El General San Martín se destacó por sus logros y hazañas
exteriores como por ejemplo sus brillantes campañas bélicas que, ideadas por su
genio militar estratégico, lograron la independencia[1] de
Argentina, Chile y Perú -de hecho, el Cruce de los Andes está considerado como
una de las más brillantes maniobras militares de la historia-. Sin embargo, su
mayor grandeza proviene no de estas proezas externas, sino de su interior, es
decir, de su espíritu noble, honrado, humilde, magnánimo; pocos hombres
públicos pueden mostrar mayor grandeza espiritual que San Martín ya que –entre
otras cosas-, habiendo alcanzado la máxima gloria militar en las batallas más
decisivas, sin embargo no permitió nunca que la soberbia y la vanagloria se
apoderen de él, rechazando en todo momento la tentación de asumir la totalidad
del poder político y convertirse así en un dictadorzuelo de poca monta. Por el
contrario, se conformó con algo mucho más alto y grandioso que una mera fracción
de poder temporal y fue el ganar para los pueblos hispanoamericanos la anhelada
libertad por la que luchaban[2]. En
otras palabras, lejos de ser un hombre sediento de gloria y de poder mundanos,
su grandeza moral y espiritual lo llevaba a despreciar la fama y el poder y a
anhelar sólo el mayor bien para los pueblos, que en esos momentos históricos
eran el auto-gobierno y la independencia.
Por
otra parte, y llevado por el amor a su Patria y a sus compatriotas, se rehusó a
formar parte de un sistema que dividía en facciones irreconciliables y enemigas
entre sí y que llevaba al enfrentamiento entre los argentinos por algo mucho
más bajo que la Patria y eran las egoístas y mezquinas cuestiones partidarias. Para
San Martín, la Patria era la síntesis y el objetivo superior de todo argentino
bien nacido, y era contrario a la división de los argentinos en bandos
antagónicos que, según su certera previsión, habría de conducir a la Patria,
por medio del enfrentamiento permanente de las facciones artificialmente
creadas entre sí, a la antesala de su postración, decadencia y ruina definitiva.
Para no participar en esta división cruenta y artificial entre argentinos, es
que decidió, movido por la pureza y rectitud de sus principios -en el que el
amor a Dios y a la Patria estaban en primer lugar-, el auto-exilio hasta su
muerte, ocurrida en Boulogne-Sur-Mer, Francia.
Demostrando
entonces su grandeza de espíritu, San Martín decidió retirarse antes de
participar de una lucha intestina y fratricida por el poder, desatada entre aquellos
hermanos suyos a los que había conducido a la liberación política, considerando
al mismo tiempo que había cumplido con su deber de liberar a los pueblos y,
como él mismo lo declaró, no tenía intenciones de manchar su sable con la
sangre de hermanos.
En
febrero de 1824 partió rumbo a Europa, acompañado por su hija Merceditas, que
en esa época tenía siete años. Residió un tiempo en Gran Bretaña y de allí se
trasladó a Bruselas (Bélgica), donde vivió modestamente ya que su escasa renta
apenas le alcanzaba para pagar el colegio de Mercedes. Hacia 1827 se deterioró
su salud y su situación económica empeoró sensiblemente. Además de estas
penurias económicas, San Martín sufrió también la pena y la nostalgia de verse
lejos de su patria[3]
y esta nostalgia la sentía entrañablemente, porque amaba a su Patria naciente y
amaba a sus compatriotas, los argentinos, sus hermanos.
El
cimiento de su gigantesca estatura moral y espiritual estaba dado, en San
Martín, por una profunda y fervorosa fe católica, la misma fe en la cual la
Patria había nacido y que había heredado de la Madre España. Esta fe se
manifestaba públicamente: hacía celebrar la Santa Misa para el Ejército;
mandaba imponer el Escapulario de la Virgen del Carmen a los soldados antes de
cada batalla; castigaba duramente las blasfemias contra Jesucristo y contra la
Religión Católica y, ante todo, era un gran devoto de la Virgen, manifestando
esta devoción mariana públicamente al nombrar a Nuestra Señora del Carmen como
Generala del Ejército de los Andes, de modo similar a lo que hizo el General
Belgrano con la Virgen de la Merced, nombrándola Generala del Ejército
Argentino.
Hoy,
nuestra Patria afronta graves peligros, pero el más grande de todos, es el de olvidar
que nació a los pies de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y arropada en
el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján. El General
San Martín, con su vida ejemplar y con su amor a Jesús y a la Virgen, nos
señala el camino a seguir como Nación, como hijos de nuestra amada Patria
Argentina, para precisamente no olvidar nuestros orígenes.
Pobre,
aislado voluntariamente de los centros de poder, incapaz de agredir a sus
hermanos, amante de Dios y de la Patria hasta dar la vida, he ahí el ejemplo
maravilloso del General San Martín, el Padre de la Patria del cual los
argentinos estamos orgullosos, al cual los argentinos debemos imitar para que
la Patria no sucumba frente a sus enemigos internos y externos, y por el cual
tenemos un motivo más para dar gracias a Dios, y es el habernos dado a tan
grande hombre, héroe y santo, como Padre de nuestra amada Patria Argentina.
[1] Una independencia de España, hay
que decirlo, forzada por las circunstancias, como el apresamiento del rey
Fernando VII por parte los franceses y que, por otra parte, fue solo política
pero no cultural ni religiosa puesto que conservamos el acervo cultural español
y, lo más importante de todo, la religión católica, traída a estas tierras por
los Conquistadores españoles.
[2] http://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/san_martin.htm
[3] Cfr. ibidem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario