Nuestra Señora de Malvinas

martes, 26 de enero de 2010

Besar la Bandera es como besar el Manto de la Virgen de Luján



Decía el coronel Domingo French a los soldados que debían jurar la Bandera nacional, en Luján, el 25 de Mayo de 1812: “(…) Somos el regimiento de la Virgen. Jurando nuestra bandera, os parecerá que besáis el Manto de la Virgen”[1].
Es decir, al jurar y besar la Bandera, los soldados del regimiento debían pensar y sentir que era, al mismo tiempo que la bandera, el Manto de la Virgen de Luján lo que besaban.
Contrariamente a lo que puede pensarse, no se trata de un exceso de retórica o de una metáfora poética, pronunciada con el objetivo de identificar el suelo patrio, simbolizado en la bandera, con la religión católica, representada en la Virgen María y de esa manera exaltar, aunque sea artificialmente, los sentimientos de los soldados hacia la patria y hacia la Virgen.
Si fuera así, si sólo se tratara de una expresión de deseos del coronel French, no habría relación real entre la patria y la Virgen; esa relación existiría solo en la mente y en el deseo del coronel, pero no en la realidad.
Pero el coronel French sabía bien lo que decía, porque sabía bien que la intención del General Manuel Belgrano, al crear la Bandera nacional con los colores celeste y blanco, no era hacer referencia al cielo celeste y blanco que observamos todos los días. Al darle los colores celeste y blanco a la Bandera nacional, estaba honrando, con un acto de profunda devoción mariana, a la Virgen María, más concretamente, a la Inmaculada Concepción, de quien era devoto.
La Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción, vino a nuestra patria traída por los españoles, y en esta devoción, se representaba su manto de azul celeste y blanco. Como la imagen de la Virgen de Luján era también la Inmaculada Concepción, fue vestida con esos mismos colores, y es por eso que la Virgen de Luján tenía los colores celeste y blanco.
Cuando Belgrano creó la Bandera nacional, como era devoto de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján, para honrar a María, le dio los colores de la Inmaculada Concepción, la Virgen de Luján[2].
Inmaculada Concepción y Virgen de Luján, vestidas de celeste y blanco, forman una sola realidad con el celeste y blanco de nuestra Bandera nacional: la Bandera es casi como si fuera una prolongación del Manto de María Inmaculada.
Es por eso que el coronel French no estaba lejos de la realidad, cuando les decía a los soldados que cuando besaran la Bandera, les parecería estar besando el Manto de la Virgen de Luján, porque la Bandera lleva los colores de María, Madre de Dios, Inmaculada Concepción, Virgen de Luján.
También para nosotros, la Bandera debe evocar no sólo el origen mariano y católico de nuestra patria, sino a María y a su manto, y pensar que así como congregarnos bajo la Bandera, es como si estuviéramos congregados bajo el Manto de María Inmaculada, así, bajo el manto celeste y blanco de la Virgen de Luján, es como si estuviéramos bajo la Bandera nacional.
Del mismo modo, si besar la Bandera celeste y blanca es como besar el Manto de María, así contemplar el Manto celeste y blanco de María es como contemplar a nuestra amada y mariana Bandera patria.
[1] Cfr. Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; en P. Jorge María Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, T. II, 1885, 268ss.
[2] José María Eizaguirre, La bandera argentina, Ediciones Peuser, Buenos Aires 1900, 43; cfr. Guillermo Furlong, S.J., Belgrano. El Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires 1974, 35-36; cfr. Aníbal Atilio Rottjer, El General Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 66.

lunes, 25 de enero de 2010

MALVINAS: UNA HERIDA ABIERTA EN EL CORAZÓN DE LA PATRIA




¿Qué es la Patria? De acuerdo a cómo respondamos esta pregunta, tendremos una mirada que puede darnos una comprensión acerca de lo sucedido en Malvinas.
Ante todo, la Patria e s una realidad metafísica, es una entidad real, física y metafísica, que no comprende solo el territorio geográfico, sino la unión común de los habitantes que comparten una misma historia, un mismo tiempo, una misma cultura, una misma religión. La Patria une a los patriotas que habitan en el territorio, pero no solo por la geografía común, sino por la lengua, la historia, la religión, y el destino común hacia el cual se dirigen en el tiempo. Así como cada persona tiene un destino de eternidad, así la Patria tiene un destino de eternidad, actuando como aglutinante de ese destino eterno para todos los que comparten una misma Patria; el ser de cada persona hunde sus raíces en el ser de la Patria, por eso el destino de la persona humana está ligado al destino de su Patria, del mismo modo a como los hijos hunden las raíces de su ser en la madre biológica que los trajo al mundo, y comparten con su madre una vida y un destino común. Por esto, la Patria es una unidad de destino en lo eterno: así como sea el destino de la Patria, así será el destino de sus hijos.
No hay que confundir con el sentimentalismo progresista de izquierda, ni con el neoconservadurismo de derecha: para uno, para el progresismo, la Patria es un ideal, tal vez noble, pero no más que un ideal, igual a cualquier otro, y por el cual no vale la pena dar la vida, de ahí las películas y propagandas que hacen hincapié en argumentos sensibles y emocionales, como la vida de los chicos que murieron en Malvinas y que sufrieron frío y hambre, sentimientos y emociones que no se justifican ni vale la pena de ser sufridos por un ideal como la Patria.
Para el neoconservadurismo, como el estadounidense, por ejemplo, la Patria es también un ideal, por el cual sí conviene dar la vida, pero no porque este ideal tenga realidad metafísica, sino porque la Patria, al igual que la religión, son ideas sin entidad real, y de esta manera, tal como la conciben ellos, sirven de aglutinantes para las masas, para estas puedan ser dominadas con facilidad por la plutocracia dominante. De ahí la propaganda opuesta al progresismo sea el patrioterismo, la defensa a toda costa y por cualquier medio de una idea que se llama patria, pero no porque sea real, sino porque conviene a los intereses de turno de la plutocracia dominante, que puede con estas ideas dominar a las masas según sus intereses.
En su visita a la Argentina, Juan Pablo II pidió por la paz y por la justicia. Ninguna de las dos cosas se dieron entonces, ni se dan ahora, ni se darán, hasta tanto las Islas Malvinas no estén reintegradas al territorio nacional. No hay paz sin justicia, y no hay justicia sin paz. La paz y la justicia llegarán cuando los usurpadores británicos, en un gesto no de condescendencia, sino de verdadera justicia, devuelvan las Islas Malvinas a Argentina y pidan perdón por haber usurpado tantos años nuestro territorio nacional.
“No se pueden pedir peras al olmo”, dice el dicho, y este gesto, que implicaría vergüenza y honor, no se puede pedir a Gran Bretaña, porque así lo ha demostrado a lo largo de su sangrienta historia.
El sensiblerismo progresista de izquierda sostiene que no se debe dar la vida por la Patria, mientras que el neoconservadurismo de derecha dice que se debe dar la vida por la Patria, pero solo cuando sea conveniente a los intereses de las grandes bancas e instituciones financieras que dominan el mundo.
Nada de esto tiene que ver con la noción católica de la Patria como don de Dios, como unidad de destino en lo eterno y como lugar metafísico en el que se hunde de tal manera la raíz de nuestro ser personal, que no puede ser herida la Patria sin que nuestro propio ser no quede herido mortalmente.
La Patria puede y debe ser defendida, aun a costa de la propia vida y mucho más cuando es agredida injustamente por agresores inmorales, privados de conciencia, de sentido del honor y de todo sentido bueno, como Gran Bretaña.
Porque la Patria es una unidad de destino en la eternidad, porque es una realidad metafísica, porque en ella se hunde la raíz de nuestro ser como personas destinadas a la eternidad y porque unidos a ella llegaremos a la eternidad, no solo se puede dar la vida por ella, sino que se debe, como un honor inmerecido, dar la vida por ella, tal como lo hicieron los soldados argentinos que hoy reposan con sus cuerpos en Malvinas y que con su muda presencia gritan al cielo pidiendo justicia para nuestra Patria.
Malvinas es una herida abierta en el corazón de la Patria, un corazón que sangra y que solo dejará de sangrar cuando las Islas sean recuperadas. La Patria sangra por su corazón, una herida que no cierra.
Jesús, que sabe de heridas sangrantes y de corazones dolientes, que desde la cruz sangra con su Corazón abierto, nos conceda la gracia de algún día recuperarlas para siempre.