Nuestra Señora de Malvinas

sábado, 24 de mayo de 2014

El 25 de Mayo es un día sagrado para los argentinos, porque es obra de Dios y no de los hombres


         En un momento de la historia de la Nación Argentina en el que reinan por doquier la confusión, el enfrentamiento, la violencia, la sed de poder, el materialismo, como consecuencia de la difusión de una mentalidad carente de valores morales, mentalidad causada a su vez por la pérdida absoluta de valores espirituales trascendentales, la celebración de una fecha como la del veinticinco de Mayo pierde su sentido original, para ser aprovechada por mezquinos intereses partidistas a los que solo les interesa conservar su pequeña parcela de poder para acrecentar su fortuna, sin importarles el Bien Común de la Nación ni el destino de eternidad de sus compatriotas, ni mucho menos el significado primigenio de la fecha patria que se celebra.
Precisamente, para recuperar ese sentido primigenio y sobre todo para que la Patria y los argentinos que amamos a la Patria seamos capaces de salir de este estado actual en el que nos encontramos, es necesario recurrir a las fuentes históricas y presenciales de los hechos de Mayo de 1810, como Fray Francisco de Paula Castañeda, un patriota y fraile franciscano, testigo de los sucesos históricos que dieron origen a nuestra Patria. Tomando como punto de referencia este testimonio del pasado, podemos reconstruir el presente, con miras a consolidar el futuro; de otra manera, corremos el peligro de que los actuales falsificadores de la historia, que ya han falsificado el pasado, y han logrado provocar la confusión del presente, logren lo que se proponen como fin último: la destrucción final de la Patria en un futuro, tal vez no muy lejano.
Partiendo de esta premisa, revisemos, brevemente, qué es lo que decía Fray Francisco de Paula Castañeda acerca del Veinticinco de Mayo de 1810. Decía que debía amanecer como un día “sagrado, solemne, augusto y patrio”[1] y que debíamos “postrarnos ante los altares con entusiasmo divino” porque “no era obra nuestra”, sino “de Dios”: “…en este día todos, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando a voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros a tanta misericordia. (…) la obra del Veinticinco de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios…”[2].
En otra parte afirma que el Veinticinco de Mayo, lejos de ser un día de traición a la Madre Patria, o un día de rebelión contra las raíces culturales o religiosas, es, por el contrario, el galardón eterno de nobleza y de fidelidad heroica, precisamente, a la cultura hispana y a la religión católica, porque mientras los patriotas son fieles a la Madre Patria, en su cultura y en su religión, en la persona del rey, se independizan, porque así lo exigen las gravísimas circunstancias históricas, solo desde el punto de vista político: “…el Veinticinco de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII (…) El día Veinticinco de Mayo es también el origen y el principio y causa de nuestra absoluta independencia política (…) es el non plus ultra, el finiquito de nuestra servidumbre”[3].
Entonces, esto es el Veinticinco de Mayo para un patriota como Fray Francisco de Paula Castañeda: un día que debe amanecer no como un día cualquiera, como un día más, sino como un día sagrado, solemne, augusto, patrio, en el que debemos postrarnos, llenos de sentimientos de piedad y de religión, ante los altares de Dios Nuestro Señor Jesucristo, reconociendo que nuestra Independencia, que fue política y no religiosa ni cultural, fue obra divina, fue obra de Dios y no obra nuestra, y por eso darle gracias, pero también comprometiéndonos, postrados ante la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y besando el Manto de Nuestra Señora de Luján, Patrona de Nuestra Patria Argentina, a continuar la obra que Dios mismo comenzó en 1810: Dios Uno y Trino quiso que entre las naciones hubiera una Nación independiente llamada Argentina, que fuera de religión Católica, de cultura Hispana, con población amerindia, que hablara español y rezara a Jesucristo, que tuviera la Cruz por cuna, que se alimentara con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que tuviera al Manto de la Inmaculada Concepción de Luján como Enseña Nacional, que tuviera el Reino de los cielos por destino eterno, y al Amor de Dios en los corazones de todos sus hijos.
Es en esto en lo que consiste el verdadero Veinticinco de Mayo.



[1] Guillermo Furlong, Vida y obra de Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina. 1810-1830, Ediciones Castañeda, Argentina 1994, 381.
[2] Cfr. ibidem, 382.
[3] Cfr. ibidem, 381.

miércoles, 7 de mayo de 2014

La Virgen de Luján y la actual encrucijada de la Nación Argentina


         La Madre de Dios, la Virgen Santísima, quiso quedarse en nuestras tierras argentinas y lo hizo mediante el conocido milagro de la carreta tirada por los bueyes la cual, llegada a un cierto punto, no avanzó más, hasta que el bulto que transportaba la imagen de la Inmaculada Concepción fue retirada de la carreta y depositada en el suelo. Con este milagro, ocurrido en el mes de Mayo del año 1630, la Virgen daba a entender que quería quedarse en lo que luego sería el Santuario Nacional y Basílica de Luján, para presidir nuestra Nación Argentina como su Dueña, Patrona y Señora. Nuestra Patria nació literalmente a la sombra de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y fue regada con su Sangre, porque el 1º de abril de 1520 se celebró la primera Santa Misa en el puerto de San Julián, en lo que luego sería la provincia de Santa Cruz. Ya Nuestro Señor Jesucristo, años antes del milagro de la Virgen de Luján, había regado con su Sangre nuestra Patria; por lo tanto, la Virgen, lo único que venía a hacer, con su milagro de la carreta, era venir a reclamar un territorio, el territorio de la Argentina, que pertenecía a su Hijo Jesucristo, Rey de las naciones. Y puesto que todo lo que pertenece a Jesucristo, le pertenece a la Virgen, la Virgen venía a reclamar lo que le pertenecía a Ella, Reina de las naciones.
         La Nación Argentina le pertenece a la Virgen de Luján desde antes  de su nacimiento, y esto se comprueba en su historia, como acabamos de ver, y se ve reflejado en su manto, pues su manto es de color celeste y blanco, como los colores de la Bandera Argentina, y esto no es casualidad, puesto que el creador de la Bandera Argentina, el General Don Manuel Belgrano, quiso explícitamente que la Enseña Nacional Argentina llevara los colores de la Inmaculada de Luján, como modo de honrar a su Purísima Concepción. Así lo testifica, bajo juramento, su hermano, el cabo Belgrano. Es decir, el acto de creación de la Bandera Nacional fue un acto de devoción mariana y, como tal, fue una gracia de Dios, un acto querido por el cielo mismo; en otras palabras, los argentinos llevamos en nuestra Bandera Nacional los colores de la Inmaculada de Luján por voluntad explícita del cielo.
         Pero aquí debemos detenernos: Nuestro Señor Jesucristo, Rey de las Naciones, bañó con su Preciosísima Sangre nuestra tierra, bendiciéndola y santificándola y sellándola con su Sangre; la Virgen Santísima eligió nuestra Patria Argentina para constituirse en su Dueña, Patrona y Señora, y nos concedió el privilegio inmerecido de que nuestra Bandera Nacional sea su mismo Manto celestial, además de concedernos numerosísimos milagros; ¿puede decirse que los argentinos, a la luz de los últimos acontecimientos, hemos correspondido a estos inmerecidos privilegios celestiales? La violencia, el materialismo, las leyes contra natura, el avance de la droga en amplias capas de la población, la mentira como forma de comunicación, el engaño, la aceptación de la violación de los Mandamientos de Dios a diario, ¿no nos hacen indignos, a los argentinos, de tantos beneficios concedidos por el cielo? ¿No corremos el riesgo de que Jesucristo, Nuestro Señor, y de que la Virgen, Nuestra Reina del cielo, se arrepientan de haber elegido a nuestra Patria y de haberla colmado de tantos beneficios y privilegios?
         No permitamos que Jesús derrame en vano su Preciosísima Sangre por nosotros y le roguemos a la Virgen de Luján que nos alcance de su Hijo Jesús la gracia de la contrición del corazón y así, arrodillados los argentinos ante el crucifijo, besando los pies de Nuestro Señor, cubiertos con el Manto de la Virgen de Luján, con el corazón contrito y humillado, pidamos perdón por nuestros pecados como argentinos y hagamos el propósito de construir una Patria Santa, una Patria Católica, una Patria en la que, santificada por la Sangre del Cordero, y protegida por el maternal Manto celeste y blanco  de la Virgen de Luján, florezcan generaciones de héroes y santos argentinos para el cielo, para la eternidad, que alaben y adoren al Cordero que reina en los cielos por los siglos sin fin.