Los argentinos tenemos el orgullo de poseer un Padre de la
Patria de religión católica, pero no solo, pues también era un devoto y piadoso
practicante de la misma.
Muchos
afirman que nuestro Padre de la Patria pertenecía a la secta de la Masonería,
enemiga acérrima de la Iglesia Católica; sin embargo, existen abundantes
pruebas y datos históricos que prueban lo contrario, esto es, que San Martín no
solo no fue masón, sino que fue un católico ferviente, devoto y practicante. Una
de sus declaraciones en favor de la Iglesia es la siguiente: “La religión
católica, apostólica, romana es la religión del Estado. El gobierno reconoce
como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los
medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en
público o en privado sus dogmas y principios, será castigado con severidad a
proporción del escándalo que hubiere dado”. Proclamar que la religión católica
es “religión del Estado” y que entre los principales deberes de este Estado se
encuentra el “conservarla”, es una declaración que jamás haría un masón. Como tampoco
lo que sigue: “Cualquiera que ataque en público o en privado sus dogmas y
principios, será castigado con severidad a proporción del escándalo que hubiere
dado”. La masonería tiene, entre sus fines declarados, la abolición de la
religión, pero como bien sabe que la única religión verdadera es la católica,
en realidad lo que persigue esta secta, con todas sus fuerzas, es la abolición
de la religión católica, para lo cual se sirve de múltiples métodos, uno de los
cuales es, por ejemplo, el de promocionar a las religiones falsas y a todo tipo
de sectas, empezando por las ocultistas (es el caso, por ejemplo, de países
comunistas como Cuba, en donde la santería o vudú es promovida desde la
jerarquía de gobierno, como forma de contrarrestar la influencia de la Iglesia
Católica).
Otra
prueba que da cuenta de su catolicismo, es el haber encomendado a la Virgen del
Carmen no solo el Cruce de los Andes –una de las mayores gestas militares de la
historia-, sino también el haberla nombrado “Generala del Ejército Argentino”,
de modo similar a como lo hiciera el General Belgrano con Nuestra Señora de la
Merced, entregándole en ceremonia solemne del Bastón de Mando propio de quien
ostenta este cargo. Además, el General San Martín –como así también Belgrano-
procuraban que las tropas del Ejército Argentino tuvieran siempre acceso a la
Santa Misa, para lo cual proveían de capellanes que celebraban el Santo
Sacrificio del Altar, antes y después de las batallas. Como muestra también de
su devoción mariana, profunda, filial y sincera, el General San Martín ordenaba
que a los soldados se les impusiera el Escapulario de Nuestra Señora del
Carmen, de manera que, si morían en batalla, tuvieran el cielo asegurado, luego
de haber dado sus vidas por Dios y por la Patria.
Pocos
países tienen la fortuna de poseer un Padre de la Patria católico, practicante
y devoto de la Virgen. ¿Por qué la fortuna? Porque significa que en sus
empresas y gestas, quien estuvo detrás suyo o, mejor, obrando a través suyo la
Gesta emancipadora y quien forjó la nobleza de su alma y corazón, fue nada
menos que la Madre de Dios. Como argentinos, no solo debemos dar gracias a Dios
Nuestro Señor por habernos concedido un Padre de la Patria de la talla del
General Don José de San Martín, sino que tenemos el deber moral –aunque estemos
lejos de lograrlo- de imitarlo en sus virtudes, la principal de todas, su
devoción mariana. Y esto significará que será la Madre de Dios la que guiará
nuestros pasos como Nación, así como guió los pasos del Padre de la Patria.
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