Nuestra Señora de Malvinas

lunes, 8 de julio de 2013

El Crucifijo y el Día de la Independencia Nacional

         Decía Marco Tulio Cicerón: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, y Marcelino Menéndez Pelayo: “Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte...”. El olvido y el desconocimiento de la propia historia es, según estos pensadores, sinónimo de fracaso y de muerte para un pueblo. Basados en estos pensamientos, nosotros podríamos parafrasear y decir: “El pueblo que falsifica o reinventa la historia según la ideología de turno, es un pueblo destinado a morir”. Agregamos así una causa más de muerte para un pueblo: la falsificación y la reinvención de la historia según la ideología de turno.
         Para no caer en esta situación, es conveniente entonces, como argentinos y católicos, recordar la historia, tal como fue, para no olvidarla, para no desconocerla, para no falsificarla y para no reinventarla, de modo que los hechos del pasado, contemplados en el presente, iluminen el futuro.
         Es esto lo que tenemos que hacer con el 9 de Julio, Día de nuestra Independencia Nacional, si no queremos ser parte de aquellos pueblos que perdieron el rumbo por olvidar o reinventar su historia.
         Una señal precisa, mediante la cual podemos desentrañar la esencia del 9 de Julio, es el crucifijo que presidió la Sala de la Firma de la Independencia en la Casa Histórica. Desde ese momento, la imagen de Nuestro Señor en la Cruz fue llamada “Cristo de los Congresales”.
         No era un hecho casual, ni una coincidencia, ni un descuido, la presencia del crucifijo: los Congresales, en su totalidad, profesaban la fe Católica, Apostólica, Romana, y querían que la Patria Naciente fuera alumbrada a la luz de la Cruz de Cristo, y por este motivo la imagen de Nuestro Señor en la Cruz presidió la Firma de la Independencia. Con toda razón podemos decir, entonces, que Nuestra Patria nació iluminada por los rayos de un Sol infinitamente más luminoso y radiante que el astro sol, y es Nuestro Señor Jesucristo, porque uno de sus Nombres es el de “Sol de justicia”; con toda razón podemos decir que nuestra Patria nació bañada en la Sangre del Redentor, porque nació al pie de la cruz, y quien se coloca al pie de la cruz, es bañado y teñido por la Sangre que brota de las llagas del Cordero de Dios crucificado; con toda razón podemos decir que nuestra Patria tiene a la Cruz como su origen y su fin, porque el Hombre-Dios que en la Cruz está, es Dios eterno, el alfa y el omega, el Principio y el Fin de todas las cosas, de todos los seres y de todo el universo, visible e invisible, y si nuestra Patria tiene en la Cruz su principio y su fin, nacimiento y su destino eterno, también tiene en la cruz su camino hacia la eternidad, y por eso todo en ella, para ser verdadero, debe llevar el sacrosanto signo de la Cruz; con toda razón podemos decir que nuestra Patria nació mariana, porque si nació al pie de la Cruz, allí se encuentra la Virgen, porque donde está el Hijo está la Madre, y si el Hijo está en la Cruz, la Madre está al pie de la Cruz. Y como prueba de que la Nación Argentina nacía de su Hijo, una vez nacida la Patria, fue la Virgen quien la arropó y acunó entre sus brazos, envolviéndola en su manto celeste y blanco, y ese es el motivo por el cual nuestra Bandera Nacional lleva los mismos colores del Manto de la Inmaculada Concepción.  
         No olvidemos la historia; no olvidemos al Cristo de los Congresales; no olvidemos el glorioso nacimiento de nuestra Patria, al pie de la Cruz y arropada en el Manto de la Virgen; no olvidemos que nada sucede por casualidad, sino que es Dios quien, en su Santísima Voluntad, fue quien dispuso nuestra Independencia, tal como lo sostiene el Padre Castañeda, testigo presencial de los hechos de Mayo, inicio de la Soberanía Nacional: “Por nuestra parte, nada bueno hemos hecho, y ni siquiera el 25 de Mayo (y por lo tanto, el 9 de Julio, N. del R.) es obra nuestra, sino obra de Dios”; no falsifiquemos la Historia nacional, poniendo otros fundamentos que no sea Cristo, crucificado y resucitado.

         Si queremos saber cómo es la Historia real de nuestra Patria, no la historia olvidada, ni desconocida, ni falsificada ni reinventada, contemplemos el misterio del Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo fue nuestro pasado como Nación, desde sus orígenes, contemplemos al Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo debemos vivir el presente de nuestra Patria, contemplemos al Cristo de los Congresales; si queremos saber cómo debemos construir el futuro de nuestra Patria, contemplemos al Cristo de los Congresales. Y luego de contemplar sus heridas, sus clavos, su corona de espinas, la Sangre Preciosísima que mana de sus llagas y de su Sagrado Corazón traspasado, postrémonos de rodillas ante Nuestro Señor Crucificado, el Cristo de los Congresales, e imploremos su Divina Misericordia.