“A Ti, Dios, te cantamos”. Así comienza el himno llamado Te Deum, que la Iglesia canta en acción
de gracias a Dios en ocasión de fechas patrias.
Cuando una gesta patria logra llevarse a cabo, es justo
dar gracias a Dios, porque es Dios quien, con su ayuda, permite que la gesta se
concrete.
Sin embargo, en el caso del Veinticinco de Mayo, las
cosas son distintas: no es Dios quien, con su ayuda, permite que unos patriotas
inspirados por su amor a la patria vean realizados sus ideales y sus esfuerzos:
es Dios mismo quien inspira y suscita sentimientos patrióticos en los corazones
de hombres nobles y leales, y es Él quien permite que la gesta se lleve a cabo.
Es decir, en el Veinticinco de Mayo, es Dios el autor de
la obra y es quien al mismo tiempo interviene para que la gesta se realice y
llegue a buen puerto. Esto lo dice un testigo presencial de los hechos de Mayo,
el Padre Francisco de Paula Castañeda: “Por nuestra
parte, ninguna cosa buena hemos hecho (...) y aún la del 25 de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios”[1].
Según el Padre Castañeda, la gesta del Veinticinco de
Mayo es obra de Dios, no obra nuestra –“aún la del 25 de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios”-, y su
culminación exitosa se debe al mismo Dios, y no a nosotros, que “ninguna cosa
buena hemos hecho”.
Todo lo que el Veinticinco de Mayo implica –también su
continuación, el Nueve de Julio de 1816-, esto es, la nobleza de los corazones
de los patriotas, su lealtad, su amor a la religión y a Jesucristo, el amor a
la Madre Patria y a la Patria naciente, se lo debemos a Dios. La gesta
pacífica, noble y leal del Veinticinco de Mayo, que es al mismo tiempo
proclamación de noble lealtad al Rey encarcelado, Fernando VII, y declaración
del inicio de nuestra independencia política, es obra de Dios, y no obra de los
hombres. Es por eso que, al revés que en toda gesta patriótica, en donde es
Dios quien acompaña y da fuerzas a los patriotas para que logren concretar sus
objetivos, en el Veinticinco de Mayo de 1810, Dios no se limita a acompañar y a
ayudar a los patriotas, sino que es Él mismo quien inicia la obra y la lleva a
su realización, a través de los patriotas de Mayo. Por lo tanto, si en toda
gesta patria se debe cantar el Te Deum
en acción de gracias, en el Veinticinco de Mayo, debemos, además de cantar el Te Deum, postrarnos ante los altares en
acción de gracias por haber recibido del amor de Dios un día sagrado y sublime.
Lo dice así el Padre Castañeda: “...en este día, todos con entusiasmo divino,
llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los
altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a
tantas misericordias”.
Todo en el 25 de Mayo es obra de Dios: desde la
inspiración de la nobleza de corazón de los patriotas, hasta el hecho mismo del
inicio de nuestra independencia política.
“A Ti, Dios Trino te adoramos”. Así debe comenzar nuestro
propio himno de acción de gracias, porque según el Padre Castañeda, en el
Veinticinco de Mayo no solo no hubo revolución -porque revolución quiere decir
traición, asesinato, venganza, injusticia, y nada de esto hubo en la gesta
patriótica gestada en el Cabildo de Buenos Aires-, sino que fue una gesta
límpida, noble y leal, y por lo mismo es un día tan sublime, tan glorioso, tan
augusto, que solo acción de gracias debemos dar a Dios, y el mejor modo de
agradecer a Dios por tantas misericordias, es por medio del sacrificio en cruz
de su Hijo Jesucristo, la acción de gracias eterna y de valor infinito, la
Santa Misa.
Así responde el Padre Castañeda ante la pregunta de qué
es el Veinticinco de Mayo y cómo debemos agradecer a Dios por este día: “(...)
el día Veinticinco de Mayo es (un día) solemne, sagrado, augusto y patrio...
(...) el día 25 de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica
fidelidad a Fernando VII; es también el origen y el principio de nuestra
absoluta independencia política; es el fin de nuestra servidumbre. Es y será
siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar
nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”.
[1] Cfr.
Guillermo Furlong, Fray Francisco
de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones
Castañeda, Argentina 1994, 382.
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