La conmemoración de la Independencia
Patria no puede quedar en un mero recuerdo, sino que se debe
mirar al pasado para que nos ilumine el presente, para así construir un futuro
luminoso para nuestra Nación Argentina.
Por lo
tanto, es necesario tener presente la profunda religiosidad de los Congresales
de Tucumán, religiosidad puesta de manifiesto, entre otras cosas, en el hermoso
crucifijo que presidía la Sala
de la Firma de la Independencia en la Casa Histórica, llamado desde
entonces “Cristo de los Congresales”.
La
presencia del crucifijo no era ocasional; por el contrario, era intención
manifiesta de los Congresales que Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, el
Salvador del género humano, estuviera presente en el origen y nacimiento de
nuestra Patria. Con orgullo podemos decir los argentinos que nuestra Patria
nació a la sombra de la Cruz
del Salvador, cobijada bajo el manto celeste y blanco de la Virgen Inmaculada, Nuestra
Señora de Luján.
Por lo
tanto, al mirar el pasado, y al contemplar, maravillados, a la Cruz de Nuestro Señor
presidiendo el augusto y solemne momento del nacimiento de nuestra Patria, no
podemos dejar de considerar que Argentina, y todos los argentinos, llevamos el
sello indeleble de la Cruz
en nuestro Ser nacional. Y con nuestro Ser nacional, no solo nuestra
religiosidad, sino toda nuestra cultura, que es la expresión más acabada del
pensamiento, de la voluntad y del obrar de una nación, debe reflejar, de un
modo u otro, a Cristo crucificado. En otras palabras, todo lo que los
argentinos pensamos, hacemos y decimos, en cuanto argentinos y pertenecientes a
una Nación que se llama “Argentina”, debe reflejar a Cristo, el Hombre-Dios.
Obrar de
otra manera, es decir, tratar de construir un país cuyas leyes sean contrarias
a los Mandamientos divinos y al Mandamiento Nuevo de la caridad dejados por
Jesucristo, sería falsear la historia y provocar confusión y desorientación a
las futuras generaciones, además de una grave falta contra Dios, que quiso que
su Hijo estuviera desde nuestro nacimiento como Nación, para que todas las
generaciones de argentinos, sin excepción, hasta el fin de los tiempos, fueran
salvados por la preciosísima Sangre del Redentor.
Al
conmemorar la gesta de la
Independencia, agradecemos a Dios por medio de la
Santa Misa el designio de su Amor infinito
de habernos honrado con la
Presencia de Jesús crucificado en el Salón de la Casa Histórica, al tiempo que
le rogamos, que caiga sobre nosotros, sobre el pueblo argentino, la
preciosísima Sangre que mana de sus Santas Llagas.
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