Contrariamente a lo que la historiografía liberal,
progresista y filo-masónica que recibimos los argentinos desde nuestros
primeros años –y que luego se prolonga por toda la vida-, el 25 de Mayo no fue
ni una Revolución, en el sentido más literal de la palabra, ni mucho menos una
ruptura con la cultura, la religión y el espíritu hispano recibidos de nuestra
Madre Patria, España, sino una mera ruptura a nivel político y esto no por “revuelta”
de los patriotas argentinos contra España, sino una resolución pacífica tomada
con plena conciencia y en total respeto al derecho natural vigente en la época.
Que el 25 de Mayo no fue una ruptura con la cultura, la
religión y el espíritu hispano recibidos de nuestra Madre Patria, es un hecho
más que evidente, puesto que lo más preciado que hemos recibido de España –de
modo similar a como un niño recibe el don más preciado por parte de su madre-,
esto es, el idioma español y la Religión Católica, lo seguimos ostentando, con
orgullo, hasta nuestros días.
Que no haya sido una “Revolución”, en el sentido más literal
de la palabra, lo cual implica rebelión contra un tirano opresor, violencia,
ejecuciones, disparos, odio entre facciones rivales, traiciones, etc., lo
atestiguan los mismos hechos, y que no se haya faltado a la ley y el derecho
naturales vigentes en la época, lo atestiguan también numerosos historiadores
de renombre.
El 25 de Mayo, entonces, no fue una “revolución”, ni tampoco
una rebelión contra la Madre Patria España. ¿Qué fue? Nadie más autorizado para
describirnos el 25 de Mayo, que un testigo de la época, el Padre Francisco de
Paula Castañeda, Fraile conventual de la Orden de los Franciscanos.
Acerca del 25 de Mayo, el Padre Castañeda nos dice que es “un
día memorable, santo, noble, obra de Dios y no nuestra”[1]. Con
esta primera descripción, se quita a este día la ignominia de ser una “revolución”,
es decir, una rebelión, tal como sucede entre los hombres, plena de violencias
y traiciones, desde el momento en que es “un día memorable, santo, noble, obra
de Dios y no nuestra”. En palabras del Padre Castañeda, el 25 de Mayo no solo
no es un día de ignominia, manchado por la violencia del hombre, sino un día
que es “obra de Dios” y, por esto mismo, “memorable, santo, noble”.
Sin
embargo, no finaliza aquí la descripción del 25 de Mayo según el Padre
Castañeda, que describe a este día en las antípodas de una revolución
sangrienta, en la que los gobernados deciden levantar, de manera violenta, la
mano contra sus supuestos opresores. Lejos de eso, los patriotas de Mayo, al
mismo tiempo que declaraban la Independencia, realizaban el gesto más noble que
una Nación pueda realizar respecto a la Nación-madre, es decir, a la que le dio
origen, y fue una declaración de filial respeto y afecto hacia la Madre Patria,
y todo esto, respetando el derecho vigente. En efecto, el ser nacional
argentino nace noble de cuna, porque en el mismo acto en el que declara su
fidelidad a la Madre Patria, representada en el rey de España, en ese mismo
acto, asume, sin faltar a la ley natural y al derecho, y casi como obligado por
las circunstancias –la acefalía de España al haber sido tomado prisionero el
Rey Fernando VII por Napoleón-, su auto-gobierno, tal como lo mandaba el mismo
derecho español. Por otra parte, y como un elemento medular de este acto de no
de rebelión sino de reconocimiento filial a España, los patriotas no reniegan,
en ningún momento, ni de la religión católica ni de la cultura hispana heredada
de España. Todo esto lleva a decir al Padre Castañeda que el día del nacimiento
de nuestro Ser Nacional Argentino, el 25 de Mayo, es un día “noble”, que
recordará por siempre, a los argentinos, que nuestro nacimiento no fue obra de
la violencia y la venganza, sino “obra de Dios” y expresión del amor filial a
España, y que por esto mismo, este día “perpetuará nuestras glorias y
felicidades”[2]
y “felicidades” y será “nuestro consuelo”, al haber sido “obra de Dios y no
nuestra”.
En
otras palabras, el 25 de Mayo se encuentra en las antípodas de la
historiografía liberal y filo-masónica enseñada en los manuales de Historia
argentinos, puesto que, lejos de ser una “revolución”, el 25 de Mayo fue, al
mismo tiempo que una declaración de lealtad y fidelidad al Rey y a España, una
declaración de nuestra independencia política, asumiendo la Nación su
auto-gobierno, tal como lo dictaban tanto el derecho vigente, como la grave
situación provocada por la invasión del ejército napoleónico, que
desestabilizaba a la corona española y a la Nación española toda, incluida sus
provincias de ultramar, entre ellas, nuestro Virreinato del Río de la Plata. Esta
visión se confirma desde el momento en que se realiza la declaración de la independencia,
no para denostar y renegar del legado de la Madre Patria sino, por el
contrario, para conservar y defender su legado religioso y cultural.
Es
esto lo que lleva al Padre Castañeda a realizar las siguientes afirmaciones
acerca de esta fecha patria: “El día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno
de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el
principio de nuestra absoluta independencia política; es el fin de nuestra
servidumbre”[3].
Entonces,
en las palabras del P. Castañeda –y lo volvemos a decir-, no hubo una
revolución, sino que se trató de un acto verdaderamente patriótico, porque en
la persona de los patriotas, la naciente Patria Argentina, a la vez que comienza
su vida nacional independiente, se mantiene sin embargo, en un acto que la
honra y ennoblece, fiel a España. Y la asunción del auto-gobierno no se hace
arrebatando el poder por la fuerza, sino que, manteniendo vigente el derecho natural
que afirmaba que las Provincias españolas de ultramar podían y debían asumir su
auto-gobierno en casos graves como el que se les presentaba a los patriotas, ya
que las potencias anglo-francesas emergentes habrían tomado estas tierras como
su coto de caza. La independencia política fue lo que se debía hacer, desde el
momento en que el rey de España no podía gobernarnos, al ser hecho prisionero. Declarar
la independencia fue, en un mismo acto, una separación política pero también
una declaración de fidelidad al rey de España y a la Madre Patria, realizada
para conservar su legado religioso y cultural, evitando al mismo tiempo ser
presa fácil de las potencias anglo-francesas.
Por
último, y siempre según el P. Castañeda, todo esto –asumir noblemente nuestro
auto-gobierno, declarar nuestra fidelidad a la Madre Patria y vernos libres del
enemigo extranjero que lo único que quería era saquear estas tierras-, “no fue
obra nuestra, sino de Dios”, y es por esa razón que cada 25 de Mayo debe
amanecer como lo que es, “un día memorable, santo, noble, obra de Dios y no
nuestra”.
¿Cómo
celebrar un día tan grandioso para cada uno de los argentinos? Siendo “obra de
Dios”, es justo que se lo celebre con la acción de gracias por excelencia, la
Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz de Nuestro
Señor Jesucristo. Dice así el Padre Castañeda: “(...) el día Veinticinco de
Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio (el 25 de Mayo) Es y será
siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar
nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades” (y por lo tanto)
“...en este día, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y
religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el
ningún mérito que ha precedido en nosotros a tantas misericordias”[4].
En
un día “solemne, sagrado, augusto y patrio”, como lo es el 25 de Mayo, y en
acción de gracias a Dios Uno y Trino, “postrémonos ante los altares”, como pide
el Padre Castañeda, ofreciendo a Dios la Víctima Inmolada, Jesucristo, Nuestro
Señor, Patrono y Dueño de la Patria, en acción de gracias por habernos
concedido este día “memorable, santo, augusto”, como nacimiento de nuestra amada
Patria Argentina.
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