En un momento de la historia de la Nación Argentina en el
que reinan por doquier la confusión, el enfrentamiento, la violencia, la sed de
poder, el materialismo, como consecuencia de la difusión de una mentalidad
carente de valores morales, mentalidad causada a su vez por la pérdida absoluta
de valores espirituales trascendentales, la celebración de una fecha como la
del veinticinco de Mayo pierde su sentido original, para ser aprovechada por
mezquinos intereses partidistas a los que solo les interesa conservar su pequeña
parcela de poder para acrecentar su fortuna, sin importarles el Bien Común de
la Nación ni el destino de eternidad de sus compatriotas, ni mucho menos el
significado primigenio de la fecha patria que se celebra.
Precisamente,
para recuperar ese sentido primigenio y sobre todo para que la Patria y los
argentinos que amamos a la Patria seamos capaces de salir de este estado actual
en el que nos encontramos, es necesario recurrir a las fuentes históricas y
presenciales de los hechos de Mayo de 1810, como Fray Francisco de Paula
Castañeda, un patriota y fraile franciscano, testigo de los sucesos históricos
que dieron origen a nuestra Patria. Tomando como punto de referencia este
testimonio del pasado, podemos reconstruir el presente, con miras a consolidar
el futuro; de otra manera, corremos el peligro de que los actuales
falsificadores de la historia, que ya han falsificado el pasado, y han logrado
provocar la confusión del presente, logren lo que se proponen como fin último:
la destrucción final de la Patria en un futuro, tal vez no muy lejano.
Partiendo
de esta premisa, revisemos, brevemente, qué es lo que decía Fray Francisco de
Paula Castañeda acerca del Veinticinco de Mayo de 1810. Decía que debía amanecer
como un día “sagrado, solemne, augusto y patrio”[1] y
que debíamos “postrarnos ante los altares con entusiasmo divino” porque “no era
obra nuestra”, sino “de Dios”: “…en este día todos, todos con entusiasmo
divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de
los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a
tanta misericordia. (…) la obra del Veinticinco de Mayo no es obra nuestra,
sino de Dios…”[2].
En
otra parte afirma que el Veinticinco de Mayo, lejos de ser un día de traición a
la Madre Patria, o un día de rebelión contra las raíces culturales o
religiosas, es, por el contrario, el galardón eterno de nobleza y de fidelidad
heroica, precisamente, a la cultura hispana y a la religión católica, porque mientras
los patriotas son fieles a la Madre Patria, en su cultura y en su religión, en
la persona del rey, se independizan, porque así lo exigen las gravísimas
circunstancias históricas, solo desde el punto de vista político: “…el
Veinticinco de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica
fidelidad a Fernando VII (…) El día Veinticinco de Mayo es también el origen y
el principio y causa de nuestra absoluta independencia política (…) es el non plus ultra, el finiquito de nuestra
servidumbre”[3].
Entonces,
esto es el Veinticinco de Mayo para un patriota como Fray Francisco de Paula
Castañeda: un día que debe amanecer no como un día cualquiera, como un día más,
sino como un día sagrado, solemne, augusto, patrio, en el que debemos
postrarnos, llenos de sentimientos de piedad y de religión, ante los altares de
Dios Nuestro Señor Jesucristo, reconociendo que nuestra Independencia, que fue
política y no religiosa ni cultural, fue obra divina, fue obra de Dios y no
obra nuestra, y por eso darle gracias, pero también comprometiéndonos, postrados
ante la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y besando el Manto de Nuestra Señora de
Luján, Patrona de Nuestra Patria Argentina, a continuar la obra que Dios mismo comenzó
en 1810: Dios Uno y Trino quiso que entre las naciones hubiera una Nación
independiente llamada Argentina, que fuera de religión Católica, de cultura
Hispana, con población amerindia, que hablara español y rezara a Jesucristo, que
tuviera la Cruz por cuna, que se alimentara con el Cuerpo y la Sangre de Jesús,
que tuviera al Manto de la Inmaculada Concepción de Luján como Enseña Nacional,
que tuviera el Reino de los cielos por destino eterno, y al Amor de Dios en los
corazones de todos sus hijos.
Es
en esto en lo que consiste el verdadero Veinticinco de Mayo.
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