Por lo general, hay dos elementos que se continúan en el
General San Martín: su condición de católico –sus enemigos dicen que era masón-
y su condición de libertador –sus detractores afirman que no fue en realidad
libertador de pueblos-. Ambos elementos son falsos y veremos por qué.
Con respecto a si San Martín era masón o católico, está
comprobado que no era masón y que sí era católico. No era masón porque nunca
perteneció a la masonería y la Logia Lautaro a la que pertenecía no era
masónica sino una agrupación de carácter cívico-militar que nada tenía que ver
con la Iglesia de Satanás. Además, no hay registro alguno de que haya
pertenecido a ninguna logia masónica en los archivos de la Masonería[1]. Por
otra parte, además de sus virtudes personales, vividas en el día a día y que
hicieron de él una gran persona, más allá de su condición de patriota y Padre
de la Patria, San Martín se mostró siempre, exteriormente, no solo como
católico practicante, sino como ferviente devoto de la Santísima Virgen María y
también de la Eucaristía y la Santa Misa. En efecto, es conocido que a su tropa
le prohibía la blasfemia –bajo pena de atravesar sus lenguas con hierro
candente a quien profiriera alguna blasfemia-, cosa que la Masonería propicia,
sino que además era devoto de la Virgen, al punto de hacer colocar a la tropa,
antes de cada batalla –al igual que otro gran prócer, el General Belgrano- el
Escapulario de Nuestra Señora del Carmen, algo que la Masonería repudia y
rechaza tajantemente. Además, el General San Martín era conocido por su piedad
mariana, piedad que llegó a su culmen cuando se encomendó a la Madre de Dios
antes de las batallas, donándole su bastón de mando y nombrándola Generala del
Ejército Argentino luego del triunfo de las armas patriotas. Esto es algo que
un masón no haría jamás, puesto que la Virgen es la que los ha vencido, desde
el momento en que Ella es la que aplasta la cabeza de Satanás. También era el
General San Martín ferviente devoto de la Santa Misa y de la Eucaristía,
preocupándose porque no faltasen capellanes que celebraran la Santa Misa,
hicieran rezar el Rosario e impusieran el Escapulario de la Virgen del Carmen a
sus tropas. De esta manera, queda fehacientemente demostrado que el General San
Martín no fue masón, sino un devoto católico.
El otro elemento que le cuestionan sus detractores es su
condición de libertador, porque dicen que no debería haber declarado la
independencia de los países. Esto es falso porque la independencia de la Nación
Argentina, al decir del P. Castañeda, fue “obra de Dios y no de los hombres”,
consecuencia de haber quedado acéfalo el poder en la Madre Patria España, al
ser tomado prisionero el Rey de España, Fernando VII, poniendo así en marcha,
de modo inmediato, el mecanismo que preveía que las Provincias Españolas de
ultramar, en estos casos extremos, debían asumir su auto-gobierno[2]. Lo
mismo se diga de los países que liberó el General San Martín, Chile y Perú. Por
otra parte, la división del imperio español de ultramar ya era un hecho y si
San Martín no hubiera intervenido para darles la Independencia y así
cohesionarlos a España al permanecer unidos a ella por la religión, el idioma y
la cultura, los filibusteros anglo-sajones, potencia mundial en ese momento, no
hubieran dudado un instante en apoderarse de estas tierras, como si de aves de
rapiña se tratasen, intención que demostraron claramente los piratas ingleses con
las Invasiones Inglesas, el robo descarado de nuestras Islas Malvinas y el
intento de violación de la soberanía territorial por parte de la escuadra francesa
en Obligado. El General San Martín fue por lo tanto un auténtico y genuino Libertador.
Queda entonces demostrado que nuestro Padre de la Patria,
además de sus virtudes personales, fue un católico practicante y un verdadero Libertador
de naciones, por lo cual hay que dar gracias a Dios Nuestro Señor, al habernos
concedido un Padre de la Patria del cual podemos estar siempre orgullosos.
[1] Cfr. Aníbal A. Rottjer, La
Masonería en la Argentina y el mundo, Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires6
1983, 397ss.
[2] Cfr. Guillermo Furlong, Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la Patria naciente, Ediciones
Castañeda, 1994, 381-382.
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