Nuestra Señora de Malvinas

lunes, 16 de agosto de 2010

San Martín y nuestras raíces


Cuando un explorador se adentra por un terreno desconocido, y tanto más, si en el recorrer de su exploración comienza la noche y las tinieblas crecen y aumentan el peligro de extravío, debe detenerse, hacer una pausa, revisar el plan de ruta, consultar sus mapas, y así, con nueva determinación, y con el objetivo nuevamente a la vista, emprender la marcha.

Hoy nuestra Patria parece este explorador desorientado: se ha internado en los desiertos ardientes del laicismo secularizante, cuando abandona los asuntos más vitales para su ser nacional, como la regulación de las leyes familiares y matrimoniales, a las voluntades humanas de legisladores ciegos y necios; camina en los bordes de abismos interminables y oscuros precipicios, cuando su norte no parece ser más que el del éxito económico, cuando lo que busca con todo afán y esfuerzo es la diversión vacía y hueca de la farándula televisiva y del deporte; la Patria camina por oscuros bosques, repletos de alimañas y de bestias feroces, cuando se desarma, material y espiritualmente, cuando vende sus entrañas al mejor postor –como ha sucedido con la venta de sus riquezas, entre ellas, recientemente, la concesión de la explotación de los glaciares-, cuando sus representantes prefieren conciliábulos políticos antes que asistir a un Te Deum, cuando olvida su historia, cuando olvida sus raíces.

Hoy la Patria anda errante, sin rumbo fijo, acechada por peligros enormes, y en su andar errante sólo aparecen en su horizonte sus enemigos, los cuales esperan pacientemente un mayor extravío, para asestar un golpe mortal.

Es imperioso por lo tanto detenernos, hacer un alto en esta carrera desenfrenada hacia el abismo, para volver los pasos hacia atrás, hacia terreno firme. Es imperioso volver a las raíces de nuestro ser nacional, es preciso, de modo urgente, volver la mirada a aquellos que forjaron nuestra nación; es necesario, de toda necesidad, leer las vidas y empaparse de las virtudes y de la religiosidad de tantos héroes nacionales, el primero de todos, el General Don José de San Martín.

Es conocida por todos su ferviente religiosidad, su devoción a la Virgen del Carmen, su piedad sacramental –dispuso que en su Ejército se celebrara la Santa Misa todos los días-, su amor a la Virgen, manifestado en el rezo diario del Santo Rosario.

No es hora de revisar sus hazañas militares y políticas, esas son de sobra conocidas. No es hora de admirar al San Martín estratega, grande entre los grandes.

Es hora de contemplar al San Martín católico, al San Martín religioso, al San Martín devoto de la Santa Misa y del Rosario, para que así encontremos, como Patria, la luz en el camino, y el freno hacia el abismo.

Fue su religiosidad, su amor a Dios Trinidad, a Jesucristo y a la Virgen, lo que orientó a San Martín no sólo en el cruce de los Andes y en la liberación del Perú, sino ante todo en otro cruce, más temible que el de los Andes, y en otra liberación, más grandiosa que la del Perú: el cruce de esta vida a la eternidad, y la liberación de su alma de las siniestras tinieblas del más allá.

Así como San Martín, por su religiosidad y por la práctica ferviente de su catolicismo, fue conducido a las cumbres de la vida eterna, y a la liberación de su alma por la gracia, así nuestra Patria, reflejada en aquél que le dio nacimiento terrenal como Nación, debe hoy volver a las raíces de su ser nacional, la religión católica, para ser ella también liberada de las tinieblas, y conducida a las cumbres de la vida eterna en Cristo.

Sólo la gracia de Cristo Dios nos librará de la caída en el abismo espiritual en el que ya nos encontramos.

Al recordar a nuestro Padre de la Patria, que el recuerdo no quede en mero recuerdo: que su recuerdo sea algo vivo, que de vida a la determinación de dirigirnos a nuestro destino de grandeza, la vida eterna en Cristo.