Decía Marco Tulio Cicerón: “Los pueblos que olvidan su
historia están condenados a repetirla”, y Marcelino Menéndez Pelayo: “Pueblo
que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte...”. El
olvido y el desconocimiento de la propia historia es, según estos pensadores,
sinónimo de fracaso y de muerte para un pueblo. Basados en estos pensamientos,
nosotros podríamos parafrasear y decir: “El pueblo que falsifica o reinventa la
historia según la ideología de turno, es un pueblo destinado a morir”. Agregamos
así una causa más de muerte para un pueblo: la falsificación y la reinvención
de la historia según la ideología de turno.
Para no caer en esta situación, es conveniente entonces,
como argentinos y católicos, recordar la historia, tal como fue, para no
olvidarla, para no desconocerla, para no falsificarla y para no reinventarla,
de modo que los hechos del pasado, contemplados en el presente, iluminen el
futuro.
Es esto lo que tenemos que hacer con el 9 de Julio, Día de
nuestra Independencia Nacional, si no queremos ser parte de aquellos pueblos
que perdieron el rumbo por olvidar o reinventar su historia.
Una señal precisa, mediante la cual podemos desentrañar la
esencia del 9 de Julio, es el crucifijo que presidió la Sala de la Firma de la
Independencia en la Casa Histórica. Desde ese momento, la imagen de Nuestro Señor
en la Cruz fue llamada “Cristo de los Congresales”.
No era un hecho casual, ni una coincidencia, ni un descuido,
la presencia del crucifijo: los Congresales, en su totalidad, profesaban la fe
Católica, Apostólica, Romana, y querían que la Patria Naciente fuera alumbrada
a la luz de la Cruz de Cristo, y por este motivo la imagen de Nuestro Señor en
la Cruz presidió la Firma de la Independencia. Con toda razón podemos decir,
entonces, que Nuestra Patria nació iluminada por los rayos de un Sol infinitamente
más luminoso y radiante que el astro sol, y es Nuestro Señor Jesucristo, porque
uno de sus Nombres es el de “Sol de justicia”; con toda razón podemos decir que
nuestra Patria nació bañada en la Sangre del Redentor, porque nació al pie de
la cruz, y quien se coloca al pie de la cruz, es bañado y teñido por la Sangre
que brota de las llagas del Cordero de Dios crucificado; con toda razón podemos
decir que nuestra Patria tiene a la Cruz como su origen y su fin, porque el
Hombre-Dios que en la Cruz está, es Dios eterno, el alfa y el omega, el
Principio y el Fin de todas las cosas, de todos los seres y de todo el
universo, visible e invisible, y si nuestra Patria tiene en la Cruz su
principio y su fin, nacimiento y su destino eterno, también tiene en la cruz su
camino hacia la eternidad, y por eso todo en ella, para ser verdadero, debe llevar
el sacrosanto signo de la Cruz; con toda razón podemos decir que nuestra Patria
nació mariana, porque si nació al pie de la Cruz, allí se encuentra la Virgen,
porque donde está el Hijo está la Madre, y si el Hijo está en la Cruz, la Madre
está al pie de la Cruz. Y como prueba de que la Nación Argentina nacía de su Hijo,
una vez nacida la Patria, fue la Virgen quien la arropó y acunó entre sus
brazos, envolviéndola en su manto celeste y blanco, y ese es el motivo por el
cual nuestra Bandera Nacional lleva los mismos colores del Manto de la Inmaculada
Concepción.
No olvidemos la historia; no olvidemos al Cristo de los
Congresales; no olvidemos el glorioso nacimiento de nuestra Patria, al pie de
la Cruz y arropada en el Manto de la Virgen; no olvidemos que nada sucede por
casualidad, sino que es Dios quien, en su Santísima Voluntad, fue quien dispuso
nuestra Independencia, tal como lo sostiene el Padre Castañeda, testigo
presencial de los hechos de Mayo, inicio de la Soberanía Nacional: “Por nuestra
parte, nada bueno hemos hecho, y ni siquiera el 25 de Mayo (y por lo tanto, el
9 de Julio, N. del R.) es obra nuestra, sino obra de Dios”; no falsifiquemos la
Historia nacional, poniendo otros fundamentos que no sea Cristo, crucificado y
resucitado.
Si queremos saber cómo es la Historia real de nuestra
Patria, no la historia olvidada, ni desconocida, ni falsificada ni reinventada,
contemplemos el misterio del Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo
fue nuestro pasado como Nación, desde sus orígenes, contemplemos al Cristo de
los Congresales; si queremos saber cómo debemos vivir el presente de nuestra
Patria, contemplemos al Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo
debemos construir el futuro de nuestra Patria, contemplemos al Cristo de los Congresales.
Y luego de contemplar sus heridas, sus clavos, su corona de espinas, la Sangre
Preciosísima que mana de sus llagas y de su Sagrado Corazón traspasado, postrémonos
de rodillas ante Nuestro Señor Crucificado, el Cristo de los Congresales, e
imploremos su Divina Misericordia.
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