” y que “debe amanecer cada 25 como un día
sagrado, patrio, sublime, que ha de perpetuar nuestras alegrías”, y que ese día
debe amanecer, viéndonos a todos postrados ante el altar de Dios dando gracias
a gritos por tantas mercedes y bienes concedidos.
El carácter noble del movimiento patriota del 25 de Mayo de
1810, se plasma en la fórmula del Juramento de los Diputados del Congreso de
Tucumán en 1816, en donde se ratifica, a los pies del Cristo de los
Congresales, donde se firmó el Acta de la Independencia, la Fe Católica como
columna vertebral de la Nueva Nación Independiente, nacida a los pies del Señor
Crucificado y cubierta con el manto celeste y blanco de la Inmaculada Virgen de
Luján, Patrona y Dueña de Nuestra Patria Argentina.
En efecto, en dicha fórmula, refrendada al pie del Cristo de
los Congresales –y, por lo tanto, bañada con la Sangre del Cordero-, se lee
aquello que constituye el Alma misma de la Patria Argentina. Las crónicas relatan
así el magno momento: “Finalizada la ceremonia, se constituyeron todos en la casa
del Congreso, donde el ciudadano presidente doctor Pedro Medrano, elegido
provisionalmente para estos primeros actos, después de haber emitido juramento
en manos del congresista de más edad y en presencia de todo el pueblo, recibió
el de sus colegas. La fórmula del juramento sancionada en la ocasión, es claro
exponente de las preocupaciones generales. Figuran, primero, la religión;
luego, la integridad del territorio; y, en fin, el cumplimiento del propio
encargo:
“¿Juráis
a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria conservar y defender a la Religión
Católica, Apostólica, Romana?”.
“¿Juráis
a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria defender el territorio de las
Provincias Unidas, promoviendo todos los medios importantes a conservar su
integridad contra toda invasión enemiga?”.
“¿Juráis
a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria desempeñar fiel y lealmente los
deberes anejos al cargo de diputado al Soberano Congreso para el que habéis
sido nombrado?”.
“Si
así lo hiciereis, Dios os ayude; y si no, os lo demande”.
Hoy,
cuando generaciones de politicastros devenidos en auto-proclamados pseudo-próceres,
han vaciado a nuestra Patria no solo de sus recursos materiales, sino ante todo
de su espíritu nacional, profundamente cristológico y mariano –por lo cual
deberían ser denunciados por Dios y por la Patria, por traición a sus
juramentos- y cuando se la pretende envenenar con la doctrina pestilente de
ideologías socialistas y liberales; hoy, más que nunca, es necesario volver a
los fundamentos que firmaron los Congresales y que constituyen la columna
vertebral, la mente, el corazón y el alma de Nuestra Patria, la Fe en Nuestro
Señor Jesucristo y en su Madre, la Virgen de Luján.
Hoy,
más que nunca, la Patria nos urge volver a los fundamentos de su Ser Nacional,
la religión Católica, Apostólica y Romana, para que sus hijos, nosotros, que
nacimos con la Sangre del Cordero y envueltos en el manto celeste y blanco de
la Inmaculada Concepción de Luján, seamos capaces de dar la vida por la
Restauración de sus fundamentos sobrenaturales y esto significa que nuestra
Patria debe ser restaurada en Cristo Jesús, para que Él sea todo en todos;
significa que, como Nación y como personas individuales, debemos tener siempre
presente, en la mente y en el corazón, que “Jesucristo es Rey y Rey Supremo, y
como Rey debe ser honrado. Su pensamiento debe estar en nuestras inteligencias;
su moral en nuestras costumbres; su caridad en las instituciones; su justicia
en las leyes; su acción en la historia; su culto en la religión; su vida en
nuestra vida”, y su Sangre debe cubrirnos de pies a cabeza y debe cubrir cada
centímetro cuadrado del territorio Patrio.
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