En
el Combate de Obligado, los patriotas argentinos tuvieron que luchar física y
materialmente contra un enemigo visible, que pretendía, por la sola fuerza de
las armas, avasallar y hollar el suelo patrio, profanándolo con su violenta
presencia. Los enemigos de la Patria, movidos por la sed de la codicia,
atropellando toda razón y justicia, intentaron invadir el suelo patrio, con el
objetivo espúreo del comercio y de la ganancia ilícita.
Los
valientes patriotas de la Vuelta de Obligado, amparados en la razón y en el
justo derecho a la defensa, movidos por el amor a la Patria y a su Santa
Religión Católica, arriesgaron sus vidas para salir en defensa de lo que no
puede ser de ninguna manera entregado en manos viles.
El
cristiano debe ver, en esta gloriosa batalla, una figura de lo que es su propia
batalla espiritual para salvar el alma: el enemigo al que se enfrenta, no es
material y visible, como en Obligado, sino inmaterial e invisible, los tenebrosos
“principados de los aires” (cfr. Ef
6, 12); las armas que deben empuñar tampoco son materiales, como sí lo eran en
Obligado, sino espirituales: el Rosario, la Santa Misa, la Confesión
sacramental, la vida de la gracia; lo que debe defender no es la tierra, sino
su alma, de los asaltos y embates del demonio; lo que debe conquistar no es la
paz de una ciudad de terrena, sino la paz que nace como de una fuente
inagotable, el Cordero de Dios, quien con su luz alumbra a la Jerusalén
celestial.
Al
conmemorar una vez más la gesta de Obligado, el católico debe, recordando la
valentía de los defensores de la Patria, inspirarse en ellos para librar,
armado con las armas de la fe, la Palabra de Dios, el crucifijo y el Santo
Rosario, una nueva batalla, mucho más importante que Obligado, la batalla por la Verdad, que es la única que hace verdaderamente libres (cfr. Jn 8, 31-36).
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